Artículo publicado originalmente por VICE Reino Unido.
En el norte de Londres hay estanques artificiales para nadar que atraen a personas de toda la ciudad, independientemente del clima o la época del año. La pasión de sus visitantes asiduos se captura en The Ponds, un documental británico sobre la vida de los nadadores en Hampstead Heath. “La vida te da cosas tan dolorosas”, explica una mujer, “que meterse en aguas a dos grados centígrados no es nada”. Otra mujer dice que el día que cumplió 70 años fue a nadar a los estanques a las 7 de la mañana y eso la hizo sentir renovada.
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La película se estrenó en enero de 2019, exactamente un año después de una época tumultuosa para los estanques. En 2018, se convirtió en un sitio para el “debate trans”, donde los derechos de las mujeres cisgénero parecían chocar con los derechos de las mujeres transgénero. (En un correo electrónico, uno de los cineastas me dijo que “las cosas están bastante delicadas en este momento” y que no podía hablar sobre “el tema trans”).
Así fue como ocurrieron las cosas: en diciembre de 2017, el Daily Mail publicó un artículo anunciando un conflicto en el Ladies’ Pond (un estanque exclusivo para mujeres). En la nota citaron a una usuaria habitual que dijo que vio a una persona “de cuerpo masculino” nadando en el estanque. La destacada activista por los derechos de las mujeres y visitante asidua del estanque, Julie Bindel, acordó que era “completamente inaceptable” que cualquier persona que no fuera cisgénero, aquellos que “fingen” ser mujeres, usara el estanque.
La Kenwood Ladies’ Pond Association (KLPA), una organización voluntaria que promueve los intereses de las mujeres que usan el estanque ante el consejo local, emitió rápidamente una declaración en apoyo de las mujeres trans que visitan el estanque. Al mes siguiente, sus miembros se reunieron para discutir el tema. Según una voluntaria de la KLPA, algunos miembros empezaron a mostrar confusión e inquietud como resultado directo del artículo del Daily Mail, a pesar del hecho de que muchas mujeres trans llevaban décadas nadando en ese estanque.
Otros medios comenzaron a publicar historias sobre este tema y en mayo, un pequeño grupo de mujeres protestó al ingresar al Men’s Pond (un estanque exclusivo para hombres) usando mankinis y barbas falsas. Esto fue parte de una campaña organizada en Mumsnet (un foro para madres) llamada #ManFriday, que alentaba a las participantes a “autoidentificarse” como hombres para protestar por los derechos trans. La organización benéfica LGBT Stonewall criticó el debate mediático en torno a los estanques como “tóxico”, y destacó que a las mujeres trans ya se les permitía legalmente usar el estanque debido a la Ley de Igualdad de 2010.
El Ladies’ Pond no es el único sitio donde se abordan las tensiones existentes en torno a las personas trans. Incluye muchos de los temas que han dominado los debates sobre los derechos de las personas trans: sus cuerpos, su acceso al espacio público y la seguridad de las mujeres cisgénero en su presencia. Pero seguramente no es coincidencia que el estanque sea disfrutado por la élite de Londres: su clientela incluye a Esther Freud, a las mencionadas Julie Bindel, Emma Thompson y Kate Moss. Está, literalmente, en su territorio.
En febrero de 2019, el New York Times publicó un artículo de opinión con el título “How British Feminism Became Anti-Trans“. La imagen de portada era el letrero de Ladies’ Pond. El artículo tradujo de inmediato la singularidad y peculiaridad de nuestro sentimiento anti-trans para una audiencia progresista de Estados Unidos, para quien los derechos trans son un principio incuestionable de los derechos humanos y el feminismo. (Esta reputación se solidificó este mes, cuando la autora de Harry Potter, JK Rowling, dobló la apuesta con un ensayo autoeditado originalmente titulado “Terf Wars“). Varios medios estadounidenses han publicado artículos enteros cuestionando por qué El Reino Unido es tan transfóbico. La “ideología TERF (Feminismo Radical Trans-Excluyente)”, decía un artículo de Vox, “se ha convertido en la cara real del feminismo en el Reino Unido”.
“Existe la fantasía de que los británicos no son tan narcisistas como los estadounidenses: nunca seríamos tan arrogantes como para crear una identidad y obligar a otras personas a cumplirla”, dice la doctora Sophie Lewis, la teórica y geógrafa feminista que escribió el artículo de opinión del NYT. “‘Qué noción tan increíblemente vanidosa. Aquí en Inglaterra, llamamos a las cosas por su nombre, los hombres son hombres y las mujeres son mujeres’. Esta es una forma de política de identidad”. Es la autofetichización de los británicos de ser sensatos.
Se empezaron a llevar a cabo protestas y estrategias trans-excluyentes, particularmente en eventos feministas. Y, sin embargo, los estanques se convirtieron, quizás injustamente, en el núcleo de la transfobia británica. Nicky Mayhew, la copresidente de la KLPA, reitera que el estanque es para todas las mujeres, incluidas las mujeres trans, y que, hasta donde ella sabe, ninguna visitante asidua de Ladies’ Pond participó en la protesta de Men’s Pond: “Los medios han hecho que los asuntos relacionados con los trans sean incendiarios”.
Mayhew parece sinceramente perturbada por el nivel de publicidad que recibió el asunto, atribuyéndolo a las mujeres de alto perfil que usan los estanques. “Fue algo que surgió de la nada, de una trivialización y un deseo sin compasión de hacer titulares. Preferiría que esto no volviera a suceder, porque hay personas que parecen no tener nada mejor que hacer que tratar de hacer que la vida de otras personas sea más incómoda y dolorosa, lo que me parece despreciable”.
Sin embargo, el conflicto en torno al estanque es una versión moderna de una historia de muchos años; o más bien, una guerra unilateral de combustión lenta entre los medios británicos y el pequeño porcentaje del público transgénero.
Cuando la escritora y crítica trans Juliet Jacques era adolescente, había poca información disponible para aquellos que deseaban realizar la transición. Eran los 90, la era de los chicos con cerveza en mano que escuchaba a Oasis. En los 2000, los comediantes seguían haciendo bromas a expensas de las personas trans. En el programa de la BBC, Little Britain, Matt Lucas interpretaba a una tailandesa llamada “Ting Tong”, que después se revelaba como una “ladyboy”. Los tabloides de derecha llamaban a las personas trans “trannies” (Daily Mail) y se centraban en el cambio de sexo o en historias impactantes de trans embarazadas con titulares como “Womb man” (the Mirror) o “Bloke: I’m having a baby” (Daily Star).
Jacques tuvo varios trabajos administrativos en Brighton y observó que se lograron ciertos avances en torno a los derechos legales de las personas trans: la Ley de Reconocimiento de Género se aprobó en 2004 y se empezó a dar tratamiento en el Servicio Nacional de Salud (NHS, por sus siglas en inglés). Se preguntó: “Si el gobierno nos está haciendo menos daño, ¿qué otras instituciones sociales nos están perjudicando? Y mucha gente coincidió en que los medios eran los perjudiciales. Todos habíamos crecido con medios permeados de transfobia y nunca los habíamos cuestionado seriamente”.
De hecho, los medios de comunicación representaron un gran obstáculo en la lucha por los derechos trans. “En The Guardian en particular, periodistas como Julie Bindel y Germaine Greer eran los que establecían los términos de la discusión”, dijo Jacques, sobre lo que la inspiró a mudarse a Londres y dedicarse al periodismo. En artículos de esa década, Greer llama a las mujeres trans “una parodia espantosa”, mientras que Bindel describe a una mujer trans como un “hombre vestido”.
En este entorno fue que Jacques comenzó a escribir una columna en The Guardian sobre su experiencia con la transición, creyendo que era un buen lugar para cambiar la forma de pensar del lector promedio. La mayoría de sus escritos se publicó entre 2010 y 2011, pero continuó esporádicamente hasta 2012. En la penúltima columna que documenta su cirugía de reasignación de género, Jacques escribe sobre su recuperación en casa de sus padres. Solía escuchar la radio para pasar el tiempo: “Una tarde, pusieron ‘Love Will Tear Us Apart’ de Joy Division, que solía escuchar constantemente cuando era joven. Conforme voy escuchando la intro, toda mi transición –desde la disforia de género de mi infancia hasta este momento lleno de dolor en la casa donde crecí, 20 años después– se va reproduciendo en mi mente, y de repente me encuentro llorando oleadas de lágrimas catárticas…”
Era una perspectiva conmovedora e informativa de la vida de aproximadamente el uno por ciento de la población. “Además, me di cuenta casi al instante de que podía meter varios temas políticos”, dice Jacques. La columna tuvo un impacto: fue incluida en la lista de nominados a un Premio Orwell en 2011 y fue la plataforma para que Jacques obtuviera el contrato para escribir su libro Trans: A Memoir, la primera autobiografía de una escritora trans británica en décadas. Pero Jacques se retiró de los medios; The Guardian continuó publicando piezas que ella consideraba transfóbicas y recibía comentarios abusivos.
“Terminé asumiendo involuntariamente la carga de representar”, dice ahora. “Me agoté y no pude hacerlo más, entonces empezaron a surgir personas como Paris Lees, que eran mucho más capaces de manejar las plataformas más grandes”.
Meses después de su decisión de retirarse, Jacques y otras personas trans presenciaron dos momentos importantes en la historia anti-trans británica. En enero, Julie Burchill escribió una columna en The Observer “atacando” (palabras del mismo periódico, en una disculpa pública por haberlo imprimido) a las personas transgénero, llamándolas “niñas gritonas”, “mea camas con pelucas horribles” y “pitos con ropa ridícula”. El artículo, que fue bajado de internet, fue escrito en defensa de su amiga y compañera escritora Suzanne Moore, quien había escrito que muchas veces se esperaba que las mujeres parecieran una “transexual brasileña”.
“Me di cuenta de que quería tener una voz cuando leí un artículo de Germaine Greer en The Guardian en el que llamaba a las mujeres trans ‘horribles parodias’ de mujeres”
Luego, en marzo, una maestra trans llamada Lucy Meadows se suicidó. Esto ocurrió unos meses después de que el Daily Mail imprimiera una columna de Richard Littlejohn sobre la transición de Meadows y su regreso al trabajo. El artículo alarmista, que se refería a Meadows con el género incorrecto en numerosas ocasiones, había sido publicado en diciembre del año anterior y fue eliminado rápida y silenciosamente del sitio web. Más de 41.000 personas firmaron una petición en línea exigiendo que el Daily Mail despidiera a Littlejohn. No lo despidieron, pero en una investigación sobre la muerte de Meadows se descubrió que ella había llamado a la Press Complaints Commission para denunciarlos por acoso y el forense castigó al periódico por intento de “difamación” y “fanatismo mal informado”.
Para ese entonces, Estados Unidos ya tenía otra mentalidad. El “momento clave para las personas transgénero“, como lo señaló una portada del Time en 2014, había llegado. La actriz Laverne Cox, la presentadora Janet Mock, la estrella de rock Laura Jane Grace, la activista Chelsea Manning y otros eran el centro de atención. Cuando Jacques habla de que escritoras como Paris Lees tomarían la batuta, parecía que se aproximaba un panorama más optimista para el movimiento trans en Gran Bretaña. Lees tenía una actitud vivaz y empezó a escribir blogs divertidos y sinceros para VICE a partir de 2014, discutiendo temas como el intento de los conservadores estadounidenses de impedir que las personas trans usarán el baño de su género hasta el feminismo trans-excluyente que dominaba los medios británicos.
Como cualquier escritora joven de la clase trabajadora, Lees tenía la misma motivación que Jacques. “Me di cuenta de que quería tener una voz cuando leí un artículo de Germaine Greer en The Guardian en el que llamaba a las mujeres trans ‘horribles parodias’ de mujeres”, dice. “Fue muy molesto. Estaba en la universidad y apenas empezaba a leer los periódicos e intentaba ser política y pensé, ‘se supone que es un buen periódico, se supone que está hablando por las personas que son perseguidas’. Pero la realidad es que les parecía aceptable ridiculizar a personas como yo”.
Lo que hizo Lees no tenía precedentes en los medios de comunicación británicos: trabajó no solo con medios liberales y progresistas, sino con tabloides como The Sun y The Mirror para ofrecer perspectivas trans sobre género y temas relacionados. “Me interesa lograr lo que me propongo”, dice sobre esto hoy. “A veces eso implica hacer compromisos. En última instancia, quiero igualdad para las personas trans y eso implica usar un lenguaje accesible y escribir en lugares con los que tal vez no tengamos una alineación política. No me interesa vivir en una cámara de eco. Tenemos que llegar a lo mainstream“.
La joven escritora trans Shon Faye fue la siguiente en alcanzar la fama a través deThe Guardian y plataformas de medios juveniles como VICE y Dazed. A mediados de la década de los 2010, cuando reveló que era trans, sintió un optimismo cauteloso sobre el avance en los derechos trans. Los debates sobre los derechos de las personas trans que generalmente involucraban a una persona trans por un lado y a alguien en contra de esos derechos por el otro, eran bastante rutinarios, tanto en la televisión como en los medios impresos. La ventaja de esto era la visibilidad: el público británico veía y escuchaba a las personas trans.
Pero el debate se ha mantenido igual: ¿las personas trans son quienes dicen ser? “Hemos descubierto que el propósito del debate no es superar esta conversación en absoluto”, dice Faye. “Es tener el mismo debate una y otra vez, casi como si fuera una estrategia para mantenernos debatiendo y dejar un signo de interrogación sobre cada aspecto de las vidas y los derechos de las personas trans”. El optimismo se desvaneció rápidamente. “Pensamos que la visibilidad significaba que las personas nos entenderían mejor y se relacionarían mejor con nosotros y seríamos aceptados. Pero no. No tenemos control de los medios, la discusión nunca es en nuestros términos”.
La pregunta de repente ya no era sobre la visibilidad, sino en cuestionar esa visibilidad obtenida. “No hemos retrocedido, no es como era antes”, dice Faye. “Ahora estamos literalmente en las noticias y en los medios todo el tiempo, pero de la manera más hostil. Y no hay forma de que pudiera haber anticipado eso”.
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En 2018, el debate se convirtió en una toxicidad absoluta. La consulta sobre la ya obsoleta Ley de Reconocimiento de Género, que permite que las personas trans tengan su identidad legalmente reconocida, cambió todo. Actualmente, esta ley exige un proceso médico de años para que las personas trans prueben que son trans. Esto implica entrevistas psiquiátricas, evaluaciones médicas y una tarifa de solicitud de 175 dólares aproximadamente. También les exige que den dos años de prueba de que han vivido como su “género adquirido” antes de ser aprobados por un panel de expertos.
Las reformas sugeridas por organizaciones benéficas LGBT como Stonewall fueron mínimas: que las identidades no binarias fueran reconocidas, que no fuera necesario ningún diagnóstico médico o la presentación de evidencia y que la autodeterminación fuera realizada a través de un proceso más racionalizado. Los comentarios de los medios sobre el tema sugirían lo contrario. Como dice Faye: “De repente empezaron a llover artículos anti-trans todos los días. El Mail y The Sun estaban felizmente unidos en ese aspecto, pero el Times, que es un periódico más famoso, asumió un nivel comprometido de lucha contra las personas trans… Fue entonces cuando me di cuenta de que estábamos jodidos en cuanto a los medios de comunicación”.
La última pieza en caer fue The Guardian. Para muchas personas trans y aliados trans, que el único periódico progresista en el Reino Unido publicara su perspectiva editorial sobre los derechos trans en octubre de 2018 fue casi tan impactante como la respuesta general en cuanto a la Ley de Reconocimiento de Género. En lugar de apoyar las reformas a esta ley, The Guardian destacó las diferencias entre los derechos de las personas trans y las mujeres y concluyó con algo con lo que nadie estaría en desacuerdo: “Las redes sociales han amplificado inútilmente las voces en ambos extremos de este argumento. Los actuales desacuerdos son preocupantes”. Los activistas trans y sus aliados notaron que el periódico estaba siendo neutral: no invalidaba por completo los derechos de las personas trans, pero sí evadía el tema.
Faye, junto con otros escritores y lectores trans, estaba sorprendida. “Ese artículo fue una bofetada y un momento decisivo para mí también, porque sabía que no podía, después de todo eso, volver a trabajar con The Guardian. Soy lo suficientemente consciente como para saber que la gente pensaría que me estaba vendiendo, y con razón. Es nefasto recibir el pago de algún lugar que probablemente al día siguiente pueda publicar algo transfóbico”.
Sin embargo, la postura del periódico no llegó sin previo aviso. Las personas trans y los aliados habían expresado su preocupación por los tuits y columnas de las destacadas columnistas y escritoras de The Guardian, Hadley Freeman y Suzanne Moore. En una columna de Weekend de marzo de 2018, Freeman argumentó en contra de las mujeres trans que utilizan las instalaciones para mujeres, afirmando que el movimiento para la autoidentificación era un peligro para la seguridad de las mujeres cisgénero. En particular, llama al Mumsnet “un foco del feminismo radical” (en otros lugares, el foro Mumsnet ha sido acusado de radicalizar a toda una generación de transfóbicos, por ejemplo, un periodista del Outline alguna vez escribió: “El Mumsnet es para la transfobia británica… lo que el canal 4Chan es para el fascismo estadounidense”).
Según algunos miembros del personal de The Guardian UK, que deseaban permanecer en el anonimato por temor a las repercusiones, los miembros más jóvenes y los que apoyaban los derechos trans estaban angustiados. “El periódico claramente estaba tratando de evitar alienar esa parte de nuestros lectores, pero al hacerlo creó una equivalencia errónea entre los dos puntos de vista, como si ambos fueran igualmente válidos”, dice un miembro del personal. “Obviamente, esto fue desalentador para aquellos que creían que los derechos trans debían ser protegidos”.
Para la empresa era necesario tener en cuenta la opinión de la oposición pública sobre este tema: dos semanas después del artículo publicado en The Guardian UK, el equipo de EE. UU. publicó una respuesta. Según alguien directamente involucrado en las discusiones internas de los Estados Unidos, escribió una carta formal y esta fue entregada a los directivos en Londres. Con base en conversaciones posteriores, el personal estadounidense sintió firmemente que debían publicar su propia respuesta, la cual tenía vínculos entre el lenguaje y las ideas supuestas por la opinión del equipo en Reino Unido y la propuesta de la administración de Trump de negarle el reconocimiento básico a las personas trans.
Los disturbios internos sobre este tema alcanzaron su punto máximo con un artículo de marzo de Suzanne Moore sobre cómo la profesora Selina Todd fue silenciada en un evento de la Universidad de Oxford. La escritora feminista negra Lola Olufemi se retiró del evento, citando el apoyo de Todd a la Women’s Place UK, una organización creada para luchar por la protección de los servicios y refugios basados en el sexo. Esto llevó a los organizadores a pedirle a Todd que no hablara. “La violencia masculina es un problema para las mujeres, por eso queremos espacios para un solo sexo”, escribe Moore. ¿Dónde, preguntaron los comentaristas, deja eso a las mujeres trans, para quienes el patriarcado implica un riesgo aún mayor?
El poder de tales artículos radica en cómo se habla del muy real dolor de las mujeres cisgénero. A menudo, los escritores centran experiencias como el abuso o la violación y luego las clasifican como algo diferente e independiente de las experiencias de las personas trans. Como escribe Alison Phipps en su libro Me, Not You: The Problem With Mainstream Feminism: “La violencia sexual es horrible; al igual que la manera en que se aborda y se controla. Y la “seguridad de las mujeres” (blancas) se utiliza para justificar la violencia contra las comunidades marginadas”. Luego agrega: “La inversión del trauma sexual en la economía de la indignación permite que la mujer ‘buena’ (cis, ‘respetable’, implícitamente blanca) sea utilizada para retener el apoyo y los recursos de los ‘malos’”.
No se intenta hacer frente a las causas económicas y sociales que provocan sufrimiento para todos: cuando el abusador de JK Rowling apareció en los tabloides y se convirtió en noticia de primera plana, fue una evidencia condenatoria de la misoginia que existe en la prensa. Es una prueba triste de que tanto las mujeres cisgénero como las trans se necesitan mutuamente para luchar contra el patriarcado más que nunca. Pero cuando se discute sobre los servicios para un solo sexo en artículos editoriales críticos de género, la política no se centra en el mejor financiamiento de tales servicios para ambos casos (mujeres cis y trans). No se considera qué es lo que pueden esperar las mujeres trans.
Después de que se publicó la columna de Moore, los activistas LGBTQ trabajaron con un miembro de The Guardian para redactar una carta abierta con más de 200 nombres de prominentes feministas británicas, muchas negras o mujeres de color, así como el personal de The Guardian que no estaba de acuerdo con ella. Un miembro simpatizante de The Guardian dijo: “Puede parecer que estamos atacando a la empresa, pero al contrario queremos protegerla. A la larga, el periódico probablemente será juzgado por promover estos puntos de vista, por eso cuando miremos hacia atrás en el futuro al menos podremos decir que hubo una oposición”.
Simultáneamente, el personal LGBTQ+ del The Guardian y sus aliados se reunieron para discutir la mejor manera de responder a esto. Según los informes, la mayoría de las personas que asistieron tenían menos de 40 años. Esa misma tarde se redactó una carta al editor que fue firmada durante los siguientes días por más de 300 miembros del personal. También la publicaron en Buzzfeed, que protegió el anonimato de sus signatarios.
La carta decía que los signatarios estaban preocupados por la renuncia de otro colega trans en la oficina de Londres, el tercero en menos de un año. El colega en cuestión, según Buzzfeed, había recibido comentarios anti-trans del “personal editorial influyente” y había criticado abiertamente la publicación de la columna de Moore -“la gota que derramó el vaso”- en el consejo editorial de la mañana. La carta agregaba que “el patrón de publicar contenido transfóbico ha interferido con nuestro trabajo y ha consolidado nuestra reputación como un medio hostil a los derechos de las personas trans y empleados trans”.
Un signatario anónimo dijo: “Decidimos específicamente no mencionar el nombre del columnista porque no queríamos que pareciera un ataque personal, el problema es más amplio, aunque [Moore] eligió retratar esta acción como cobardía”.
El 19 de marzo, Moore filtró la carta firmada por 338 en su totalidad, con los nombres y roles de los que habían firmado. Según los empleados, esto se produjo después de que se envió un correo electrónico a los miembros del personal que decía: “Es completamente inaceptable atacar a otros colegas por diferir en cualquier tema, ya sea en reuniones, por correo electrónico, públicamente o en redes sociales”.
Las fuentes, una de las cuales afirma haberse sentido amenazada por los activistas anti-trans y los trolls e “intimidada” por la acción de Moore, también dicen que la compañía no ha emitido más información sobre las acciones de Moore internamente, ni ha verificado si los nombres en esa lista son correctos. Otro signatario dijo: “Creo que lo que sucedió después de que Suzanne nos expusiera, lo cual no tuvo ninguna repercusión, fue que se comprobó el nivel de poder que tiene en nuestra organización. Ni siquiera se disculpó.
En un comunicado a VICE, un portavoz de The Guardian dijo: “La responsabilidad de la editorial es comprometerse con los asuntos importantes del día y nunca rehuir temas difíciles”. Añade: “Nos hemos esforzado mucho en la diversidad y la inclusión en los últimos dos años, y continuaremos haciendo todo lo posible para apoyar los derechos de las personas trans y no binarias a través de nuestras políticas de empleados”.
¿Por qué podría un debate interno llegar a esto? Un periódico –como han señalado públicamente muchos empleados de The Guardian– no es una entidad monolítica. Si bien todas las fuentes enfatizan su amor y respeto por la compañía, surgió un patrón: cada vez que se publicaba un artículo sobre temas trans y se generaba un debate acalorado entre el público y el personal, los empleados preocupados asistían al consejo editorial habitual de la mañana para discutirlo. El escritor en cuestión y un par de editores senior podrían estar presentes para representar a un lado, y del otro lado miembros del Pride Group, un grupo organizado de personal LGBTQ +, o empleados más jóvenes podrían aportar su opinión.
Las fuentes describen la empresa como un “entorno difícil” en el que las preocupaciones sobre agravar a la persona equivocada, un editor o escritor senior, podría afectar sus propias carreras. Señalan que las personas negras, asiáticas, grupos étnicos minoritarios y el personal de la clase trabajadora, que apoyan ampliamente y abiertamente la editorial pro-trans, se sienten más expuestos a que haya repercusiones en su contra. Otro empleado dijo: “Hay que tener en cuenta todo eso antes de juntar el valor para hablar”.
“Sin querer parecer demasiado autocompasiva, he sido atacada terriblemente en nombre del feminismo”. – Shon Faye
La realidad es que hay relativamente pocos comentaristas de género reconocidos en el Reino Unido. Pero como afirma la Dra. Sophie Lewis, al hablar con VICE, los pocos que hay representan un frente unido. Dice que han subido de rango juntos y sostienen una amistad desde hace mucho tiempo. “Obviamente es fácil exagerar esto porque creo que hay factores estructurales en cuanto al porqué este terreno ideológico es como es, pero también es simplemente porque todas son compañeras: Julie Bindel, Suzanne Moore, Julie Burchill. Estas son, en algunos casos radicales, personas privilegiadas altamente educadas. Se defienden mutuamente y lo dan todo, en parte debido a los lazos interpersonales y el tejido particular de la sociedad de clases británica que amplifica el factor de la cámara de eco”.
Los muy pocos periodistas trans también tienen su propia narrativa. Al igual que Jacques, tanto Faye como Lees se están retirando de los medios de comunicación por salud mental. Esto significa que las personas transgénero no son escuchadas en los principales medios de comunicación, y las mujeres blancas continúan el debate centrando su propia experiencia en lo que pretende ser una vida trans.
Faye escribió un libro sobre la transfobia sistémica en la sociedad británica y dice, sinceramente, que el capítulo más difícil de escribir fue sobre el feminismo (“sin querer sonar demasiado autocompasiva, me han atacado terriblemente en nombre del feminismo”). Lees no ha escrito para un periódico en los últimos dos años. Está casi retirada del periodismo y ya no se considera una activista.
“Estoy planeando dejar el país porque ya no quiero vivir aquí, y probablemente soy una de las personas trans más privilegiadas del país. Entonces, si yo me siento así, sé que muchas otras personas trans se sienten igual”, dice Lees. “Está bien, tienes tu derecho divino para seguir diciéndome una y otra vez que no soy una mujer de verdad, está bien. Simplemente no quiero quedarme a escucharlo. Me siento culpable porque mucha gente no puede hacer eso, pero no es como que yo no haya hecho mi contribución. Siempre que pueda usaré mi voz, pero no permitiré que estas personas me molesten por el resto de mi vida. Estas personas nunca se detienen, son incesantes”.
Entre broma y broma Lees agregó: “Me alegro de que los millennials y la Generación Z lo entiendan, parte de mi activismo ahora solo está esperando que la gente muera”.
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Algunos podrían recordar esto como una historia británica más de debates acalorados y de transfobia. Pero el tema principal es un desequilibrio de poder, uno contra las personas trans y presente dentro de la composición interna y externa de los medios y la vida pública de hoy. Las personas trans británicas representan aproximadamente el uno por ciento de la población. Una de cada cuatro personas trans ha vivido en la calle y más de una cuarta parte ha sufrido abuso doméstico en el último año. Su situación es firmemente un problema de clase cuando es “menos probable” que uno de cada tres empleadores contrate a una persona trans, y en Irlanda, la mitad de las personas trans están desempleadas.
Quienes se oponen a sus derechos con frecuencia son personas blancas de clase media, o media alta, o personas de clase trabajadora cuyas carreras exitosas les han proporcionado una medida significativa de movilidad social. Les preocupa ser silenciados y, sin embargo, tienen grandes plataformas con decenas de miles, incluso millones, de seguidores. Aparecen en Newsnight, programas de radio o en periódicos de buena reputación todos los días.
Incluso una pandemia mundial no ha frenado el debate de décadas sobre si las mujeres trans son mujeres o no. El creado de Father Ted, Graham Linehan, ha seguido tuiteando sobre personas trans a sus más de medio millón de seguidores todos los días. La autora más vendida, JK Rowling, que tiene un patrimonio neto estimado 998 millones de dólares aproximadamente, se apasionó lo suficiente por las personas trans durante el encierro como para escribir un ensayo de 3.600 palabras sobre ellas. En un momento en que Black Lives Matter se está convirtiendo en un movimiento global, la violencia doméstica está creciendo durante el confinamiento y una recesión amenaza la vida de las personas, –todos temas que preocupan profundamente a las mujeres cisgénero y las mujeres trans– el ciclo de noticias se ha sacrificado al debate trans.
Para las personas trans la semana pasada culminó con la noticia de que Boris Johnson planea descartar posibles cambios a la Ley de Reconocimiento de Género, a pesar de que el 70 por ciento de los encuestados en la consulta de esta ley apoyó a las personas trans que tienen el derecho de autoidentificarse. Se dice que el primer ministro está preparando nuevas protecciones que evitarían que algunas mujeres trans utilicen espacios para un solo sexo, como baños y refugios. Al mismo tiempo, y en el cuarto aniversario de la masacre de Orlando, el presidente estadounidense Donald Trump anunció que se revocaría la protección de la salud basada en el género para las personas trans. En todo el mundo, los planes, largamente elaborados, ejecutados consciente o inconscientemente por los derechistas, la prensa dominante y una minoría de feministas británicas, se están desplegando para exiliar a las personas trans de la vida pública.
Mientras tanto, las visitantes asiduas de Ladies’ Pond están desesperadas por volver a su estanque. A medida que comienzan los meses más calurosos, el agua es un paraíso para sentirse uno con el mundo, para disolver los límites entre el cuerpo y la tierra.
Pero la luz romántica con la que se mira el Ladie’s Pond es solo una verdad a medias: es un depósito hecho por el hombre en un brezal con una rica historia de quién puede y quién no puede acceder a él.
En su contribución a la colección de ensayos de Ladies ‘Pond 2019 en The Ponds, el crítico no binario SO Mayer señala que la Heath’s Kenwood House fue la casa de Dido Elizabeth Belle, hija de un esclavo africano y un oficial naval británico en el siglo XIX. Una década después de su llegada a Kenwood House, se drenó un pantano para agregarlo a las reservas. Quince años después, justo antes de que Belle saliera de la casa para casarse con un abolicionista, se cavó el Thousand Pound Pond (ahora conocido como Concert Pond).
“La fetichización de los parques paisajísticos creados por la aristocracia y mantenidos por la riqueza colonial expropiada de Gran Bretaña, sin tener en cuenta la historia de su creación”, escribe Mayer en un correo electrónico, “conspira en crear exclusiones implícitas”. En otras palabras: incluso los espacios bucólicos que las feministas anti-trans desean proteger tienen clase y segregación en su ADN.
Cuando ocurrió la protesta de Men’s Pond, el pequeño grupo fue dirigido por una mujer, y miembro fundadora del movimiento #ManFriday, Hannah Clarke. En la cobertura del Daily Mail del pequeño evento, Clarke fue citada extensamente como “articulada, medida en su idioma y sólidamente de clase media”. Su padre es un comandante retirado del ejército, magistrado y consejero conservador; su madre también ha sido concejal en los home counties durante casi tres décadas. Su esposo trabajaba en finanzas. Ella nunca había protestado, le dijo al reportero, pero finalmente tiene una causa.