1994. Eran los mejores tiempos, eran los peores tiempos. En dónde el giro de historia simbólica de la década había sido la caída del muro de Berlín, y con todo el sentido de posibilidad que se sentía, ahora todas las noticias parecían tratarse de la guerra en Bosnia, el genocidio de Ruanda y Fred West. Fue el año en que los últimos vestigios de la retórica paz-y-unidad desaparecieron de la escena rave, y la separación de la música dance realmente comenzó en serio.
Jungle había salido a la superficie, four-to-the-floor explotaba en el hard house, happy house, handbag house y todo el resto, el lado más oscuro del pesado uso de drogas se volvía imposible de ignorar, el skunk empezaba a dominar las variantes más benévolas y relajadas de la mota, y las palabras “oscuro” y “darkside” eran los calificativos preferidos. En donde dos años antes el sonido emergente del hip-hop de fumadores había sido el ruidoso funk de Cypress Hill, ahora era el drama gótico de Wu-Tang Clan. Mi momento personal ilustrativo fue ver un Mini golpeado abriéndose camino en Brighton; con gabba distorsionando sonando a todo volumen desde un sistema de sonido mierdero y en lugar de la calcomanía estándar de “ON A MISSION” en su defensa trasera, simbólico de la energía “a por ellos” del rave, tenía una que decía “MISSION ABORTED”.
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Este es el mundo del que Music for the Jilted Generation era un soundtrack hecho a la medida. The Prodigy ya había llegado golpeando y pataleando al mundo dance, perfeccionando y satirizando el sonido hardcore, “killing rave” (como un artículo de portada de Mixmag lo describía), demostrando que el performance y una personalidad peleonera aún tenía su lugar entre los DJs sin rostro, y entregando un álbum tan caliente como una mierda recién cagada con The Prodigy Experience. Pero Music for the Jilted Generation era la liquidación perfecta de cualquier carajo de importancia que hubiera, una paliza obstinadamente nada cool que no dependía de una lealtad a ninguna de las micro-escenas ahora en proliferación, sino que, de alguna manera proveyó algún tipo extraño de unidad negativa a través de toda la generación; expresando a la perfección el colectivo de paranoia skunk, zampa-vodkas y mala tacha “UGGGGHHH” que llegó después de los años pico “¡Woohoo, sí, a huevo!” del rave.
No fueron el primer acto en darse cuenta de que para expandir necesitarían salirse de estas escenas y hábitos del mundo dance – bandas como The Orb, Orbital, Fluke, The Shamen y hasta Aphex Twin se estaban llevando su pedo a las arenas grandes de luces y sonido – pero The Prodigy fueron quienes realmente le entraron como una gran banda bastarda. Al traer a Pop Will Eat Itself (una de las pocas bandas quien recientemente había perfeccionado el crossover rock/dance) a bordo para ‘Their Law’ se dieron una ayudadita, pero Liam Howlett probablemente habría incitado los mosh pits de todos modos.
En algunos de sus primeros tracks como ‘Charley’ y ‘Everybody in the Place’ mostraban destellos de un entendimiento instintivo de The Big Riff que no se trataba de la hipnosis del techno, ni siquiera de la hiper-estimulación del hardcore, sino de arrastrar a la música de regreso a la experiencia fist-pumping y coreante del rock. Para bien o para mal, ellos y sus shows se adelantaron a todo lo grande y brilloso del EDM del siglo 21. Cada nuevo DJ superestrella con sus enormes shows de LEDs, riffs masivos y drops vertiginosos, y Skrillex más que nadie, tiene una deuda bastante considerable con ellos.
Al igual que mucho del nuevo EDM, Music for the Jilted Generation es básicamente muy feo. El pop-hardcore de The Prodigy Experience sigue estando allí: dientes más apretados que nunca, riffs rockeros que expresan la dura música de guitarra como un queso grasoso, dirigiéndose nuevamente hacia la basura de Mötley Crüe y Co. del que el grunge santurronamente decidió salvarnos, y que los elementos electrónicos alcanzan con los más brillosos e instantáneos efectos del rush. Si ahora escuchas ‘Start the Dance (No Good)’ escucharás cómo, a pesar de todo su tempo hardcore y sus breakbeats, ocupa un lugar más cerca de Faithless y Felix ‘Don’t You Want Me’ que cualquier otra cosa que pudieras describir como underground. Todo está en la superficie. No hay nada sutil desde principio hasta el final – y eso incluye la alienación que expresa, que dada toda la pontificación sobre injusticia en ‘Their Law’ es más el antes mencionado “UGGGGGHHH” que cualquier otra articulación sofisticada de lo que significaba estar vivo en 1994.
Que es por lo que funciona. Nadie quería un análisis político ni finos detalles de Liam y su pandilla de oscuros payasos. Queríamos moshear. Queríamos un desmadre que ahogara el zumbido de nuestros oídos y nos levantara de la misma manera en que lo hizo esa pinche bolsa barata de speed. Y a pesar de toda su negatividad y falta de sutileza, Music for the Jilted Generation creó buenos tiempos. La primera vez que vi a The Prodigy en vivo en un festival, estaba de malas. Oscuramente pacheco y paranoico, rodeado de una mezcla rara de gente pero más notablemente, un montón de hooligans de fútbol, tragándose las lagers cual agua, cocaína y GHB.
El momento en que empezó a sonar ‘Voodoo People’, algo sobreacogedoramente alegre sucedió. Los gruños se convirtieron en un tipo de sonrisas dementes que esperarías ver en una noche hardcore feliz, y todos en la carpa empezaron a moshear como un gran, amable, indiferenciado papel bañado en sudor. De alguna manera, entre todo el “UGGGGHHH”, habíamos encontrado un poco del espíritu rave que habíamos extrañado. Este espíritu de pendejo que rock-ravea no lleva a ningún lado más que a la diluida existencia del big-beat y eventualmente Kasabian, pero ¿en ese entonces? Puta madre, se sentía como un alivio.
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