Fue apenas en agosto pasado que, tras décadas de una constante lucha por su salud, la Reina del Soul, Aretha Franklin, nos dejó a sus 76 años de edad. Sin embargo, su legado como una artista de canon, definitiva en su género y en su época, con un rol de activismo constante que penetró por igual dos frentes distintos de los derechos civiles –el de la mujer negra– gracias a la potencia de su voz y capacidad de interpretación, pero también a sus ideales mayormente irreprochables y de suma relevancia de acuerdo y a pesar de su contexto personal.
Por ello y muchos méritos más, el jurado del Premio Pulitzer ha anunciado ayer que Aretha Louise Franklin, recibirá un premio póstumo gracias a su enorme contribución a la música y cultura estadounidense de las últimos cinco décadas.
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En el pasado, otros artistas de la talla de John Coltrane, Duke Ellington o Bob Dylan, habían sido elegidos para recibir el mismo premio, no obstante, es la primera ocasión en la historia del Pulitzer por contribución a la música y cultura –instituido en 1930– en que una mujer resulta ganadora.
A pesar del increíble honor que supone, el premio podría reabrir una discusión a partir de las verdaderas intenciones que guarda –más políticas y de presión mediática que de reconocimiento verdadero. En el pasado, el jurado del premio aceptó que los Pulitzers póstumos otorgados a George Gershwin, Theolonius Monk, John Coltrane y Duke Ellington fueron entregados como respuesta a la presión y la campaña de invisibilización que el laurel administrado por la Universidad de Columbia generó en contra de los géneros afroamericanos en décadas pasadas. En el caso de Aretha, el timing también parece inadecuado una vez que su amplísimo legado había quedado definido ya en vida, y el premio –que no necesariamente tiene que ser entregado de manera póstuma– pudo haber sido entregado años antes sin la consideración de su fallecimiento.
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