Este artículo apareció originalmente en Noisey UK. Léelo aquí.
Para aquellos a quienes no les interesen personalmente las drogas psicodélicas y/o los hombres que existen en fotografías en blanco y negro, permítanme presentarles a Timothy Leary. En los años 50, este psicólogo y escritor fue responsable de dos cosas: 1) la icónica frase contracultural “Turn on, tune in and drop out” y 2) una investigación y defensa imprescindibles de las cualidades terapéuticas de los psicodélicos.
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Como parte de su investigación sobre la conciencia, Leary desarrolló una escala de cinco niveles para evaluar la intensidad de diferentes experiencias psicodélicas. El primer nivel es un subidón sensorial leve, del tipo que reconocerás si alguna vez has llegado a las tres de la mañana a tu refrigerador a saquear golosinas. El segundo es un poco más intenso: tu proceso de pensamiento se vuelve profundo y abstracto, y quizás te pongas a debatir sobre si los gatos son o no espías enviados por alienígenas antiguos.
En el tercer nivel la cosa se pone interesante. Las palabras no son suficientes para describir este nivel, y caen en clichés, tal y como me pasó cuando intenté relatarle a unos amigos sobre un viaje con una dosis alta de hongos hace unas semanas. Básicamente: “Los colores se organizaron en un todo, los patrones geométricos se apoderaron de mi campo visual; una pacífica tristeza se filtró en mis ojos mientras escuchaba el Blonde de Frank Ocean; cada nota del disco se fusionó con la totalidad de la realidad; todo fue permeado de una empatía elevada. O algo así: *emoji de carita feliz boca abajo*.
Lanzado en 2016, Blonde flota sobre los humos de un renacimiento cultural de los psicodélicos. Una idea que tiene credibilidad gracias a varias piezas lanzadas este año. Ye de Kanye West; el colorido e influenciado por el country The Golden Hour de Kacey Musgraves; la atmósfera holística y pulsante del Singularity de Jon Hopkins; los visuales de arte óptico del nuevo álbum de Beach House; y dos libros: Trip, que es el primer trabajo ensayístico del exadicto a las anfetaminas Tao Lin; y How to Change Your Mind, del periodista cultural y de la naturaleza Michael Pollan, en el que investiga la revolución médica de los psicodélicos.
Después de lo que describe en Trip como un enfoque “lo que sea necesario” para escribir su novela Taipei —que incluye benzodiazepinas, opiáceos, anfetaminas y MDMA—, Lin se interesó en la experiencia psicodélica (y escribió una columna para VICE al respecto). Para aquellos que no somos novelistas observadores adictos al Adderall, queda la pregunta: ¿por qué parece que nuestro interés en los psicodélicos ha aumentado? Especialmente cuando el uso de Xanax se ha infiltrado en la música, desde las letras hasta la estética en general, pero de una forma diferente. Y agreguémosle esto: ¿cómo difiere la relación de esta generación con los psicodélicos en la cultura popular de aquellos que estuvieron antes?
Con la excepción de algunos huecos históricos (este es un ensayo, no un libro), la narrativa moderna de la cultura psicodélica se puede dividir brevemente en unas pocas eras. Estas son:
- Los 60: Escritores Beat como Jack Kerouac y Allen Ginsberg empezaron a documentar su experiencia con los alucinógenos (Ginsberg dijo que la segunda parte de su poema “Howl” la escribió inducido por el peyote); e íconos a blanco y negro como Bob Dylan y The Beatles le inyectaron el Technicolor a su trabajo, terminando, o al menos culminando, en la prohibición del LSD en el Reino Unido y Estados Unidos, ya que se asociaba a una consciencia política más aguda (que a los gobiernos no les gustaba nadita); y, luego, con los asesinatos de la familia Manson, que se cree que en parte fueron inspirados por la canción de los Beatles “Helter Skelter”.
- Los 70: Brian Eno usaba pantalones brillosos y con Roxy Music escribió una de las mejores canciones que pudieron ser concebidas en este planeta. Un puñado de freakis se clavaron con Can. Led Zeppelin definitivamente consumía LSD. Y Pink Floyd. Y bueno, parece que todos, del disco al reggae, del free jazz al pop. La fusión musical en esta década es una ventana para volar que no ha sido igualada.
- Los 80: Surgió el rap con matices psicodélicos (como en el álbum debut de De La Soul, 3 Feet High and Rising). El acid house se puso de moda. Todos empezaron a usar ropa que combinaba, como en el meme de ‘ya entendimos, te gusta fumar marihuana’.
- Los 90: No hubo. Había heroína.
- Los 00: “I ain’t acid rap, but I rap on acid” (“No hago acid rap, pero rapeo en ácido”), dijo Eminem en “Kill You” y como que eso es todo. Aunque se fundaron cosas como el Austin Psych Fest (2007), parece que los únicos interesados en psicodélicos fueron señores hippies de los 70 drogándose encerrados en sus garajes, a punta de Grateful Dead y de recuerdos. Los psicodélicos dejaron de ser referenciados en la cultura como antes.
Sin embargo, en la década actual se siente como si hubiera un renacimiento psicodélico. Obviamente hay algunos puntos ciegos en la lista de arriba (Erykah Badu podría haber tomado alucinógenos antes / durante / y después de hacer Baduizm; el nu-rave sucedió, etc.), pero al comienzo de esta década es que surgieron artistas como Kid Cudi, que consumía un “octavo de hongos solo para ver el universo“, y luego grupos como Flatbush Zombies, A$AP Mob y The Underachievers, que lanzaron su propia marca de rap psicodélico. Esto condujo al Acid Rap de Chance the Rapper, que es el regreso formal del LSD a la estética musical dominante del mercado, y un momento formativo para toda una nueva generación de músicos, la cual comenzó a utilizar cómoda y públicamente alucinógenos en su música.
El acercamiento de esta generación hacia los psicodélicos difiere de otros del pasado en la relación con la salud mental; esto se vio prominentemente en ye. West, quien describió su primera experiencia psicodélica tras inhalar óxido nitroso durante una cita con un dentista en un texto para la revista PAPER en 2012, grabó sus últimos álbumes en Wyoming, donde se especulaba que había estado experimentando con psicodélicos, cosa que más tarde se confirmó en las letras de ye.
En “Yikes” rapea sobre consumir 2C-B, antes de hablar de su experiencia de morir y volver a la vida en un viaje de DMT. Los adinerados estudiantes de arte británicos prefieren la primera sustancia, y en América Latina se ha utilizado la segunda en ayahuasca durante milenios (seguido ahora por una gentrificación de su uso, que incluye hasta turistas europeos). Probablemente ya sabías sobre el DMT en su forma más natural, si eres el tipo de persona que lee VICE.
Sin contar el lamentable contexto pro-Trump antes del lanzamiento de ye, el álbum parece centrarse en temas de salud mental (con la frase ‘I Hate Being Bipolar, It’s Awesome’ en la portada del disco, y las letras de las canciones). En un universo paralelo donde su apoyo a Trump, y el daño que eso causó a su relación con sus seguidores negros no existiera, el álbum podría haber sido visto como pionero en su vulnerabilidad psiquiátrica. La posición de West como una mega estrella global lo habría facilitado. Las referencias a los psicodélicos y la salud mental en ye están comprensiblemente entrelazadas.
Existe, por supuesto, un valor terapéutico en los alucinógenos, y eso es algo que Leary exploró en los años 50 y 60, y continúa profundizándose en la actualidad. Pollan lo menciona también en su libro, en un momento en el que visita a un paciente terminal de cáncer que recibe tratamiento con psicodélicos. O como dijo Jon Hopkins en una entrevista con Noisey en torno a su álbum Singularity, la experiencia psicodélica trae “una chispa”, una “sensación de asombro” a la vida.
“Vivir el día a día es insuficiente para los seres humanos; necesitamos trascender, transportarnos, escapar, necesitamos sentido, comprensión y explicación, necesitamos ver patrones generales en nuestras vidas”, escribió Oliver Sacks en Hallucinations en 2012, como se cita en The New Yorker. Esta búsqueda de comprensión es lo que llevó a Jhene Aiko a buscar hongos mágicos mientras escribía su álbum 2017, Trip; fue un período en el que, como le dijo a Rolling Stone el año pasado, pasó por un duelo y utilizó los psicodélicos para ayudarla a avanzar, comprender o aliviar el trauma después de la muerte de un familiar. De igual modo, en Blonde —un álbum que, al menos durante mi viaje en hongos, parecía tratarse de muchas cosas, pero sobre todo de relaciones no correspondidas y rotas—, Frank Ocean aparentemente usó los hongos como una forma de pensarse a sí mismo y de tener más acceso a las emociones. Para llorar bien, como él lo dice en “Seigfried“. En otros puntos, como en la abridora “Nikes” y después en “Solo”, habla de tomar ácido y lo hace encima de instrumentales que reflejan un tono similar a la atmósfera melancólica de “Seigfried”.
A diferencia de las generaciones pasadas en las que los psicodélicos se usaban predominantemente para la expansión de la mente, Ocean los usa como una forma de mirar hacia adentro, de autoexaminarse. De escapar. También hay un vínculo psicodélico entre Blonde de Ocean y Golden Hour de Kacey Musgraves, dos álbumes silenciosamente alucinatorios, exentos de mundanidad por varias olas de serotonina.
Curiosamente, Blonde and Golden Hour ayudan a ponerle una distancia a la breve pero no menos impactante influencia del Xanax en la música popular. Para este momento, probablemente conozcan la supuesta narrativa científica. Al ser una benzodiazepina, el Xanax se prescribe para disminuir la ansiedad y es una forma popular de tratamiento para una variedad de problemas de salud mental. Su uso recreativo (y peligroso) entre los adolescentes se ha injertado en el rap de Soundcloud, donde dos de los raperos más populares (y recientemente fallecidos) Lil Peep y XXXtentacion hablaron abiertamente sobre la depresión, la confusión personal y el uso de drogas farmacéuticas. Peep en “Praying To The Sky” dice que encontró Xanax en su cama, “se tomó esa mierda, y se volvió a dormir”.
Veintidós años después de la muerte de Timothy Leary, y ocho desde la muerte de su discípulo Terence McKenna (cuya vida y enseñanzas forman la base de Trip, de Lin), la sociedad todavía le da vueltas a las cualidades terapéuticas de los psicodélicos. Afortunadamente ha habido progresos. A diferencia de las benzodiazepinas, cuyos efectos a menudo son de corta duración y deben tomarse en dosis regulares, estudios recientes de psicodélicos muestran que estos tienen mayor beneficio a largo plazo para exacerbar o, en algunos casos, aliviar por completo la ansiedad y la depresión. Por ejemplo, un estudio de 2016 de Beckley / Imperial encontró que una pequeña dosis de hongos puede funcionar como un remedio terapéutico; de las 12 personas evaluadas —de las cuales todas habían experimentado depresión durante un promedio de 18 años—, cinco informaron que seguían sintiéndose libres de depresión después de tres meses.
Por supuesto, ese es un estudio minúsculo. Y el Xanax y los psicodélicos son dos formas diferentes de medicina. Una es una droga farmacéutica diseñada para aliviar la ansiedad; la otra es una planta natural que se presume que expande la mente; es decir, elige la primera y estás aliviando la presión de mirar hacia adentro, elige la última y estás mirando hacia afuera. Pero, en una era en que una de cada cuatro personas en el Reino Unido experimentará un problema de salud mental, vale la pena profundizar en los psicodélicos como una forma de tratamiento de salud mental, especialmente cuando el uso adolescente de Xanax (ya sea recreativamente o como una forma de automedicarse) ha resultado ser fatal, como lo demuestra el reciente documental de VICE UK, Xanxiety: Fake Xanax Epidemic, del Reino Unido .
En cualquier caso, tanto el Xanax como los psicodélicos han dado forma a la cultura en los últimos años. En su forma recreativa, el impacto del Xanax ha sido, en su mayoría, un episodio trágico y triste para una generación que sigue siendo muy joven. Para los psicodélicos, y para los hongos en particular, el futuro parece alentador. Pienso en mi viaje de tercer nivel, escuchando a Frank Ocean y recuerdo un pasaje del último libro de Lin. “Después de llegar al pico de una gran dosis de Adderall estando solo en mi habitación, no me puse a llorar mientras pensaba con cariño y amor en mis padres, como sí lo hacía con el cannabis y la psilocibina” escribe en un capítulo centrado en las diferencias entre los psicodélicos y las drogas, que él cree que son dos entidades diferentes.
Mi experiencia no fue muy diferente a la de Lin, ya que estoy seguro de que también podría haber sido para West y Aiko, o Musgraves y Ocean y sus propias experiencias. No quiero el “turn on, tune in, and drop out”, pero sí quiero ver el mundo en toda su gloria: todos los colores componiendo para crear un todo. Al mirar otras piezas musicales, parece que otros también quieren esa experiencia: una de escape hacia colores brillantes y conexión donde, por un momento (o tal vez de tres a cinco horas), las partes más asquerosas de nuestro mundo se disuelvan y podamos desanudar un poco los nudos de nuestra mente y nuestro corazón.
Por supuesto, después del viaje que experimenté, están los siguientes dos pasos en la escala de cinco niveles de Leary: el cuarto (que involucra experiencias extracorporales); y el quinto (encuentro de entidades inteligentes, como los infames duendes del DMT). Pero eso será para otro momento. Solo recuerda que hagas lo que hagas, siempre lleves a un amigo para el viaje.
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