Música

La imparable escena rave de La Mancha

Escena rave de La Mancha

*Se han cambiado los nombres de los entrevistados y omitido los nombres de los colectivos a los que pertenecen para mantener su anonimato y evitar repercusiones legales.

A veces, uno sabe dónde va a tener lugar y se llega tras conducir unos minutos por caminos sin asfaltar. Otras, hay que sacar la cabeza por la ventanilla e intentar escuchar de dónde podría venir la música de la rave. Más fácil puede ser si vas, como yo, en la misma furgo que el equipo de sonido que se va a montar.

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Por suerte para los demás, la llanura y las redes sociales de La Mancha nos lo ponen fácil, y es que desde hace unos años el sur de Castilla-La Mancha se ha empezado a repoblar de fiesteros. Esta tierra de viñedos y secarrales infinitos es menos conocida que Granada, Barcelona o Madrid, pero lleva desde 2004 reclamando su puesto entre los principales destinos raveros de España. Ciudad Real y Albacete —Toledo y Cuenca vivieron tiempos mejores— llevan años creando una atmósfera óptima para el surgimiento y propagación de lo que es un estilo de vida para muchos: el movimiento free party (o free tekno). Una forma de ocio gratuita y libre que, en los tiempos que corren de vigilancia invasiva y capitalismo salvaje, debe ser entendida como un modo de resistencia política.

Rave de fin de año, 2016

Resistencia, sí, porque se trata de recuperar un espacio en el que los jóvenes creen comunidad más allá de lo que se ofrece institucionalmente, que supere esos ambientes donde las relaciones ya están prediseñadas y acotadas. Un movimiento que pretende ofrecer diversión de forma gratuita, sin ánimo de lucro por parte de aquellos grupos de jóvenes y no tan jóvenes que están consagrados a esta lucha nada silenciosa.

Hablando con miembros de distintos colectivos de la zona de Albacete, Toledo y Ciudad Real, nos podemos hacer una idea de cómo está la escena rave ahora mismo por las tierras manchegas y cómo ha ido evolucionando desde que apareciese su máximo exponente, el festival Viñatek, o lo que es lo mismo, un asentamiento de entre una y dos decenas de raves que se dan cita todos los años de forma paralela al festival Viña Rock y cuya duración se extiende por más de una semana. Un evento que sin duda ha sido decisivo para poner a La Mancha en el mapa ravero como un referente nacional, además de contar —por el momento— con la aprobación de las autoridades locales.

Todos coinciden en que “hablar de rave en La Mancha, y en especial hablar de drum & bass, es hablar de Kripton Industries“, como nos dice Alberto, uno de los veteranos en la escena en Albacete. Procedentes de Campo de Criptana (Ciudad Real), el colectivo manchego se ha encargado durante más de 12 años —llevan en ello desde el 2004— de dar a conocer la llanura en el resto de España y es un ejemplo a seguir para los nuevos Sound Systems que han surgido en este territorio. La escena rave en La Mancha surge con ellos y otros pequeños colectivos que se movían por la zona en 2004. Para los colectivos de la zona, Ciudad Real se ha convertido en “la cuna del movimiento rave gracias a los Kripton Industries”, asegura Sofía, una de las protagonistas de la escena de esa provincia.

Desde 2015, gracias a la aparición de nuevos colectivos comprometidos con el mantenimiento y expansión de la cultura rave, estas tierras están viviendo un resurgimiento, “después de pasar por unos años algo oscuros en los que surgieron colectivos que no respetaban el movimiento”, asegura Sofía, una de las protagonistas de la escena en Ciudad Real desde hace más de una década.

Lost to the river, 2014

Actualmente se celebran varias fiestas al año, algunas más privadas y exclusivas, otras más grandes en colaboración con sounds de otras zonas. Los miembros de Kripton Industries son a veces difíciles de encontrar porque andan de acá para allá por toda la geografía española colaborando con otros colectivos que fomentan la cultura rave en el país.

La escena rave en La Mancha es fuerte aunque todavía no es comparable a la de otros lugares como Granada o Madrid, del mismo modo que, en general, “España no puede compararse con países como Inglaterra, Francia, Bélgica o la República Checa, ni en nivel espiritual, ni de concienciación, ni de libertad de pensamiento”, como dice Héctor*, proveniente de Toledo y miembro de un colectivo manchego. Pero la cosa va a mejor.

De hecho, un par de colectivos en Albacete y uno en Ciudad Real se posicionan ahora como los nuevos embajadores de esta cultura, entendiendo el movimiento free party, con un potente trasfondo espiritual y político de creación de comunidad y como una expresión de libertad en un mundo en el que eso peligra cada día un poco más.

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En algún lugar de La Mancha, 2017

En los alrededores de Ciudad Real puede haber varias fiestas al mes entre raves y eventos en garitos de la capital o localidades de los alrededores, cosa que no está nada mal si tenemos en cuenta que se trata de una zona cuya tradición se ha resumido a la acción de unos pocos sounds y cuyas localidades son esencialmente pequeñas y despobladas. Los fiesteros de la provincia ya tiene fichados a los colectivos más míticos o a los que más fuerte están pegando en el momento actual, y con un poco de atención a las redes sociales uno puede hacerse una agenda bien completa de eventos para bailar. Y si no, siempre nos quedará Córdoba o Madrid, donde normalmente hay más de una rave cada fin de semana.

En el tema legal, las multas pueden ir de los 30.000 a los 600.000 euros además de correr el riesgo de que los equipos, valorados en otros tantos miles, sean requisados por la policía. “Por desgracia yo tengo varios amigos que han sido denunciados con 30.000€, alguno se ha tenido que ir fuera del país y se ha tenido que declarar insolvente”, cuenta Héctor. Sin embargo, el carácter ilegal de estas fiestas hace que mantengan cierto tipo de pureza y carácter contestatario que no se consigue en un festival o una fiesta institucionalmente aceptada. Para Alberto, mientras sean ilegales “seguirán acudiendo a ellas la gente que solo busca buena música, buen ambiente y respeta el entorno”.

El punto medio muchas veces está en utilizar espacios privados para hacer raves: alguien cede un terreno propio y así se evita en gran medida que la policía irrumpa en medio de la fiesta y lo mande todo al carajo. Eso sí, siempre que no haya vecinos a los que molestar. Así se consigue celebrar la rave y mantener todo el carácter free party: naturaleza, entrada libre, decibelios y buen rollo.

En Cuenca —dónde yo misma tuve mis primeros contactos con el mundillo— la escena rave vivió sus años de esplendor en la primera década del 2000, especialmente entre el 2005 y el 2011, y mucha gente de la zona recordará haber estado de rave en alguna cueva o en las okupas más míticas de la ciudad. Por desgracia, el movimiento pegó sus últimos coletazos en el 2015 con alguna fiesta esporádica y ahora mismo se encuentra en paro cardíaco con algunos repuntes, como un pequeño festival que tuvo lugar el pasado carnaval.

Peor es la situación de Toledo, que nunca ha habido una escena fuerte. “Hace diez años se liaban en un pueblo a 8 kilómetros de la capital, pero la policía empezó a parar las pocas fiestas que se hacían y al final el movimiento murió”, dice Héctor*.

Viñatek, 2014

En Albacete, el Antiviña —nombre oficioso del Viñatek— se ha convertido en la personalidad de la zona en cuanto a escena rave se refiere. Es un macro evento legal —se inscribe dentro de la celebración del Viña Rock— se dan cita gentes de toda España pero también de Inglaterra, Francia e Italia, quizás nuestros vecinos más raveros por mérito propio. Los comienzos del Antiviña se remontan a hace unos 11 o 12 años, según distintos colectivos, cuando solo unos pocos amigos procedentes de la zona, o desde Madrid, Barcelona o País Vasco, se atrevían a viajar hasta allí con sus sonidos. “Éramos solo 2 o 3 locos los que nos atrevimos a montarlo y lo largo del tiempo hemos visto cómo el Viñatek ha ido creciendo y creciendo, hasta que ya se ha convertido en parte indispensable del festival y en un mundo aparte, como una pequeña ciudad”, dice Sofía*.

Este último año, el festival tuvo que ser desalojado por la policía al alargarse un par de días más de lo previsto, pero es normal que nadie quiera marcharse de ese paraíso de polvo y lonas de plástico, decibelios y, en general, del buen musicote que es el Viñatek. Referente a nivel nacional —e internacional— y una cita imperdible para numerosos colectivos, algunos ven en él un gran inconveniente: se trata de un apéndice que ha crecido a la sombra de un festival de rock, y aunque cada año es más gente la que directamente pasa de comprar su abono para el Viña y acude solo al antifestival, no se puede obviar que un gran número de las personas que asisten a estas raves son ajenas al movimiento y la cultura free party. “La mayoría de la gente no pertenece a un ambiente de festival, se quejan de la música y lo dejan todo lleno de mierda”, me cuenta Héctor*, que lleva 12 años en el mundillo. Esto choca diametralmente con una de las máximas de esta cultura, que es la del impacto cero, o sea, tratar de dejar la zona totalmente libre de basura.

Viñatek, 2014

Claro que en un festival de las dimensiones del Viña Rock es complicado pretender que no haya unos niveles de basura considerables, pero este año en particular la acumulación de desperdicios ha sobrepasado los límites. “Después de cinco días de lluvias, cuando la gente empieza a levantar el campamento se te queda muy mal cuerpo al ver toda la basura que se queda atrás. No solo por conciencia social, sino por que ésta es la juventud que quiere luchar contra el cambio climático” me cuenta Rodrigo, un asiduo del Viña Rock y residente en Albacete. “Sí es cierto que había mucha más basura en la zona de camping que en la de las raves y que, al fin y al cabo, el Ayuntamiento de Villarrobledo tiene contratado un servicio de recogida de basuras para el festival, pero esto no es excusa para que la gente se comporte como unos guarros”, añade.

Desde los colectivos se hace hincapié en la necesidad de mantener los espacios naturales limpios, para así poder seguir disfrutándolos durante muchos años más. Todos los entrevistados para este artículo ponen el acento en los valores que promueve el movimiento P.L.U.R. —acrónimo para Peace, Love, Unity and Respect— como parte indispensable de la cultura free party. Estas fiestas son un espacio libre en el que crear comunidad basándose en el respeto mutuo y al medio ambiente, y la unidad por unos ideales que defienden el derecho humano a festejar, bailar, pasarlo bien y disfrutar de distintos tipos de música que se alejan de lo comercial sin tener que dejarse el sueldo. “Para mí es poder disfrutar de la música que me gusta en plena naturaleza, conociendo a personas a las que les gusta lo mismo que a mi, compartiendo momentos únicos, y sobre todo teniendo el tiempo que nosotros o quiénes monten la free party establezcamos. Es una vía de escape del mundo que nos rodea, con tantas responsabilidades, tareas y horarios que cumplir”, dice Sofía* . Amén a eso.