“No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio, y ese es el suicidio” Establece el filósofo y escritor ganador del premio Nobel de literatura, Albert Camus (1913-1960) al principio de su ensayo titulado El Mito de Sísifo. En él, describe que uno hace la rutina de su vida diaria: despertarse, bañarse, ir a trabajar, comer, salir al tráfico, llegar a tu casa, dormir, repetir. Hasta que un buen día uno “despierta” y se pregunta: ¿Es posible encontrarle un sentido al curso con el que llevamos nuestras vidas? ¿porqué quiero ganar más dinero? ¿porqué quiero enamorarme? ¿porqué quiero ser feliz? La realidad es que todas esas preguntar pueden tener respuesta, pero todos sabemos que, al final, ellas son insatisfactorias. Además, los avances de la ciencia no ayudan, saber si el sol o la tierra se encuentran en algún punto de la galaxia o si uno gira alrededor del otro no responden a mi búsqueda de sentido. Es importante notar que en toda la explicación del autor, él se abstiene de buscar un sentido religioso o metafísico a la existencia, se trata de un plano meramente humano sin la respuesta de trascendencia y sentido que se podría encontrar en la religión. Camus a través de su existencialismo ateísta simplemente quiere poner en términos de la propia existencia la realidad que le compete.
El mero ejercicio de preguntarnos al final del día si tiene algún punto simplemente actuar en el mundo nos lleva hacia el absurdo. Absurdo ante una falta de comprensión cabal del mundo que nos rodea en un sentido extremadamente existencial y personal. Camus, no sin mucha razón, dice que el humano tiene una tendencia irreparable a buscarle un orden, un sentido a las cosas:
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“Es fácil siempre ser lógico. Pero es imposible ser lógico hasta el fin. Los hombres que se matan (los suicidas) siguen así hasta el final la pendiente de su sentimiento. La reflexión sobre el suicidio me proporciona, por lo tanto, la ocasión para plantear el único problema que me interesa: ¿hay una lógica hasta la muerte?”(Camus 1966)
Parece ser que para el suicida en cierto sentido sí, él al ser enfrentado a una incapacidad a responder a la cuestión de “¿porqué estoy aquí?” se da cuenta de que es imposible responderse; es absurdo. Así el suicidio, afirma Camus, no es otra cosa que confesar. Confesar que se ha sido sobrepasado por la vida o que simplemente no se la comprende.
Ahora bien, en el sentido originario del pensamiento sobre el suicidio, darse cuenta de los términos que propone el francés, lleva a un vacío existencial que toma la forma emocional de la tristeza. Luego, como consecuencia, uno se tiene que afrontar a la cuestión de la propia vida y si vale la pena vivirla. Independientemente de la respuesta que uno tenga a esa cuestión, simplemente sí o no, invariable e irreparablemente se da una reafirmación de la creencia en lo absurdo como eje central de la conducta del hombre.
Aceptar el absurdo significa ser sincero con la propia existencia. “Nada es una tragedia hasta que el héroe es consciente de su circunstancia” Afirma Camus y se puede comprobar claramente en cualquier historia que toque el tema, la tragedia de Edipo Rey no se consuma hasta que el héroe se da cuenta de su condición de parricida e incestuoso. Es sincero pues ya no pertenece al porvenir, al “día siguiente” que termina con la muerte, el hombre al preguntar porqué y ver el incesante flujo de contradicciones de la existencia asimila al absurdo por completo y se sume en él.
Entonces ¿porqué no es lo más lógico recurrir al suicidio? ¿porqué nos aferramos a vivir? La respuesta que da el autor es fascinante:
“En el apego de un hombre a su vida hay algo más fuerte que todas las miserias del mundo. El juicio del cuerpo equivale al del espíritu y el cuerpo retrocede ante el aniquilamiento. Adquirimos la costumbre de vivir antes que la de pensar. En la carrera que nos precipita cada día un poco más hacia la muerte, el cuerpo conserva una delantera irreparable” (Camus 1966)
Camus, realzando el valor de la vida, puntualiza la capacidad que tienen todos los hombres para disfrutar la vida, lo impresionante que es ser de la especie humana; el hombre como el punto central en el que se conjuga el deseo del universo por explicarse a sí mismo. El hombre, no obstante el mar de incongruencias en el que habita, puede y debe reafirmar su capacidad de disfrutarla. Claro, el sufrimiento que trae el absurdo es innegable, el sentimiento de derrota y desesperación es el producto de su seno materno y uno jamás debe de negar su existencia, pero debe rebelarse en contra de él. Pero ¿cómo? Y así Camus introduce el mito de Sísifo.
Sísifo , después de haber engañado en repetidas a ocasiones a los dioses y escapar el Hades, es puesto en un castigo ejemplar y eterno por los vengativos dioses. Él tendrá que cargar por la eternidad una piedra hasta la cumbre de una montaña solamente para que cuando llegue ahí, ella se caiga y tenga que comenzar de nuevo. Sin embargo, Camus afirma, no hay que imaginarnos a Sísifo como un ser miserable, pues el héroe trágico sabe, es consciente de su propia situación de castigo. Él no espera que su situación vaya eventualmente a mejorar, no empieza a pedir perdón o decide inventa un nuevo Dios. No, Sísifo entiende cabalmente que, haga lo que haga, nada tiene sentido y no por ello se avienta del punto más alto de la montaña, sino que, una vez más, se rebela en contra de los dioses y disfruta su castigo. Al disfrutar el absurdo que constituye su condición se rebela en contra de él y lo sobrepasa.
Así, entonces, se entiende el sentido que quiere dar Camus al negarse al suicidio. Sí, el sufrimiento existe pero somos capaces de entender que los demás sufren, somos seres capaces de compasión, de unión y podemos darle la vuelta al absurdo que nos constituye. Por el sublime placer que es la vida creamos música, arquitectura, arte, danza, tecnología y la disfrutamos de una manera tal que, viendo de frente y sin reparo el sinsentido que es vivir, nos podemos parar el siguiente día y decir: “No me importa, quiero seguir viviendo.”
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