Artículo publicado por VICE México.
A Rogelio Razo el olor de la basura no le incomoda en absoluto. Después de nueve años trabajando como recolector de desechos en la colonia Roma de la CDMX, simplemente ya no lo percibe. Él es originario de Ciudad Nezahualcóyotl y tiene 23 años. Pero tanto su semblante serio, como el tipo de cosas que cuenta, harían pensar a cualquiera que es un hombre mayor.
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Hoy Rogelio toma un breve descanso de su jornada. Deja en el suelo un par de enormes bolsas negras y se sienta en el filo de una banqueta para hablar del oficio que él llama “departamento de limpia”, y que ejerce como freelance.
La Ciudad de México tiene su propio sistema de recolección de basura, pero Rogelio no está adscrito a él. Alguna vez lo estuvo, pero se cansó de los malos manejos internos y decidió hacerlo de forma independiente. Eso significa que de lunes a sábado viaja dos horas desde su casa y luego, de 7 de la mañana a 8 de la noche, pasa empujando su carrito —al que le caben tres tambos grandes— frente a casas, oficinas, restaurantes, hoteles, librerías y bares que encuentre a su paso en la Roma.
Se la pasa tocando timbres y preguntando si requieren sus servicios, o atendiendo las peticiones de clientes frecuentes que le llegan por Whatsapp. Luego, cuando se le llenan los tambos de basura, llama al chofer del camión recolector más cercano —ya los conoce a todos— y vacía ahí todo lo que ha juntado. Hace eso unas cuatro veces al día, llena diario cerca de 12 tambos.
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“He notado que el hecho de que atienda encargos vía mensaje le conviene a la gente, porque así se evitan estar cazando al camión recolector. Además, no es por nada, pero después de 9 años metido en esto, ya me sé muy bien las calles de la zona y puedo llegar rápido a donde sea”, dice, mientras con un antebrazo fuerte y bronceado por el sol, se seca la frente.
Rogelio dice que casi una década en el “departamento de limpia” le ha enseñado mucho sobre el orden. Así que con el tiempo ha desarrollado una especie de ruta mental que sólo quebranta por las excepciones que le impone WhatsApp: desde que llega a la colonia él sabe perfectamente a qué hora debe estar en determinado punto para alcanzar a sus clientes en casa antes de que salgan al trabajo, o por las compras, o a correr.
Rogelio conoce bien su trabajo. Pero por otro lado no tiene salario fijo, ni una cuota de tambos que llenar, ni horas establecidas para comer o descansar. Así que debe ser preciso en sus predicciones de los lugares donde le darán basura, para poder volver a casa todos los días con entre 150 y 200 pesos en la cartera.
“En realidad gano más, pero como los del camión de la basura saben que las ganancias son para mí, tengo que darles una cuota de 45 pesos por cada tres tambos que vacío con ellos. Es decir, todos los días les doy cerca de 180 pesos. Por eso es que sólo me quedo con 200 para mí.”
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A eso tiene que descontarle su alimentación, la gasolina que consume su motocicleta de ida y vuelta a Nezahualcóyotl, donde vive todavía, así como tener contemplado cualquier otro gasto extra que le surja de imprevisto, como una cerveza al final de la jornada con los amigos que ha hecho en las refaccionarias de la calle de Puebla, por ejemplo.
Rogelio también tiene que pensar en su hija de seis años, llamada Wendy, que es su adoración y de quien lleva su nombre tatuado en el brazo, y como foto de perfil de WhatsApp.
“Yo me considero un barrendero, aunque no precisamente barro la calle. Y aunque dedicarse a esto es muy desgastante y muy mal pagado, me encanta. Además, creo que lo hago bien porque lo aprendí desde niño. Y esas cosas nunca se olvidan”, dice.
La primera vez que Rogelio cargó basura por obligación, estaba castigado. En ese entonces tenía 12 años y acababa de abandonar la secundaria porque simplemente no le gustaba. Su padre, quien junto con su abuelo se habían dedicado toda la vida al “departamento de limpia”, le advirtió que si dejaba de estudiar lo llevaría a trabajar con él. Y cuando se enteró de la rebeldía de su hijo, se lo cumplió.
“No tuvo ni tantita compasión de mí. Ese primer día me puso a hacer exactamente lo que hacía él. Así que cuando regresamos a casa, luego de casi 14 horas en la calle, estaba molido. Me dolía todo el cuerpo y no soportaba el olor a basura que traía impregnado”, recuerda.
Pero un día, que aún no sabe ni cuándo fue, le empezó a gustar esa rutina. Luego pudo hacerlo sin ayuda y hasta se independizó de sus padres y rentó un pequeño cuarto para él solo.
No obstante, ser barrendero también le ha dejado un saco repleto de experiencias agridulces. Y entre los malos recuerdos, asegura que los peores han tenido que ver con la actitud de la gente.
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“Muchos creen que es mi obligación atenderlos, y me avientan las bolsas en la cara. O ni siquiera me dan propina. Pero de las cosas que más me molestan y duelen es que haya personas que, sólo por vernos manipulando desperdicios, nos miren feo y hasta crean que somos delincuentes.”
Pero Rogelio prefiere ver lo positivo del asunto. Hablar con él siempre deja la sensación de estar con alguien que puede ver luz a pesar de la niebla. Dice que conoce a muchas personas que son infelices porque no les gusta su trabajo, pero que él no le ve el caso a vivir quejándose.
“A pesar de todo, una de las mejores cosas que me ha permitido la basura es conocer gente de todas partes y de buena fe. En ocasiones hay casas donde me invitan a comer, o por lo menos me sirven un vaso de agua para el calor, que en estas fechas no perdona. Por esos pequeños detalles amo mi trabajo”, dice.
El oficio le ha permitido a Rogelio ver de todo: malas caras, kilos y kilos de comida intacta que salen de grandes restaurantes y hasta un par de dedos cercenados, entre los residuos de un hotel. Pero él dice que no se imagina dedicándose a otra cosa.
“De hecho, traigo guardado en el celular un video que me gusta mucho y que suelo repetir cuando necesito inspiración”, dice, al tiempo que saca de su bolsillo el aparato y, luego de buscar entre varias carpetas, encuentra el clip.
Se trata de un fragmento de la película El Barrendero, de Cantinflas. Rogelio sonríe mientras ve al actor mexicano cantar y bailotear con una escoba alrededor de sus tambos vacíos.
“Esa es de mis películas favoritas, porque me identifico mucho con el personaje. Cada que la veo siento que sí soy muy especial porque, aunque digan lo que digan, sin mi trabajo la colonia no sería la misma.”
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