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Tiempo después me llevó a un motel espantoso al norte de la Ciudad de México. Todavía éramos estudiantes. Llegamos ahí después de emborracharnos en una posada decembrina.Ahí lo hicimos por primera vez. Me sudaban las manos. No sabía si quitarme la ropa o dejar que él lo hiciera por mí. Las sábanas eran rasposas; el baño, muy pequeño y frío. No quería pisar el suelo descalza. Debido al ruido de los autos y los gemidos de los cuartos contiguos, no logré excitarme lo suficiente, no estaba lubricada y aun así me penetró. Creo que a los dos nos dolió. Duró poco. No sentí la explosión interna de la que me habían hablado mis amigas y no dormí en toda la noche.Después de besarme sobre la ropa y lastimarme con sus modos torpes en la cama, comenzamos a entendernos. Me lamía, me mordía y cogíamos —por fin rico— unas tres veces durante la noche. Y siempre, sin falta, nos echábamos uno en la mañana.Un fin de semana escapamos a Cuernavaca. Regresé a casa con el cuerpo lleno de marcas. Habíamos bebido mucho. Al final de la noche fuimos al cuarto y me quitó la ropa con más desenfreno de lo habitual. Me tumbó en la cama de espaldas. Metió sus dedos en mi vagina y después en mi ano mientras me tapaba la boca. Al principio no entendí la sensación que recorría mi cuerpo. Era una mezcla de excitación y extrañeza. Me dio un par de nalgadas y me mordió toda la espalda. Había dolor pero no había dolor. Así de raro. Terminamos. Me vine como mar. Me preguntó si me había lastimado, contesté que no. Al día siguiente descubrí las marcas en mi piel. Quise más.
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En una fiesta me encontré con un compañero de la universidad. Un chico bastante atrevido y coqueto con las chicas. Le encantaba ser el centro de atención. Me sorprendió que se fijara en mí.Un par de tragos y unos besos después, terminamos en su cama. Me metía los dedos mientras me decía "mamita rica". Recuerdo que me dio un poco de risa y no me prendió para nada. Metió toda su lengua en mi boca. Yo lo masturbé un poco y no se le paró. Me dijo que era por las drogas y el alcohol. Pensé que era una broma.Esos intentos me fastidiaron. Decidí encontrarme con desconocidos y ligar en fiestas.Yo iniciaba la plática. Me hacía la inocente, sonreía un poco. Al final me preguntaban: "¿Vamos a tu casa o a la mía?" Para entonces ya vivía con un roomie. Aprovechando que eran personas sin conexión conmigo, decidí vivir con ellos mis fantasías.Aunque temerosa al principio, me ponía como loca en celo ya entrada en confianza. Acumulaba la tensión sexual de toda la semana y ya para el fin de semana estaba arañando las paredes.Besaba con ganas y antojo. Me invadía el frenesí. Dejaba que me pusieran como quisieran: de perrito, arriba, abajo, de lado. Pedía golpes y jalones de pelo. Me movía rápido. Mojaba muchísimo."¿De quién es este culito?", oí decir un par de veces. Creo que los hombres tienen otras maneras de excitarse. Quieren decir que algo es suyo y buscan permanencia aunque sea por segundos. No me prendió. Una noche las nalgas me quedaron realmente moradas por las nalgadas. Otra vez un tipo me suplicó que le diera un par de cachetadas. Supongo que es la fuerza del anonimato, de que no verás de nuevo a la persona. Entonces sacas lo mejor o peor de ti.
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Las excusas, siempre las mismas: "No sé qué onda, me cae que nunca me pasa". "Eres tú, me pones muy loco". "Tenía tiempo sin coger". "Te mueves muy rápido". "Son tus nalgas, quería venirme en ellas".Si había tiempo y ganas, lo intentábamos una segunda vez. Cuando no, cada quien se vestía y se marchaba. No nos volvíamos a ver.Desde los 24 años no mantengo una relación formal. En el sexo es importante la confianza, el cariño y todas esas cosas que en algún momento leemos en una revista rosa. Pero el sexo casual, en la mayoría de los casos, implica inmediatez, desentendimiento y prisa. Es un asunto meramente carnal.Según Tony, mi dealer profesional, terapeuta, compañero de tragos y canciones, dice que hay algo más en eso: "Te metes con hombres que únicamente buscan su propio placer y no les importa la satisfacción de la otra persona. Ególatras que castigan con el sexo". En resumen, patanes que no tienen interés en mí.Eso, o que mi propio resentimiento me lleva a buscar al que seguramente me va a quedar mal. "Así, al final, podrás pendejearlo y decirle a tus amigas que, otra vez, te liaste con un perdedor. Y contarás, además, con la oportunidad de correrlo sin derecho a una segunda oportunidad".En ambos casos, el placer se usa como arma para herir, de cierta manera, al otro. Y creo que Tony tiene razón.Cuando sé que el tipo está a punto de venirse, cuando el pene se le pone más gordo y duro, me muevo sin control. Y termina. Lo provoco y hago que se venga. Se disculpa: "perdón, perdón". Se crea una atmósfera de incomodidad. Sé que no puede aguantar. Sé que todavía me falta. Aun así apresuro todo. Y al final el que queda mal es él.Pero a veces, cuando estoy muy excitada, le pido que no pare, que esa verga la quiero sólo para mí, que me la dé toda. Por fin entiendo esa excitación de saber que algo es tuyo, aunque sea por un momento. Le pido que se vaya lento, que la saque un poco y la vuelva a meter. Pero le vale un cacahuate y termina. No se disculpa. Sonríe y se tira a un lado. Me invade un pinche sentimiento de insatisfacción y frustración."¿Y qué tal les fue?", pregunta Paulina, mi amiga y cómplice de aventuras sexuales. "Me sigo topando con los idiotas de siempre", le cuento.Al terminar la noche soy yo la que casi siempre se va, pero nunca se viene. Sufro de insomnio y empeora cuando estoy acompañada. Una presión muy grande me invade y no logro estar tranquila. Nunca puedo con los finales y supongo que eso se traslada también a mi vida sexual.Sexo incompleto. Buen inicio, pero sin final feliz.