Música

¿Por qué hay más gaiteros en Bogotá que en San Jacinto?

Aunque la historia cultural del siglo pasado nos recuerde que Bogotá es una ciudad andina, hoy esta se ha convertido en un rico crisol de culturas, con una industria del espectáculo en alza y un mercado musical independiente que rompe fronteras. Con propuestas contemporáneas que articulan músicas locales, de diferentes geografías y culturas, con sonoridades más comunes en el mercado internacional, sea el rock, el jazz o el hip-hop, el panorama musical bogotano arrasa con su variedad y calidad. Hoy hay más espacios para disfrutar la música y, además, muchos bogotanos se apropiaron de los sonidos tradicionales, haciendo brotar una infinidad de proyectos que dan cuenta del diálogo intercultural en la ciudad. 

Es aún una realidad joven en la ciudad, que encuentra sus antecedentes en el boom de música de gaita que se vivió en Bogotá aproximadamente entre 1998 y 2007. Durante este periodo, por primera vez, cientos de cachacos y músicos costeños enarbolaron en la capital una cruzada gaitera que transformó la escena musical y sus prácticas en varios sectores de la ciudad.

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La música mestiza de gaitas y tambores, por no hablar de la gaita indígena, encuentra su cuna en los Montes de María, en los departamentos de Bolívar y Sucre, en la región Caribe. Se interpreta con dos gaitas: una hembra, que hace la melodía, y un macho que la complementa mientras a la vez toca la maraca. Así ha sido históricamente interpretada, tanto por afros como mestizos. Hoy en día las gaitas se acompañan con tres tambores: un llamador, un tambor alegre y una tambora. Estos sonidos han sido protagonistas tanto en fiestas religiosas como seculares, pues es música de fiesta y para bailar. Tiene varios ritmos, siendo los más populares: gaita corrida, porro, merengue y puya. Prácticamente cada pueblo de esta zona tenía su grupo de gaiteros, pues este cumplía una importante función social en sitios donde no había ni radio, ni tocadiscos.

Diferente a las regiones, en Bogotá y otros centros de poder nacional, ya se había gestado un movimiento musical nacionalista impulsado por las élites a finales del siglo 19, el cual realzó el bambuco y el pasillo como la única música que debía representar a la nación colombiana. Todo lo demás quedó marginando. Este fue el diseño de “cultura nacional” de una oligarquía blancuzca (porque blancos no eran), andina, católica, racista, que miraba con envidia la cultura europea, anhelándola y denigrando cualquier otra forma de “ser colombiano” que no se ajustara a sus criollos ideales eurocéntricos. Los gestores de esta idea absurda se salieron con la suya y mantuvieron sus posaderas en el trono del poder nacional. Oficialmente, las demás músicas fueron consideradas “musiquitas” pobres, burdas, vulgares, estridentes, en las cuales no valía la pena invertir. Y, muchas veces, ni siquiera dignas de ser llamadas “música”.

Ahora, la hipocresía de esta élite era evidente gracias a sus famosas escapadas que se pegaban, señores y señoras de alcurnia, para bacanearse en fiestas y celebraciones populares de barrios y pueblos costeños, donde la música de pitos y tambores era el mandato.

Esta situación cambió en los 50 del siglo pasado cuando, grandes artistas como Lucho Bermúdez y Pacho Galán, lograron calar en el gusto de los bogotanos a través de una versión más blanqueada y en formato jazzband de los diversos estilos musicales de la costa Caribe. La jazzband era el formato popular por excelencia de la época, algo así como el formato rockero de hoy día, que define el sonido de la mayoría de músicas que suenan en la radio comercial. Estos porros y cumbias enloquecieron tanto a los bogotanos, que estos cambiaron el bambuco y el pasillo por los nuevos ritmos tropicales. Pero las expresiones más antiguas que dieron origen a estas formas musicales, como la música de gaitas y los bailes cantaos, seguían siendo consideradas “musiquitas”, confinadas al ámbito del museo folklórico, donde se ignoraban su dinamismo, historia, y desarrollos propios. Desde su eurocentrismo arraigado, los capitalinos no estaban listos para entender masivamente sistemas musicales distintos al occidental, que nos fue impuesto en la colonia.

Paralelamente, ocurre un fenómeno interesante y que tendría consecuencias: durante la década del 50 y 60, los reconocidos folkloristas Manuel y Delia Zapata Olivella armaron una compañía folclórica de músicas y danzas afrocolombianas que hizo largas giras por tres continentes, visitando lugares remotos como Rusia y China, además de toda Europa Occidental y Centro América. La segunda generación de los entonces desconocidos Gaiteros de San Jacinto hacía parte de esta compañía, y fue gracias a esta exposición y circulación que lograron reconocimiento nacional. Especialmente después de ganar la medalla de oro en las olimpiadas culturales de México en 1968 con una alineación de lujo: Toño Fernández, Juan Lara, José Lara, Toño Rodríguez y Catalino Parra.

Este reconocimiento, culmen de una larga e importante carrera, se reflejó en el interés de productores discográficos nacionales que grabaron los primeros álbumes de Los Gaiteros de San Jacinto en los años 70. Aunque no fue un fenómeno masivo en Bogotá, y en realidad el único grupo visible era ése, tuvo una acogida suficiente que hizo que sus integrantes se mudaran a la capital en los 80, pues era más el tiempo que pasaban allí tocando que en su pueblo. Estas presentaciones se daban en el ámbito de “lo cultural”, es decir tocaban en eventos institucionales, teatros y en bares del centro como la Teja Corrida, en la Macarena. Pero su alcance seguía siendo limitado. De hecho solo un grupo de cachacos y brasileras se le pegó a la pata a estos maestros mientras estuvieron en Bogotá, para aprender los misterios de las músicas montemarianas. Se llamaban la Papaya Partida y sus miembros –Arturo Suescún, Juan “El Primo” Vergara, Deborah Miranda, Leonor Souza –son hoy en día referente obligado de la música brasilera en Bogotá.

Los Bajeros de la Montaña – “El Mapurito”. Parranda de Año Nuevo en Bogotá. Video de Jorge Aguilar. 

​En los años 90 esta historia cambia radicalmente por dos fenómenos complementarios. El primero es el éxito sin precedentes en 1993 del vallenato-rockero-gaitero-posmoderno de Carlos Vives y La Provincia que, con sus primeros tres discos, rompió todos los récords de ventas en Colombia, dándole exposición sin precedentes a la gaita. A partir de ese momento, esa flauta artesanal de origen indígena, desconocida para muchos e interpretada por la carismática Mayté Montero, empezó a circular más y se volvió un instrumento masivo.

Por otra parte, en 1992, Totó la Momposina lanzaría en Londres su álbum La Candela Viva, producido por Richard Blair bajo el reconocido sello de “músicas del mundo” Real World. Esta producción, con una sonoridad acústica, respetando los formatos instrumentales regionales y con un mensaje de rescate de la tradición, fue un gran éxito en Europa, lo que hizo que, de taquito, Totó fuera reconocida en Colombia. Es decir, esa misma mirada eurocéntrica de valorar lo que se valora en Europa hizo que le paráramos bolas a Toto la Momposina, quien hizo allá lo que muchos otros llevaban siglos haciendo acá: trabajar con músicas de raíz.

Estos dos fenómenos hicieron que gente en Bogotá, donde ahora se escuchaba la gaita todos los días en los temas de Carlos Vives en el bus o la fila del mercado, volcara su interés hacia las formas tradicionales de estas músicas. Y, por supuesto, allí estaban Los Gaiteros de San Jacinto para suplir la demanda. Esta fue tanta, que hacia el año 2003, había cuatro grupos en Bogotá que se llamaban Los Gaiteros de San Jacinto (casi como si fueran franquicias de músicos sanjacinteros) que tocaban permanentemente tres, cuatro, o más veces por semana cada uno.

Mientras esto ocurría, varios grupos de cachacos descubrimos estas músicas y su magia nos cautivó. Cientos más buscamos a los sanjacinteros para que nos enseñaran a existir musicalmente dentro de ese lenguaje sonoro, que tantas alegrías nos había brindado. Otros, atrevidos y con destreza musical impecable, comenzaron a crear propuestas de fusión que articulaban estas sonoridades tradicionales con arreglos, instrumentos e ideas musicales provenientes de otros contextos, sobre todo jazz y rock, muy arraigados en Bogotá.


​Lee aquí “Caminando con Urián Sarmiento”​, la historia de un arqueólogo de la música colombiana que ha explorado a fondo la tradición sonora del país​.


Así, surgen en 2000 y 2001 importantísimas bandas bogotanas, las cuales le abrirían las puertas y caminos mentales a cientos de músicos que a partir de entonces buscaron exploraciones similares: Curupira​ y La Mojarra Eléctrica. Estos ensambles, con músicos ya casi legendarios de la escena musical bogotana como Urián Sarmiento​, Jacobo Vélez, Juan Sebastián Monsalve, Lucho Gaitán y Jorge Sepúlveda, entre otros, manejaban en su discurso un idea innovadora: hacer fusión era sincero, pues ninguno de ellos nació en la música tradicional, pero para hacerlo de manera coherente, respetuosa y con calidad, era necesario conocer a fondo la manera tradicional de interpretar las músicas. Esto marcó una gran diferencia con experimentos anteriores como Macumbia, de Francisco Zumaqué.

Curupira – “La Gaita Nebulosa”. Lanzamiento del álbum La Gaita Fantástica. Bogotá, 2015. 


Gracias a esta idea, a esta forma de entender la música tradicional que estaba llegando a la ciudad, cientos de bogotanos, sobre todo de las localidades de La Candelaria, Santa Fe, Teusaquillo y Chapinero, nos dedicamos a aprender estas músicas, buscando a los maestros cultores regionales como guía. De ellos, muchos todavía dan clases en Bogotá: los tamboleros Joche Plata, Francis Lara, Gabriel Torregrosa Jr.,  Juan Carlos Puello “El Chongo”, y los gaiteros Freddys Arrieta, Damián Bosio y John Fuentes, entre muchos otros. De este proceso surgieron decenas de grupos musicales con propuestas que incluyeron, de una forma u otra, elementos de la música de gaitas.

Y es que parte del pegue de esta música es que no necesita electricidad, ni ensayadero, pues se puede tocar en cualquier parte, pertenece a contextos incluyentes que responden a procesos históricos de construcción de comunidad, y son músicas que celebran la vida y la alegría. Se volvió común encontrar grupos de gaiteros en las universidades o en los parques de ciertas localidades, así como en las calles del centro. Lo interesante es que estos gaiteros con frecuencia suelen ser cachacos y no costeños. Y aunque por eso hay más gaiteros en Bogotá que en San Jacinto, son muchas las cosas que han sucedido desde entonces.

Entre otras, la llegada de gaiteros negros como Sixto Silgado “Paíto”​y Jesús Sayas, con un estilo más explosivo, aumentó la complejidad del mestizaje gaitero bogotano, que adquirió un sabor particular a indio, negro y asfalto. Fue tan fuerte la entrada de la gaita en la demanda musical de los bogotanos, que muchas otras músicas tradicionales, sobre todo afrocolombianas, encontraron la oportunidad de articularse con estos mismos mercados y poner un pie en la capital. Comenzaron a visitar y a quedarse en la ciudad sabedores regionales vinculados a músicas de bullerengue, caña de millo y aires de tambora, del Caribe; y músicas de marimba de chonta, alabaos y chirimía chocoana, del Pacífico. Después de años, los cachacos aprendimos a tocar y se volvió recurrente nuestra presencia en los festivales de música tradicional. Ahora hasta nos ganamos festivales de gaita, como el excelente grupo femenino La Perla en Ovejas 2015). De estos procesos surgió un movimiento de propuestas experimentales, con gente de todas partes, que algunos llaman “nuevas músicas colombianas”. Este fenómeno ha abierto campo en los mercados culturales nacionales, de Europa y EEUU.


​Lee aquí “Las diez perlas de la Perla”, la nuevas damas de la música tradicional colombiana.


Exponentes contemporáneos destacados de las músicas gaiteras-costeñas en Bogotá, en su forma tradicional o fusionada, solo por mencionar algunos, son: Curupira, Los Bajeros de la Montaña, Nelda Piña y La Boa, La Perla, Son de la Provincia de Carmen de Bolívar, La Loma Ensamble, Gaiteros de San Jacinto 4G y Aguasalá.

​La Perla -“El enamorao”. Concierto en Matik-Matik, Bogotá 2016​

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Este texto está basado en mis textos: Ahora hay más gaiteros en Bogotá que en San Jacinto (2005). Tesis de Grado, Depto. Antropología, U. Nal; y el capítulo de libro “Los gaiteros de Bogotá: Una perspectiva sobre el trasplante musical de la gaita a la capital” (2009). En, Translaciones, legitimaciones e identificaciones. Música y sociedad en Colombia. Mauricio Pardo (ed.). Universidad del Rosario. Bogotá.