Creo que la primera vez que escuché un track de Xenia Rubinos fue con uno de sus videos, el de “Whirlwind”, y desde el segundo rechinido en la puerta de la van y el segundo golpe de batería caí fascinado. ¿Por qué hasta el segundo? Porque fue cuando descubrí que el video iba a ser una especie de ejercicio de sinestesia, al que a cada ritmo le iba a corresponder una equivalencia visual (que me divirtió también por sentirlo una especie de parodia/homenaje del video de “The hardest button to button”, de los White Stripes), y fue cuando supe también que la cosa iría por un rumbo alejado de cierta normalidad rítmica. Había por ahí, además de la puerta rechinando, algunos otros ruidos, como cristales rompiéndose o siendo barridos, no sé, y todos incorporados a la paleta de sonidos. Con poco menos de 2 minutos, Xenia Rubinos –y Francesco Lettieri, el director de aquella joya en video, sencilla y contundente– había conseguido un fan. Y ya sabemos lo que sucede cuando una canción llega a obsesionarte:
1) Un play tras otro hasta que tu cabeza es capaz de reproducirla sin que sea necesaria cualquier tipo de ayuda externa.
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2) La búsqueda obsesiva de más creaciones de la misma banda por diversos rincones de la red, para ver qué más fueron capaces de crear o, en una de esas, tal vez comprobar con desilusión que aquel track emocionante había sido su mejor tema.
En este caso, la decepción nunca llegó. Mientras escuchaba “Whirlwind” en loop, taladrando hasta llegar al subconsciente y acomodar la canción, por razones que no me son del todo claras, junto a “Fliperama”, de Tom Zé; “More is More” o “Bonjour Tristesse”, de Komeda, y “Shh”, de Frou Frou, teclee “Xenia Rubinos” con cierta desesperación en el buscador. Di entonces con un disco completo, que resultó ser su álbum debut y ser de este año. La portada hizo que apuntara un punto más a su favor: una especie de inadaptado en cueros y con máscara de Marvin El Marciano yace entre abatido y melancólico al lado de su altar personal, mitad naturaleza muerta, mitad rincón de los recuerdos. El retrato parecía sonreírme desde el enigma. Sonó entonces “Help”, el track que da la bienvenida a Magic Trix: “My name is Rosa… I live under the bridge… I live under the trees… I do magic trix for many who…” Así, con Rosa presentándose y síncopas que de inmediato ponen la atmósfera jazzy, comenzaremos a descubrir, o a intuir, que el disco trata sobre ella.
¿Es Rosa entonces la que usa aquella máscara de Marvin en la portada? ¿O el altar es para ella? Un día lo sabremos. Tal vez. Lo cierto es que aquellas figuras rítmicas que van disponiendo el rumbo de la melodía quizá sean proyecciones del equilibrio mental de Rosa, y dado que en cada track vamos cayendo bajo su influjo, son proyecciones del nuestro. Y pasamos por su nostalgia, la nuestra, por su despreocupación, la nuestra, por su euforia, la nuestra, por su infancia, la nuestra… Escuchando Magic Trix, todos somos Rosa y, de pronto, estamos haciendo los mismos malabares vocales –o intentándolos– que Xenia. Vivimos ya en el planeta imaginario de esta chica de Brooklyn de ascendencia caribeña, ese que consigue construir con texturas inesperadas, vocalizaciones extravagantes y pases mágicos.
@peach_melba