Música

15 años de La Hamburguesería: ¡Que viva la fiesta y que viva el rock and roll!

La mañana del sábado 24 de febrero pintaba bien: el cielo estaba despejado de sombras y se oía el canto de los copetones mezclado con pitos de carros. El evento se realizó en el Club Bellavista Colsubsidio de Bogotá. Lo primero que se veía, cuando el bus paró frente al club, era un grupo de policías esperando al público, para la requisa de la entrada. Había unas señoras vendiendo unas “ruanas” de plástico para la lluvia. Los asistentes al concierto le decían tristemente adiós a sus cigarrillos, los encendedores, las cervezas, uno que otro paraguas y las comidas y bebidas para el almuerzo, que preferían repartir con las personas cercanas, antes que dejárselas decomisar. Solo lo que pudieran encaletarse en los bolsillos secretos o en la cabeza servirá para más tarde. El sol estaba saliendo, olía a pasto mojado. La entrada no tuvo mayor problema: había buena logística.

Al fondo se veían las dos tarimas juntas, el público, en grupitos de tres o cuatro personas, estaba sentado en el pasto y en las gradas fumando y tomando cerveza. ¿Y la requisa? Pensaba mientras veía como prendían los primeros porros del día. Todo el público se veía joven, creo que, difícilmente, al inicio del Festival hubiera alguien con más de 30 años.

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Foto por: Sebastián Comba

Las primeras bandas comenzaron a tocar y el público empezó a aglutinarse en las tarimas. El medio día usaba gafas de sol. Hora Local, banda pionera en la escena underground bogotana, se hizo presente con algunos de sus clásicos de finales de los ochenta y principios de los noventa, como “El rock no te necesita” y “Orden público alterado”. El público, notablemente joven, cantaba canciones que fueron compuestas antes de que nacieran. Las nuevas parece que nadie las conoce. Con el ska alegre de Los Elefantes, comenzaban a bailar, la canción “Boca e’ Caimán”, clásica del ska latinoamericano, fue coreada por casi todos. De las bocas florecían sonrisas. En 1280 Almas, y sus duros y pegajosos riff de bajo, comenzaron los pogos. Mientras sonaba “La 22”. Se escuchaban los gritos: “QUÉ VIVA LA FIESTA, QUÉ VIVA EL ROCK AND ROLL”. La banda invitaba al público a votar con consciencia. El bajo retumbaba.

Desde que Doctor Krapula entró al escenario, hicieron explícitas sus opiniones políticas, su compromiso social con los indígenas, los campesinos, con la Pachamama; hablaban de “El Innombrable”, del crear consciencia con el arte, con el amor. El público volvía a ser adolescente saltando y cantando: “El pibe de mi barrio”. Con Pernett el ambiente se tornó más liviano, el público comenzaba a alejarse a buscar comidas y bebidas. La banda, con su viaje tropical y psicodélico, parecía pensada para descansar, para recargar fuerzas para lo que se venía. El cielo estaba un poco más oscuro y el día empezaba a tener sombrero gris. La fila para comprar cerveza no era tan larga, ni la pola tan barata. Las personas compartían los cigarrillos que lograron entrar, comenzaban a caer gotitas y la llovizna cubría lentamente todo el escenario, que estaba lleno para ese entonces.

Foto por: Sebastián Comba

Cuando La 33 hizo su entrada, la llovizna desapareció, se fue con el rock a otra parte. Las parejas comenzaron a bailar. La fiesta seguía. Con Los Makenzy, el rock y el ambiente urbano volvieron, con un tris de melancolía citadina. Fatso y su mezcla de blues y jazz cantado en inglés, nos hicieron sentir que cualquier punto puede ser el centro del universo. Ése, por ejemplo.

La Derecha era una de las bandas más esperadas en el Festival, eso se notó en el público —por sus gritos y aplausos— desde que tocaron la tarima. La noche comenzaba a caer como un pájaro negro envenenado en el Club Bellavista. Tuvieron un repertorio donde alternaron temas viejos y no tan viejos; repasaron sus álbumes: La Derecha (1994), Balas de Bebé (1996) y Polvo Eres (2011). Hubo una impresión de que la banda tuvo problemas con el sonido o que tal vez no sonara tan bien en vivo. The Hall Effect, con su sonido indie y alternativo, sirvieron para relajar el momento. Las cervezas, los cigarrillos eran parte esencial de la noche. El rockero barbudo Carlos Reyes hizo su aparición, eran más o menos las ocho. Hubo un regreso a los sonidos del blues y el hard rock más clásico.

Foto por: Sebastián Comba

Odio a Botero, banda que vuelve después de un largo receso, con su nuevo trabajo discográfico Bardo, entró con toda la fuerza que los caracteriza, la crítica mordaz y el humor como una forma de reto al establecimiento. Pero los pogos que se armaron no fueron un chiste. Punk fuerte e irónico, el público los recibe con toda su energía, canta sensatamente: “Cali es Cali, lo demás no es Cali”.

La última dosis de rock estuvo a cargo de Superlitio, seguido LosPetitFellas con su rap rebosante de poesía. El cierre de los 15 años de La Hamburguesería lo hizo Systema Solar, con su música ecléctica, que nos hizo pensar en la diversidad del ser latinoamericano, y con Burning Caravan una dosis de saudade de algo que quizá nunca hayamos vivido.

Las casi 10.000 personas del público comenzaron a salir, rápidamente, desocupando el escenario. En los rostros tenían un gesto de felicidad mezclado con cansancio. El agua empezó a caer. ¿Por qué no compré una “ruana” de las de la entrada?

Foto por: Sebastián Comba
Foto por: Sebastián Comba
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