En 2013, mi vida digestiva se fue a la mierda, casi literalmente. Empecé a sufrir episodios extraños en los que sentía como si se me estuviera haciendo pedazos el estómago, lo que hacía que tuviera que estar doblada en el baño durante horas. Luego, me salían urticaria en los brazos o alrededor de la boca. Otras veces se me cerraba la garganta, no hasta el punto de no poder respirar, pero sí lo suficiente como para que asustara. Fui al médico para que me dijera qué me pasaba.
Me puso una dieta de eliminación, que consiste en dejar de comer los ocho grupos de alérgenos más comunes, y me derivó al alergólogo para que me hiciera unas pruebas. Nunca había sido alérgica a nada antes (aunque soy intolerante a la lactosa), así que tenía mis dudas sobre si la comida era el problema.
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Pero unas semanas más tarde, me dieron los resultados: enhorabuena, eres alérgica a la soja. (Lo he confirmado una y otra vez tomándola sin querer).
Comí soja durante toda mi infancia. Mi madre es china y era la que cocinaba casi todo: salsa de soja, tofu, edamame, tempeh… Vamos, que solíamos nadar en soja. ¿Cómo he podido hacerme alérgica de repente?
La respuesta de la médica: “No lo sé”.
Las alergias alimentarias están rodeadas de misterio, pero si hay algo que sabemos a ciencia cierta es que están aumentando, hasta un 20 por ciento en la última década. La primera semana de 2019 se publicó un estudio en The Journal of the American Medical Association (JAMA) que afirmaba que en una encuesta realizada a 40 443 adultos estadounidenses, aproximadamente el 10,8 por ciento de ellos padecían una alergia alimentaria y a casi la mitad de ese porcentaje al menos una alergia le había aparecido siendo ya adultos. Un cuarto de ellos, como yo, no había tenido ninguna alergia alimentaria durante su infancia.
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“Me sorprendió mucho”, cuenta Ruchi Gupta, uno de los autores del estudio y profesor de Pediatría y Medicina en el hospital infantil Lurie de Northwestern Medicine. “De los resultados puede deducirse que al menos la mitad de los niños mantienen su alergia alimentaria en la edad adulta. Y luego está ese grupo adicional que desarrolla la alergia cuando ya son adultos”.
Gupta confirma que es una situación confusa para los pacientes. Nos preguntamos qué le ha pasado a nuestro cuerpo, qué ha cambiado.
Cathryn Nagler, científica y profesora de la Universidad de Chicago, afirma que la velocidad a la que están aumentando las alergias alimentarias se debe a varios factores. “Nuestra hipótesis es que este aumento de la prevalencia no puede ser genético”, dice. “La genética no cambia tan rápidamente. Tiene que deberse a un factor ambiental”.
Declara que tanto ella como otros investigadores opinan que el factor ambiental explica los cambios en nuestro microbioma, las bacterias que tenemos en el cuerpo.
“El mal uso de los antibióticos y la pérdida de fibra en nuestra dieta son los desencadenantes principales”
¿Los dos desencadenantes principales? “El mal uso de los antibióticos y la pérdida de fibra en nuestra dieta”, dice Nagler. “Aunque intentes evitar los antibióticos, son medicamentos bastante frecuentes y están presentes en más comida y suministros de agua de la que te gustaría saber. Se ha observado que se ha ido perdiendo fibra de nuestra dieta de manera constante. Por ejemplo, los estadounidenses son famosos por su amor por la comida rápida o procesada, que tiene muy poca fibra”.
Algunas bacterias se alimentan de fibra y al disminuir su consumo, también podemos alterar la cantidad de bacterias de nuestro organismo, ya que algunas se mueren de hambre mientras otras crecen. Además, los antibióticos cambian los tipos y la cantidad de bacterias que conforman nuestro microbioma acabando con algunas de ellas y favoreciendo a otras.
En otro estudio reciente que se publicó hace poco en Nature, Nagler y sus compañeros van un paso más allá intentando descubrir la conexión entre nuestro microbioma y las alergias alimentarias. Descubrieron que al implantar flora bacteriana de bebés humanos sanos en ratones libres de gérmenes, esta protegía a los ratones ante una reacción alérgica a la leche de vaca. Pero si al ratón se le implantaba flora bacteriana de bebés alérgicos a la leche, entonces presentaba una reacción a la leche bastante seria. Los ratones sufrían anafilaxis cuando probaban leche de vaca por primera vez.
“Demostramos sin lugar a duda que los ratones con la microbiota de niños sanos estaban protegidos ante una reacción alérgica”, explica Nagler.Las alergias son respuestas del sistema inmunitario, mientras que las intolerancias son una respuesta negativa que se puede predecir, pero que no es una respuesta inmunológica
Los investigadores analizaron qué microbios estaban presentes tanto en los ratones sanos como en los alérgicos y descubrieron que una especie de bacteria en concreto, la Anaerostipes caccae, parecía ser la responsable de ayudar a proteger a los ratones de la reacción alérgica.
Cuando compararon las diferencias en la expresión genética de los ratones o qué genes estaban más o menos activos, vieron que el epitelio del intestino, un tejido que recubre ambos intestinos, era diferente. El siguiente paso era descubrir cómo altera la Anaerostipes caccae este tejido y cómo afecta este cambio a la respuesta del sistema inmunitario.
Los nuevos hallazgos van en consonancia con un estudio anterior de Nagler y sus colaboradores. En 2014 descubrieron que un tipo de bacteria llamada clostridia podría ser de ayuda a la hora de protegernos frente a la alergia a los frutos secos. (Resulta interesante que la Anaerostipes caccae forme parte de los clostridia). Esta clase de bacterias produce un compuesto denominado butirato, un nutriente muy importante para tener un microbioma sano, afirma.
En 2015, Nagler y su colaborador Roberto Berni Canani, de la Universidad Federico II de Nápoles, en Italia, descubrieron que había diferencias importantes entre la flora bacteriana de los bebés con y sin alergia a la leche de vaca. Los niños que habían conseguido tolerar la leche de vaca gracias a su dieta tenían niveles más altos de butirato en sus heces, lo que pone de relieve que el butirato puede desempeñar un papel importante en la protección frente a las alergias.
En junio de 2016, Nagler cofundó ClostraBio, una empresa dedicada a crear una pastilla que pudiera reintroducir en el intestino una versión del butirato creada en un laboratorio. Vistos los prometedores resultados que han obtenido con la Anaerostipes caccae, confirma que ahora está interesados en desarrollar esa bacteria aislada para usarla como tratamiento.
“Las alergias son respuestas del sistema inmunitario, mientras que las intolerancias son una respuesta negativa que se puede predecir, pero que no es una respuesta inmunológica”
Por ahora, los alérgicos no tienen muchas opciones. El mejor consejo es evitar, evitar y evitar. Yo leo el etiquetado de la comida obsesivamente y acoso a los camareros de los restaurantes, pero no es un sistema infalible. Mi exposición más reciente fue en un avión, cuando un amable desconocido me dio una pastilla para la tos porque me picaba mucho la garganta. La pastilla tenía soja. No fue agradable, pero, por suerte, mi alergia no supone peligro de muerte. El año pasado, una chica de 15 años murió en un avión por comer un bocadillo de Pret a Manger que llevaba sésamo.
La gente que sufre alergias mortales necesitan soluciones ya. Algunos están probando inmunoterapia oral, que consiste en exponerse a pequeñas dosis de los alimentos a las que tienes alergia para desensibilizarte. En un artículo de 2018 de Science Magazine, Jennifer Couzin-Frankel afirmaba que más de 3000 personas en todo el mundo están probando la inmunoterapia con los cacahuetes y esta técnica cada vez se usa más con otros alimentos, como los huevos, la leche y los frutos secos. “Es un campo que ha estado décadas sin ofrecer nada a sus pacientes más allá de la abstinencia, así que la inmunoterapia supone todo un cambio”, escribió Couzin-Frankel.
El tratamiento no ha funcionado demasiado bien, ya que requiere que te expongas a algo a lo que eres alérgico, normalmente mucho. En 2017, un niño de 3 años murió en Alabama durante una prueba de comida y ha habido otros desenlaces fatídicos mientras se intentaba encontrar el procedimiento y la dosis adecuada.
Personalmente, yo prefiero tomarme una pastilla que hace las veces de microbioma sano que ingerir pequeñas dosis de soja y arriesgarme a encontrarme fatal. Pero Nagler me confirma que cualquier tratamiento inspirado en el microbioma debería ir acompañado de inmunoterapia. Piensa que conseguir tolerancia requiere tanto una desensibilización como una respuesta de barrera de protección inducida por las bacterias, son dos piezas de puzle que encajan.
“Si desensibilizas sin haber lidiado con la respuesta de barrera de protección subyacente, vas a seguir teniendo un problema”, dice Nagler.
“Es probable que el aumento de prevalencia de las alergias alimentarias se deba a diversos factores”, explica Ahmad Haman, alergólogo e inmunólogo de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill que no estaba involucrado en el trabajo de Nagler. Pero añade: “Parece claro que la microbiota desempeña un papel en generar sensibilización o tolerancia a los antígenos alimentarios, tal y como demostró con creces la doctora Nagler en su estudio”.
Me habla de otro ensayo controlado aleatorio reciente que descubrió que añadir probióticos a la inmunoterapia oral con cacahuetes ayudó a la niños a no reaccionar ante el alérgeno, como ejemplo de que ambos enfoques van de la mano.
“Estar expuesto a los alérgenos más frecuentes puede ser un método de protección”
Cuando le digo a la gente que ahora soy alérgica a la soja, a menudo me preguntan si es porque he comido demasiada. También me he encontrado con camareros que no le dan importancia a mi alergia porque hay gente que evita la soja por otros motivos de “salud” que no son una alergia.
Gupta me cuenta que cuando se publicó su estudio en la JAMA, muchos otros medios se centraron únicamente en la parte estadística: mientras que uno de cada diez tienen una alergia alimentaria, casi el doble creía tenerla, pero sus síntomas no cuadraban con una auténtica alergia alimentaria.
Trevor Noah habló sobre la investigación en The Daily Show. Dijo que: “Las alergias afectan a muchos estadounidenses quejicas. Pero según un nuevo estudio, la afección más común es la hipocondría”.
La cosa es que seguramente no sea hipocondría, sino otra reacción que no es alérgica, como una intolerancia. Las alergias son respuestas del sistema inmunitario, mientras que las intolerancias son una respuesta negativa que se puede predecir, pero que no es una respuesta inmunológica. Gupta aclara que ella cree que las intolerancias son algo real. Por ejemplo, lo intolerancia a lactosa es muy real, pero la causa la deficiencia de una enzima, no el sistema inmunitario. Ambas son válidas, por eso incluyó en su gráfico que hay que tomar en serio a aquellos que no presentan una verdadera alergia, pero que sí presentan efectos secundarios negativos después de comer un alimento concreto.
¿Que resulta molesto que de repente todo el mundo tenga un problema con el gluten? Por supuesto. Pero eso no justifica lo que parece ser un antagonismo creciente hacia necesidades de dieta concretas.
Cuando la gente me pregunta si soy alérgica a la soja porque he comido demasiado, hace que parezca que es mi culpa y no el resultado de una dieta sistémica y problemas ambientales. Grupta me dice que cuando investiga las alergias alimentarias de todo el mundo, descubre que suele haber más alergia al alimento más consumido y que en cada país predominan unos alérgenos diferentes. Por ejemplo, en Europa las avellanas son una de las alergias mas comunes, pero una de las alergias mpa el mundo, suele encontrarse con diferentes alsultado de una dieta sists son una respueás comunes, pero es no ocurre en Estados Unidos. No obstante, no hay pruebas de que comer mucho de algo desemboque en una alergia.
De hecho, estar expuesto a los alérgenos más frecuentes puede ser un método de protección (es la premisa en la que se basa la inmunoterapia oral). El estudio LEAP (Learning Early About Peanut Allergy, descubre a tiempo la alergia al cacahuete) descubrió que de 640 niños que tenían una alergia muy grave al cacahuete, los que consumieron cacahuetes de muy pequeños consiguieron prevenir desarrollar la alergia. Los resultados sugieren que “las recomendaciones previas de retrasar la introducción de alérgenos en la dieta de los niños” (que ya se ha modificado) podría haber contribuido al aumento de las alergias alimentarias”, explica Hamad.
Por ahora no hay pruebas que demuestren que una sobreexposición a un alimento provoque alergias ni de que ser alérgico a un alimento sea culpa de la persona.
Nagler dice que ella supone que yo no podría haber controlado lo que me pasó.
“Los que tenemos alergias siendo adultos podemos decidir si queremos probar la inmunoterapia oral o esperar a que salgan al mercado medicamentos para el microbioma”
“Parece una consecuencia ambiental, ¿verdad?”, pregunta. “No te ha cambiado la genética. Mi teoría para dar una explicación a lo que te pasó es que ocurrió algo que te alteró la composición del microbioma en un momento en el que permitió a tu cuerpo empezar a sensibilizarse ante esto. Puede que fuera un fallo de la función de la barrera o una disminución de la cantidad de bacteria sana”.
No está claro cuánto tiempo duran las alergias que surgen en la edad adulta. A algunos niños les desaparece la alergia cuando crecen, pero yo ya soy adulta, ¿qué va a pasar? “Es una muy buena pregunta que vamos a investigar de ahora en adelante”, dice Grupta. “Creo que no contamos con ningún grupo de adultos que estemos siguiendo a largo plazo, es lo que nos hace falta para poder hacer más hallazgos”.
Por ahora, los que tenemos alergias siendo adultos podemos decidir si queremos probar la inmunoterapia oral o esperar a que salgan al mercado medicamentos para el microbioma. Hasta que llegue ese momento, pórtate bien con tus amigos alérgicos mientras yo miro con nostalgia cómo otros disfrutan de una sopa miso.
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