Había chavales que lo hacían, al menos eso se rumoreaba por el colegio: un grupo de unos cinco chavales de la escuela se reunía en casa de uno de ellos mientras sus padres estaban trabajando y se sentaban en el sofá —uno al lado de otro—, se sacaban las pollas y se masturbaban viendo una película porno; todos juntos, en comunidad. En armonía. Un espectáculo grotesco y maravillosos a la vez; fuego helado, hielo ardiente.
Supongo que es algo que tiene muchos nombres, llamadlo cómo queráis: “pajas en grupo”, “el club de la paja”, “las tardes del onanismo”, “las masturba-sesiones”, lo que sea. La verdad es que en su momento —y aun también en la actualidad— era algo que me inquietaba mucho.
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Siempre se ha dado como sobreentendido que los hombres tienen más impulsos que no pueden controlar; entonces es más normal que aprendan y se masturben en grupo
¿Por qué coño lo hacían esos tipos? Bueno, es evidente, querían masturbarse pero, ¿por qué en grupo? ¿No les producía cierta, digamos, incomodidad?
Hasta donde yo sé, para la mayoría de personas, correrse rodeado de colegas no es lo más agradable del mundo. Está claro que son tus amigos y hay mucha confianza pero una cosa es pintar figuritas de plomo de Warhammer 40.000 con ellos mientras fumáis porros y otra muy distinta es sacarte la polla y masturbarte delante de una pantalla.
Sé que en mi colegio había varios grupos de chicos que lo hacían pero la vida me ha alejado mucho de esas personas y, para encontrar respuestas a mi eterna duda, no era plan de llamarles y asediarlos con un “ei muy buenas, soy Pol Rodellar, compañero de clase tuyo, ¿te acuerdas de mí? El caso es que ahora estoy trabajando para VICE y estoy haciendo un artículo sobre preadolescentes que se masturbaban en grupo, tú lo hacías, ¿no? Por cierto, ¿cómo te va la vida?”.
Como esta era una opción un poco incómodo decidí preguntar primero a Elena Crespi, psicóloga y sexóloga especializada en adolescentes.
“Es algo que sobre todo hacen los chicos porque la visión que tenemos de la sexualidad masculina siempre ha sido mucho más abierta —aunque siempre hayan recibido mensajes sancionadores— y siempre se ha dado como sobreentendido que los hombres tienen más impulsos que no pueden controlar; entonces es más normal que aprendan y se masturben en grupo”, me comenta Crespi.
Es como una complicidad muy masculina, el ‘nos hemos masturbado juntos; hemos aprendido juntos’
Una parte importante del hecho de masturbarse en grupo es la curiosidad, el hecho de ver las nuevas pollas peludas de tus compañeros y observar sus corridas mientras tú aún posees un pequeño pene pueril totalmente inoperativo a nivel reproductivo. Es esta función divulgativa el motor de las pajas en grupo, ese hecho de proyectarse uno mismo hacia ese futuro incierto que será la pubertad.
Según Crespi, “posiblemente es como una complicidad muy masculina, el ‘nos hemos masturbado juntos; hemos aprendido juntos’ creo que al principio es de mucho cachondeo pero que realmente los chicos lo hacen para aprender, para compararse y en el fondo esto ayuda a tener cierta complicidad que a lo mejor las mujeres no tienen porque no lo hacen tanto”.
Sin dudar en ningún momento de las palabras de Crespi decidí preguntar a varios de mis conocidos contemporáneos para ver si de preadolescentes hacían este tipo de olimpiadas onanistas y por qué; la verdad es que encontré bastantes —cosa que hace que me preocupe un poco por mi poco aventurada preadolescencia.
Era lo típico de que había uno al que le habían salido pelos y querías verlo. O que ya se corría y querías verlo
Lamentándolo mucho, todas estas personas prefieren mantener el anonimato por razones evidentes. Aun así, considero que sus experiencias en primera persona pueden resultar francamente interesantes para todas aquellas personas que quieran indagar y bucear en este extraño pero común mundo de las sesiones de pajas masculinas.
“Era bastante común entre nosotros sí. Era lo típico de que había uno al que le habían salido pelos en el rabo y querías verlo. O que ya se corría y querías verlo, claro. Yo entonces no me corría. Era intrigante para mí. Yo recuerdo que tenía orgasmos pero no me corría. Era algo impactante si lo piensas ahora”.
Otro testimonio me cuenta una historia curiosa donde se demuestra hasta dónde pueden llegar las ganas de masturbarse de un pequeño chaval, una fuerza más potente que la gravedad: “más o menos cuando teníamos doce años algunos chavales hacían una barricada en la puerta del comedor del colegio —con sillas— y luego cada uno se edificaba un rincón con mesas y otras cosas y se la pelaban ahí mismo. En esa época la mayoría ni eyaculaban. Las tías se encerraban en la clase de al lado porque sabían lo que estaba pasando y miraban a través de la ventana cómo los chicos se masturbaban”.
La sexualidad femenina siempre se ha vivido con mucha más intimidad, con mucho más secretismo y silencio
Me parece algo muy curioso el hecho de que sea una actividad meramente masculina, sobre todo viendo la curiosidad que algunas chicas —¿niñas?— sentían hacia estas mismas prácticas.
Vuelvo a preguntarle a Elena Crespi. Según ella “la sexualidad femenina siempre se ha vivido con mucha más intimidad, con mucho más secretismo y silencio”. En los talleres que realiza sobre educación afectiva y sexual, las chicas no hablan tan abiertamente como los chicos sobre masturbación. Ellos hablan con toda naturalidad sobre el tema y no les resulta incómodo hablar sobre el tema, de hecho, se sobreentiende que se masturban.
“Yo no he conocido a ningún chico —en once años que llevo trabajando en temas de sexualidad— que como mínimo no haya probado a masturbarse. En cambio he conocido a muchas chicas que no lo han hecho y que, aún a día de hoy, no lo hacen; la sexualidad femenina siempre ha quedado como más escondida, más reducida al ‘parece que no existe’ y, realmente claro, sí que existe”.
No era nada homosexual ni nada de eso, era para ver cómo lo hacían los demás o cómo era su polla
Un camarada que realizaba sesiones onanistas en las casas de los padres de sus colegas me comenta que “las tías no lo hacían, de hecho, ya de mayor, cuando dejamos el cole y empezamos a tener relaciones sexuales con ellas, les preguntábamos explícitamente por el tema de las pajas comunales y siempre nos decían que nunca llegaron a hacerlo”.
Una de mis grandes dudas era si durante estas sesiones los chavales se limitan a tocar su pincel o si, por lo contrario, cruzan las manos en una suerte de ejercicio de trueque masturbatorio.
Crespi me comenta que lo más normal es que “durante estas masturbaciones en corrillo cada chico toca su pene, es como que ‘nos podemos masturbar juntos y eso no significa nada pero si nos tocamos ya estamos como transgrediendo ciertos límites’”.
Aun así, un colega que de pequeño se hacía pajas en grupo me comenta que “nos poníamos en círculo y cogíamos la polla del de al lado. Incluso había gente que le hacía una paja a otro para después recibir él una paja a cambio. No era nada homosexual ni nada de eso, era para ver cómo lo hacían los demás o cómo era su polla. Algunos no teníamos ni semen aún. Los que tenían, nos lo enseñaban. Era por curiosidad pero la verdad es que también era algo bastante sin sentido, pajas a cambio de pajas. Sobre todo era el factor curiosidad, teníamos catorce años y estábamos experimentando y conociéndonos”.
Muchas veces estas reuniones pasan de la curiosidad y el aprendizaje al mero entretenimiento
Siempre que he hablado de este tema es bajo un prisma heteronormativo, la idea es masturbarte rodeado de gente cuya sexualidad no te parece atractiva pero claro, siempre ha habido casos de homosexuales que se encontraron dentro de estos clubes, es más, que incluso incitaban a sus compañeros a hacer estas quedadas de estandartes de carne.
Me comenta un testimonio anónimo que a los diez años fue “de viaje de fin de curso y había un chaval que sabía cómo funcionaba esto de hacerse pajas. Así que le pedí que me hiciera una paja para enseñármelo pero se negó. Más tarde, a los quince años, les dije a mis amigos que vinieran a mi casa para ver los vídeos porno que mi padre tenía escondidos, los que quedaban grabados después de la última peli del Canal+. Todos se rajaron excepto uno, aunque algunos se quedaron a mirar. Debo decir que en aquel momento nadie sabía que yo era homosexual. Yo con verle el rabo al colega ya tenía suficiente, y la verdad es que tenía una buena herramienta el tío”.
Fuera de estas experiencias homosexuales, la mayoría de testimonios me comentan que “éramos todos muy amigos y no había atracción sexual de unos a otros, todo era como muy inocente”.
Muchas veces estas reuniones pasan de la curiosidad y el aprendizaje al mero entretenimiento. Según Crespi, se hacen “juegos de competición para ir más deprisa, quién llega más lejos pero normalmente cada uno toca su propio pene”. Este tipo de curiosidades de las capacidades del propio pene (tamaño, nivel de vello, velocidad, distancia de la corrida…) son bastante comunes en todas las historias que me han llegado a contar. “A veces hacíamos competiciones, a ver quién se corría antes. Una vez en los vestuarios de la piscina, éramos como veinte chavales, dos se pusieron a competir en medio de un círculo, bastante épico”.
¿Cuál es la localización de todas estas historias? Hay de todo, desde la piscina de la historia de más arriba hasta casas y cabañas: “teníamos una parte de una cabaña destinada exclusivamente a hacernos pajas. Fumábamos cigarrillos y nos hacíamos pajas. Fue una época corta. Lo de la cabaña era entre colegas, de gente cercana; bicicletas, bosque, pitillos y pajas. Teníamos como catorce años. Dicho así suena bastante white trash“.
Curiosamente esta actividad se concentra en uno o dos años concretos de la vida de un adolescente occidental, más o menos de los doce a los catorce años
“Generalmente íbamos al vídeo club a esperar a que algún chaval de dieciocho años conocido del barrio nos hiciera el favor de alquilarnos una peli. Luego nos íbamos a casa de alguno (al ser fin de semana, los padres estaban fuera) y le dábamos al play y todos nos poníamos alrededor de la mesa cascando fuerte. Nos hacíamos como diez pajas, era muy exagerado, horas y horas. La cosa duró unos dos años. Hacíamos reuniones en casa o casas de amigos, pelis porno y ¡paaaam! Durante un tiempo (de los doce a los catorce años) creo que fue el único plan de las noches de los fines de semana”.
Curiosamente esta actividad se concentra en uno o dos años concretos de la vida de un adolescente occidental, más o menos de los doce a los catorce años, coincidiendo con la llegada del semen y la irrupción de los primeros pelos púbicos.
“Recuerdo una época que lo hacíamos casi a diario, antes de entrar en clase. Nos juntábamos en los vestuarios del gimnasio de la escuela y le dábamos. Nos sentábamos por allí, como en círculo, no recuerdo muy bien de qué hablábamos pero cada uno se la tocaba y a veces, pues eso, incitábamos a los que ya se corrían a que lo hicieran y nos lo enseñaran. La cosa duró como un año, un año muy intenso. Creo que sería o primero o segundo de ESO. Era la época en la que también comprábamos revistas porno a medias. Recuerdo tener una Private y una Magnum, de hecho algunas de las modelos las tengo todavía grabadas”.
Actualmente parece que los adolescentes se encierran más en su habitación y se conectan a internet, donde tienen acceso a un montón de material pornográfico para poder masturbarse en la intimidad
Si hablamos de chicos masturbándose en manada parece que hubo una época clave en la que resultó un fenómeno bastante popular, al menos en España: los noventa.
Según Crespi, durante esa época se hacía muchísimo porque no se tenía tanto acceso a material gráfico y por lo tanto el poco que se tenía se compartía. La sexóloga afirma que “antes se quedaba para ver la revista que se había robado del padre; o se cogía el VHS que se había pillado de casa o, quien tenía el Canal+, quedaba con los colegas para ver la porno del viernes por la noche cuando los padres se habían ido de casa”.
Actualmente parece que los adolescentes se encierran más en su habitación y se conectan a internet, donde tienen acceso a un montón de material pornográfico para poder masturbarse en la intimidad. Aun así, se sigue haciendo, quizás no se habla tanto del tema pero sigue siendo algo común ya que en los talleres sobre educación afectiva y sexual que realiza la sexóloga “cuando se habla sobre el tema de las pajas en grupo”, comenta Crespi, “siempre se despierta cierto halo de complicidad entre los chicos, como diciendo que la práctica sigue viva”.
Siempre me había imaginado que la existencia de estas prácticas se lleva con cierta cautela. En mi colegio sabíamos que sucedía pero tampoco teníamos muy claro quién estaba involucrado en estos aquelarres ni dónde se daban lugar. Por lo que parece hay de todo pero por lo general los integrantes de estas actividades no juegan precisamente al secretismo. “Éramos un puto club, hasta llegamos a rechazar a gente. Era algo que sabía todo el barrio, existían varios ‘clubs’. Los chicos del cole, los de rugby, etcétera”.
Crespi me comenta que “entre chicos y entre jóvenes es algo que se dice pero tampoco se presume mucho, más que nada para que no se entere un círculo demasiado amplio como familiares, padres y personas que no tocaría que se enteraran”.
Otro testimonio me asegura que “era algo que se comentaba pero siempre había como un halo de secretismo”. Entiendo que no es algo que uno quiera que se sepa pero supongo que también entra en juego un sentimiento fuerte de hermandad, de pertenecer al selecto “club de las pajas”. En definitiva, debe de ser algo que une a sus participantes, una especie de pacto de sangre (o de semen) secreto.
Comparábamos técnicas, tamaños, etcétera, el tema era ver a los demás cómo cambian y poner las cosas en común
“Entre los tíos lo comentábamos bastante. No nos importaba demasiado mantenerlo en secreto pero creo que sí que sentíamos un poco de orgullo. Recuerdo que reíamos y nos lo pasábamos bien, no era algo oscuro”.
Fuera de hermandades, competiciones u hormonas desbocadas, todas las historias tiene un punto en común, esa idea de descubrimiento y aprendizaje. “Supongo que lo hacíamos para aprender porque recuerdo que a casi nadie le salía leche todavía, yo fui uno de los últimos en eyacular. Comparábamos técnicas, tamaños, etcétera”. En definitiva, “el tema era ver a los demás cómo cambian y poner las cosas en común”.
Pero aún me quedaba una última duda. ¿Es este “club de las pajas” algo que caduca al terminar la adolescencia o por lo contrario puede ser algo que dure eternamente hasta la vejez? ¿Tiene aún algo que aprender o descubrir una persona que lleva 50 años manipulándose los genitales?
Según Crespi no es algo muy habitual y de hecho, si se hace, es bajo otra óptica. “Seguramente no sucede de manera tan habitual como cuando lo hacen los chicos y si hay gente que lo hace ya seguramente serán personas que van a sitios más especializados, de personas que puedan ser exhibicionistas o que les guste mirar, ser más voyeurs. Este tipo de prácticas existen pero seguramente ya es en un circuito más controlado y no como parte del aprendizaje si no como un juego erótico más”.
Puede que tú formaras parte de uno de esas sectas del rabo o puede que te llegaran rumores durante tus años de aprendizaje. El caso es que era algo que existía y que, mientras los chicos sigan teniendo pene, seguirá existiendo hasta el final de los tiempos.
Mira a tú alrededor, todos estos niños que caminan por la calle puede que se estén dirigiendo ahora mismo hacia el siguiente “club de la paja”.