SnowFlame, el ‘narco’ colombiano que apareció en las páginas de DC Comics

Este artículo fue publicado originalmente en ¡PACIFISTA!, nuestra plataforma para la generación de paz.

Para finales de los años ochenta, la idea de que Colombia era un espacio selvático reinado por las drogas y la violencia parecía haberse instalado en los imaginarios de la cultura universal. Y a pesar de que el país ha intentado desligarse de esa imagen, Hollywood no parece olvidarla. Los ejemplos en el cine sobran: Señor y señora Smith, Daño colateral, Escobar: Paradise Lost… en fin.

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El mundo de las historietas no está exento de esta situación: cómo olvidar cuando el ELN y Bogotá hicieron parte de la segunda película del Capitán América, El soldado de invierno, o cuando los X-Men incluyeron a una villana de Soacha cuyo padre se había enriquecido de manera sospechosa.

Aunque olvidada, también está la breve pero polémica historia de SnowFlame, el villano de DC Comics que traficaba drogas en Colombia y sacaba sus poderes de la cocaína.

SnowFlame apareció por primera y única vez en la serie “The New Guardians” de DC Comics, en el segundo número de 1988.

Por ese entonces, las directivas de la editorial querían a un grupo de superhéroes incluyente y tolerante, que combatiera en todo el mundo y enfrentara problemas coyunturales. El equipo estaba compuesto por una australiana, un peruano (que era homosexual y VIH positivo), un estadounidense, una china, una jamaiquina, un japonés y un inuit. Su contrincante era SnowFlame, que se encontraba en Colombia.

El número dos de “The New Guardians”, creado por Steve Englehart, Cary Bates y Joe Staton, fue sutilmente titulado como “Jungle Snow” (algo así como “Nieve en la selva”) e incluía el subtítulo “Blow in the wind” (Blow es una forma de hablar de cocaína en jerga urbana, por lo que la frase podría traducirse como “cocaína en el viento” ). En la historieta, los guardianes viajaban cerca de la costa colombiana, a “una jungla infestada por serpientes”, donde se encontraban rápidamente con SnowFlame.

“¡Yo soy SnowFlame! Cada célula de mi cuerpo arde en un blanco y fulgurante éxtasis. ¡Mi dios es la cocaína y yo soy instrumento de su voluntad!”, decía el villano, mientras lanzaba un golpe a uno de guardianes. Entre los poderes que la cocaína le brindaba se encontraban la súper fuerza, la súper velocidad, la inmunidad al dolor y la posibilidad de drogar a sus oponentes con el mero contacto.

El personaje, además de tener poderes, tenía los elementos típicos de los narcotraficantes de la época. SnowFlame hablaba de la venta de drogas con sus empleados colombianos (también devotos a la cocaína), mencionaba la compra de autos costosos, se rodeaba de mujeres en bikini y era dueño de una enorme hacienda, en la que que se enfrentó al equipo de superhéroes.

Sin embargo, el final le llegó pronto a SnowFlame, quien murió siendo arrojado a un tanque de químicos que, al reaccionar con las llamas de su cuerpo, explotó. Desde entonces, nunca se ha hablado de él en las historias oficiales de DC Comics, y personajes colombianos no han vuelto a figurar en las páginas de esa editorial.

Pero aunque las grandes compañías de historietas no volvieron a tocar el tema, en 2011 SnowFlame resurgió gracias a una reseña en internet del segundo número de “The New Guardians”. Esto provocó interés en el personaje y generó algunos videos en YouTube y una serie de ‘webcomics’ realizada por Julie Sydor.

SnowFlame, un personaje que existió por un número, en una historieta no muy popular (“The New Guardians” no incluía a ninguno de los héroes titulares de DC y tuvo solo 12 números), consiguió llegar hasta el siglo XXI, permeó espacios en internet y alcanzó nuevas formas de hacer cómics. Los escritores estadounidenses Englehart y Bates, junto con el ilustrador Joe Stanton, vincularon al cómic los lugares comunes sobre Colombia y los expusieron ante los niños y adolescentes de la época.

No son solo series televisivas como Narcos, El capo, o El patrón del mal. Las representaciones de nuestro vínculo con las drogas se pueden encontrar incluso en las viñetas o el “¡kaboom!” de un cómic ochentero.