Armados contra la brutalidad policial en Dallas

En un cálido día de otoño al sur de Dallas, Texas, diez revolucionarios vestidos con palestinos y máscaras de esquí trotan por el perímetro del parque Martin Luther King Jr. mientras gritan: “¡No más cerdos en nuestra comunidad!” La disciplina militar se ejerce fielmente mientras los corredores responden con gritos de “¡Sí, señor!” a dos ex miembros de la armada que llevan gorros camuflados para el desierto. El club de armas Huey P. Newton se encuentra en medio de su clase de defensa personal y acondicionamiento físico de los sábados. Hombres vestidos con el uniforme del Che corren cargando bolsas de arena, ruedan sobre el césped y entrenan combate a cuchillo con machetes sin filo. “¡Antes saludaba a la puta bandera!”, cantan los cadetes. “¡Ahora la uso como un trapo!”

“Un cuchillo lo cambia todo”, explica uno de los sargentos instructores al que llaman Chief (Jefe), al tiempo que muestra cómo hacer una maniobra para cortar y apuñalar, utilizando el torso de una chica de unos veinte años y ojos grandes. Un indigente que deambula por allí está a punto de pedir unas monedas, pero se queda mirando intrigado.

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—¿Qué es esto? ¿Defensa personal? Joder.

Un pelotón de motociclistas negros alzan los puños al pasar y lanzan un rugido.

Charles Goodson, de 31 años, vegano y con rastas, es uno de los fundadores del club. Creció a un kilómetro de aquí. Él y Darren X, mariscal de campo a nivel nacional para el Nuevo Partido de los Panteras Negras, se han estado organizando a partir de los incidentes de violencia policial que se han registrado en Dallas durante la última década. Goodson dice que trabajaron juntos el año pasado en un rally armado en el que protestaron por la falta de investigación por parte de la policía en torno al asesinato de un hombre negro de nombre Alfred Wright. Los Nuevos Panteras Negras de Dallas han portado armas desde hace años. En un intento por ampliar sus capacidades logísticas, formaron el club Huey P. Newton, que fusionó a cinco organizaciones paramilitares integradas por negros y latinos bajo una sola bandera.

“Aceptamos a cualquier persona oprimida de color con un arma”, me dice Darren X, de 48 años, con su voz de barítono, seria y profunda. “El programa incluye ir a nuestras comunidades y educar a la gente en las leyes locales, estatales y federales relacionadas con las armas. Queremos detener el fratricidio, el genocidio… Todos los ‘cidios’”.

Miembros del club Huey P. Newton marchan por el barrio Dixon Circle, en Dallas. Todas las fotos son de Bobby Scheidemann.

El pasado mes de agosto, el club salió a la calle en su primer patrullaje armado por Dixon Circle, un barrio predominantemente afroamericano de Dallas en el que la policía mató a James Harper, un joven negro que iba desarmado, en 2012. Unas dos semanas antes del rally, un policía blanco mató a Michael Brown, un adolescente que tampoco iba armado, en Ferguson, Missouri. Y en julio, otro policía blanco asfixió a Eric Garner, un padre de familia negro de Staten Island, Nueva York, por haber sido sospechoso de vender cigarrillos de contrabando. En Dallas, decenas de militantes se plantaban frente a un militar, sosteniendo rifles de asalto y AR-15. “¡Esto es perfectamente legal!”, gritó el líder. “¡Justicia para Michael Brown! ¡Justicia para Eric Garner!”, respondió el escuadrón con estruendo. “No volveremos a ver cómo los cerdos asesinan a nuestras hermanas y nuestros hermanos sin decir nada al respecto”, continuó el líder. ” Black Power! [¡Poder negro!] Black Power! Black Power! Black Power!”

Según Goodson, desde entonces han llovido donaciones al club provenientes de todo el país y su plantilla ha crecido a más del doble. El apoyo ha llegado desde fuentes insospechadas, como Russell Wilson, un directivo de la oficina del fiscal de distrito en Dallas. “Tienen todo el derecho de hacerlo”, me dijo. Él está convencido de que pueden estar “resarciendo la confianza de la gente y ayudándolos a decir: ‘Nadie nos va a seguir dominando mientras estemos aquí’”.

En el parque, pregunté a Goodson qué se imagina que podría suceder si un grupo armado como el suyo apareciera en Ferguson. Mientras hablábamos, uno de los sargentos instructores ordena a dos reclutas que luchen por su vida. “Creo que Estados Unidos realmente despertaría”.

Miembros del club Huey P. Newton marchan por el barrio Dixon Circle, en Dallas.

El índice de disparos de policías a civiles alcanzó el punto más alto en veinte años durante 2013, a pesar de que los indicadores generales de violencia estaban en descenso. De acuerdo a las estadísticas del FBI, la policía mató a 1.688 personas en Estados Unidos entre 2010 y 2013. El número real de negros y latinos que murieron por disparos de policías es seguramente mucho mayor, pero el hecho de que falten los registros es solo una muestra de que nadie sabe a ciencia cierta cuántos han sido asesinados. Muy pocos de los 12.000 departamentos de policía y oficinas de alguaciles del país publican números de tiroteos en los que se hayan involucrado oficiales. Pero tomando como referencia los datos que se han reportado, de acuerdo a un estudio de ProPublica, los hombres negros jóvenes tienen una probabilidad 21 veces mayor de morir a manos de la policía que los jóvenes blancos.

“Lo que vemos en Ferguson es solo la punta del iceberg”, dijo Pamela Meanes, presidenta de la asociación civil National Bar Association, a un canal de televisión de Dallas el pasado agosto, en un llamamiento al Departamento de Justicia para que investigara a los departamentos de policía de 25 ciudades, incluyendo al de Dallas. Recientemente, las autoridades federales han tenido bajo la lupa a los departamentos de policía de Cleveland y Albuquerque por usar pistolas paralizantes sin necesidad, golpear a detenidos que ya han sido esposados, abusar de la fuerza con enfermos mentales y sacar las armas y disparar contra sospechosos que no les representan peligro.

David Brown, afroamericano y jefe de la policía de Dallas, dijo que se haría cargo de vigilar el uso de la fuerza del departamento a su cargo y ha criticado abiertamente al departamento de Ferguson desde la muerte de Michael Brown. (El propio hijo de David, David Brown Jr., fue asesinado por un oficial, después de matar a un policía en 2010). Mientras que Brown ha tratado de impulsar reformas durante el tiempo en el cargo, el departamento de policía de Dallas ha tenido un historial desastroso. Los oficiales de la ciudad han matado al menos a 185 personas desde 2002. Setenta y cuatro por ciento de ellas han sido hispanos y negros, de acuerdo al informe Una historia de violencia , a partir de solicitudes de información realizadas por el grupo Dallas Communities Organizing for Change. La policía de Dallas mató a 14 personas solo en 2014, incluyendo a Jason Harrison, un hombre de 38 años con problemas mentales que supuestamente los amenazó con un destornillador. El hermano de Jason tuvo que embaldosar los escalones de la entada de su casa para limpiar la sangre que quedó después del asesinato. Su familia demandó a las autoridades de la ciudad en octubre.

Miembros del club Huey P. Newton marchan por el barrio Dixon Circle, en Dallas.

Cuando David Brown y Craig Watkins, el saliente fiscal del distrito de Dallas, que también es negro, tuvieron una serie de reuniones plenarias en la sede de gobierno de la ciudad después del asesinato de Michael Brown, se encontraron con historias acerca de identificaciones de sospechosos basadas en el color de su piel, gritos con acusaciones de “matar a nuestros jóvenes inocentes” y madres de luto que reclamaban acceso a los vídeos policiales. Si el gobierno de Dallas, con personal multiétnico y el anuncio de planes para crear una unidad de derechos civiles, no ha dejado de disparar a hombres negros y latinos, no debe extrañarnos que ganen fuerza soluciones radicales, como el llamamiento a la comunidad negra que ha hecho el club Huey P. Newton para armarse.

Dallas se ganó el sobrenombre de “Ciudad del odio” después del asesinato de John F. Kennedy en la plaza Dealey. Pero once meses antes, fue Martin Luther King Jr. quien fue aterrorizado por la mezcla explosiva de blancos iracundos, anticomunistas y los miembros de la sociedad John Birch. Su discurso sobre segregación étnica y el “sueño americano” que dio en enero de ese año en el parque Fair se enfrentó a amenazas de bomba y manifestaciones en contra. De acuerdo a The Accommodation: The Politics of Race in an American City , una historia de las relaciones entre las distintas etnias que viven en la ciudad de Dallas escrita por Jim Schutze, las élites negras en la política y el clero se aliaron con los industriales blancos para mantener a raya al movimiento que buscaba igualdad de los derechos civiles. “En Dallas ese movimiento no existió”, afirma el veterano activista social y clérigo Peter Johnson. “Jackson fue un pueblo que se movilizó, Biloxi fue un pueblo que se movilizó, Selma, Birmingham, Louisiana. Texas fue el único estado que no hizo nada por los derechos civiles”. King Jr. fue boicoteado y rechazado por los clérigos negros de Dallas debido a una disputa interna de la iglesia baptista que involucraba a su padre. “Había enemistad entre los ministros y Martin Luther King padre”, me comentó Schutze cuando me entrevisté con él en su casa, al este de Dallas. “Cuando su hijo vino a la Conferencia de los Líderes Cristianos del Sur, tuvo una pésima recepción”.

Las relaciones interétnicas en Dallas siguieron paralizadas al menos hasta la década de los ochenta. “Le decíamos el túnel del tiempo”, dice Schutze. “Dallas estuvo atrasada como veinte años en relación al resto del país. Era evidente que no había gente negra y gente blanca mirándose de frente. Yo venía de Detroit y aquí, al final de los setenta y durante los ochenta, era desconcertante, como un anuncio de pollo del Coronel Sanders en blanco y negro de los cincuenta”.

En 1984, Dallas fue la sede de la convención que buscaba la reelección de Reagan, una opción de alto riesgo, dada la historia de la ciudad, pero se trataba de “la joya del universo republicano”, en las palabras de Schutze, a quien le tocó cubrir el evento. “El tono era como ‘Ésta es la ciudad que nunca cometió los errores del resto del país. Nunca se quitaron las botas. Dios favorece a Dallas porque Dallas hizo las cosas de la forma correcta. En particular, hizo las cosas de forma correcta en el tema étnico’”.

Un participante en la marcha por Dixon Circle el pasado octubre.

El club Huey P. Newton fue creado, en parte, como respuesta a una red de defensa a portar armas llamada Open Carry Texas. Texas es uno de los seis estados que sigue penalizando llevar pistolas a la vista, pero en su territorio es legal blandir públicamente rifles de asalto y escopetas. Open Carry Texas saltó llamó la atención de la opinión pública el pasado mayo cuando se volvieron virales las imágenes de sus “recorridos de exhibición”: grupos de jóvenes blancos que cargaban con orgullo sus AK-47 para exhibirlas en el interior de locales de Starbucks, Chipotle y Target, de paso regalando una razón para que los progresistas del norte se burlaran de la cultura texana. Con todo, la ola se ganó la atención y el apoyo suficientes como para que la Open Carry Texas consiguiera los suficientes votos legislativos para reformar la ley estatal, con lo que se añadirían las pistolas a la lista de armas que pueden mostrarse libremente.

Aprovechando el entusiasmo, Open Carry Texas anunció en julio que realizaría un recorrido por Fifth Ward, un barrio de Houston con población mayoritariamente negra y el lugar donde nació el grupo de rap Geto Boys. “La comunidad negra ha recibido patadas en el culo desde hace un buen tiempo”, declaró a un canal local de televisión David Amad, un líder blanco de Open Carry. “Vamos a entrar ahí y a ayudar con ese problema, detenerlo”. Después de esto, C.J. Grisham, el presidente de la organización, se comparó a sí mismo con Rosa Parks, y declaró a otro diario que el grupo fuertemente armado que encabeza necesitaba recorrer un vecindario negro porque “alguien debe sentarse en la parte frontal del autobús”.

Ni los líderes comunitarios del Fifth Ward, ni la representación del Nuevo Partido de los Panteras Negras de Houston (dirigido por el carismático Quanell X) vieron razones para celebrar el anuncio de la visita. El Partido ha salido en las noticias los últimos años por haber puesto precio a la cabeza de George Zimmerman (dirigente de una guardia vecinal que asesinó a un adolescente negro desarmado en un caso que se volvió emblemático) y por intimidar a los votantes en Filadelfia, donde hacían campaña a favor de Obama y donde uno de sus militantes supuestamente blandió una porra, gritando: “¡Están a punto de ser gobernados por un negro, blancos!”, aunque el caso fue desestimado por el Departamento de Justicia. Recientemente, el grupo ha sido estigmatizado (sobre todo en Fox News) como agitadores externos de las revueltas de Ferguson. Después de que Darren Wilson, el policía que disparó a Michael Brown, se libró de ser condenado, dos integrantes de los Nuevos Panteras de Ferguson se han enfrentado a cargos relacionados con llevar de armas, aunque algunos canales televisivos de derechas han afirmado que sus intenciones eran, de hecho, volar el arco de San Luis y asesinar al jefe de policía de Ferguson. Los líderes del primer Partido de los Panteras Negras que aún viven también han repudiado al movimiento por su retórica antisemita. Bobby Seale, uno de los fundadores, me contó su opinión de que esta nueva encarnación de su grupo podría ser una organización de fachada financiada con dinero de la derecha, “posiblemente los hermanos Koch”. Pero a pesar de la funesta reputación de los Nuevos Panteras, sus miembros en Dallas son, al menos, los revolucionarios más reflexivos y profesionales que hay. Tienen un marco operativo, una ideología, trabajan como peluqueros o electricistas y toman en serio sus reglas y la importancia de estar armados. “Lo que ves sobre ellos en los medios puede no estar equivocado a nivel nacional, pero su organización es muy diferente a nivel local”, me dice Goodson. Darren X dice que su partido está tratando de separarse de la retórica agresiva de sus líderes para “transitar del poder negro hacia todo el poder para toda la gente”.

Darren X, el mariscal del Nuevo Partido de las Panteras Negras.

Unos días después del asesinato de Michael Brown en agosto, los Nuevos Panteras de Houston, líderes comunitarios y la organización Open Carry Texas se sentaron en torno a una mesa plegable en la calle, para discutir la propuesta de marchar por el Fifth Ward. Junto a ellos, quince policías de Houston y un destacamento de los Nuevos Panteras que llevaban rifles de asalto. Los representantes de Open Carry, hombres blancos en la madurez, que vestían trajes impecables, habían llegado sin armas y estaban desconcertados. El tono de sus contrapartes era abiertamente hostil.

—Vienen al Fifth Ward, al interior de una comunidad negra, como insurgentes —dijo Krystal Muhammad, de los Nuevos Panteras.

—¿Cómo dice? —respondió David Amad, de Open Carry.

—Son una insurgencia —repitió Muhammad.

—Permítame decir, solo para dejar constancia, que no los queremos aquí —dijo Kathy Blueford-Daniels, la jefa de la asociación de vecinos del Fifth Ward.

—¿Acaso les importa lo que opina la gente que vive aquí? —preguntó Quanell X al fundador de Open Carry, C.J. Grisham.

—Me importa muchísimo —dijo Grisham.

—Si vienen a ayudarnos, no nos digan cómo van a hacerlo —replicó Quanell X— mejor pregunten si queremos su ayuda.

El diálogo devino rápidamente en un intercambio de gritos y la policía de Houston intervino para evitar una posible pelea. Quanell X dijo a Open Carry que si la marcha se realizaba, ellos se plantarían ante ellos como iguales, “pistola por pistola”. Después de marcharse, Grisham dio una entrevista para uno de los medios que esperaban el fin de la reunión. “Sigo sin entender por qué hay una división entre las etnias”, dijo. “No entiendo siquiera por qué este asunto tiene que ver con las etnias”.

Darren y su arma.

Al final, Open Carry pospuso indefinidamente su incursión en Fifth Ward. “Se suponía que debía ser el Fifth Ward con Open Carry Texas, no Open Carry Texas en Fifth Ward”, me dijo el portavoz de la organización, Tov Henderson, cuando me entrevisté con él en el aparcamiento de un Home Depot en Lake Worth, cerca de Dallas. Henderson, de 35 años, tiene un look rockabilly que parece sacado de una película de David Lynch, llevaba tres pistolas ocultas y un revólver de pólvora como los que tenían los confederados, en una pernera. “Queremos acompañar a los afroamericanos y decirles: ‘Oigan, ustedes tienen derechos, levántense y tómenlos. Las armas nos hacen iguales a aquellos que nos agreden’”.

Pero los intentos de Open Carry por homogeneizarse con los residentes de Fifth Ward fallaron, justo como ha fracasado la NRA (Asociación Nacional del Rifle) en su intento por diversificarse. “Lo vimos como una táctica intimidatoria, no como un grupo de gente defendiendo los derechos derivados de la Segunda Enmienda”, dice Darren X. “Tienen otros sitios donde pueden hacer eso fuera de las comunidades negras. La comunidad negra está llena de armas. Conocemos nuestros derechos cuando se trata de armas”. Las prioridades de los negros que son propietarios de armas son distintas de las que tienen los propietarios blancos, y no resulta difícil ver que los ancestros de los activistas blancos que defienden el uso de armas en Texas fueron, en cierto punto, claves para mantener a los negros desarmados y obedientes. Goodson espera que el club Huey P. Newton siga creciendo y con el tiempo se vuelva una organización de amplio reconocimiento, la “alternativa negra a la NRA”.

Un cartel de los Panteras Negras que circuló ampliamente donde aparece Huey P. Newton. Foto de Blair Stapp, tomada en torno a 1967

Desde la época colonial en Estados Unidos, y al menos hasta finales de los sesenta, el miedo ante la posibilidad de que se armara la población negra fue una de las fuerzas detrás de las leyes para el control de armas. El juez Clarence Thomas escribió un artículo de opinión acerca del caso McDonald vs Chicago, que fue llevado al Tribunal Supremo en 2010 y que tenía por protagonista a un negro de edad avanzada y su desafío a la prohibición de portar armas en Chicago. El juicio desembocó en una sentencia que ordenaba aplicar la Segunda Enmienda a todos los estados. En su texto, Thomas escribió acerca de la rebelión de esclavos que sucedió en 1831 en Virginia: “El miedo que despertó éste y otros levantamientos, ocasionó que los gobiernos del sur se ensañaran con los derechos de los negros, esclavos o libres, de alzar la voz y portar armas para su defensa”. De 1842 a 1850, Texas prohibió explícitamente la posesión de armas para los negros. Después de la Guerra Civil, temiendo una reacción violenta de los esclavos liberados o los veteranos de combate, Texas y otros estados sureños aprobaron una serie de leyes represivas conocidas como Códigos Negros, que de nuevo limitaban el derecho de los ciudadanos negros a portar armas.

La marcha armada que los Panteras Negras realizaron en California en 1967 (encabezada por Huey Newton y Bobby Seale) ayudó a que Reagan reuniera los votos necesarios para prohibir portar armas en ese estado y la Ley para el Control de Armas de 1968 fue aprobada en parte como una respuesta a los tiroteos y a los alzamientos de la comunidad negra que sucedieron en tantas ciudades estadounidenses después del asesinato de Martin Luther King Jr. en Memphis.

Las semillas de lo que se convertiría en el Partido de los Panteras Negras se sembraron en los cuarenta, cuando ex combatientes negros de la Segunda Guerra Mundial regresaron a casa, en el sur del país, y se encontraron con un entorno que los segregaba. Antes y durante la época en que la conciencia moral estadounidense fue sacudida por el Congreso de Líderes Cristianos del Sur, el Comité Estudiantil contra la Violencia y King Jr., eran las armas lo que mantenía a raya a los blancos racistas, especialmente en el sur. La célebre y pacifista mentora de la lucha por los derechos civiles en Mississippi, Fanny Lou Hamer, dijo: “Tengo una escopeta en cada esquina de mi habitación, y el primer blanco que vea con la intención de poner dinamita en mi porche no volverá a escribirle a su mamá”. El movimiento de los Panteras Negras fue inspirado particularmente por Robert F. Williams, representante rebelde de la NAACP, una organización defensora de la población negra y autor del libro Negros con armas . Después de la Segunda Guerra, Williams regresó a Monroe, su pueblo en Carolina del Norte y se encargó de reactivar la división de la NAACP. En contra de su moderada dirección nacional, la división de Monroe se inclinaba por el uso de armas para defensa personal, una práctica que adoptó después de que el Ku Klux Klan había intentado sacar el cadáver de un negro de la funeraria. Se trataba de un preso que había fallecido por inyección letal en Raleigh, supuestamente por asesinar a su capataz blanco, pero al Klan la ejecución no le había parecido suficiente. Un grupo de cuarenta negros armados que incluía a Williams hicieron guardia en torno al cuerpo, aferrados a sus rifles. “Fue uno de los primeros incidentes que nos hicieron entender la necesidad de resistir”, escribió Williams, “y que esa resistencia sería efectiva si lo hacíamos en grupo”.

Tina González, del Partido para la Liberación de los Pueblos Originarios

En Negros con armas, Williams recuerda haberse encontrado frente a una banda de matones blancos durante la campaña para permitir que los negros usaran la piscina municipal un día a la semana:

Había un hombre muy viejo, un blanco viejo en medio de la multitud, que empezó a gritar y a llorar como un bebé, no dejaba de llorar, y dijo: “¡Maldita sea, maldita sea, a dónde ha llegado este maldito país que los negros tienen armas, los negros están armados y la policía no puede arrestarlos!” Seguía llorando y alguien lo acompañó para llevárselo lejos de ahí.

Después de ser constantemente amedrentados y atacados por el KKK, la policía y bandas de blancos racistas, Williams llegó a una conclusión: “Las autoridades legales de Monroe y del estado de Carolina del Norte, se decidieron a poner orden solo después, y como un resultado directo, del hecho de que estuviéramos armados “.

Williams, por supuesto, tuvo que enfrentarse a la disyuntiva planteada por la superioridad blanca: rendirse ante la moral blanca o resistir abiertamente. Al portar armas, Williams se puso, a sí mismo y a su comunidad, en peligro, pero de no haberse defendido, podrían haberlos matado. Williams, como Assata Shakur (una rebelde que formó parte de los Panteras Negras originales), logró escapar a la condena de cárcel o muerte que habían aplicado a tantos revolucionarios. Se exilió a Cuba, llevando consigo una copia de la Apología del capitán John Brown, de Thoreau. En ese libro, el fundador de la desobediencia civil pacífica hace una defensa grandilocuente del militante antiesclavista que encabezó una insurrección fallida. Thoreau escribía: “creo que, por una vez, los rifles y los revólveres se habían empleado en una causa legítima. Las herramientas estaban en manos de quien podía usarlas”.

Darren X y Charles Goodson.

“Tratamos de mostrar la contradicción”, me dice un hombre de aspecto delicado que cojea, a quien apodan El Presidente, mientras saca unos rifles de asalto de un maletero. Estamos fuera de una casa de empeños en el sur de Dallas. Es una mañana despejada de octubre. El club Huey P. Newton está montando otro patrullaje armado por Dixon Circle. Después, entregarán un informe sobre violencia policial elaborado por las Comunidades de Dallas Organizadas por el Cambio, a la oficina de la fiscalía federal que está en el centro. Mientas los integrantes se reúnen y se colocan sus pistoleras, un helicóptero de la policía da unas vueltas desganadas sobre su cabeza. El ambiente es tenso. “Cuando te enfrentas al estado, debes mantener la concentración”, murmura El Presidente.

Parece preocupado de la escasa convocatoria: solo llegan unos doce miembros. Ocho de ellos llevan armas y algunos son viejos. El AK-47 de Goodson parece no haber sido usado desde la guerra entre la URSS y Afganistán. En contraste, Darren X lleva un reluciente AR-15. “Sé que con estas armas no podemos enfrentarnos a la par con la policía de Dallas”, dice Goodson, “pero lo que ellos temen es vernos armados”. Casi todos los presentes llevan uniformes negros y rastas, con la insignia de los Panteras Negras cosida a la ropa. Stu, el único hombre blanco, lleva una camisa Oxford y pantalones kakis.

Mientras el grupo armado sale del estacionamiento, una mujer al volante de un PT Cruiser se acerca para hablar con Darren:

—Necesito hablarte cuando algo me suceda. Nadie me ayuda aquí el Dallas, la policía no hace nada. ¿Cuál es tu teléfono?

Darren X le pasa el número de su móvil y el grupo sigue su marcha.

—¿Quiénes somos? ¡Huey P! —corean los militantes a su paso por las anchas y blancas aceras, seguidos de lejos por una patrulla de la policía sin rotular. La gente en Dixon Circle los saluda a su paso como si fueran héroes de la guerrilla recién bajados de la montaña. Jóvenes que pasan el rato fuera de bodegas y sitios de apuestas levantan el puño y gritan: “¡Poder negro, tíos!” Automovilistas en sus Range Rovers se detienen a media calle para tomar fotografías. Adolescentes y niños se asoman por entre las rejas de sus vecindades, con expresión de asombro. Dorothy, una mujer de cuarenta y tantos sale corriendo de un almacén con un cigarro en su boca y se les une. Cuando le pregunto por qué decidió venir, dice:

—Porque están marchando por la gente negra, por el poder negro y motivos reales.

El club Huey P. Newton avanza sobre el centro de Dallas.

Más adelante, el club se encuentra con un grupo de hombres en estado desastroso, sentados en un rincón mugroso y bebiendo tragos de algo que llevan en bolsas marrones.

—¡Únanse a nosotros, hermanos! —les ruega un sargento instructor. —Vengan, necesitamos a gente del barrio.

—Vale —grita uno de los hombres. Le da un trago a la lata que lleva en la bolsa y no hace un intento por moverse.

Los miembros del club se quedan un momento frente a ellos, esperando.

—¡Vengan todos a la iglesia con nosotros! —grita Dorothy. —¡Los necesitamos!

—¡Vale! —responde el mismo hombre, pero nadie se levanta y el escuadrón finalmente se pone en marcha.

En un solar que está frente al sitio en que la policía mató a James Harper en 2012, el grupo finalmente consigue reclutar a un residente del área.

—Nuestro hermano vive aquí. Éste es su barrio. Ven aquí y tómate una foto con nosotros, hermano —dice un sargento instructor.

El vecino, flaco y de unos cuarenta años, pone una rodilla en el suelo y los militantes lo rodean velozmente, empuñando sus AK-47 y adoptando un aire severo. Un par de adolescentes aparcan sus coches y se quedan mirando con avidez las armas.

—Mis respetos —dicen, antes de arrancar.

En el centro de Dallas, miembros del Partido para la Liberación de los Pueblos Originarios (IPLP; comunistas jóvenes de origen latinoamericano que llevan uniformes verde olivo y boinas, con rifles que cuelgan del hombro y parecen de la misma época que la toma de La Habana por Castro) se unen a la marcha. Una integrante del IPLP lleva su rifle apuntando al suelo y otro deja que su pistola se balancee a su espalda, en la cara de quienes van detrás suyo.

Mientras camino con los miembros del club, el ánimo es relajado y la policía tiene una expresión complaciente, al punto de que llego a engañarme con una falsa sensación de seguridad, pero pronto las cosas vuelven a su lugar y queda claro lo precario que es el orden de la situación y lo potencialmente explosiva que es. Nadie está seguro de cómo enfrentarse a las disparidades étnicas en materia de violencia policiaca. El hecho es que, mientras se realiza otro de los muchos “debates nacionales” sobre el tema, con columnistas, estadísticas y tiempo dedicado en la televisión nacional, la sangre de jóvenes negros sigue derramándose. Todo el trabajo de entrenamiento y sesiones de sensibilización para evitar el uso asimétrico de la fuerza con base en el color de piel no ha hecho nada por contenerlo. El uso de cámaras en los uniformes parece una buena idea, pero como demuestra el infame vídeo de la muerte de Eric Garner, un policía puede matar a un negro por el menor pretexto y quedar libre de cargos. “No puedo respirar”, dijo Garner once veces antes de morir. Tomando en cuenta estos fracasos y la capacidad de la policía para aplastar cualquier alzamiento, la opción de armarse parece fútil, pero puede explicarse como una respuesta parcial (y muy estadunidense) ante siglos de humillación.

Andrew, miembro del antiguo partido de los Panteras Negras, aclama al grupo a su paso

Goodson, Stu y El Presidente llegan al edificio federal Earle Cabell, dejan sus armas en el umbral y entran para hacer entrega del informe. En el cuarto piso, Goodson dice a la recepcionista que tiene una cita. Ella le responde desde el otro lado del vidrio que no sabe a qué se refiere y habla con la directora. Goodson parece molesto y avergonzado, mientras dos hombres blancos vestidos con traje se ríen de él desde una esquina de la sala.

La gerente, una mujer madura de modales refinados, sale a encontrarse con él, malhumorada. Goodson le habla:

—Estamos aquí para poner al Departamento de Justicia al tanto de este asunto. Se trata de un informe sobre el uso excesivo de la fuerza por parte de la policía de Dallas.

Ella le responde que no sabe nada acerca de un informe o una cita que tuviera pendiente su oficina.

—Si usted cree que tiene derecho a entablar una demanda sobre el tema, puede tramitarla con nosotros. Pero cualquier informe que nos entregue va a quedarse en un archivo en el cuarto de atrás. El hecho de que lo recibamos no va a ser más que un desperdicio de papel.

Después de un corto tira y afloja, logran hacer que a Goodson le entreguen una tarjeta donde consta que fueron recibidos y que ella aceptó el informe, que con toda probabilidad quedará en un cajón sin ser leído.

—Le deseo suerte con su acción cívica —le dice a Goodson, estrechando su mano de la forma más burocrática.

De vuelta bajo el sol de Dallas, Darren X se adelanta para preguntar cómo les fue. Goodson se aclara la garganta para responder que el informe fue entregado con éxito.

Mientras se alejan de las oficinas federales, los militantes se detienen un momento para tomarse fotos frente a una gran fuente. Se les ve un poco desanimados. Un hombre casi anciano que camina por ahí se vuelve a mirarlos y se acerca para estrecharles la mano. Se presenta como Andrew, un miembro de los viejos Panteras Negras.

—Es la primera vez que veo gente armada —dice. —Pensé que era un pelotón al que estaban entrenando para entrar al ejército o algo. Pero luego los escuché nombrar a Huey Newton y eso fue lo que me detuvo. “¡Anda!”, dije. Eso me deja claro que algo está cambiando en esta época.