Algo malo está pasando en este pueblo

Este artículo hace parte de la edición de octubre de VICE.

Daniela y Frinia Díaz Luna duermen un domingo en la mañana en su casa, en el barrio Los Mangos de El Carmen de Bolívar. Todas las fotos por Natalia Pérez.

Ernesto Díaz se siente un hombre con suerte, un hombre feliz. Está sentado en una silla de plástico color verde en el comedor de su casa, que también es la cocina y el cuarto que comparte con Yennis Luna, su mujer. La luz de una vela lo ilumina mientras se toca la panza que, como el resto de su cuerpo, está cubierta de pelos canos. “Mis hijas y mi mujer me han hecho perder peso, ¿qué te parece?” y se ríe. Se ríe a carcajadas dejando al descubierto un par de arrugas cincuentonas que le salen de la comisura de los ojos. Sólo viste una pantaloneta roja que es pijama para estas noches de calor. Es temporada de lluvia en El Carmen de Bolívar, un pueblo en medio de los Montes de María a dos horas y media de Cartagena, en donde, desde mayo de 2014, no se habla de otra cosa que no sea la vacuna contra el VPH, niñas enfermas, histeria colectiva, asociación de padres indignados, conspiraciones e intentos de suicidio. Esta noche él se ríe y eso es lo único que importa.

Ernesto cuenta que él y Yennis viven por sus dos hijas, por eso desde aquel mayo de 2014, cuando su hija mayor, Daniela, y otras compañeras de clase se desmayaron simultáneamente en clases, han dedicado cada minuto y centavo de su trabajo a entender qué pasa y a encontrar una cura para ella y para Frinia, su hija menor, que empezó a presentar las mismas complicaciones físicas que su hermana unas semanas después de la primera crisis: asfixia, dolor en el pecho, desvanecimientos y el descubrimiento de quistes en los ovarios y los senos.

Como Daniela y Frinia hay más de 900 niñas en El Carmen de Bolívar que, en peores casos que los de ellas, presentan parálisis en piernas y brazos, y convulsiones. Por eso, esta casa, aparte de ser su hogar, es el refugio donde a diario acuden varias madres en busca del consejo de Yennis, que es la más aguerrida y por sus conocimientos sobre el caso, se ha convertido en una de las principales voceras del movimiento de los padres.

En su momento y desde que comenzó la discusión en medios de comunicación, los padres de las niñas han asegurado que la crisis de salud responde a la vacuna contra el Virus del Papiloma Humano, que siguiendo una directriz del Ministerio de Salud había sido aplicada en los colegios entre finales de 2013 y principios de 2014. Sin embargo, en enero de 2015 el Gobierno respondió con un informe del Instituto Nacional de Salud (INS) y dio por terminado el debate aduciendo que la crisis obedecía a causas psicológicas.

Desde entonces, poco se ha vuelto a hablar de las niñas de El Carmen. En un mundo que se levanta a diario para reaccionar al escándalo de turno, no son muchos los que se han enterado de que la comunidad carmera continúa padeciendo las secuelas de lo ocurrido en 2014. Y no se trata de cualquier tipo de secuelas: 20 de las niñas han intentado suicidarse. Una de ellas lo logró.

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Una foto de Yennis Luna, con sus hijas y sobrinas, en el grado de una de ellas.

Uno de los métodos más eficaces que conoce Yennis para lograr la siesta del mediodía, a 45 C, es salpicar agua helada sobre las sábanas de la cama recién hecha. El paso siguiente es caer noqueada después del almuerzo, que en los mejores días consiste en arroz, ensalada, papas y pollo, cerdo o hígado asado, y en los menos buenos es sólo arroz con lentejas y tal vez una sopa. De esos últimos es de los que más hay en estos meses, porque a Ernesto le ha salido poco trabajo y Yennis está dedicada de tiempo completo a la Asociación de Padres de Familia.

Mientras enjuaga los platos, Yennis cuenta que en esos primeros meses de la crisis llegó al pueblo una comisión del Instituto Nacional de Salud y empezó a hacer estudios en los alimentos que consumían las niñas en el colegio, el agua que tomaban, el estado de las casa donde vivían, la situación emocional de sus familias. El informe de la investigación que hicieron fue publicado en enero de 2015.

En el documento se lee que se tomaron 517 casos registrados en la sala de urgencias del Hospital Nuestra Señora del Carmen entre mayo y agosto de 2014. De estos, 473 no presentaban ningún antecedente clínico previo a los episodios atribuidos a la vacuna y eran pacientes entre 13 y 15 años de edad. De 509 que habían sido vacunadas con las tres dosis que componen el tratamiento preventivo, la mitad se había puesto una dosis, un poco menos de la mitad se había puesto dos y sólo un 3% se había puesto las tres. Las niñas con menos dosis iniciaron síntomas en un lapso menor a las que tienen las tres dosis completas.

La incertidumbre, la falta de atención del Estado y la frustración porque su patología biológica no está siendo reconocida son, según el doctor Christian Ayola, causales de ansiedad extrema.

El informe concluye que “tras la revisión de signos y síntomas y por el tiempo transcurrido entre la aplicación de las dosis hasta la presentación del evento (en promedio superior a dos meses), se decide descartar el Esavi (Eventos Adversos Supuestamente Atribuibles a la Vacunación e Inmunización) como causa de la atención médica de las niñas”. Y remata con un veredicto: la enfermedad diagnosticada es evento sicogénico masivo, o en términos castizos, histeria colectiva.

Para Yennis el informe está viciado. “Esos son puros embustes, ellos creen que uno es bobo”, dice. Y por “ellos” se refiere a cualquier entidad del Gobierno. Para explicarse pone un ejemplo, el caso de Zamira Peñaloza, una de las primeras madres en asociar los desmayos con la aplicación de la vacuna en las niñas. Ella tiene dos hijas, Virginia de 16 y María José de 12. La menor pertenece al primer grupo de niñas que se desmayaron simultáneamente el 30 de mayo de 2014 durante la jornada escolar. En días posteriores, el hospital Nuestra Señora del Carmen colapsó con la llegada de más de 230 niñas a urgencias.

Sentada en una mecedora de la sala de su casa y gesticulando con sus largos dedos flacos, Zamira cuenta su travesía. Afuera se mezclan los sonidos de las motos con el ruido de la gente que pasa y el sonido de los vallenatos encendidos, que se cuelan por el portón abierto de la casa. Adentro, María José juega en el piso con su gato y su madre explica cómo desde aquel mayo ha estado detrás de la pista de algo que le mencionó un médico en la primera hospitalización de su niña, algo que se llama el PAI (Programa Ampliado de Inmunizaciones), un proyecto que consiste en un esfuerzo conjunto de países pertenecientes a entes como la Organización Panamericana de la Salud y la Organización Mundial de la Salud para lograr una mayor cobertura de vacunación y disminuir la mortalidad por enfermedades que son prevenibles.

Empaque de una dosis de la vacuna Gardasil aplicada durante una jornada de vacunación de marzo de 2014.

En 2012 se agregó al PAI de Colombia la vacuna contra el Virus del Papiloma Humano, que con una primera inversión de más de 26 millones de dólares, según cifras de Ministerio de Salud, y una proyección de dos millones de vacunas, fue considerada como una de las mejores campañas de salud que se han implementado en el país. Esto tomando en cuenta que, según cifras de Profamilia, en Colombia se detectan al año alrededor 6.800 casos de cáncer de cuello uterino y se registran 3.200 fallecimientos por cuenta de esta enfermedad, lo cual representa la primera causa de muerte por cáncer en mujeres entre 30 y 59 años en el país.

El tema es que Zamira, Yennis y la mayoría de los padres del pueblo se enteraron de la campaña cuando las niñas empezaron a presentar síntomas porque, aparentemente, las rectorías de los colegios públicos no siguieron protocolos de notificación. Por eso empezaron a protestar en espacios públicos, de a cinco, luego de a ocho, hasta que fueron incontables los que exigían explicaciones frente a la alcaldía.

Fue así como los padres lograron que a mediados de 2014 pasaran por El Carmen comisiones del Ministerio de Salud, del Instituto Nacional de Salud, de científicos nacionales e internacionales, y funcionarios de la Gobernación de Bolívar. Pero así como iban llegando, iban creando dudas; ninguno pudo explicar claramente qué pasaba, y en medio de las intervenciones, mentían u omitían detalles importantes sobre otros casos, como el de Yumi Valeta en Sincelejo, que ya era conocido por los padres del pueblo. Entonces, fueron saliendo de allá abucheados y poco a poco dejaron el caso a un lado y lo siguieron atendiendo desde Cartagena y Bogotá.

El 30 de julio de 2014, Zamira viajó con las niñas a Bogotá para llevarlas al Hospital Infantil Universitario San José, entidad que tiene un protocolo para atender a las mujeres que dicen ser víctimas de la vacuna contra el VPH. Al llegar a la ciudad, Zamira llevó a sus hijas a hacerle exámenes de sangre en un laboratorio privado para medir los niveles de aluminio que, según había leído en Internet, era un indicador de efectos adversos de la vacuna. Cuando Zamira recibió los exámenes del hospital, descubrió que estos, a diferencia de los realizados por el laboratorio privado, no encontraron aluminio en la sangre de las niñas. El hecho intensificó la desconfianza en la vacuna, no sólo de Zamira, sino del grupo de padres que conoció su historia una vez regresó al pueblo.

El informe producido por el equipo de inmunoprevenibles de la Dirección del Riesgo en Salud Pública del INS, que en esos días era dirigido por Fernando de la Hoz Restrepo, no profundiza en los posibles casos de niñas con un cuadro sintomático por causas biológicas ni explica al detalle los 20 casos que presentan síncopes, pero sí incluye en las conclusiones casos con antecedentes psiquiátricos, que son seis, en los que se menciona una posible víctima de abuso sexual entre el total de 517 niñas estudiadas.

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Daniela y Frinia Díaz Luna, hijas de Ernesto y Yennis.

Según Ernesto, Daniela es más cercana a él que a Yennis. Lo dice disimulando lo indisimulable; se siente orgulloso de su hija. “Desde chiquita dice que quiere ser doctora. Antes creíamos que era un sueño de niña, pero mírala, ya va a terminar el colegio y sigue segura de que eso es lo que va a estudiar: medicina”. Y Daniela, sentada al otro lado de la mesa, con su largo cabello rubio y sus ojos pardos bien delineados, asiente con la cabeza mientras termina de comer para volver a su preuniversitario.

Por su parte, Frinia, larga y silenciosa, se queda en casa con su mamá. “El día que Frinia Paola nació fue el último día de la novena de muerto de mi hermano”, cuenta Yennis. “Lo mataron los paramilitares junto con otras cuatro personas a finales de junio del 2000”.

Como la historia del hermano de Yennis se escuchan muchas en los pueblos de los Montes de María, donde hace cuatro años todavía se presentaban acciones violentas por parte de grupos armados ilegales. Esto hasta que en 2011 la zona entró a ser parte del Programa de Consolidación Territorial para 58 municipios con alto potencial ecológico y de desarrollo económico. Antes fue escenario de algunas de las grandes masacres de la historia de la violencia del país, como la de El Salado en el año 2000, en la que murieron más de 100 personas durante tres días de torturas por parte del Bloque Sur de las Autodefensas Unidas de Colombia. El Salado está ubicado a 14 kilómetros de El Carmen.

Desde ese escenario parte Christian Ayola, psiquiatra cartagenero que viene atendiendo a las niñas enfermas de El Carmen de Bolívar, para explicar la crisis de salud del pueblo. “Las niñas están enfermas y tiene que ver con la vacuna, pero no como la gente piensa, que es por causa biológica. Hay una enfermedad que es psicológica y que tiene que ver con una enfermedad mayor, que es social”. Esto lo dice sentado en la sala de su casa frente a la bahía de Cartagena, con su polo de domingo encajado y los pantalones bien planchados, que hacen juego con la pulcritud clínica de su apartamento.

En la Unidad de Salud Mental (CEMIC) fundada por el doctor Ayola se han tratado a siete de las niñas que han intentado suicidarse. “No es que la vacuna no tenga efectos secundarios; puede tenerlos. Puede producir efectos postvacunales tan severos como el síndrome de Guillain Barré, que es la afección al nervio periférico motor y que hace que se pierda fuerza en las extremidades. Lo que no es racional es pensar que 700 niñas vacunadas tengan efectos secundarios. Es decir, una vacuna puede matar. Si tú vacunas a una población de 10.000 personas, puedes tener uno, dos, tres o más muertos producto de la vacuna que les pusiste, pero lo que hubo en El Carmen fue un contagio emocional que se produce por la misma vulnerabilidad que presenta un pueblo como este, con un estrés postraumático tan severo. Esto se hace evidente cuando atiendes a una paciente. Por ejemplo, los síncopes son síntomas típicos de adolescentes bajo altos niveles de estrés”, explica.

Para él, la responsabilidad del Ministerio de Salud está en delegar en unos particulares la responsabilidad de vacunar a una población y añade que faltaron protocolos para ejecutar la campaña. “El tema no es que se haya cortado la cadena de frío o que se haya desnaturalizado la vacuna, o que el lote al que pertenecían las dosis aplicadas a las niñas estuviera pasado, como se ha rumorado en los últimos meses. Es que una actividad como una vacunación masiva a una población de menores debe ser complementada por un estudio social y acompañamiento psicosocial que no se hicieron”, concluye.

La incertidumbre sobre el futuro, la falta de atención del Estado y la frustración porque su patología biológica no esté siendo reconocida son, según el doctor Ayola, causales de estados de ansiedad extremos que desenlazan en intensos de suicidios entre las niñas afectadas. Desde la fecha de publicación del informe hasta agosto de 2015, se han presentado alrededor de 20 casos con métodos como cortes con cuchillo, ingesta de ansiolíticos y en los más graves, herbicidas como el Paraquat, que el 29 de junio de 2015 causó la muerte de Sofía Tovar de 13 años.

Claudia, la madre de Sofía, duró varios días en estado de ausencia mirando al vacío sin decir palabra. Cuentan que después vino la rabia, no quería ver a nadie, se encerró en su rancho de Caracolí. Luego accedió a conversar sobre el tema. En la penumbra de una tarde nublada y sentada en la sala de la casa de una de sus hermanas, cuenta que ha pasado el día tratando de encontrar su cartera. La tristeza hace que parezca más pesada y la oscuridad crea sombras sobre sus cachetes pecosos. Pasa los dedos por su pelo corto y la voz que comienza a salir con rabia se le suaviza al rato: “La perdí ayer y ahí tenía todos mis papeles” y la angustia invade su cara, “había una carta en la cartera de ella, de cuando yo cumplí años en enero”.

Claudia dice que lo que hizo su hija lo hizo por tonta, por llamar la atención, pero que si el Estado no busca solución a la crisis de salud del pueblo, no hay nada que hacer, les toca vivir lo que les toca vivir. Según ella, Sofía presentaba desvanecimientos y debilidad en las piernas desde que fue vacunada. De acuerdo con su relato, más que tristeza, Sofía tenía fastidio y lo manifestaba con persistencia. Sin embargo, mientras no vinieran los síntomas “ella era una niña normal”, dice Claudia, “a donde iba yo, ahí iba ella. A donde iba el papá, ahí iba ella detrás. Yo tengo dos niñas así… tenía. Ahora me quedó la otra. ¿Cómo crees que puede estar uno?”. Y un silencio que se hace infinito invade la sala mientras la foto de Sofía nos mira desde una pared blanca.

Unos días después de la muerte de Sofía, la viceministra de Protección Social, Carmen Eugenia Dávila, se reunió con la Asociación de Padres en El Carmen de Bolívar para decirles que se intensificarían las medidas de atención en las Instituciones Prestadoras de Salud para sus niñas, tanto en lo físico como en lo psicológico; que según información oficial, hacen parte del Plan Obligatorio de Salud de las niñas, pero después de un par de semanas varias de las pacientes dejaron de asistir a las consultas y no se les hizo seguimiento. Mientras tanto, en el país que mira con desconfianza al pueblo, la tasa de vacunación ha disminuido del 70 al 20%, según informó el Ministerio de Salud, que entre 2012 y la actualidad lleva una inversión cercana a los 120 millones de dólares para esta causa.

Lo más preocupante es la escasa atención pública y académica que actualmente reciben las niñas. Teorías existen y muchas, pero son pocas las entidades y personas haciéndose preguntas y hay todavía menos funcionarios públicos y expertos en el tema dispuestos a contestar interrogantes que, aunque incómodos, permitirían plantear soluciones contundentes a una crisis de salud pública que, sea cual sea su causa, involucra a cientos de personas y ha generado dos decenas de intentos de suicidio.

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La economía de los Díaz Luna se basa en la informalidad. Ernesto ha sido policía, jardinero, pintor, conductor y hasta secretario general de una comisaría. Mientras tanto, Yennis ha sido administradora de restaurantes, enfermera, cocinera y en los meses previos a la crisis se dedicaba a cuidar a un señor mayor en Santa Marta, ciudad que queda a cuatro horas de El Carmen. Era una época próspera porque aunque estuvieran separados, ya las niñas se cuidaban solas y había dinero suficiente para pagar los gastos y estar holgados. No obstante, después del primer desvanecimiento de Daniela, Yennis renunció a ese trabajo y regresó al pueblo para cuidar de ellas.

Yennis, que no sólo conoce los procesos jurídicos del pueblo sino del resto del país, puede decir de memoria los nombres de víctimas como el caso de Laura Sofía Torres Restrepo, en Medellín; el de Angie Julieth Jaimes, en Bucaramanga; el de Karen Durán, en Fusagasugá quien falleció después de que, según sus padres, sufriera varios padecimientos como consecuencia de la aplicación de la vacuna; el de Astrid Carolina Méndez, de Bogotá, que se encontraba en estado de cuadriplejia desde 2014 cuando se aplicó la vacuna y murió a causa de un paro respiratorio posteriormente; o el de María del Pilar Pomar, de Bogotá y residente de Cartagena, que durante la sesión informal plenaria del Senado del pasado 4 de agosto presentó su caso declarando: “Desde que me coloqué la vacuna empecé a presentar los mismos síntomas de las niñas (de El Carmen): desmayos, pérdida de fuerza, convulsiones, dificultad para respirar y alteración al sistema nervioso”.

La Asociación Nacional de Víctimas de la Vacuna contra el VPH, liderada por la abogada barranquillera Mónica León, ha identificado alrededor de 200 mujeres que aparentemente presentan efectos adversos a la vacuna. Yennis tiene el contacto directo con León, fuente a través de la cual conoce casos internacionales como el de Estados Unidos, donde desde 2013 se incluyó a las víctimas de la vacuna en el Programa Nacional de Compensación del Departamento de Salud y Servicios Sociales; el de Japón, donde el Ministerio de Salud decidió suspender la recomendación de la vacuna desde junio de 2013; o el de España, donde hay un movimiento bien establecido y en julio de este año se publicó en varios medios del país el caso de Erika Carrilero, una niña gimnasta que actualmente tiene parálisis en las piernas como supuesta consecuencia de la aplicación de la vacuna.

Uno de los voceros de la causa española, el doctor Carlos Álvarez-Dardet, catedrático de salud pública en la Universidad de Alicante, editor asociado de Gaceta Sanitaria y Coordinador del grupo de trabajo de Determinantes Sociales de la Salud de la Sociedad Española de Epidemiología , contó en un intercambio de correos electrónicos que la evidencia que existe sobre la efectividad del Gardasil, nombre comercial de la vacuna producida por Merck contra el VPH que es aplicada en Colombia, es que “es capaz de prevenir lesiones precancerosas, que en algunas ocasiones se pueden curar espontáneamente y en otras evolucionar a cáncer invasivo, el problema es que el período de latencia desde la infección hasta que se produce el cáncer es muy larga. Con hacerse citologías periódicas se puede prevenir el cáncer”.

Sobre las vacunas, tanto Gardasil como Gardasil 9 y Cervarix, que son las tres que existen contra las cepas del VPH, dice: “Se han comunicado una gran cantidad de efectos adversos, y parece que produce más efectos secundarios que otras vacunas. Son frecuentes el dolor y el enrojecimiento de la zona de inyección, también los síncopes y los mareos. Más raros pero están descritos, síndromes neurológicos de diversos tipos y lo que es más preocupante, lo que se ha venido a denominar síndrome ASIA, que es un problema autoinmune”.

Son pocos los funcionarios y expertos dispuestos a hacerse preguntas y contestar interrogantes que, aunque incómodos, permitirían plantear explicaciones y soluciones contundentes a esta crisis.

Aunque el doctor Álvarez-Dartet tiene todas estas inquietudes y rechaza abiertamente la vacuna en España, hasta el punto de haber recogido más de 10.000 firmas en su país, reconoce que no recomendaría la suspensión de la vacuna en el plan de vacunación público de Colombia por los altos índices de cáncer de cuello uterino que hay. En este sentido, parece señalar que la relación causa-beneficio en Colombia de las víctimas de la vacuna contra las del cáncer siguen haciendo de la campaña de vacunación un camino hacía la disminución de muertes que son prevenibles.

A pesar de tener los números y la lógica de su lado, fue imposible tener acceso a médicos, funcionarios del INS, del Ministerio de Salud de Colombia o la Secretaría de Salud de Bolívar para hablar sobre este caso. Algunos contactados enviaron lecturas y recomendaron otros contactos incontactables. Los más inasequibles fueron la coordinación del PAI del Ministerio de Salud y la Secretaría de Salud de El Carmen de Bolívar.

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Una foto de Sofía Tovar el día de su Primera Comunión, colgada en la pared de la casa de una de sus tías.

Ernesto reconoce que lo único que le falta para la felicidad completa es que la situación económica mejore y espera que eso suceda cuando se curen las niñas y la situación en el pueblo se aclare. Mientras tanto, sigue riendo y gozando. En los últimos días pintó una casa, arregló unos jardines y vendió un par de canastos que él mismo tejió con alambres. Entonces, un viernes de estos invitó a Yennis a bailar en uno de los bares de la plaza. Se tomaron unas cervezas y bailaron apercollados un par vallenatos en medio de la sala iluminada con un montón de lucecitas de láseres verdes y rojos que reflejados en las bolas de disco que cuelgan de los techos, hacían parecer la sala una constelación sicodélica.

Cuando se acabó la noche, fueron a uno de los puestos de chuzos frente a la Iglesia de la plaza. Él se comió dos de chorizos y ella uno trifásico. Antes de seguir, le compraron dos a las niñas y cuando llegaron a la casa las levantaron para que comieran, se divirtieron un rato y se fueron a dormir.

En noches como esa, la vacuna y la enfermedad de las niñas es un asunto casi que ajeno y distante. Por esos momentos, cuando se siente el amor más grande del mundo, ya nada más importa y uno sólo quiere que ellos lo tengan todo y que sean felices.