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Cristian Villanueva Fernández toma un café por primera vez después de varios meses. Ese acto, casi cotidiano para muchos ciudadanos, ya no lo es tanto para un venezolano. Así que se toma una foto con su taza para enviarle la imagen a su familia, que se encuentra en Venezuela. Él migró a Perú en abril de 2016.
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Mientras da un sorbo a su bebida cuenta que en su país natal, a falta de café, tenían que quemar azúcar o frijol para poder tomar algo que se le asemejara. Pero a su vez, para conseguir el azúcar había que hacer largas colas en los centros de abastecimiento.
“De acuerdo a mi número de cédula, me tocaba ir los viernes. Yo iba a la medianoche para hacer la fila. Como la guardia no quería que [los medios] nos tomaran fotos, no nos dejaban hacer la cola sino hasta las dos de la mañana. Miles esperábamos en los alrededores. Cuando daban la campanada corríamos como una estampida sin importar quién estuviera a nuestro paso. En esas colas he visto a personas mayores con ataques de infarto, y en dos ocasiones a personas pelearse con cuchillo”.
Todo para salir con un kilo de arroz, de azúcar, una bolsa de pañal, más nada, señala Cristian. A falta de productos, o dinero para comprarlo, la gente coge los mangos verdes de los árboles y los comen para tener algo en el estómago, o guisan la cáscara de los plátanos para comerlo con arroz o con arepa. “Varias veces me acosté sin comer. El alimento del pobre es la sardina. En la época de Chávez se compraba para los perros y gatos, ahora nosotros la comemos”, dice.
Esta situación lo llevó a plantearse salir de Venezuela e ir a Perú, el país donde se “come rico”, dice Cristian.
‘Vi azúcar, arroz, leche, pañales. Pensé que estaba en el cielo’.
En el 2014 hizo su primer intento. Además de comprar su pasaje de bus a Lima, juntó dinero para pagar la ‘coima’ [soborno] que piden los agentes de migraciones venezolanos para dejar cruzar la frontera de Colombia. Les pagó, pero ellos no le estamparon el sello de salida en el pasaporte. Así que al llegar al límite entre Colombia y Ecuador no lo dejaron avanzar en su viaje.
Regresó a Venezuela y comenzó a comprar dólares en el mercado negro. También empezó a idear su siguiente plan de “escape”.
Ya en el 2016, como no podía adquirir un pasaje aéreo en Venezuela, unos conocidos se lo compraron en Perú. Las pertenencias que tenía en su país no las vendió porque guarda la esperanza de regresar cuando la situación mejore. Su mamá se quedó cuidando la casa para evitar saqueos.
En el aeropuerto de Lima lo recogieron unos conocidos, quienes le ofrecieron hospedaje.
Lo primero que hizo al llegar fue ir a los supermercados. “Vi azúcar, arroz, leche, pañales. Pensé que estaba en el cielo”. También le asombró que la gente vaya en el transporte público usando el celular o que se juegue Pokémon Go en la calle, ya que en Venezuela el miedo a los robos no lo permite. “En el centro de Lima los turistas están tomando fotos normal, en Caracas no hay turistas”, dice Cristian.
Al día siguiente se puso a orar, le dijo a Dios que quería un empleo, y al poco tiempo le llamaron. Me dijeron: “Cristian véngase a trabajar a Chorrillos”.
Se puso a laborar como soldador en un circo, donde le pagaban más que el sueldo mínimo, pero la temporada acabó en agosto y necesitaba encontrar otro empleo. El problema es que para trabajar en Perú le piden como mínimo un título técnico, y Cristian no lo tiene.
De tener una casa grande, habitación y negocio propio en Venezuela, actualmente vive en un barrio popular en el sur de la capital, en un cuarto que comparte con otras siete personas, que incluye a un niño que a veces no le deja dormir.
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Hacia mediados de los años 80 Venezuela recibió miles de inmigrantes peruanos que huían del terrorismo y de la crisis económica que atravesó el país durante el gobierno de Alan García.
En estos últimos años la situación se ha revertido dramáticamente y ahora son los venezolanos quienes llegan a Perú en busca de empleo, sin importar que se trate del sueldo mínimo.
“Los venezolanos no están migrando, sino que se han convertido en desplazados de una crisis humanitaria. No vienen aquí porque quieren dejar Venezuela, sino porque están pasando hambre. No tienen comida, medicinas o leche para darle a sus hijos, o en su defecto, son perseguidos políticos y además escapan de la violencia”, señala Paulina Facchin, representante venezolana de la Mesa de la Unidad Democrática, coalición de partidos opositores a Nicolás Maduro, en Perú.
‘Los venezolanos se han convertido en desplazados de una crisis humanitaria’.
La Superintendencia Nacional de Migraciones indica que en el Perú viven unos 6.000 venezolanos. El exdiputado de la oposición Oscar Pérez, asilado en Perú, declaró a los medios que cada semana llegan cientos al país.
La mayoría de ellos no se registra en la embajada, ni en las oficinas de migraciones. “También están llegando los hijos de los peruanos que emigraron en los 80. Ellos cuentan con documentos peruanos, pero se sienten más identificados con Venezuela, en su cultura y en su forma de hablar”, señala Facchin.
Paulina Facchin trabajaba en Venezuela en un medio impreso de oposición. Asegura que fue secuestrada dos veces. En el 2010 durante un ataque, su hija terminó herida por una bala. En el 2011 dejó Valencia, en la región central de Venezuela, para instalarse en Perú, donde actualmente trabaja como abogada.
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Sandra Arteaga decidió emigrar a Perú a los 53 años de edad. Llegó a Lima en marzo del 2015 y se hospedó por unos días con una amiga en las afueras de la capital, en Chosica. Los aluviones, lluvias y truenos que por esos días azotaron la zona la llevaron a pensar que había viajado para morir lejos de su tierra. Pero no fue así. Sobrevivió a los deslizamientos y a las dificultades económicas de una desplazada.
La gente al conocer sus necesidades le ofreció hospedaje gratuito. También le animaron a organizar “polladas”, fiestas populares peruanas donde se vende comida para recaudar fondos por motivos de salud, desempleo o un viaje inesperado.
Ella las organiza cada domingo y los vecinos siempre le colaboran.
‘También están llegando los hijos de los peruanos que emigraron en los 80’
Su sobrino, Orlando de la Cruz, exfuncionario del gobierno venezolano, llegó en julio de 2016. Decidió tomar el riesgo cuando llevó a su hija de un año de edad al doctor y éste le dijo que su peso estaba por debajo de lo requerido para su estatura. La pequeña no tenía la alimentación adecuada pese a que su papá destinaba todo el sueldo de su empleo, y de trabajos extras, exclusivamente a la alimentación de la familia. Para Orlando, y para cualquier venezolano, también se volvió muy peligroso amanecer en las inmediaciones de los supermercados para hacer la cola por los productos.
“Desde mi casa se escuchaban disparos. En una crisis así, la delincuencia aumenta”, señala.
Vendió su carro para venir a Perú por tierra. En la frontera entre Venezuela y Colombia se quedó dos días viendo cómo cientos de sus compatriotas, así como él, estaban desesperados por salir. Algunos de ellos se quedaron en Colombia, otros en Ecuador. Orlando viajó hasta Lima. Al día siguiente de su llegada el dueño de un restaurante le ofreció empleo como mozo. “Me pagaba el sueldo mínimo y las propinas eran buenas”, dice.
Además una señora le consiguió trabajo por unos días como guía de turistas. Orlando también se las ingenió para vender golosinas en los autobuses. autobuses. Actualmente vende arepas en un puesto ambulante en una de las zonas más concurridas de Lima. “La mayoría de las personas consume por solidaridad. La gente es muy amable, me tratan con mucho cariño y me motivan bastante”, asegura.
‘En Perú La gente es muy amable, me tratan con mucho cariño’.
En septiembre del 2015, en Perú se aprobó la nueva Ley de Migraciones, que es considerada una de las más avanzadas del mundo. Esta norma, cuando entre en vigencia, otorgará la visa humanitaria a los ciudadanos extranjeros en situación de vulnerabilidad. Mientras tanto, desde el pasado 3 de febrero, los inmigrantes venezolanos pueden solicitar el Permiso Temporal de Permanencia.
“Ninguna persona fuera de su país puede vivir en indefensión o en un limbo jurídico”, declaró a la prensa el superintendente de Migraciones del país andino, Eduardo Sevilla.
Por su parte, el político asilado en Perú, Oscar Pérez, destacó mediante una nota de prensa la visión humanista del presidente Pedro Pablo Kuczynski y del pueblo peruano. “Llegamos al Perú no a convertimos en un problema, sino más bien estamos acá dispuestos a ayudar en todo lo que sea necesario para coadyuvar a que este país se siga convirtiendo en referente positivo para todo el continente y el resto del mundo”, indicó.
Desde ahora Cristian, Sandra y Orlando ya pueden trabajar de manera legal.
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