Autorretratos para liberarse de la condena de estar solo

Conocí a Felipe Castillo en un viaje a Berlín a través de un amigo en común que nos conectó por Facebook. Me encontré con él por primera vez en la estación de Ostkreuz. Nada especial, un tipo ordinario, vestido común y corriente y con un empleo de mierda. Así se definía él.

“Nadie colabora en un medio sin que alguien abra la puerta. Trato de borrarme como autor para fortalecerme como narrador”, le contesté cuando me preguntó si yo era periodista. Mi respuesta instintiva fue que no. La realidad del periodismo no está en los hechos sino en la manera de contarlos.

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Felipe vive en Berlín desde muchos años atrás, en Friedrichshain, un distrito todavía con un marcado aire soviético de la antigua RDA, y uno de los barrios con más onda en toda la ciudad.

¿Ya conoces Berlín? ¿Quieres ir a Alexander Platz, al Reichstag, a la puerta de Brandenburgo? Me decía. Felipe era muy cortés. Por aquel entonces yo estaba más interesado en las cenizas del muro de Berlín, la contracultura surgida en la RDA, Erich Honecker, Brezhnev, ya saben, toda esa paja comunista de la posguerra; él estaba más interesado en las transformaciones.

Durante la guerra fría Berlín era un isla, su lado occidental estaba completamente rodeado por enemigos mientras que su lado oriental luchaba para evitar que su gente cruzase. Si conseguías cruzar al lado occidental eras libre, muchos lo intentaron y murieron. El muro separó a familias y amigos, y partió el corazón de la gran ciudad en dos.

Entramos a su departamento donde me invitó a beber leche. Era un entusiasta de la leche, la tomaba todo el tiempo, por la mañana, por la tarde, por la noche, combinada con vodka, ginebra o cualquier licor que tuviera en su alacena. Siempre leche. ¿Quién eres, Malcolm McDowell? Él era un nerd oficinista con un estilo de vida anticuado y aburrido. Dios, ¿adónde vine a caer? O por lo menos eso creía en ese momento. Felipe me parecía un tipo demasiado propio. Francamente no creí que nos volviéramos amigos.

De cuando en cuando me empezaba a hablar del Berghain, el mítico club nocturno de la ciudad, uno de los más alucinantes del mundo y que estaba a un par de cuadras. La capital del techno, que tendría sus raíces industriales en la RDA. Tan legendario es que el temible cadenero Sven Marquardt, quien decide quién entra y quién no, quien tiene el poder de arruinarte la noche o convertirla en la mejor de tu vida, tiene un mural hecho por el genial Alexandre Farto, mejor conocido por su pseudónimo de Vhils.

“La vida aquí es barata también porque hay menos lana para gastar. En los tiempos de la DDR todas las compañías huyeron de aquí y se movieron a Frankfurt y Múnich”, me decía. Tenía razón, la construcción del muro no sólo cortó la ciudad en dos, sino también cortó su crecimiento. Razón por la cual la vida es barata en Berlín.

Un buen día, buscando unas llaves en su escritorio encontré unas fotografías escalofriantes. Era él. Era Felipe disfrazado de… quién sabe de qué, pero no podía dejar de verlas. ¿Será este güey un sádico masoquista de clóset? ¿Para qué le hice caso a Víctor? tiene amigos muy raros, pensé. Confieso que la primera foto que vi de Felipe transformado me inquietó. Con una peluca rubia, una malla en la cara, ojos de canica totalmente negros y una gigantesca boca oscura sin dientes que te quiere gritar de desesperación. Perturbador. Después de verlas todas, pensé: es alucinante.

Por la noche cuando llegó Felipe de trabajar le pregunté sobre qué le gustaba hacer. “Nada en especial, trabajar en la tienda, ir al supermercado y platicar por skype con mis amigos de México” me dijo.
– ¿Te gustaron?
– Me fascinaron.

Entonces fue cuando me empezó a hablar de los autorretratos.

¿Sabes quién es esa niña? Me preguntó mientras señalaba el inquietante mural que estaba frente a la ventana. Era un mural gigantesco de Frances, la hija de Kurt Cobain cuando era niña con alas de mariposa. Una clara alusión al abuso sexual infantil. “Ella también se está transformando.” Eso es Berlín, en donde la gente tiene vidas secretas. El burócrata que trabaja durante el día en una oficina y en la noche hace bondage sometido por una dominatrix. Decía que necesitaba transformarse por las noches, para él no era sólo disfrazarse, significaba una forma de escapar de la monotonía y de la realidad. Un diálogo consigo mismo de lo que es. En persona es uno, en internet es otro.

Felipe de alguna manera es resultado del sincretismo entre el oficinista y el transformado, el que es de día y el que es de noche, el que es en persona y el que es en la deep-web. Representa mucho de lo que es Berlín. No es un secreto que Berlín del Este creó su propia contracultura, alejada de las influencias occidentales, de la música y modas norteamericanas y la nueva ola británica.

A su llegada en 2011, Felipe empezó a ir a fiestas en viejas fábricas soviéticas, en sótanos donde se practicaban cirugías plásticas y transgénero ilegales, en estaciones de metro abandonadas ahora ocupadas por bandas punk, en laboratorios de fármacos clandestinos, en sets de filmación de cintas porno de bajo presupuesto, en perreras y salas de operaciones de veterinarios sin licencia, en fin, cualquier lugar era increíble para armar las fiestas por las que esta ciudad es famosa en toda Europa. La cocaína corría a la velocidad de tu nariz.

“Cuando llegué a Berlín quería hacer una vida aquí, quería integrarme por completo, tener un depa y armarlo a mi gusto, amigos, una chamba… Pero cuando me separé de mi novia cambió todo, de pronto todo eso me importó poco y me enfoqué solamente en mí mismo, porque eso pasa cuando te separas de una pareja, te reencuentras contigo mismo. Empecé a ir dejando cosas por los lugares en los que vivía, a no tener un lugar fijo para vivir, a deshacerme de gente que te exige quedarte, y al final es como que me quedé sin nada, pero nunca en mi vida había sido tan feliz, ni me había sentido tan libre y sin miedo de lo que venga como en estos momentos.”

Felipe usa el retrato como reflejo de sus miedos, como una forma de provocación a las redes sociales en donde todos se muestran felices. “Después utilicé las fotos para enfrentarme a las cosas que más miedo o tristeza me provocaban cuando era niño, y funcionó. Ahora soy un pésimo infeliz y con menos miedos.”

Para Felipe el mensaje es claro: todos podemos ser lo que sea, aunque le digan “Qué miedo tus fotos” la gente que lo reconoce de la oscura deep-web.

Puedes seguir a Felipe Castillo en Instagram.

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