Hace unos días, apareció una sentencia del Tribunal Supremo en la que por primera vez se habla del silencio cómplice. El silencio es una gran viga de la estructura invisible que sostiene el gran edificio que es la violencia machista; el silencio de las mujeres y el silencio de las personas que las rodean, que prefieren mirar a otro lado en lugar de enfrentarse a una situación incómoda.
Estos dos silencios están profundamente enhebrados: es muy complicado hablar de una experiencia que te provoca miedo y vergüenza si no tienes la certeza de que tus palabras van a ser tomadas en serio. Las mujeres que callan no son gilipollas, amigos. Si no hablan, lo más probable es que sientan que no van a ser escuchadas o que van a ser juzgadas.
Videos by VICE
La sentencia del Tribunal Supremo señala: “Lo más grave es la soledad en la que se encuentran ante su propio entorno y el entorno del agresor, ya que ello es lo que provoca y coadyuva al silencio de las víctimas ante el maltrato”. Y añaden: “Las dos direcciones en que se mueve el maltrato —la falta de ayudas en el propio entorno de la víctima y la presión que se ejerce entre quienes rodean al agresor para que ella no denuncie— se convierten en una losa para la víctima cuando quiere denunciar y no encuentra ayudas”.
MIRA:
María* es una mujer que, tras vivir una situación de violencia de género y tomar conciencia de todo lo que había ocurrido, decidió contarlo a su círculo más cercano. “Si pudiese volver atrás, creo que no le habría contado prácticamente a nadie lo que me pasó. Las consecuencias de contarlo (amenazas, gente encarándome en medio de la noche y diciéndome que soy una mentirosa, miedo a ir a ciertos lugares o a cruzarme con gente que me pregunta, me señala o no me cree) en ocasiones han sido tan terribles y me han llevado a estados de ansiedad tan grandes que he deseado callarme la boca”. Esto es, en cierta medida, lo que se encontró: juicio, incertidumbre e inseguridad.
“La reacción de alguna gente fue creerme y hacer algo al respecto, es decir, cambiar su comportamiento con esa persona, pero fueron los menos. La mayoría de ellos volvió a hablar con él pasado un tiempo, como si todo aquello hubiese prescrito”.
“Me arrepentí de haber hablado. Él me mandó un mensaje de amenaza que me aterrorizó. Desde entonces, ya no hablo de esto, solo en el grupo de terapia para personas maltratadas. La reacción de alguna gente fue creerme y hacer algo al respecto, es decir, cambiar su comportamiento con esa persona, pero fueron los menos. La mayoría de ellos volvió a hablar con él pasado un tiempo, como si todo aquello hubiese prescrito. Mucha gente, y hablo de personas feministas, que tenían a Juana Rivas en su casa y que gritan muy fuerte en el 8M, siguieron relacionándose con él normalmente, algunas veces ocultándomelo a medias, otras veces diciéndomelo de forma compungida, confesándome que se sentían contrariados, que era una situación difícil, etc.”.
Para facilitar que una persona hable es conveniente que haya otra que escuche y, si es posible, también que se ponga en marcha. No se trata de conflictos de pareja, estamos hablando de un problema estructural que requiere que toda la red social de la víctima haga cambios que generen nuevas dinámicas para contrarrestar la violencia que han vivido. Hay que construir nuevas estructuras y eso se hace cada día.
Olga Estereles es educadora social y feminista implicada en movimientos sociales, ha trabajado con mujeres en situación de violencia de género y nos cuenta sobre las consecuencias de esta falta de credibilidad y apoyo: “Hay que tener en cuenta que toda esta vivencia es devastadora y que si sumas el proceso judicial a todo lo vivido anteriormente nos encontramos con mujeres que han pasado además por mucha violencia institucional. Si a esto le sumamos la falta de apoyo y juicio social, estas mujeres acaban envueltas en frustración, desamparo, dudas sobre sí misma y la autoestima destruida por tener que revivir todo el tiempo un maltrato como el que recibía por la pareja pero ahora también por parte del entorno. Es habitual que haya momentos en los que dudan de sí mismas, creen que están enfermas, y llegan a pensar que esto es algo que ellas se han montado en la cabeza”.
Sonia* vivió todo el proceso judicial de denunciar a su maltratador y finalmente, con una sentencia a su favor, tuvo que mudarse de ciudad por la insoportable presión que ejercía la familia y el círculo social de él: “Su familia me acosaba, me perseguían por la calle, me señalaban y una vez llegaron a escupirme. Una gran parte de nuestro grupo de amigos en común no me mostró ningún apoyo; de hecho, me evitaban, aun sabiendo que tras la sentencia la familia de él comenzó con el acoso. A mis oídos llegó que decían que estaba exagerando y que no tenía que haber metido a la justicia en esto. Me quedé sola y no pude meterme en el lío de denunciar a la familia porque tenía miedo, me sentía solísima y no tenía ni una pizca de fuerzas, así que volví a la ciudad donde está mi familia en busca de apoyo y cariño. Tuve que dejar mi trabajo y el lugar donde me había desarrollado como persona porque me sentía insegura y devastada”. Esto, básicamente, es vivir una guerra y tener que correr a través de campo de minas para alejarse de ella.
Paola Ruiz Huerta es psicóloga y sexóloga y ha trabajado con mujeres inmersas en situaciones de violencia de género en su consulta. “Sobre todo, por el entorno donde trabajo, he tenido casos de mujeres que han venido a consulta procedentes de ámbitos alternativos, colectivos y movimientos sociales, activistas feministas, etc. que han conocido a su pareja en ese ambiente. Ellos van de superalternativos, aliados, retuitean a todas las feministas de cabecera, pero luego, en el ámbito privado, son violentos. Cuando ellas deciden separarse y visibilizan la violencia, nombrándola en el colectivo o a sus propios colegas, nadie se posiciona. Me hablan de la frustración y la rabia de ver que para ellos no hay consecuencias. Todo el mundo lo sabe porque ella lo ha contado pero o bien no la creen y la tachan de histérica o bien la creen pero no pasa nada, todo sigue igual. Esto genera muchísima rabia y enfado y, finalmente, es ella la que se aleja del grupo de amigos. Por no encontrárselo tiene que cambiar el entorno, con todo lo que eso conlleva. De nuevo, esta situación tiene muchas más consecuencias para la víctima que para el maltratador”.
“Un amigo del grupo me forzó, me pegó para abrirme las piernas. Él había intentado suicidarse un mes antes. Cuando lo conté en el grupo de amigos ellos decían: ‘Pobrecito, está mal’; separaron lo que me había ocurrido de sus vidas con él”
Patricia* vivió una relación de malos tratos con una persona que forma parte del mundo de espectáculo y de la que más tarde supo que tenía denuncias por violencia machista anteriores a su relación. “Lo que más me indignó fue que, al ser un personaje conocido, todo su séquito de gente hacía, y hace, oídos sordos a todos estos hechos de violencia de género que le acompañan en su biografía. Siguen relacionándose con él y contratándolo para que actúe en eventos. Amigos de él me han dicho: ‘Es que él es así, siempre acaba mal en todas sus relaciones’. Lo peor de todo ha sido ver cómo las personas que estuvieron presentes en una agresión física y verbal, que ocurrió por la noche, en un lugar público, han seguido trabajando con él y nunca me han mostrado ningún apoyo. Siguen contratándolo incluso en eventos denominados feministas o de apoyo a la comunidad LGTBI”.
Muchos son locuaces y manipuladores y no pocas veces consiguen erigirse como las víctimas de la situación: “Un amigo del grupo me forzó, me pegó para abrirme las piernas. Él había intentado suicidarse un mes antes. Cuando lo conté en el grupo de amigos ellos decían: ‘Pobrecito, está mal’; separaron lo que me había ocurrido de sus vidas con él, así que amigos míos, que me quieren, por otro lado le hablan, le ríen las gracias, le visitan y le ayudan con su trabajo, como si puto nada”, cuenta Marta, a la que un amigo de su grupo forzó sexualmente.
Cuando te ocurre algo así, tu mente explota y difícilmente no te vas a sentir perdida y desorientada. Las vivencias de malos tratos o abuso son situaciones que colocan a las víctimas en una posición de vulnerabilidad total. Algo frecuente es sentirse invadida por la sensación de no tener claro si esto que está ocurriendo es real o no; o cuestionarte si tienes suficiente legitimidad para denunciar, si vas a tener pruebas suficientes o si te van a creer. Esto es jodido de más, querer pedir ayuda para salir de una situación en la que estás en peligro y no poder hacerlo porque intuyes que no te van a creer; sentir la necesidad de justificarlo todo y de que la gente no piense que te lo estás sacando de la manga.
No solo tenemos que protegernos ante una persona que amenaza nuestra integridad, también tenemos que protegernos del juicio ajeno: “Quizás lo más terrible que me ha pasado ha venido de la curiosidad de la gente. Gente feminista, activista, que en medio de una noche de fiestón, a las 4 de la mañana, se me acercaban en plan conversación íntima y me decían: ‘Oye, pero con este tío, ¿qué pasó?’ Y en medio de la noche, borracha y vulnerable, toda la diversión se acababa y empezaba la ansiedad de tener que convencer a esa persona de que decía la verdad. Imagina que a las 4 de la mañana alguien te pide por favor que hables de tu trauma más desagradable. El efecto es horroroso: no puedes decirle que no quieres hablar de ello, porque tienes la impresión de que entonces no te creería, así que empiezas a hablar”, relata María.
“Quizás lo más terrible que me ha pasado ha venido de la curiosidad de la gente. Gente feminista, activista, que en medio de una noche de fiestón, a las 4 de la mañana, se me acercaban en plan conversación íntima y me decían: ‘Oye, pero con este tío, ¿qué pasó?’”
Ha sido precisamente esta espada de Damocles que supone el eterno cuestionamiento de las víctimas lo que ha hecho que supervivientes de violencia de género se unan para apoyar a mujeres que se encuentran en este proceso. Son redes de apoyo mutuo como Muyeres en Lucha en Asturias o AMUSUVIG en Málaga. Estas supervivientes saben cómo funciona el proceso a nivel emocional, social y burocrático y deciden acompañar a otras para hacerles el camino más fácil. Desde acompañarlas a los juicios, informarles de cuáles son los pasos que ellas tuvieron que dar en el pasado y advertirles de lo que se pueden encontrar siempre desde su experiencia como superviviente.
El proceso de comenzar una nueva vida es una yincana llena de trampas en la que uno de los factores comunes es la soledad, aún cuando lo último que necesitas en ese momento es sentirte sola. De hecho, el presentimiento de que esa soledad te va a inundar es uno de los motivos por los que no se denuncia. Esta corazonada se viene cociendo desde la infancia: nuestro imaginario está plagado de casos en los que se le da la vuelta a la tortilla, la mujer miente porque es mala, villana, perversa o está loquísima. Estamos bien aleccionadas desde chiquititas para estar calladas y la realidad a día de hoy nos sigue demostrando que hablar no siempre nos trae la liberación.
Nos sabemos de memoria el mantra “Denuncia a tu maltratador”, ¿pero qué pasa cuando las supervivientes hablan? Por muchas publicaciones que hagamos en redes sociales condenando la violencia de género, por mucho que gritemos en las manifestaciones no podremos apagar este fuego hasta que no acabemos con la impunidad que acompaña a los maltratadores y eso, amigas, se hace cada día.
Sigue a Jara en @TherapyWeb.
Suscríbete a nuestra newsletter para recibir nuestro contenido más destacado.