Un fantasma recorre Europa y en esta ocasión no es el del comunismo: es una crisis soplándonos la nuca, una recesión que ya ha asomado la patita. Los economistas más optimistas —o los creyentes en esa religión monoteísta que parece a veces el liberalismo económico— hablan de una desaceleración lógica y normal. Los ciclos, la mano invisible, la autorregulación que parece caída del cielo. Los menos confiados o los más críticos con el sistema ponen en cuestión, incluso, que se trate de una nueva crisis, y debaten sobre si alguna vez salimos de la de 2008.
Mientras tanto, la ciudadanía ya empieza a olerse la tostada: según el último barómetro del CIS, uno de cada tres españoles considera que la situación económica española será peor de aquí a un año. Un porcentaje, el 33 por ciento, al mismo nivel que el alcanzado entre 2003 y 2008, en la previa y durante la crisis económica.
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Los políticos, por su parte, muestran preocupación e incorporan la posibilidad de una más que plausible recesión y las medidas que han de tomarse ante sus posibles consecuencias: Echenique habla de que ha de ser una de las prioridades del Gobierno que se formará —o no— tras el 10N, en su entrevista con Pablo Motos en El Hormiguero, Íñigo Errejón también aludía a la que casi con total seguridad se nos viene, Sánchez, que pedía “no caer en el alarmismo pese a que existía un riesgo” reconoció por primera vez la posibilidad de una crisis durante un mítin en el País Vasco e incluso desde el PP, voces como la de Maroto tratan de utilizar el argumento en su campaña.
Las alarmas llevan tiempo saltando y cada vez suenan más fuertes: las nubes negras que sobrevuelan Alemania con la situación crítica del Deutsche Bank, la guerra comercial entre China y EE. UU., las posibles consecuencias del Brexit, el aviso del comisario de Presupuestos y Recursos Humanos de la Comisión Europea de que “los mejores años han quedado atrás” (y cómo serán los peores si los que hemos vivido son los mejores), la cifra del paro en nuestro país en agosto, la peor desde 2008, un septiembre marcado porque el empleo registró su menor subida desde 2013…
La Unión Europea y sus instituciones, como el BCE, no paran de “advertir” cosas, porque la Unión Europea y sus instituciones siempre advierten cosas. Cosas como que en España tenemos mucha deuda o como que la economía de la Unión Europea está en una situación de vulnerabilidad, porque además de advirtiendo cosas en los organismos de la Unión son muy buenos buscando eufemismos.
LA RECESIÓN YA ES UNA REALIDAD Y NO UNA PREDICCIÓN
Domingo Soriano, experto en economía, periodista y miembro del think tank de orientación liberal Instituto Juan de Mariana no cree, sin embargo, que estemos en un escenario similar al de 2007/2008 y prefiere no llamarlo crisis sino “ralentización de la economía”. “Que la haya no es una predicción, es una realidad. Y es una realidad más o menos lógica en algunas de las economías más grandes del mundo por una cuestión casi estadística: EE. UU. lleva 10 años creciendo, Alemania también lleva casi una década bastante buena y es lógico que haya un momento de cierta desaceleración, casi de reajuste del sistema productivo. Es incluso bueno que haya un cierto reequilibrio”, comenta. Aunque reconoce que “sí que hay signos preocupantes de enfriamiento y tensiones” y que “en lo que respecta a España sí que va a haber una cierta desaceleración, pero tenemos margen”. Según Soriano, “hemos desperdiciado los últimos 8 años dejándonos todos los deberes sin hacer después de una crisis muy profunda”.
“Lo único que se ha hecho desde entonces es inflar la economía a base de aumentar la cantidad de dinero en circulación”
Yago Álvarez, economista, divulgador y fundador del blog El Salmón Contracorriente, es menos optimista. “Claro que se avecina una recesión. Pero es que no ha habido un ciclo de bonanza. Lo que ha habido es la mayor crisis financiera desde el Crack del 29 y lo único que se ha hecho desde entonces es inflar la economía a base de aumentar la cantidad de dinero en circulación. Se ha inflado la economía pero no se han encontrado nuevos mercados que explotar ni nuevas industrias o un I+D que haya revolucionado la economía para encontrar nuevos flujos de capital. El BCE está estirando el chicle para intentar evitar eso que se nos viene, pero si China y Alemania entran en crisis va a haber una hecatombe bastante grande”, explica.
LOS HIJOS DE LA CRISIS YA SON MAYORES DE EDAD Y LOS HEREDEROS DEL 15M SIGUEN COMPARTIENDO PISO CON 30
Ahora bien: ¿cómo va a afectarnos en España en general y, en particular, a los hijos de la recesión? ¿A los que vimos en el 15M una esperanza que fue diluyéndose poco a poco, a los que nos venían diciendo que “seríamos la primera generación que viviría peor que sus padres” y los que pasamos de ver como peyorativo el término “mileurista” a verlo casi como un éxito?
Domingo Soriano cree que la pregunta no es cómo va a afectarnos: es cómo nos está afectando ya. “El mercado laboral parece especialmente diseñado para fastidiar a los jóvenes, a la gente que sale de la universidad o el FP y quiere incorporarse con normalidad al mercado laboral”.
“Además”, matiza, “el mercado laboral español está lleno de trabas legislativas que dan como resultado un mercado ultra rígido que protege, muy entre comillas, a los que ya están dentro y tienen un contrato fijo a cambio de aislar por completo a los que están fuera. En ese contexto, en periodos de desaceleración la sufren siempre los mismos”.
Yago Álvarez comenta que “el primer miedo que da esta recesión es que la precarización y el estado de crisis se lleguen a interiorizar y a normalizar de tal manera que ya nos parezcan normales todas las medidas que nos apliquen. Ya se han modificado, de hecho: por ejemplo hay gente que nunca va a poder comprar y que ni siquiera puede alquilar si no es compartiendo piso incluso pasados los 30. Al final van a condenar a una clase ya de por sí precaria a una precariedad aún más extrema y a la gente que acaba de salir de la carrera o que saldrá en los próximos años también puede afectarle en ese mismo sentido”.
UNA GENERACIÓN MARCADA POR EL COLAPSO DEL SISTEMA ECONÓMICO
Pero, más allá de en las condiciones materiales, de la imposibilidad de tener una casa propia e incluso de vivir sin compartir alquilando, o de formar una familia o de tener condiciones laborales estables y contratos no precarios o precisamente por ellas, las crisis también hacen mella en nuestra salud mental, en nuestra ideosincrasia y en nuestra visión del mundo, como individuos y como generación.
“Las crisis precarizan las vidas de las personas en muchísimos sentidos. La incertidumbre es una de los efectos que más nos cuesta soportar a nivel psicológico y por ejemplo está demostrado que el desempleo es uno de los eventos más estresantes en la vida de una persona y que la calidad de la salud de las personas desempleadas, sobre todo los de larga duración, es peor que la del resto. La impotencia que genera el ver cómo nuestra economía se va a la mierda y no podemos hacer nada, el que se nos recorten derechos laborales y no haya un Estado que vele por nuestro bienestar… Todos estos factores generan una sensación de pérdida de control, sentimos que no podemos hacer nada para mejorar nuestro estilo de vida, que estamos vendidos; eso es una máquina generadora de ansiedad y depresión”, explica Jara Pérez, psicóloga y psicoterapeuta.
“Para distraernos el sistema nos ofrece atracones bulímicos de experiencias, ropa, maquillaje, redes sociales o series que nos mantiene en una continua huida hacia delante”
“El neoliberalismo hace que cargues tú con la culpa de las fallas del sistema, y en periodos de crisis eso se hace aún más patente. Creemos que tenemos problemas psicológicos, pero en muchas ocasiones lo que ocurre es que la estructura social en la que vivimos nos hace sentir insuficientes continuamente, nos pone a competir, nos precariza, nos obliga a compartir piso hasta que nos muramos y a la vez nos desvincula, nos individualiza, nos hace sentir solos porque solo tenemos tiempo de ir a trabajar, al gimnasio y dormir, nos roba derechos laborales que las anteriores generaciones conquistaron con mucho esfuerzo. Para distraernos nos ofrece atracones bulímicos de experiencias, ropa, maquillaje, redes sociales o series que nos mantiene en una continua huida hacia delante. Ir al psicólogo y las nuevas terapias que se centran en las conductas y en lo positivo al final hacen que puedas sentirte mejor en un mundo de mierda, así que fíjate si le viene bien al sistema capitalista que te gastes el dinero en el psicólogo en lugar de cabrearte y estar motivado para cambiar las cosas”, añade.
Rubén Díez García, profesor de Sociología de la UCM, apunta a que, generacionalmente, sucesos como una recesión o cambios en los mercados de trabajo que acarreen precariedad, inestabilidad o la introducción de tecnologías que afecten a la producción y distribución de bienes y servicios marcan el sentir general de una sociedad y de las generaciones en las que se inscriben. “Internet ha cambiado el paradigma de la comunicación. Es lo que el sociólogo Manuel Castells llama autocomunicación de masas. Y eso, por narices, afecta al modo en cómo nos relacionamos y entendemos el acceso a información y conocimiento, en ese sentido, quizá, por ejemplo, se lleve peor el aplazamiento de las aspiraciones vitales, ya de por sí tardías dadas las dificultades para la emancipación”.
“Pero ojo”, señala, “que no solo se debe a cuestiones materiales o políticas. En los 60, 70, para tener autonomía e independencia, lo mejor era pirarse de la casa familiar, porque la familia ejercía una potencia normativa mucho más fuerte. Hoy en día se pueden alcanzar cotas de autonomía e independencia muy potentes en casa de los padres y además recursos económicos que permiten mantener el consumo. No olvidemos que una forma de sentirnos independientes, aunque no nos guste, es a través del consumo. Nuestras aspiraciones sociales son hedonistas, alcanzables a través del mercado, o incluso a través de nuestra exposición en redes sociales como Instagram”, comenta.
ENTONCES, ¿QUÉ?
En el año 2002 le preguntaron a Margaret Tatcher cuál había sido su mayor logro político y respondió que Tony Blair. “Obligamos a nuestros rivales a cambiar sus posiciones”, dijo. A asumir el marco. Y ese es, también, el mayor logro del liberalismo en general y en nuestra generación en particular: que hayamos abrazado la precariedad a la que nos condena y el resto de sus consecuencias como naturales. Que hemos aceptado el marco que nos impone como inevitable, como un círculo de tiza caucasiano fuera del cual es imposible pisar, como los elegantes caballeros de El ángel exterminador, que no podían salir del salón aunque las puertas no estuvieran cerradas.
Asumimos los ciclos económicos como algo inevitable, natural y, sobre todo, espontáneo. Así, esperamos las recesiones como Noé cuando el diluvio, como algo contra lo que no podemos luchar: lo único que podemos hacer es meter parejas animalillos de cada especie en la barca y ver si sobreviven (y si sobrevivimos).
“La mano invisible es una especie de deidad que ahora se llama autorregulación de los mercados”
“Esa base del capitalismo desde Adam Smith y la mano invisible”, explica Yago Álvarez. “La mano invisible es una especie de deidad que ahora se llama autorregulación de los mercados. El capitalismo es una creencia al final, no puede ser un sistema económico en el que haya tanta gente supuestamente tan inteligente creyéndose lo que se dice: que el capitalismo mutará, que encontraremos nuevos mercados o I+D eternamente. Y lo que ocurre con las creencias es que se fundamentan en que las cosas vienen dadas, como el Diluvio Universal, como algo inevitable. Pero los defensores de ese capitalismo siempre se cubren las espaldas. Siempre dirán que es por culpa del Brexit, de Trump o de que China ha sido intervencionista. El caso es creer y hacer creer que es casi mágico o sacral, una especie de Dios que siempre perdura. El capitalismo no es más que eso”.
Sigue a Ana Iris Simón en @anairissimon.
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