Hace algún tiempo, leía en este mismo portal un reportaje que me llamó la atención que hablaba sobre lo mierda que es ser inmigrante en España. El título despertó mi curiosidad, evidentemente, y ahí que me fui a leerlo. Me gustó lo que leí, pero me quedó una sensación como rara en el cuerpo y ahora te explico por qué.
Está supergenial y superguay que alguien dé voz a los mal llamados inmigrantes; que alguien cuente las penurias que pasan para regularizar burocráticamente su situación en un país con una administración pública un poquito de pandereta. Está genial que haya alguien con la sensibilidad suficiente como para mostrar el infierno de otras personas que, por lo general, al grueso de la población le importan una mierda.
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Y yo, que soy egocéntrica y muy pagada de mí misma, y que me gusta mirar por mí, pensé: “Que sí, que muy bien. Que está guay contar la realidad de los (negros) que vienen de fuera y tal. ¿Pero qué pasa con los negros españoles como yo misma? ¿Quién cuenta que vivir como minoría en tu propio país también es una mierda? Alguien tiene que hablar de esto también”. Y por eso estoy aquí hoy, contándote qué tal se siente una en el país en el que nació, pero que, por ser de otro color, está metida en un saco de etiquetas, estereotipos y prejuicios que no molan nada.
La mayoría de la sociedad española (la mayoría, no toda, ¿vale?) tiene ideas preconcebidas sobre los negros que viven en España, ideas bastante ridículas.
El año pasado Divinity estrenó, el Día de la Mujer Trabajadora y encima en Prime Time -con dos cojones- el documental “Manzanas, pollos y quimeras”; por absurdo que te pueda parecer el título, te recomiendo que lo veas.
El caso es que el documental se estrenaba con la colaboración de la Fundación Mujeres Por África, y cuando presentaron el documental en el CaixaForum de Barcelona, me dio por ir. Inés París, la directora del documental, dijo algo que creo que vale la pena comentar: durante la filmación del documental, habían entrevistado a personas españolas (blancas) y les habían preguntado qué sabían sobre las mujeres africanas que viven en España. En la encuesta que hicieron preguntaron:
●Si conocían a alguna mujer africana.
●Qué nivel académico creían que tenían las mujeres africanas que viven en España.
●Y si consideraban que las mujeres africanas que viven en España tenían problemas de integración.
Las respuestas finalmente no se incluyeron en el documental, pero la mayoría de ellas fueron en la siguiente dirección:
●La mayoría de las personas encuestadas no conocía a ninguna mujer africana
●En cuanto al nivel de estudios, consideraban que son analfabetas o, a lo sumo, tiene conocimientos básicos de lectura y escritura.
●Aun así, consideraban que las mujeres africanas no tiene problemas de integración porque España no es un país racista.
Quizá España en su conjunto no es un país racista. De hecho tengo amigos blancos, y no son racistas (¿te suena a estupidez lo que acabo de decir? Pues piensa en la cara de gilipollas que se me queda cuando oigo lo de “yo no soy racista porque tengo una amiga negra”). Decía que España no será un país racista, o tal vez no lo será conscientemente, pero hay ahí un tufillo a rancio que molesta muchísimo, y que hace que mucha gente, por ignorancia, diga barbaridades y actúe de formas que dejan mucho que desear.
Y esa ignorancia es la que hace que la gente diga cosas como las que expliqué en el vídeo que aparece aquí arriba. Y como los ejemplos del vídeo, puedo poner muchos más:
Por ejemplo que yendo con mis hijas, me pregunten si las cuido; pero si van con su padre le pregunten con qué tiempo se las trajo, dando por sentado que son adoptadas (y negando, una vez más, la existencia de españoles negros). O que lo primero que me pregunte alguien al conocerme sea: “¿De dónde eres?” y que, al contestarle que de aquí, me diga “ya, bueno, ahora sí, ¿pero y antes?”. Y, bueno, cuando la crisis del ébola, ya ni te cuento el apuro que pasó la técnico del banco de sangre (soy donante) intentando preguntarme si había “viajado a mi… que si había estado en…”, que si había salido de España vamos (la chica lo resolvió relativamente bien, la verdad).
Yo creo que hay que empezar ya, de una vez por todas, a asumir y aceptar que hay negros españoles y desde hace algunos años ya. Y que los negros españoles, igual que el resto de españoles tenemos estatus diferentes. Será incultura, será desconocimiento o será simple negación, pero todavía hay gente que, cuando digo que trabajé durante un par de años en Port Aventura, me pregunten si estaba en México o en la Polinesia, y se les ponga la cara roja de vergüenza cuando les contesto que estaba en Recursos Humanos, calculando nóminas.
Todavía hay gente a la que le causa sorpresa que yo haya nacido en Barcelona, o que no tenga ningún acento en particular al hablar. Como el tipo que intentaba meterme ficha en una discoteca de Madrid: “¿Eres cubana?” No. “¿Dominicana?”. No. “¿De dónde eres?”. De Barcelona. “¿De Barcelona, España, o de Barcelona, Venezuela?”. De aquí. Y ahí se le quedó la cara de cuadros. O el taxista que, más tarde, me llevó hasta casa de mi amiga Susana y que, después de que le diera la dirección del sitio al que tenía que llevarme, y de preguntarle si tenía datáfono, se animara a preguntarme que de dónde era. Después de decirle que, de Barcelona, ya se animó a darme cháchara diciéndome “ya sabía yo que tú tenías que ser de por aquí, porque no te he notado ningún acento raro, y me he dicho: ‘ésta tiene que ser de aquí fijo, ¡vamos!’”. Y luego ya resultó que tenía un amigo “moreno, como tú”, y que le gasta muchas bromas al muchacho.
Por esos clichés y esos estereotipos sigue pasando que voy a Cáritas a entregar una documentación del trabajo y, sin darme ni los buenos días, me preguntan si voy a buscar comida. Quizá se lo preguntan a todas las personas que entran a Caritas… o quizá no.
Y lo que es peor, todavía quedan policías arrestando a mujeres negras españolas y llevándolas al calabozo (y reteniéndolas más tiempo del necesario) por no llevar encima el DNI. Que sí, que ya, que llevar la documentación es obligatorio, pero a ver si a ti, persona caucásica, la policía te pide la documentación así porque sí, en plena calle, y te detienen durante seis horas por no llevar el DNI. Esto es lo que le pasó a una querida amiga mía en Alcalá de Henares, año 2014. No me estoy inventando nada.
España es diversa. Aceptémoslo ya. Quiero dejar de ser vista como exótica porque no me considero como tal. No quiero tener que estar justificándome siempre por haber nacido aquí, por tener estudios universitarios, por hablar un castellano y un catalán perfectos, por tener un trabajo en la administración pública que conseguí después de aprobar unas oposiciones estudiando como el resto, sin quitarle el trabajo al hijo de ninguna vecina. No quiero que se me acerquen tipos por la calle a hacerme insinuaciones porque me toman por puta. Soy una mujer española y exijo respeto y visibilidad.
Hace poco alguien me preguntaba: “es que es verdad, ¿no hay más negros españoles haciendo ‘cosas’ aparte de Concha y Bore Buika o Desirée Ndjambo?”. Pues sí, somos un montón de gente haciendo cosas, pero como somos minoría… Qué más da. Porque cuando somos minoría parece que nada importa o importa menos, y siempre estamos con la coletilla de “es que como sois minoría”… Ok, somos minoría. Vale, está asumido, ¿y? ¿Y qué? Cuento igual, ¿no? Pues no, no cuento igual ni siendo española.
Y, desde este espacio que se me ha cedido, aprovecho para alzar la voz y reclamar visibilidad y respeto. Ni sobreprotección, ni condescendencia ni ninguna de las mierdas que se le ocurren a Mariló Montero como cuando dijo que a los negritos hay que enseñarnos a labrar la tierra en vez de darnos dinero.
No necesitamos dinero. O lo necesitamos en la misma medida que lo necesita cualquier persona ahora, porque las cosas están muy jodidas, pero dejemos ya de asociar ser negro con ser inmigrante, mantero, camello o puta. No voy a caer en la obviedad estúpida de decir que también somos personas.
Al final, lo que creo que faltan son ganas. Con las ganas, uno muestra interés y aprende. Porque en muchos ámbitos, la diversidad la llevamos aprendida de teoría, pero no vamos tan bien en la práctica. Y eso es lo que hace que, a día de hoy -hace dos semanas-, a mi hija de 8 años un niño la llamase negra asquerosa, o al hijo de una amiga, de seis años, los niños de su clase no le dejen jugar porque es negro. Y, ojo, no culpo a los niños, que quede claro.
Con ganas uno se acerca. Y ese uno engloba tanto a personas particulares como a entidades públicas y medios de comunicación, que tampoco están muy por la labor. Con ganas, uno busca información y se entera de que este año se celebra la quinta (quinta, sí) Gala de Premios Afrosocialistas. Con ganas, uno conoce las actividades culturales que organiza el Centre Euro África, o las presentaciones de libros de autores negros que lleva a cabo Ediciones Wanafrica. Con esas ganas se da visibilidad y espacio a portales como Africa State of Mind, un nuevo medio online que permite conocer y aprender sobre el estilo de vida africano en ámbitos como el arte, la música, la arquitectura y otras disciplinas. Todos son proyectos interesantes puestos en marcha por africanos y por afrodescendientes, como yo, en España.
Y son esas ganas y ese acercamiento quienes se encargan de romper barreras impuestas por el miedo y la desconfianza que generan el no (querer) conocer. Pero para eso hay que considerarnos iguales y no mostrar esa especie de proteccionismo colonialista patético que ahora no sirve de nada -de nada positivo, se entiende- más que para seguir marcando diferencias racistas.
Hay quien me dice que lo que me pasa no es para tanto, que lo exagero y que le doy demasiada importancia. A ver, explicado así, todo al mogollón, parece demasiado, porque esto no me pasa a mí todos los días. Pero esto que cuento aquí pasa. Está pasando ahora, en España. Decir que exagero, ya de entrada, muestra muy poca empatía, y solo se puede decir desde la posición de privilegio (sí, he dicho privilegio) que da el no sufrir ningún tipo de discriminación. Pero lo que está claro es que yo, desde la posición en la que estoy, me siento en la obligación de mostrar mi realidad al que es diferente a mí para que sepa cómo se siente estando en mi piel negra; y me siento en la obligación de crear conciencia en mi entorno más cercano -y en todos los entornos a los que tengo acceso- para que, cada día, al menos una sola persona se replantee sus convicciones sobre los que somos diferentes.
Ahora falta ver si, realmente, aceptamos la diferencia, o si lo decimos todo de boquilla. Porque esto es como todo: al final resulta que nadie ve Gran Hermano VIP ni nadie vota al PP, pero ahí están.
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