Este artículo se publicó originalmente en Broadly en español.“¿Por qué hacen esto? Hoy no viene a cuento”. Con ‘esto’ se refiere una joven al bloque que defiende los derechos de los animales en la manifestación por el día de la mujer que se celebró en 2016 en Barcelona. “Feministas por la Liberación Animal” es el lema que esgrimen ante el resto de manifestantes que miran estupefactas. No son las únicas: cámaras de reporteros se aglutinan ante el medio centenar de manifestantes que cantan lemas como “mujeres y animales no somos objetos del consumo patriarcal”.
Unir fuerzas entre movimientos
El especismo es la asunción de que los animales, por pertenecer a otras especies, son diferentes en sus intereses y necesidades y por ende, inferiores a los seres humanos. Construye la noción ilegítima, igual que el sexismo o el racismo, de que los animales nos pertenecen, de que sus vidas no valen nada y por tanto, podemos utilizarlos como queramos. ¿No suena esto a la cantinela machista de siempre?
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¿Por qué buscar una interseccionalidad entre el movimiento feminista y el movimiento de derechos animales? Por la misma razón que la académica que acuñó el término ‘interseccionalidad’ en los años 80, Kimberlé Crenshaw, buscaba una lógica entre dos movimientos a los que se sentía pertenecer pero que actuaban de forma paralela. Hablamos del feminismo que no tenía en cuenta a las mujeres de otras razas y etnias y, a su vez, las clases sobre raza impartidas en las universidades y gestadas en los movimientos de base, limitaban esferas como la economía y la política a los hombres relegando a las mujeres a la literatura y la poesía. ¿No puede una chica tenerlo todo? La respuesta es que sí, por eso esta profesora de las facultades de Derecho en la UCLA y de la universidad de Colombia, consiguió que el Derecho Antidiscriminatorio dejase de separar raza y género evitando así que mujeres negras se viesen en un estado de indefensión jurídico. La lucha del Movimiento de Derechos Civiles y el Feminismo transitando el mismo camino, no uno paralelo.
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Los argumentos para sostener esta interseccionalidad entre movimientos son sencillos: ¿Por qué los animales importan? Tanto animales como humanos somos capaces de sentir, de disfrutar y de sufrir. En esta capacidad para sentir –la sintiencia– somos iguales, por tanto es relevante para todas que se respeten nuestros derechos.
Simplemente hay mujeres que nos negamos a participar en la discriminación de otras en el proceso natural y reivindicativo de nuestra emancipación. Salir de las manifestaciones con una hamburguesa de ternera en la mano, provoca una disonancia cognitiva entre quiénes somos y cómo entendemos la solidaridad.
Catia Faria, doctorada en filosofía por la Universidad Pompeu Fabra y activista feminista, escribía en El caballo de Nietzsche un artículo muy claro sobre la cuestión de la opresión en ambos colectivos. “Sexismo y especismo son formas igualmente injustificables de discriminación, y ambos se manifiestan en patrones opresivos de jerarquía y dominación semejantes”.Manifestante en los años 60. Imagen vía NWHSA.org
Las mujeres lideran el movimiento de derechos animales
Desde que se tiene constancia, han sido las mujeres las que, desde distintas esferas, han puesto el foco en la defensa del primer colectivo de la historia que no puede defenderse por sí mismo. Es lógico que las personas LGTBQI lideren su propia lucha y conquisten, desde lo privado a lo público, todos los escenarios que crean relevantes para la consecución de sus derechos. Igual que las trabajadoras del sexo son las que encabezan la lucha por el reconocimiento legal de su trabajo y persiguen la legitimación de su actividad económica como hizo la lucha obrera a principios del siglo pasado.
En este caso, como sucede también en mayor medida en movimientos ecologistas, son las mujeres quienes abanderan varias causas a la vez.
Las primeras mujeres activistas de las que se tiene constancia son las de la Sociedad Nacional Antivivisección en la Inglaterra victoriana, que se concentraban y organizaban en sociedades para exigir que los más de 300 experimentos anuales que se llevaban a cabo en las facultades de medicina terminasen. En una época en la que las mujeres no tenían siquiera el derecho al voto, ya se gestaba el germen de solidaridad con los animales en muchas de ellas. Estos experimentos eran especialmente crueles y estas pioneras llegaron a conseguir incluso el apoyo de la reina Victoria. Estas sociedades también en Estados Unidos con los mismos objetivos, además de comenzar el vegetarianismo a calar entre muchas de ellas en lo que en los primeros momentos se conocía como el ‘ecofeminismo’.
También en Inglaterra, de los años cincuenta a los setenta, existió un movimiento de saboteadoras de la caza. Utilizaban tácticas no violentas para conseguir su objetivo principal: salvar a los zorros –y otros pequeños animales– de ser asesinados por la caterva de aristócratas ingleses. Hacían sonar las bocinas de los coches, bloqueaban caminos, se interponían entre los zorros y los caballos, portaban carteles e intentaban conseguir cuantas más simpatizantes a la causa mejor.
Desde que Carol J. Adams publicara en los noventa su libro La política sexual de la carne, todo consiguió una dimensión más estructurada entre ambos movimientos. Asistíamos ya al primer argumentario bien demostrado sobre la urgente necesidad de unir fuerzas entre feministas y activistas por los derechos de los animales. Carol explicaba en una entrevista en vegetarianismo.net que “el libro argumenta que la forma en que la política de género se estructura en nuestro mundo está relacionada con nuestra forma de ver a los animales, especialmente a los animales que se consumen”. El libro llegó y revolucionó la manera de pensar de las antiespecistas y de muchas feministas.
El último trabajo académico al respecto es Sister Species: Women, Animals, and Social Justice (Hermanas de Especie: mujeres, animales y justicia social) donde se busca la conexión entre el especismo, sexismo, racismo y homofobia. En él, las colaboradoras buscan aclarar por qué los activistas por la justicia social en el siglo XXI deben cuestionar las diferentes formas de opresión que están correlacionadas.
Otros trabajos que destacan en el área del feminismo y el antiespecismo son los de las activistas Pattrice Jones o Raffaela Ciavatta. Ambas comenzaron la lucha por visibilizar los derechos de las personas queer y rápidamente entendieron los motivos por los que abrir brecha también en otras áreas, como los derechos de los animales. Jones es profesora de psicología y enseña teoría del género en la Metropolitan State University de St. Paul. Raffaella lidera el grupo ‘Collectively Free‘, un grupo de activistas que organizan acciones no violentas en defensa de los derechos de los animales y que, además, son transversales a otras luchas. El discurso que Raffaella dio en la última gay parade en Nueva York se hizo viral en cuestión de horas. En él, asumió ser gay, mujer, inmigrante y animal, invitando a enorgullecerse de lo que nos hace diferentes pero solidarizarnos con aquello que, sin embargo, nos hace ser iguales. En la entrevista que Ciavatta concedió a Tras los Muros, un proyecto de foto activismo por la Liberación Animal, enfatiza el hecho de que todas trabajemos juntas, incluso si no estamos de acuerdo en las tácticas o estrategias, para conseguir mejores resultados y una visibilidad aún mayor. ¿Acaso no queda mucho trabajo por hacer en ambos campos?
Ni oprimidas ni opresoras
La presidenta del Partido Animalista, Silvia Barquero, está harta de denunciar en las redes sociales la cantidad de insultos, amenazas y vejaciones que ella y sus compañeras de partido reciben por su trabajo político y social por los derechos de los animales. PACMA, que consiguió más de 200.000 votos en las últimas elecciones generales, es el único partido político español con tanta representación femenina (más de un 80%) en sus todas sus listas.
Virginia Ruiz, una activista de 38 años que saltó al ruedo en la plaza de toros de Málaga en 2015, fue agredida por los aficionados taurinos en cuanto la zafaron del abrazo compasivo al que se aferraba al toro. La violencia machista es especialmente alarmante en el caso de ciertos colectivos de machos: cazadores, viviseccionistas, toreros, ganaderos…
La periodista Ruth Toledano, activista, feminista, vegana y defensora de los derechos LGTBQI, fue agredida por la espalda en Tordesillas mientras hacía su trabajo para El Diario. Por supuesto, el agresor era un señor taurino que se vio con la impunidad moral de agredir a una mujer mientras realiza un trabajo legítimo solo por considerarla inferior y, en este caso, defensora de una causa que contraviene todo lo que él asume como patriótico y excelso.
¿Y cuándo son los animalistas los sexistas? Las personas que luchan por los derechos de los animales tampoco pueden hacer apología del sexismo en los carteles al más puro estilo PETA. Estas activistas, críticas y formadas, también tienen el reto de encontrar una comunicación que sea efectiva para llamar la atención sobre la causa social sobre la que quieren llamar la atención en ese momento sin desmerecer la lucha de empoderamiento femenina. ¿Chicas lechuga para publicitar el veganismo? No, gracias.
No todas las feministas entienden la urgencia de poner el foco en las otras animales, como decía la manifestante ayer. La desoladora realidad es que sí que viene a cuento: las 110 mujeres asesinadas en el pasado 2015 según cifras de Feminicidio.net, nos hacen pensar que el feminismo es, ahora más que nunca, muy necesario. Pero, ¿y el resto de animales? Las cifras oficiales de la FAO pendulan entre los 800 y los 850 millones de animales asesinados cada año en los mataderos. Es obvio que es urgente encontrar soluciones para poder llamar la atención sobre ambas causas y que ninguna prevalezca sobre la otra.