Hay una casa en el centro de Madrid donde cualquiera que sea mayor de edad y mande el DNI escaneado puede cumplir sus fantasías más oscuras. Un portal del que salen y entran en un intervalo de media hora corredores, vecinos con su perro, señoras mayores y actrices porno. Lo cual explica el éxito de visitas. Ese sábado siete chicos de entre 20 y 35 años aguardan frente al telefonillo. Están citados para participar en el rodaje de un glory hole o agujero de la gloria; la escena consiste en introducir el pene por la abertura de una cabina dentro de la cual hay una chica y de ahí lo que surja. Ninguno de ellos ha pagado nada ni tampoco cobrará un euro en concepto de derechos de imagen. No son actores porno; la mayoría vienen por el morbo. Aunque algunos reconocen que les gustaría dedicarse profesionalmente a esto. En Villacerda, como se conoce a ese piso de 375 metros cuadrados, solo hay un requisito: que se te ponga dura. ¿Fácil? Quizá no tanto.
Jaime llega nervioso. Es su primera escena y se le nota: es el único que no hace piña. El resto tampoco es que hable mucho, pero sí se percibe cierta camaradería. La mirada cómplice de quien ha compartido alguna vez la misma experiencia. Aparte se han visto desnudos más veces. Como explica Santiago, uno de los asiduos: “Después de 17 bukkakes y cuatro glorys no hay vergüenza ya”. Lo dice, eso sí, muy bajito. Pegado a la pared del portal. La cita es a las siete de la tarde, pero este técnico de mantenimiento de aeronaves de 26 años –y con aspiraciones en el cine para adultos- ha llegado una hora antes. “Así no estoy esperando en casa”, zanja. Vive con sus padres y, según cuenta, decidió probar cosas nuevas tras romper con su novia. Un año después salta a la vista que prefiere los bukkakes: “Tienes más ángulo para ver y tocar”.
Videos by VICE
En esta otra modalidad, la chica está arrodillada en el suelo rodeada de hombres que hacen turnos para eyacular sobre ella. Jaime, el primerizo, observa al grupo entre desconcertado y curioso. Llevaba cuatro meses pensando si venir o no. “Me ha costado decidirme. Ves los vídeos y te da morbo, pero luego ponerse en pelotas es otra cosa. Lo bueno es que el glory es a oscuras y se te ve menos”, se convence este electricista de 31 años. Casi todos están solteros, pero todos ellos tienen, naturalmente, familia y amigos. “Si te da mucho rollo, te pones una máscara y listo. Ahí arriba tienen unas cuantas”, tercia Santiago, más entendido.
El anfitrión es Nacho Allende, un vizcaíno de 45 años más conocido como Torbe. El creador de Putalocura, su web donde pueden verse todos sus vídeos bajo pago, llega pasadas las siete. Por cosas como el rodaje de hoy se le conoce como el rey del porno freak. Torbe -de Torbellino- lleva 14 años abriendo su casa -y el porno- a jóvenes, parejas y otros aspirantes. Las paredes de Villacerda, cuyo alquiler le cuesta algo más de 2.000 euros, no están insonorizadas. Pero los vecinos nunca se han quejado, asegura. Ha tenido un gatillazo y por eso se ha retrasado: “Estaba grabando otra escena, me he agobiado y ¡pam! se me ha bajado. Pero no pasa nada. Te relajas y piensas en cosas guarras que te ponen muy cachondo y ya está”. ¿En qué ha pensado, si se puede saber? “En bukkakes. A mí me ponen mucho los bukkakes”.
No es lo único que tiene en común con sus seguidores: antes de meterse en el porno, Torbe lo meditó mucho. Le atraía la idea, pero le daba vergüenza que sus amigos le vieran el culo. “Ya ves tú”, se carcajea ahora. Resta importancia a todo este mundo; es más, empieza a estar cansado. Y se le nota. No es solo las ojeras que arrastra. Hay algo más. Un mechón blanco que le cuelga del cogote y que delata el paso del tiempo. “Yo me metí en esto por placer y últimamente se ha convertido en un trabajo. Quiero cambiar. He visto y he hecho de todo. Ya no veo progresión a nivel creativo ni económico. Me paso el día pegado al teléfono, firmando contratos… Es un coñazo. Yo esto lo hice para divertirme”, se sincera minutos antes de que su salón se llene de hombres desnudos. “Yo quería ser director de cine, pero el porno se cruzó en mi camino. Ha sido un paréntesis de 14 años y ahora me apetece hacer cine convencional. De hecho, estoy preparando mi primera película normal. Se va a llamar Putero“.
Mientras eso llega, Nora, la encargada de la organización, pasa lista. Ese sábado el goteo de asistentes es constante: 29 personas han mandado sus datos. Es decir, nombre, teléfono y DNI escaneado. Pero al final han acudido 15. El doble de los que esperaban en el portal. Algunos entran a la sala con los calzoncillos puestos y otros desnudos. “El que haya traído las pruebas del VIH puede follar sin condón. El resto, ya sabéis. Id cogiendo las gomitas”, explica esta chica de 21 años. Al oírla, algunos se hacen los remolones. “Me sobran seis condones, a mí no me engañáis. ¡Venga!”. Pese a su corta edad, demuestra una solvencia admirable. “A mis padres les digo que trabajo en una oficina y es cierto”.
Lo que sigue es una sucesión de risas, gemidos y aullidos. Con la luz apagada como suponía Jaime al que, por cierto, se le han colado varios. La cabina tiembla por las embestidas. Poco a poco, la estancia se va llenando de toallitas de Dodot arrugadas. La mezcla de sudor y semen hace irrespirable el ambiente. Aunque los hay que acaban y se quedan a mirar. Como Ernesto, diseñador gráfico de 28 años. “Tampoco es para tanto. Es como verlo en casa. Además la actriz es una máquina”, nos dice, flácido.
“Llevamos más de media hora. El que no se corra en tres minutos que saque la polla”. Torbe se impacienta. El rodaje se está alargando más de la cuenta. No parece fácil eyacular al grito de “¡venga, ahora, córrete, ya!”. Pero Santiago, el especialista, ha terminado hace rato y observa el desenlace vestido. Jaime, en cambio, no ha conseguido excitarse al final. No es el único. De los que faltan, muchos meten el brazo por el agujero que queda libre para no irse de vacío. “Esto es más difícil de lo que creía. Uno no se concentra con tantos tíos”, lamenta el electricista. “¿Si repetiría? Pues no lo sé”.
Según explica el dueño de Villacerda, solo uno de cada cuatro supera los casting para ser actor porno. “Basta con que se te ponga dura y te corras cuando te digan. Pero o no empalman o se les baja al rato o no se corren”. ¿Y qué se hace en esos casos? “Pues, a veces, se falsea la corrida con gel Sánex”. Los actores, eso sí, no cobran nada. “Las que generan tráfico son las actrices y se les paga por ello. Como webcamers entre 700 y 2.000 euros al mes y entre 500 y 1.000 si solo hacen escenas. Ahora lo que da dinero son las cam. El porno tradicional ya no vende”, apostilla el ideólogo de Putalocura.
En su oficina, hay 100 chicas delante de la pantalla. Natalia es una de ellas, pero ese sábado ha cambiado la cam por la cabina. Su nombre de guerra es Blondie Fesser. Es argentina. Tiene 25 años. Y ha empezado este año con Torbe y con otras productoras. El de hoy era su segundo glory hole. Antes de dedicarse a esto, hacía cerraduras. Ganaba unos 1.200 euros. Pero estaba harta de que le dijeran: qué tetas, qué culo, qué todo. Así que un buen día -cuenta al acabar todo, envuelta en una toalla- decidió sacar partido a su cuerpo. Ahora no sabe cuánto puede ganar al mes. “Tal vez unos 4.000”, calcula. ¿En negro o después de impuestos? Nadie responde. Hay determinadas cuestiones del porno que siguen codificadas. Como la facturación total del sector. Vice quiso saber la opinión de otra de las productoras de más éxito: Cumlouder. Pero nos dejaron con las ganas. Torbe directamente tiró de manual: “No se gana tanto y menos ahora”.
Tal vez el problema sea que no existe un Observatorio del Porno patrio. Es algo que sugieren desde el Salón Erótico de Barcelona. El antiguo Festival Internacional de Cine Erótico recibió este año 17.000 visitantes, 2.000 más que en su edición anterior. Son las únicas cifras oficiales que manejan: “Nosotros no nos dedicamos a cuantificar nada; somos un punto de encuentro del sector, que además está muy atomizado”. Los últimos datos contrastados son de 2009 y fueron facilitados, sin embargo, por este organismo. La facturación anual de la industria del sexo se situó ese año en 420 millones de euros frente a los 470 de 2008. Cifras demasiado astronómicas para verlas desde un simple mirilla.