CIUDAD DE MÉXICO, México—Me dijo que se llamaba Brenda. Cuando la conocí, llevaba 20 años en la prisión de Pavón, en las afueras de la ciudad de Guatemala.
Cuando ella tenía poco más de 30 años, explicó, estaba casada con un narcotraficante llamado Sergio, quien fue asesinado. Un riesgo profesional. Los excolegas de él se acercaron a ella con una nueva idea de negocio criminal: una red de secuestro.
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“Tenía curiosidad por saber cómo se hacían las cosas”, dijo ella.
“Quería saber cómo se sentía. Quería sentir que mi vida estaba en riesgo. Me gustaba el peligro”.
Guatemala estaba experimentando una especie de bum de los secuestros en ese momento, y Brenda, quien ahora tiene 54 años, le restó importancia al papel que realmente desempeñó dentro de la organización criminal. Sin embargo, ese día después de salir de la prisión, investigué un poco sobre ella y la pandilla a la que no solo perteneció, sino que fue su líder durante un tiempo. Finalmente, su grupo delictivo fue desarticulado por el FBI después de que pidiera 25,000 dólares para liberar a una rehén estadounidense.
“Jamás esperamos que nos fueran a atrapar porque pensábamos que estábamos haciendo las cosas muy bien”, se rio entre dientes. “Resulta que las estábamos haciendo mal”.
Una de las compañeras de prisión de Brenda en Pavón también habló conmigo. Su narrativa fue muy diferente. Gloria, de 46 años, me dijo que un día un hombre llevó a una anciana a su casa, ya que ella rentaba sus habitaciones. El hombre pagó por una habitación para la mujer, que él dijo que era su suegra, y le pidió a Gloria que la cuidara, lo que ella hizo con toda diligencia, según dijo ella. Alimentó y bañó a la mujer, quien nunca se quitó la venda que llevaba en los ojos: su “yerno” le dijo a Gloria que la mujer se había sometido recientemente a una cirugía ocular.
A los pocos días, la policía tocó a su puerta. Rescataron a la mujer y acusaron a Gloria de secuestro.
“Solía bañarla y alimentarla, pero ella nunca me dijo nada porque pensaba que yo era parte de ellos”, dijo Gloria, quien afirma que no tenía idea de que su huésped era una rehén.
Me impresionó la historia de ambas mujeres. La historia de victimización de Gloria, si es verdad, se ajusta al estereotipo de las mujeres en el crimen: victimizadas, cooptadas, obligadas por hombres malos a participar en actividades delictivas. Pero la historia de Brenda, en la que podía ejercer su voluntad y estaba a cargo, era sorprendente, real y algo que rara vez se ve en las narrativas comunes, que tienden a presentar a las mujeres criminales como ella como excepciones sexys y aborrecibles.
Brenda fue franca acerca de las decisiones que había tomado.
“Creo que la mayoría de nosotras aquí sabíamos lo que estábamos haciendo”, dijo. “Nunca he culpado a nadie más que a mí misma. Soy dueña de mis malos actos”.
Brenda fue una de las docenas de mujeres con las que me encontré mientras investigaba esta serie, parte de un proceso de descubrimiento que muestra cómo las filas del crimen organizado, de hecho, tienen mujeres a todo lo largo de su estructura. Dado que cubrí el tráfico de drogas y sus consecuencias en América Latina durante casi dos décadas, me llamó la atención la falta de historias sobre las mujeres del bajo mundo criminal. En resumen, esas mujeres parecían no existir.
Hasta que empecé a buscarlas.
Hay ocho nombres en el acta de acusación que ayudó a enviar a Joaquín “El Chapo” Guzmán, el narcotraficante más famoso del mundo, a prisión de por vida. Uno de esos nombres es Guadalupe Fernández Valencia, la única mujer en una lista de acusados donde todos los demás son hombres. Sin embargo, si la buscas en Google, solo encontrarás poco más de un par de noticias sobre su declaración de culpabilidad y posterior sentencia.
Pero Guadalupe estaba lejos de ser la única. Empecé a buscar más, y rápidamente encontré a varias mujeres integradas en el crimen organizado en toda América Latina. Estas mujeres no eran simples soldados rasos, sino líderes en sí mismas. Eran “Las Patronas”.
“Al igual que en los negocios legítimos, donde hay mujeres en todo el mundo que son directoras ejecutivas, de la misma manera hay mujeres en todo el mundo que son directoras ejecutivas o jefas de organizaciones de tráfico de drogas o que desempeñan roles muy importantes en esas organizaciones”, dijo Steve Fraga, quien durante 30 años fue un agente de la Administración de Control de Drogas (DEA) estadounidense, enfocado en América Latina.
Encontré a Sebastiana Cottón en Guatemala, una traficante campesina que llegó al poder dentro de una mafia compuesta por hombres. Junto con ella, estaba Marllory Chacón Rossell, que se encuentra entre los narcotraficantes más prolíficos que haya visto América Latina. (Esas son palabras de la DEA, no mías). También estaba Digna Valle, una matriarca del narcotráfico en Honduras que era el rostro femenino del brutal Cártel de Los Valle. Las hermanas Lemus en las zonas rurales de Guatemala fueron una fuerza a considerar, formidablemente violenta, que convirtió la política local en un deporte de combate. La lista continúa.
La mayoría de ellas fueron denominadas “la Patrona” en algún punto de sus historias criminales, ya sea por los medios de comunicación o las fuerzas del orden, lo que sugiere una sorprendente falta de imaginación para crear apodos para las mujeres en el mundo del crimen organizado.
Hoy en día, la comprensión del papel de las mujeres en el crimen organizado es profundamente limitada. “Falta la mitad de la foto”, me dijo la Dra. Felia Allum, profesora de la Universidad de Bath que ha investigado exhaustivamente a las mujeres de la mafia italiana.
En visitas a las cárceles de la región, encontré mujeres tras las rejas por todo tipo de crímenes, desde tráfico de drogas y armas hasta secuestros y asesinatos por encargo.
“Definitivamente hay un problema con cómo concebimos y vemos este mundo desde el exterior. Tenemos nuestras propias perspectivas y ese es un grave error”, dijo Otto Argueta Ramírez, investigador de género, crimen y pandillas callejeras de Centroamérica. “Estoy convencido de que [nuestra falta de comprensión del papel de las mujeres en el crimen] tiene mucho que ver con la perspectiva de quienes hacen las investigaciones”.
La comprensión generalizada de las mujeres dentro del crimen organizado está estancada en la década de 1950, y se basa en un estereotipo obsoleto de que las mujeres no se dejan seducir por el poder, las riquezas y el riesgo que ofrece la vida delictiva. Que las mujeres no tienen la misma ambición, deseo de poder o necesidad de triunfar que sus contrapartes masculinas. Y que, como género, las mujeres son incapaces de ser crueles, de cometer delitos, de la misma manera que se espera que los hombres lo hagan para progresar. La iniciativa que las mujeres muestran cada vez más en las economías y sociedades legales del mundo está siendo ignorada cuando se presenta en el ámbito del crimen organizado.
“¿Esta idea de que las mujeres no son violentas? Bueno, sí lo son”, dijo Ramírez. “Las razones que tengan para serlo son otra cuestión. Podría ser algo defensivo o de poder, pero la mujer tiene capacidad para la violencia. Los estudios que toman esto como un asunto de victimización son un problema porque no nos permiten ver las cosas como realmente son”.
De hecho, lo que descubrí es que algunas mujeres, sometidas a las restricciones de la sociedad y privadas de oportunidades para prosperar profesionalmente en entornos latinoamericanos convencionales, descubrieron en el mundo del crimen una oportunidad de obtener ganancias y avanzar. Muchas, para bien o para mal, no dejan pasar esa oportunidad.
Al centrar la atención en estas mujeres, en lugar de en los hombres con los que están asociadas, surge una nueva y más completa versión de las guerras de los cárteles.
Este reportaje contó con el respaldo de la International Women’s Media Foundation.