Todos somos el español que canceló 130 vuelos en Múnich sin querer

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Las puertas son importantes. Las puertas existen para separar espacios y, al final, para separar personas. Sirven también para proteger la intimidad de los individuos y ocultar lo que no debe ser visto. Puertas: el máximo generador de fueras de campo de nuestra vida. Son ellas las que nos permiten imaginar y elucubrar sobre las maravillas u horrores que se ocultan tras ellas.

Abrir la puerta equivocada puede generar situaciones incómodas, como cuando con 12 años pillaste a tu madre frotando su coño contra la cara de tu padre, parecían estar pasándolo bien. “Hacer al amor”, le llamaron, pero parecía algo más. O cuando en diciembre de 2002 los encontraste envolviendo los regalos de reyes y descubriste que la magia no existía.

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Pero en fin, viajemos hasta el martes 27 de agosto de 2019, cuando un joven español procedente de Bangkok estaba haciendo una escala en el aeropuerto de Múnich para coger el vuelo que le llevaría a la tranquilidad vital de su Madrid natal (este dato es inventado, desconozco si el tipo nació en Madrid, pero me va bien para generar cierta profundidad dramática). Hasta ese momento todo iba bien. El joven bajó del avión y se dirigió hacia los servicios —ese ritual tan común que hacemos las personas sensatas que nos negamos a mear en aviones— y al salir fue cuando empezó su calvario.


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Al salir del baño todo el flujo de pasajeros había desaparecido. El tipo se encontraba totalmente solo en un aeropuerto desconocido, de hecho se trataba del segundo aeropuerto más grande de Alemania. Este fue el problema: el rebaño al que seguir se había esfumado y ahora se encontraba desorientado y obligado a depender únicamente de su lógica y sentido común para resolver una situación mínimamente compleja.

Uno podría llegar a pensar que un joven que ha estado solo en el puto Bangkok debe ser una persona mínimamente espabilada, un viajero, un aventurero, alguien que puede resolver con facilidad cualquier tipo de conflicto o traba. Pero no. Incluso el guerrero más preparado puede palidecer ante una situación nueva e intimidante. Otro gallo cantaría si se tratara de un hombre de 40 años. Os garantizo que cuando un señor de 40 años ha viajado solo a Tailandia vuelve con la cabeza un poco liada, vuelve como aturdido, como con el alma rota, cosa que podría justificar que se perdiera o se echara a llorar en cualquier momento. Ya me entendéis.

En fin, en el caso del joven la cosa era distinta, pero supongo que el silencio de ese espacio sin alma, repleto de señales con idiomas extraños que no tienen nada que ver con el español, fue su peor enemigo.

Empezó a caminar en dirección contraria e intentó abrir las puertas a la zona restringida a la que solo pueden acceder las personas que han pasado por el control de seguridad. Claro, al otro lado veía gente sonriente arrastrando sus maletas, seres como él. Él debía estar también entre ellos. Entonces apretó el botón para abrir la puerta y una alarma empezó a sonar. La alarma estaba avisando al personal de seguridad del aeropuerto de que un pasajero que provenía de un país de fuera de la zona Schengen estaba intentando evitar pasar por los controles de seguridad.

El aeropuerto se paralizó, desalojaron a miles de pasajeros para que volvieran a pasar por los controles. El incidente hizo que se cancelaran 130 vuelos. Vacaciones familiares hechas añicos. Responsables de cuentas de la sucursal de Múnich viéndose obligados a avisar por WhatsApp que no podrán asistir a la reunión anual de la empresa en Berlín. Amantes que este fin de semana no se encontrarán por culpa de un joven español.

El joven fue detenido e interrogado por las fuerzas de seguridad y ahora se enfrenta a consecuencias penales. El tipo asegura estar “horrorizado”.

Pero todos somos como este tipo. Todos nos podemos encontrar en una situación que nos supere, estar perdidos en un mundo y tomar decisiones estúpidas. Puede que las ganas de llegar a casa hicieran que su cerebro se nublara, como cuando la inocencia hizo que abriéramos esa puerta y encontrásemos a nuestros padres follando al otro lado. Hay puertas que creemos que no deben abrirse nunca pero realmente son estas puertas, esas verdades crudas y directas que se encuentran al otro lado, las que nos hacen crecer y madurar. Sin esas puertas abiertas seguiríamos creyendo en los reyes magos, cosa que realmente no sé si es buena o mala.

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