‘La pesadilla inmobiliaria del mes’ es una sección en la que denunciamos los abusos más flagrantes y los pisos más sorprendentes del mercado inmobiliario en España. Si te has topado con algún palacio similar, escríbenos a esredaccion@vice.com.
¿Qué es?: Sabes de sobras qué coño es esto, es un jodido bar. Has estado en miles de bares, has estado más en bares que en tu propia casa. Esto es un bar de 62m2 y puede ser tuyo. ¿Lo quieres?
¿Dónde está?: En el noreste de Barcelona se encuentra un conglomerado de barrios llamado Nou Barris. El bar —nuestro bar— se encuentra entre Canyelles y Les Roquetes, los arrabales que están situados encima de la Ronda de Dalt, esa línea física y mental que separa Barcelona de eso que los barceloneses de verdad llamamos “lo desconocido y peligroso”. Pocas personas saben qué pasa por ahí arriba, y los que han ido a investigarlo no han regresado jamás.
¿Qué se puede hacer por ahí?: Esos barrios son todo cuestas así que lo único que podrás hacer por ahí será andar y hacer sudar tus genitales, algo que siempre es desagradable pero que en verano hará que te plantees muy seriamente arrancártelos del cuerpo.
¿Cuánto cuesta?: Este pequeño garito te va a costar 65 000 euros, pero recuerda que las cervezas, las aceitunas y los bocadillos de tortilla francesa no vienen incluidos en el precio, eso lo tendrás que comprar tú aparte.
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En los bares siempre hay cerveza, en tu casa no. Es por esto que te gusta tanto estar en bares. Entras en uno y exclamas “una cerveza por favor” (así, todo seguido, sin comas) y te sirven una, bastante rápido. Cuando entras en casa y exclamas lo mismo solo obtienes el silencio como respuesta; ese mismo silencio que se generó después de que le preguntaras a tu madre si papá realmente os había abandonado por una de sus alumnas de 22 años.
El caso es que crees que el mundo es mejor si estás dentro de un bar que si estás fuera de uno. Ahí dentro hay patatitas chips, aceitunas, cañitas, ensaladilla rusa, una tele grande y —casi siempre— papel de cagar en el baño, cosa que no pasa en tu casa. Es por esto que, joder, parecía una buena idea. Sí, parecía una idea cojonuda; me refiero a lo de ir a vivir a un bar.
En una página de estas de compra y alquiler de pisos encontraste a unos propietarios que tenían los santos cojones de vender un bar como si fuera una vivienda (la cédula de habitabilidad estaba en trámite) y no dudaste ni un segundo en contactar con ellos y concertar una cita. El día que quedasteis cruzaste la puerta y exclamaste “una cerveza por favor” pero nadie hizo nada. Te miraron raro y luego de nuevo ese silencio incómodo.
Te enseñaron la barra, el comedor, la cocina, los baños y el almacén y todo parecía estar en orden. El bar seguía siendo un bar. Ellos insistieron en que el espacio podría remodelarse y adaptarlo a una vivienda pero tú no querías esto, tú querías un bar. Además, ¿por qué esta gente insistía tanto en hacer obras y convertirlo en un piso para humanos normal? ¿Si querían vender un piso, por qué diablos no lo convertían ellos en un piso? Si uno tiene un bar, lo que vende es un bar, ¿no? Tú querías un bar, no un piso ni nada. Solo un bar de verdad. Y eso es lo que les dijiste.
En fin, conseguiste hacerte con el piso pidiendo una hipoteca. Ya lo tenías, por fin podrías vivir dentro de un bar. Un sueño hecho realidad.
Pero las cosas no salieron tal y como esperabas. El primer día ya notaste algo raro, te sentaste en la barra y nada, no venía nadie a pedirte qué querías. Harto de esperar te dirigiste detrás de la barra para sacarte una cerveza y fue entonces cuando llegó la mayor decepción. Las neveras estaban vacías, no había ni una sola cerveza, ni tan siquiera una Fanta o un zumo de melocotón. No había nada, ni bolsas de patatas, ni boquerones, ni bocadillos de lomo embuchado ni tan siquiera unos tristes pistachos.
Te dirigiste al almacén y seguía vacío, pensabas que los antiguos dueños se habrían encargado de comprar todo lo que hace que un bar sea un bar, no sé, un buen stock de embutidos y bolsas gigantes de frutos secos. Tú habías comprado un bar, no un bar vacío. Querías clientes, un poco de movimiento en la cocina, gritos, ancianos bebiendo Gin Giró, no sé, un bar vivo. ¿Por qué no estaba funcionando?
De repente te viste a ti mismo encerrado en un bar abandonado, tus rodillas golpearon el suelo y mientras alzabas las manos intentaste comunicarte con un Dios con el que no creías y le pediste ayuda.
Los días siguientes intentaste superar el trauma y fuiste al súper a comprar provisiones. Unas cervezas, unos embutidos, quicos, todo eso. Te sentaste en un taburete, encendiste la tele y subiste el volumen, te serviste un tercio y te pusiste unos quicos. Por un momento pareció un bar de verdad pero no era lo mismo, lo que había a tu alrededor no se asemejaba a esa imagen que tantas veces habías idealizado en tus ensoñaciones. Te la habían colado, te habían vendido un bar que realmente no era un bar. Esa gente, esos malditos propietarios, eran unos embusteros. En vez de un bar te habían colado una vivienda, un estudio, un piso. ¿Por qué alguien querría vender una cosa fingiendo que era otra? ¿Qué clase de mente malvada operaba en ese razonamiento?
Entonces pensaste en todas esas pobres víctimas que caen cada día en el mismo tipo de trampas. Personas que, ilusionadas, se compran un bar, una peluquería o una escuela de kárate y al final resulta que son solo viviendas; o peor aún, esos que construyen un futuro imaginando una vivienda en la que habitar, en la que crear una familia, y al final resulta que lo que les han vendido es, simple y llanamente, un puto bar de mierda.
Sigue a Pol Rodellar en @rodellaroficial.
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