El autorretrato como forma de terapia en la cárcel

“No quiero volver a verte”, le espetó su padre cuando la encontró en la calle ejerciendo la prostitución. Para la artista y activista social Cristina Núñez Salmerón (Figueres, 1962), que se encontraba entonces descendiendo en caída libre por los círculos del infierno de la heroína, éste fue el momento de inflexión. Las jeringas y agujas huecas habían llegado a su vida como una chiquillada, una necesidad de llamar la atención en los años 80. Como otros de su generación y estrato social, un ajuste de cuentas con la élite franquista a la que pertenecía su familia.

El suministro tóxico por vía intravenosa le aportó algo que tal vez no le habían proporcionado las clases de teatro con John Strasberg en París o su carrera como modelo. “La heroína me hacía sentir fuerte, importante… porque me atrevía con la droga más peligrosa” contaba la artista en esta charla TED. Después vinieron duras terapias de desintoxicación en las controvertidas comunidades de El Patriarca, hasta que recurrió a la psicoterapia y se topó con la fotografía. “Conocí a un fotógrafo milanés del que me enamoré y nos casamos”. Y así fue interesándose por la plasmación de la psique de los otros a través de la lente de su Rolleiflex. “Me gustaba esa cámara no por cuestiones técnicas, sino porque al situarla a la altura del estómago para enfocar, sentía que disparaba desde las vísceras”.

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Cristina Núñez con una de sus cámaras

“Fotografiarme a mí misma en diferentes estados emocionales, en fotos que no me gustan, y haberlas mostrado supuso para mí un refuerzo muy positivo”

La catharsis llegó al descubrir que el prisma de su Rolleiflex decía más de sí misma que ningún espejo en la pared. Y empezó su fascinación por el autorretrato. “Para mí fue una especie de autoterapia para superar mis problemas de autoestima. Encontré una manera de expresar lo que realmente necesitaba y de compartir con los demás mi propia vulnerabilidad. El hecho de fotografiarme a mí misma en diferentes estados emocionales, en fotos que no me gustan, y haberlas mostrado supuso para mí un refuerzo muy positivo”.

Autorretratos en prisión

Su trabajo empezó a ser reconocido en forma de premios, proyectos y publicaciones. Pero Cristina Núñez sentía que no quería desarrollarse solo en el circuito de las galerías, sino que tenía que dar un paso más hacia el arte útil, con un compromiso social; no quedarse sólo en el discurso estético. Poco a poco fue perfilando todo un método para hallar la intersección entre fotografía, terapia y docencia, en un sistema que lleva más de una década enseñando en empresas, centros de salud mental, y sobre todo, prisiones. Capturar la parte sumergida de nuestro propio iceberg con solo pulsar el disparador remoto. Cristina Núñez explica “enseño un proceso creativo que busca indagar en el subconsciente, para que éste hable con el lenguaje del arte. Los participantes eligen una emoción de entre estas cuatro: rabia, pena, miedo o euforia, y la sacan fuera. Cuando empiezan a sentir que la emoción es real y no una interpretación, se autorretratan”.

Uno de los reclusos que participa en sus sesiones

“Me dijo que su llanto era por su hijo fallecido, algo que según me reveló, no había hecho en 18 años”

La idea es utilizar la fotografía como herramienta para expresar aquello que no podemos hacer con el lenguaje. “Maruja estaba interna en la prisión de Wad-Ras (Barcelona). Al principio de la sesión me dijo que no sentía rabia, ni desesperación. Al final lloró desconsoladamente. Y me dijo que su llanto era por su hijo fallecido, algo que según me reveló, no había hecho en 18 años”.

Otras veces el quid consiste en encontrar nuestro propio “yo” en el autorretrato de otra persona. “Carla cumplía condena en una prisión de Milán. Pertenecía a un entorno especialmente marginal. Su fotografía, con el puño sobre el pecho en la inconfundible expresión del mea culpa de la tradición católica fue elegida como la más significativa para todas sus compañeras; se sentían representadas en esa imagen”, explica Cristina Núñez.

Una reclusa en una prisión en Barcelona

“Un ejercicio especialmente útil para su estancia en prisión e incluso, para mejorar la relación con sus compañeros y con los funcionarios”

La autoconciencia de la imagen pública de los reclusos supone un ejercicio especialmente útil para su estancia en prisión e incluso, para mejorar la relación con sus compañeros y con los funcionarios. “Manuel y Jesús, internos en la prisión de Lledoners (Barcelona), eligieron el tema de la rabia. Manuel es uno de los pocos que sabe expresar el sentimiento de violencia de forma real, y transmitir agresividad, dolor y frustración. Verse en la foto le permitió avanzar en la autoconciencia de su propia imagen”.

Manuel y Jesús durante el taller de fotografía con Cristina

“En Noruega las cárceles no están tan masificadas como las españolas. Y disponen de mucho más presupuesto”

Este trabajo, determinante para llevar el autorretrato al terreno del activismo social y el arte político, ha permitido a Cristina Núñez conocer de primera mano las diferencias entre distintos centros penitenciarios europeos. “En Noruega las cárceles no están tan masificadas como las españolas; hay muchísimo espacio. También tienen mucho presupuesto para actividades externas, mucho más que Italia o España donde lo normal es que se financie a través de la obra social de una caja. Gran parte del presupuesto de las cárceles noruegas se destina a los internos de Tercer Grado [reclusos con derecho a permiso a los que les queda poco tiempo de condena] de forma muy específica para preparar su vida fuera y afrontar sus dificultades. Si uno dice que su problema son las deudas económicas, se les ayuda a elaborar un plan sobre cómo solventar esas deudas. Además está la aplicación de la Comunicación no violenta durante todo el proceso en prisión”.

Carla, en una cárcel de Milán

El poder del Selfie

En la era de la esquizofrenia influencer, Cristina Núñez ve en el selfie una herramienta valiosa para aprender a conocernos a nosotros mismos y mejorar nuestra autoestima. Pero, esta oportunidad no vendrá de las fotos con más likes de nuestra cuenta de Instagram, sino de las que odiamos. “Una foto en la que uno no se gusta es una ocasión valiosa para aprender aceptarse. Quiero que la gente me envíe sus selfies. Los que se borran suelen ser los que tienen especial potencia artística, porque muestran emociones. Yo enseño en 10 minutos a leer esa imagen, a aceptar, en una sesión gratuita por Skype que será filmada. Porque en estos selfies no deseados siempre hay maravillas. A veces hablan de nuestras vivencias, deseos, necesidades, sueños… . Una vez que la persona reconozca esas emociones, ya no tirará esa imagen, se dará cuenta de lo valiosa que es. Y no haré pública ninguna foto sin el consentimiento expreso de la persona”.

Desde la convención republicana de Cleveland en la que se designó a Donald Trump candidato presidencial, no han parado de salir artículos sobre el narcisismo y la supuesta valoración positiva de esta tendencia por parte de la sociedad. En muchos de estos textos – tan útiles para Antonio Navalón – suelen aparecer los conceptos “millenial” “selfie” y “likes” como culpables de todos los males. Frivolidad y egolatría por doquier. Las métricas marcan las reglas de la estética, y la culpa la tienen las autofotos.

“El selfie es una herramienta muy potente para conocer aspectos desconocidos de uno mismo”

Para Cristina Núñez esta postura es excesivamente crítica “es verdad que con el selfie existe el riesgo de la vanidad. Pero si uno va hasta el fondo, encuentra que es una herramienta muy potente para conocer aspectos desconocidos de uno mismo; a veces una fortaleza interior que no sabíamos que teníamos. Lo negativo es ser esclavo de dar una imagen todo el rato, sin la posibilidad de poder explorar los millones de aspectos de nuestra personalidad. Y, a pesar de que se habla mal del selfie continuamente, la mayoría de la gente se los hace. Si no fuese así, los fabricantes de móviles no considerarían indispensable las cámaras frontales”.

Cristina haciéndose un selfie

En cuanto a la dicotomía selfie/autorretrato, Cristina Núñez opina que “el selfie es una imagen que nace para compartir en redes sociales, intentamos controlarla al máximo con la cámara frontal . Una imagen consciente, pero, cuando de repente vemos cómo plasma una emoción del inconsciente, no nos gusta y la eliminamos. En cambio, el autorretrato surge como un diálogo interno. Un propósito artístico; crear una imagen que represente algo. Y, cuando el espectador observa ese autorretrato de otra persona, se reconoce a sí mismo en la representación de la emoción” y añade “estoy convencida de que en muchos de los selfies que tiramos hay valiosos autorretratos, que muestran nuestro potencial Yo creativo“.

Otro de los debates que suscita la captación de imágenes con teléfono sucede en el ámbito de las artes visuales. Joan Fontcuberta escribe en La furia de las imágenes que “la masificación de las imágenes ha trastocado las reglas de nuestra relación con ellas”. Es conocida la postura de Cristina García Rodero, que recientemente confesaba que nunca había usado la cámara de su móvil, o de su compañero en Magnum David Alan Harvey, quien no tiene problemas en reconocer que su teléfono se ha convertido en una de sus cámaras favoritas por la sensación de soltura y facilidad , a la vez que rechaza cualquier visión apocalíptica sobre la muerte de la fotografía como arte.

“En las ferias de fotografía aún no hay una tendencia que vaya a lo esencialmente humano”

En medio de la vorágine de Photoespaña, no es de extrañar que éste, al igual que en los últimos años, sea uno de los subtextos principales en torno a exposiciones y fotógrafos. Sobre todo este interés y negocio en torno a la fotografía, Cristina Núñez opina “ahora es más fácil que antes llegar a considerarse fotógrafo. El digital lo ha vuelto muy accesible. Y también ahora todo el mundo quiere ser creativo, por eso hay tanto business alrededor de la fotografía. Yo lo que veo es que en esas ferias aún no hay una tendencia que vaya a lo esencialmente humano. Martin Parr , aunque retrate lo humano, no utiliza nunca otro punto de vista que no sea el de la ironía. Y con la fotografía de guerra hay que tener cuidado, porque, la mayor parte no transmite una sensación de gravedad ni urgencia al espectador sino de pobrecitos… allá en esos países. Y esto es porque el establishment del arte está dominado por hombres blancos, ricos y mayores de 60 años. A ellos les interesa promover un arte que no es incómodo, y yo hago un arte incómodo”.

Más información sobre el proyecto Los selfies que eliminamos, de Cristina Núñez aquí.