En 1993, Canal+ emitió un documental que tuvo mucha más repercusión de lo que sus autores se hubieran imaginado nunca. El docu se titulaba Hasta que el cuerpo aguante y mostró por primera vez a todo el país una movida que llevaba años ocurriendo en Valencia. Un circuito de discotecas que durante un tiempo estuvieron al nivel de Berlín pero que en aquellos momentos estaba al borde de la decadencia.
Aquél docu era lo que menos necesitaba aquella escena, porque aunque es verdad que la forma en la que que se trataba el fenómeno no era especialmente sensacionalista, sí es cierto es que a raíz de aquella emisión y de sus imágenes de parkings de discotecas con peña hasta las cejas a las tantas de la mañana, se desencadenó un ruido mediático impresionante, los medios acuñaron el término “Ruta del Bakalao”, miles de jóvenes fueron a Valencia y todo lo que había de bonito en aquellas discotecas perdidas en medio de campos de naranjas se fue diluyendo gracias al afán de sacar tajada de empresarios a los que el arte les interesaba bastante menos que la pasta.
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¿Qué fue realmente lo que ha venido en llamarse la “Ruta del Bakalao”, esa rareza extraordinaria que pasó entre los 80 y los primeros 90 en el Levante español? Para responder a esta pregunta, lo mejor evidentemente es hablar con los que la montaron, las personas que estuvieron allí. Y eso es lo que ha hecho Luis Costa durante los últimos años, una inmensa ronda de entrevistas que ha dado como resultado su nuevo libro “¡Bacalao! Historia oral de la música de baile en Valencia, 1980- 1995” y que acaba de editar la editorial Contra.
En sus páginas, protagonistas de aquello como los DJs Toni “el Gitano”, Juan Santamaría, Carlos Simó, Vicente Pizcueta o Kike Jaén, promotores e incluso también simples fiesteros de a pie, nos cuentan de primera mano la historia de todo aquello desde sus inicios hasta su ocaso. Estoy seguro de que muchos de vosotros os sorprendereis de cómo eran aquellas fiestas, sobre todo los que os esperéis un extravagante delirio en plan Chimo Bayo. Justo antes de navidad quedamos con Luis para que nos contara algunas cosas sobre su libro.
VICE: Hola Luis. Lo primero que me ha llamado la atención de los inicios de la movida en Valencia es que todo parece muy casual, son camareros o aficionados a la música que un día se encuentran delante de unos platos. O que comienzan un día poniendo música en las fiestas de una falla y a los dos meses están en la cabina de una discoteca. Los discos los compran en tiendas de electrodomésticos y hasta en una tienda de lámparas. ¿Por qué crees tú que nace todo este movimiento en Valencia?
Luis Costa: De entrada puede parecerlo, pero no es nada casual. Los que podríamos considerar como pioneros en el arte del DJ -no sólo en Valencia, sino en toda España-, lo llevan dentro. Son apasionados de la música, gente con una gran sensibilidad, son locos por la música. Y ese punto de locura es lo que les lleva a arriesgar e innovar desde la total libertad de crear, prácticamente desde cero, una moderna escena de clubs en la que todo está por hacer. Ese entusiasmo les empuja a crear una vanguardia de la que serán protagonistas desde las cabinas de sus discotecas. Son inicios rudimentarios si se quiere, pero desde una perspectiva muy moderna para la época.
También es algo muy rural casi todo el tiempo, salvo alguna excepción. Campos de naranjos convertidos en macrodiscotecas. La gente de Valencia pilla el coche cuando cierran los garitos de la ciudad y se va para allá. ¿Por qué crees que la auténtica movida de vanguardia que hace legendarios aquellos años no surge en Valencia capital?
Sus orígenes habría que situarlos en Benidorm y en parte también en Valencia ciudad, con discotecas como Oggi o Metrópolis, con DJs como Juan Santamaria, Ivan “Abailar” o Emilio Ruiz, entre otros. Pero es cierto que el giro radical se empieza a dar en Barraca y luego en Chocolate, que vienen siendo discotecas de veraneo en ese momento. Son lugares frecuentados por extranjeros que en ese momento introducen inputs de modernidad, que contrastan con el inmediato pasado gris del país. Un lugar donde la modernidad de Valencia se siente a gusto. El entorno rural y aislado, entre onírico y mágico, da unos aires de libertad y clandestinidad que en la ciudad no se pueden recrear.
Otra cosa que me ha sorprendido mucho es el nivel de fiesta que había en los tiempos en los que empieza la ruta. Estamos hablando del año 77, 78 o incluso antes. Juanito “Torpedo” dice al principio del libro que “Entre semana en Valencia las discotecas abrían todos los días, por la tarde y por la noche. Todos los días del año. Y se llenaban. Cuando se cerraban los pubs a la una o las dos, la gente entraba en las discotecas y aguantaba hasta las 5 o las 6 de la mañana”. ¿Quién era aquella gente? Al principio es algo minoritario, para enterados, modernos, canalleo y gente del underground, pero luego aquello explotará en pocos años. Es un momento de prosperidad económica en el país, sobre todo los 80, había pasta para salir y pasarlo bien, y la gente lo aprovechaba. En los 70, el Levante es una zona de veraneo que atrae a gente de todas partes del mundo, con Benidorm como foco principal, con discotecas alucinantes como Penélope, con capacidad para 8.000 personas o Cap 3000, para 3.000. Es cierto que muchas abrían todos los días, pero sobre todo en verano, que en aquella zona se estira de abril a octubre según cómo. Este escenario digamos que prepara la explosión de vanguardia y fiesta de los ochenta.
Después de haber hablado con casi todos los implicados, ¿crees que existe un gen valenciano para la fiesta?
Sinceramente, creo que sí, el valenciano tiene una predisposición y facilidad innata para la fiesta, lo llevan dentro. Según cómo, pueden llegar a ser excesivos, las fallas son un claro ejemplo de todo esto. Pero también es cierto que son muy musicales, son gente con una gran sensibilidad y cultura musical, y esa es la clave de la riqueza de aquella escena. La fiesta por la fiesta no, la fiesta de calidad, siempre.
A finales de los 70 y primerísimos 80, todos los nuevos DJs se encuentran con un sistema muy establecido en el funcionamiento de las discotecas. Todo el mundo pinchaba entonces música disco e iba intercalando con “las lentas” para que la peña se pudiera dar el lote. Es la primera barrera que tienen que ir rompiendo. Los nuevos DJs como Juan Santamaría, Carlos Simó o Jorge Albi, que comienzan a pinchar “música blanca”: Nina Hagen, The Clash, The Damned, Ian Dury y posteriormente toda la música new romantic… Música muy diferente al funky y al disco que se solía poner entonces en las discotecas. Vale, mi pregunta es, ¿quién iba entonces a estas fiestas?
Depende, cada discoteca tenía su estilo. En Valencia ciudad, a Oggi por ejemplo, a finales de los setenta, iba lo mejor de cada casa, según su DJ Juan Santamaría, donde se presentaba cada dos por tres la famosa Sección 25 de la Policía Nacional. Santamaría pincharía luego en Metrópolis y en Distrito 10, discotecas con un ambiente más pijo. Fuera de la ciudad, lugares como Cañas y Barro o Calavera, tenían un ambiente más underground. Toni “el Gitano”, relata en el libro el ambiente de tribus urbanas en el año 80 en discotecas como Gigoló o Hiedra, uno de los primeros after hours del país. Skins, punks, psychobillys o rockers, se reunían allí en campo neutral, sin ningún tipo de problema. Barraca es la primera que tiene un público más variopinto y mezclado, con los primeros modernos de la ciudad, diseñadores de moda como Montesinos o Guayquemola, acciones teatrales de colectivos como los Putreplastics y el primer ambiente gay de noche.
¿Cómo se acaba consiguiendo cambiar la mentalidad del público que acaba flipando con esta música?
Los tres primeros años de la escena, a partir del año 80, sientan las bases. El público se va adaptando poco a poco a las nuevas tendencias que van entrando. Juan Santamaría recuerda en el relato la escena de Metrópolis en el 81 cuando pinchó “O Superman” de Laurie Anderson, con la sala llena: se vació la pista y todo el mundo se fue a la barra. Flipaban con el tema, pero no sabían cómo bailar aquello. Y allí estrenó también el “Alice“, de Sisters of Mercy, me puedo imaginar el impacto que debió tener ese tema en ese momento. En 1983, con la inauguración de la tienda especializada en vinilos de importación Zic Zac, la música empieza a circular con fluidez y Barraca, Chocolate y Espiral están a pleno rendimiento. En el 84 abre Pachá Auditorium y en el 85 Isla, y la cantidad y nivel de los conciertos en valencia será apabullante. El público valenciano en ese momento ya la toca mucho, conocen los grupos porque los ven en directo y luego los bailan en las discotecas. La escena se retroalimenta continuamente. Cuando en las navidades de 1985 inaugura Spook y al cabo de un año se descubre a la figura de Fran Lenaers, aquello explota.
Háblame un poco sobre Lenaers y sobre la figura del DJ en aquél momento. ¿El público sabía quién estaba pinchando?
Lenaers es un fenómeno. Cuando irrumpe en Spook en las navidades de 1984, su particular técnica de DJ, con mezclas largas y ecualizaciones exactas, junto a una cuidada selección musical, supone una auténtica revolución de la escena de baile y crea escuela en Valencia y en España. Tanto Lenaers, como antes Carlos Simó o Toni “el Gitano”, así como después José Conca, Los Gemelos, Arturo Roger, Manolo “el Pirata” o Kike Jaén, tenían muchos seguidores, pero la inmensa mayoría de los fiesteros no los conocía, y el nombre de las discotecas estaba por encima y en primer plano. La gente acudía según el ambiente o la música que allí sonaba, pero sin poner caras concretas a cada una de ellas.
También has nombrado anteriormente a Francis Montesinos y lo cierto es que en el libro va saliendo constantemente, tanto como público de una fiesta (lo que garantizaba que la gente que acudía era cool), como también como organizador de espectáculos o diseñador de locales. ¿Qué importancia tuvo Montesinos en la movida valenciana?
Si, en efecto, Francis Montesinos fue un gran activista e impulsor de la escena de baile, con sus fiestas y desfiles organizados en muchas de las discotecas, como Barraca, Espiral, Spook o N.O.D., sus sonadas fiestas en el parking de esta última son legendarias. Montesinos, junto al también diseñador Guayquemola, el artista Bladi o grupos teatrales como Putreplastics, dotaron a la escena de un marcado componente artístico que contribuyó a ese ambiente de vanguardia que reinó en aquellos días.
Una de las cosas más divertidas del libro, son las anécdotas de noches locas que cuentan los entrevistados. Me encanta la que cuenta Toni “El Gitano” en el que explica que fingió un suicidio delante de todo el mundo el día que murió Ian Curtis y casi se ahorca de verdad. ¿Cuál es tu favorita de todas las que salen?
Todas las de Toni “el Gitano” y las de Nando Dixkontrol son un despiporre. También las de los músicos que relatan sus primeros conciertos en Valencia alucinando con el percal de las discotecas, sus horarios y su público. La verdad es que cada capítulo tiene alguna anécdota que aporta algo divertido o curioso al relato.
La música en Valencia de la época se recuerda fundamentalmente por los DJs, pero también hubo una cantera importante de grupos, bastante desconocida fuera de allí, muy vinculados al new romantic. ¿Me puedes hablar un poco de ella?
Sí, hubo una escena muy vinculada al sonido synth-pop y la estética new romantic, que se ha englobado bajo la efímera Movida valenciana. Su grupo más significativo fue Glamour, que no dejaron de ser un one-hit-wonder, con su canción Imágenes, su único y mayor éxito. Junto a ellos, surgieron otros tantos grupos de onda similar, como Vídeo, Betty Troupe o Los Tomates Eléctricos, pero a finales del 82 aquello se empezó a diluir y la escena musical ya era más pop y rock, o incluso punk.
Un artículo sobre la Ruta no puede evitar hablar sobre las drogas. Durante los 80 es crucial el papel de la mescalina . ¿Hasta qué punto crees que influyó esta sustancia concretamente en el desarrollo de la música en Valencia en aquellos años?
En los años de la posterior y fatídica Ruta del Bakalao, las drogas que circulan esencialmente son el speed y el éxtasis, drogas adulteradas y de mala calidad, que sólo aportan confusión y agresividad a una escena de por sí cada vez más devaluada. No son los años que aborda ¡Bacalao!, escrito con ce, en referencia a la música de importación de calidad de aquellos años 80. En ese contexto iniciático del clubbing, la mescalina irrumpe a principios de los ochenta, en contraste al durísimo impacto previo de la heroína en los 70. La mescalina, compuesta por MDA, debido probablemente a ese oscuro pasado, está vista como una sustancia poco nociva y se recibe con toda naturalidad en el entorno fiestero. Con la distancia del tiempo, y según el relato de los testimonios, fue una de las primeras drogas recreativas de la escena de baile y puede que por ello se la haya mitificado en exceso. Sin embargo, muchos de los testimonios del libro la recuerdan, más de treinta años después, como la mejor de las que circularon en aquellos días. Y entre sus efectos, señalan que “te abría al oreja”, como recuerda Luis Bonías, y contribuía a la mayor percepción de la música.
En el libro se destaca mucho el papel fundamental de varias tiendas de discos de Valencia, como sobre todo Zic Zac, en el desarrollo de la escena valenciana. Para los lectores más jóvenes, en nuestra época con Spotify, pirateo y discogs, quizá les suena un poco a chino que un problema importante para pinchar buena música ni siquiera era conocerla, sino tener físicamente el disco. El que tenía mejores contactos encontraba los mejores discos, ¿no?
Al principio sí, sobre todo en la primera parte de esta historia, cuando Juan Santamaría, Carlos Simó, Juanito “Torpedo” o Toni “el Gitano” se subían cada tanto a Londres a comprar discos, y sólo podían pasar cinco por la aduana. O se iban a Andorra o a Perpignán, o tiraban del material que traían los maleteros (vendedores ambulantes de discos) de Barcelona, por ejemplo. Y después, cuando abren Zic Zac y otras tiendas especializadas como Discocentro o Área, el tema ya se extiende. Puede que las discotecas más punteras, y atendiendo a la jerarquía de los DJ más veteranos, algunos recibieran los discos un poco antes que los demás, pero al poco los tenían ya todos. No te puedes hacer una idea de la cantidad de discos que se vendían entonces en Valencia. Y, en efecto, o tenías el vinilo o ya podías olvidarte de pincharlo esa noche.
Es curioso que en el imaginario colectivo se relacione la Ruta del Bakalao con temas como “Así me gusta a mí” de Chimo Bayo, cuando por ejemplo en Chocolate se pinchaban cosas como Residents, Throbbing Gristle, Psychic TV, Cabaret Voltaire, Alien Sex Fiend, The Cramps… Un rollo único en España y muy de vanguardia. ¿Por qué crees que pasa esto?
Los DJ valencianos nunca pincharon “Así me gusta a mí” en Valencia, tal y como reconoce José Conca, residente de Chocolate, en algún momento del relato. Es una canción del verano de 1991 y llega en un momento en el que la vanguardia es cosa de los ochenta. Los primeros años noventa aún tienen algún momento bueno y de recuperación, con la entrada de A.C.T.V, pero a partir del 93 la cosa empieza a decaer. Realmente no se identifica con esa escena de vanguardia y su éxito fue de puertas afuera, y a nivel mundial, incluso en Europa. Es un caso digno de estudio, pero de poca vanguardia, más de entretenimiento y mainstream.
Hablemos de regulaciones. En el libro, muchos de los protagonistas hablan de vacíos legales sobre horarios, sobre drogas sintéticas, policía que no se enteraba de nada, etc. Todo eso ha ido cambiando con el tiempo. ¿Crees que actualmente con las leyes que tenemos relacionadas con el ocio, sería posible una movida como la valenciana de aquellos años?
Como aquella probablemente sería muy difícil. También los tiempos han cambiado y han pasado 30 años en los que se ha podido disfrutar de las libertades del, ejem, estado del bienestar. En los primeros ochenta se disfruta de una Transición democrática tras la muerte del dictador Franco en el 75. O sea, que los jóvenes entonces iban con todo, y encima estaba todo por regular. Hoy este efecto de entusiasmo ante la novedad no existe, pero por el contrario, seguramente este sea uno de los momentos de mayor regulación de los que hayamos vivido. De hecho, es excesiva, y con las actuales leyes al respecto, esto es inviable ahora mismo aquí en España. Nuestro ocio nocturno está muy lejos del de Berlín, por ejemplo, donde una discoteca como Berghain/Panorama puede abrir ininterrumpidamente sin problemas. Y donde la música electrónica es considerada por su ayuntamiento como uno de sus principales activos culturales.
Como decías, en torno al 93 llega la decadencia… Después de hablar con tanta gente, ¿cuáles crees que fueron las razones de que todo aquél movimiento se fuera a la mierda?
El cerco político y mediático empujó a la escena a un callejón sin salida donde los gestores fueron incapaces de reinventarse a imagen de gloriosos y vanguardistas tiempos pasados. Esto a partir de 1993, con los medios haciendo su particular montaje de todo aquello. Pero antes, hay una decaída progresiva de la calidad musical, con una industria local de música de baile que busca el lucro rápido a través de copias bastardas de hardcore belga y alemán que crean versiones grotescas del asunto como Los Pitufos Makineros o el rollo “mascachapas“. Esto es lo que, en mayor medida, se ofrece a los chavales pelados que se acercan a los parkings de las discotecas. Y de ahí al abismo.
¿Crees que ha quedado algo de todo aquél movimiento en Valencia?
El legado de todo aquello es enorme, empezando por sentar las bases del clubbing en nuestro país, que luego ha permitido crear otras escenas como la de Ibiza, que hoy supone uno de los principales motores económicos de la isla. En Valencia ha quedado algo que los valencianos llevan en su ADN: la sensibilidad musical y las ganas de pasarlo bien. Esa combinación todavía puede experimentarse en muchos de sus clubes, en sus cabinas, en sus DJ y en un público que siempre lo da todo y sabe pasárselo bien.