Casi que tenías que mirar al cielo y gritar “¡Amén!” apenas entrabas. Al fondo: el altar con una gran cruz iluminada. Cientos de personas esperaban y movían su cabeza al son de la batería. Parecía mentira, o un milagro, pero ahí estaba: esa noche, en medio de la pandemia, había un concierto de rap en Medellín.
Sison Beats, rapero y beatmaker paisa, lanzó Welcome To The World of Nemesis en diciembre de 2019. A inicios de este año anunció que el gran concierto para presentar y celebrar el proyecto sería el 27 de marzo en la sala Bombay, donde solían hacerse la mayoría de toques de rap en Medellín. El resto de la historia la conocen: la pandemia del covid-19 sacudió y cambió todo, y se esfumó la posibilidad de hacer conciertos, de vivir colectivamente las canciones, de la música en vivo. Por eso, parecía demasiado bueno para ser verdad cuando Sison anunció por sus redes sociales que, antes de que acabara este eterno y corto 2020, esa promesa pendiente desde marzo iba a ser una realidad.
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El jueves 17 de diciembre fue la fecha elegida. La locación, anunciada un día antes, fue lo que solía ser una iglesia cristiana, cerca de la Universidad Eafit, por la Aguacatala, al sur de Medellín. La hora: 4:30 p.m., cuando los DJs de Sick To Ill empezarían a sonar rap. “Todos queremos la realización de este evento hace un largo tiempo. Es responsabilidad de todos lograr que se desarrolle de la mejor manera. Estamos fomentando el autocuidado y no queremos llamar la atención”, rezaba la publicación en redes de cómo se iba a hacer el concierto. Resaltaba la necesidad del uso de tapabocas, la disponibilidad de puntos de desinfección y la importancia de no asistir al evento si habías tenido síntomas de covid o estado con alguien contagiado.
Hacia las 7 p.m., tanta gente con gorras y ropa ancha llamaba la atención en una calle más de oficinas que de bares. Frente al lugar del concierto había unas veinte personas que se resistían a la recomendación de no quedarse afuera para evitar problemas. Qué difícil luchar contra la costumbre de “afuerear” antes de un toque. ¿Y las demás costumbres? ¿Cómo existir en un concierto poscuarentena y en plena pandemia? ¿Tenía sentido? En la entrada estaba el proverbial protocolo de bioseguridad, con un tapete para desinfectar los zapatos y un puesto con alcohol y gel antibacterial. La exiglesia daba la bienvenida con un gran salón: donde antes había rezos ahora sonaba rap. Al lado se llegaba a un gran patio cercado con alambre de púas, el cual daba cierta sensación de cárcel.
Diggin Flava en los tornas ambientaba la expectativa. El lugar ya contaba con cientos de personas en el salón principal, más los cientos que en el patio escapaban del bochorno. Un par de horas antes ya había llegado la Policía a indagar. Al parecer, se habían ido satisfechos con las respuestas y explicaciones de por qué, cómo y cuánto. Se notaba que no era un evento fácil, pero el viento soplaba a favor y el velero avanzaba. Había personas con tapabocas en el recinto, pero eran minoría. Casi que se sentía como un concierto normal, aunque en medio de una pandemia la idea de normalidad haya que replantearla una vez al mes. ¿Acaso volver a un concierto de rap es como montar bicicleta y no se olvida? Tras meses lejos, ¿todo saldría como si nada hubiera pasado desde la última vez? Unos tomaban cerveza, la vendían al fondo, a la izquierda del escenario. Por ahí rotaba una bolsita de MDMA, pero esa sí tenías que traerla de afuera. Y en un concierto de rap jamás faltaría el humo de la marihuana. Lo rapearía más tarde N. Hardem: “Clima selvático / La sala de concierto un sauna”.
Desde el inicio, parecía que la calidad del sonido iba a ser un factor complicado durante la noche. A la derecha de la tarima, el Russo —Daniel Restrepo Vélez, ingeniero de Afterclass Records— hacía lo que podía. A lo largo de la noche, las canciones sonarían tan estalladas como el ánimo de la gente, en su mayoría desaforada y esperando el momento para botar toda la energía contenida durante meses. Todo aquel que frecuente conciertos ha sentido momentos casi religiosos de purificación musical, y la cruz acentuaba esa sensación del milagro que se estaba viviendo. El sonido no era bueno, pero bastaba y sobraba para un público que abrazaba cualquier dosis de rap en vivo que pudiera tener.
Con “Esta canción va dedicada”, de SFDK, el DJ Mad Asher pedía ruido y las palmas en alto. El ánimo estaba en punto de ebullición. Luis7Lunes y Vic Deal subieron a la tarima con boxeo y NBA en las visuales, ambos con música nueva que nunca habían tocado en vivo junto con los clásicos personales. “¡¿Estamos readys o qué?!”, preguntó Vic. La respuesta sobraba: cuando empezaron a cantar “Voladores desde un cerro”, de El armador del sol, de Luis, la masa los acompañó en cada rima. Vic mandó amor para Sison y todos los demás MCs y DJs e hizo un llamado a portarse bien. Sonaron temas como “Maat Bless” o “Here We Go” y, en contravía de su llamado al cuidado, cuando empezó “R.A.Y”, Vic declaró: “Esto es para un pogo, no importa el covid”. Al final de su presentación, el recordatorio de que en unas horas saldría Audio Descriptivo, el nuevo disco de Luis, fue recibido con júbilo y algarabía.
Era claro que todos estábamos pensando lo mismo, y Vic Deal lo expresó. “Que este concierto pase es muy loco”. Solo piensen que desde marzo, cuando inició la cuarentena en Colombia, la sala Bombay, donde se iba a hacer el concierto originalmente, cerró sus puertas, como tantas otras salas y bares en Colombia y el mundo. Cada mes que pasaba era un golpe más al panorama de la música independiente en Colombia, que se nutre de cada concierto para sobrevivir. Y aun así, contra todo pronóstico, ahí estábamos. Habían sido meses de resistencia para todos. Vic Deal felicitó a la audiencia por el apoyo que habían mostrado durante la cuarentena con el rap nacional: cada compra de un disco o de una camiseta era un acto fundamental que mantenía la luz prendida en el ecosistema del rap local.
El calor era intenso y cientos buscaban respiro en el patio mientras subía el siguiente MC a la tarima. Era una ocasión de reencuentros: del público con el rap en vivo, pero también de la gente entre sí. Abundaban los abrazos y la emoción de volver a ver a esos que solías encontrarte en toques de rap. Esa comunidad heterogénea encontraba la comunión de nuevo con cada beat y cada estrofa mientras sonaban las canciones y se brindaba con lo que hubiera a la mano. Era un público motivado a beber hasta la última gota de rap que la noche les diera, como para guardar provisiones hasta el próximo toque. ¿Seis meses? ¿Un año? ¿Más? Quizás. Siguieron RLX y Primo Profit, de Massachusetts con ascendencia colombiana y, aunque pocos conocían sus canciones, no faltaron ni aplausos ni energía.
No había camerinos. Sison, desde la tarima, observaba y dirigía constantemente. Su expresión inquieta revelaba el ajetreo y los esfuerzos para lograr empezar el concierto y, asimismo, lograr terminarlo. Mientras apreciaba las presentaciones de sus compadres, prendió un habano para celebrar. Tomó el micrófono y, con una voz ronca y ajada, se dirigió a la multitud. “¡Esto es un milagro!”, exclamó, con la cruz brillando detrás de él. “Esto parece mentira”, añadió. Hizo algunos anuncios parroquiales para continuar con la fiesta, como que si iban a fumar bareta lo hicieran afuera, pues la policía estaba en la entrada acechando. “¿Cuánto tiempo estuvimos encerrados esperando esto?”, preguntó con alegría y nostalgia. Asimismo, agradeció a cada MC y DJ que había participado en que el lanzamiento de su álbum debut fuera posible.
Con Ecks MDC en los platos, N. Hardem cogió el micrófono e inició su presentación. Había viajado desde Bogotá y no iba a desaprovechar la oportunidad. Abrió con “Apolo” y “Azúcar”, dos adelantos de su álbum Verdor, a publicarse en 2021. Sison interrumpió para explicar que había que bajarle al volumen para evitar problemas con la policía, pero que la fiesta seguía: “¡Esto es una alcahuetería!”, celebró. Siguieron cortes de Hardem de Tambor y luego de Cine Negro, rapeados con la misma contundencia que le devolvió el público de Medellín. En cada presentación era evidente que la noche era un bálsamo tanto para los asistentes como para los artistas. Hardem, con la mirada oculta tras sus lentes oscuros, lo dijo entre canciones. “¡Somos survivors!”. Pidió que todos subieran las manos y rapeó “Shaktar Donetsk”; al final, todos ahí éramos campeones en un país en guerra. Antes de bajar de la tarima lo repitió por si alguien tenía dudas: “¡Esto es resistencia!”. Hablaba del concierto, pero seguro también aplicaba para el rap, para haber vivido el 2020 y para tanto más.
Sison anunció que ya venía Anyone/Cualkiera, su compañero de No Rules Clan, y que aprovecharan que ya iba a acabar la venta de chorro. Apenas eran las diez de la noche. “Yo sé que nos encanta fumar, pero hagámoslo afuera”, insistió. Ay, Sison: ¿Cómo le vas a pedir a un salón lleno de raperos que no prenda? Es como pedirle al sol que no alumbre.
Luego de probar sonido por diez segundos, Anyone abrió fuego. Desde Hardem y el cambio en el volumen para apaciguar a la ley, los beats eran apenas reconocibles, se sentía casi como una sesión de semi acapella. Eso no evitó que Kometa Six, icónico tatuador y graffitero, iniciara un pogo cuando sonó “Word Is Bond”. Y como quien se desquita luego de haber llegado hasta el final de este año, todas las gargantas exclamaron al unísono con Anyone: “Mi estilo de vivir es un diciembre de 300 días”. Los pogos siguieron el resto de la noche, con la furia de no haber podido sacudirse así en los meses anteriores. Más de uno que no estaba en la juega salió empujado y golpeado, pero hasta eso se extrañaba. Tras temas de Un día menos y Tiempo libre, sus dos trabajos en solitario, el calvo del genio tosco le pasó la batuta a Sison, que al fin iba a presentar su disco, más de un año después de que saliera a la luz.
Con garra, la voz desgarrada y vestido de Polo, Sison abrió con “Guess Who’s Back”, corte preciso para celebrar el regreso, por una noche, del rap en vivo. La sala —ya compuesta por casi 500 almas— la cantó como si estuviera esperándola hace rato, como si esa letra estuviera atrancada en cada garganta. Siguió “33 Hi-Top” y desde el público El Nene — figura del rap de Medellín sin rapear— se quitó su zapatilla Ewing y la elevó hacia lo alto. Pasaron las canciones del álbum, en el mismo orden del disco, mientras en la tarima y en el público rotaban un par de botellas de Hennessy. La voz de Sison luchaba, pero cada barra impactaba con rotundidad en los tímpanos de los presentes. El sonido estaba complicado, pero no importaba. “¡Un saludo para mi gente de Fútbol Sala!”, proclamó Sison y señaló a su grupo de amigos, el mismo que mantenía el pogo vivo. Acabó la presentación del álbum con “La bomba de la plaza”. “Desert Eagle”, de No Rules, fue la adenda que cerró la noche.
O no. Todavía quedaba un bonus track más. Durante la cuarentena habían salido canciones que, así hubieran sonado ya miles de veces en los auriculares, no habían sido disfrutadas al máximo porque no habían sido cantadas colectivamente en un concierto. Es una sensación especial esa de corear una canción junto con tantas otras personas, unirse en ese instante. Dentro de esas novedades sin estrenar en vivo estaba “Lancha rápida”, de No Rules con Vic Deal, Luis7Lunes, N. Hardem, Ignorancia Sofisticada y Gambeta. Todos estaban presentes en el recinto, era la ocasión perfecta. De hecho, era la primera y última ocasión en quién sabe cuánto tiempo. Sison llamó a Gambeta por el micrófono y la expectativa fue creciendo mientras el MC de Alcolirykoz llegaba. Llegó y empezó el beat que suena como una embarcación que avanza surcando las olas, una celebración de la unión de siete MCs, de los principales del rap colombiano, todos juntos en la tarima. Tenía sentido que esa fuera la canción con la que cerrara la noche, que mostró la unión, liderada por Sison, a punta de rap. Tenía sentido también porque es la canción del año del hip hop local. “Abro la ventana y no tengo vista al mar, tengo vista al MAC, y una lista con par de tracks”, cerró el coro. Si el concierto fue una misa, esta fue la parte en que todos se dieron la paz. Llegó la ovación final y no faltaron las manos levantadas en espadas cruzadas y diamantes para la foto que recordara la hazaña.
Así como llegó el toque, se fue. Parpadeas y te lo pierdes. Cuando despertamos, la pandemia seguía ahí. Los números de contagios y muertes continúan en aumento. Habrá toques de queda que dificultarán celebrar navidad y año nuevo en las calles. En la noche del viernes, recuperándose de los estragos del toque, Sison les hablaba a Luis, Vic, Anyone y Hardem: él mismo no lograba creer todavía que había hecho ese concierto, que tanta gente había ido, que todo había salido bien, más allá de las dificultades técnicas. Pero sí pasó. Por una noche el rap volvió a sonar en vivo. No se sabe cuándo suceda así de nuevo, así que por ese jueves 17 de diciembre, el mundo de Némesis fue un respiro y una alegría, aunque también un recordatorio de todo lo que nos falta recuperar.