Ayahuasca: un cambio de vida psicodélico

La línea entre lo que consideramos una droga psicodélica y lo que se puede llamar una medicina ancestral para entrar en trance es muy delgada. Yo, al igual que mis familiares cuando les comenté que me iba a una ceremonia de ayahuasca, pensaba que era como una viaje intenso parecido al LSD, pero natural; una droga para hippies chic que fue arrebatada a las tribus peruanas para satisfacer una necesidad de éxtasis místico en nuestra sociedad moderna occidental. Pero estaba muy equivocada. La vivencia, resultado de mi encuentro con la ayahuasca, es, sin temor a exagerar, la más enriquecedora que he tenido en mi vida. Fue la reinicialización de mi sistema como ser vivo en este planeta.

Con la ayahuasca te mueres un poquito, o sea, es una muerte pequeñita. Como me explicó el chamán, tienes que matar las sombras que acechan tu crecimiento, es un encuentro con lo más oscuro de uno mismo, por eso es conocida como la “liana de la muerte”. Esa oscuridad es nada menos que tu inconsciente, un cara a cara con lo más enterrado de nuestro ser. Es una experiencia dura, una pelea de gladiadores en un terreno fantástico y desconocido, y el limite es la muerte. Solo un gladiador sobrevive, y como no te puedes quedar “en el viaje”, sabes que tu consciente es el que va a ver la luz al final de la pelea. Solo que esa luz no es la luz al final del túnel, es la luz de cuando abres por primera vez los ojos, como cuando sales de la oscuridad del vientre materno. Así es. Te mató tu inconsciente. Con la ayahuasca siempre pierdes la batalla para renacer más fuerte, más vivo y en comunión con la vida misma. A toda esa batalla con la ayahuasca se le llama “trabajo” y más que un trabajo cualquiera, se asemeja más a los 12 trabajos de Hércules. Al viaje del héroe para hacerse valer ante los dioses. Ése es el tipo de dificultad al que te enfrentas con el trabajo de ayahuasca, pero la recompensa es inversamente grata, te estrenas como un semidiós.

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La ayahuasca forma parte de las llamadas plantas maestras, entre las cuales también está el peyote. Es una maestra conocida como “la abuelita” porque como una abuela, es dura con su enseñanza pero lo hace con amor y por tu bien. La ayahuasca es el brebaje psicodélico utilizado ritualmente por los chamanes, curanderos o maestros ayahuasqueros de las etnias del Amazonas —desde hace más de cinco mil años— como un camino para obtener la expansión de la conciencia.

La huasca, yagé, purga o daime, son algunos de los nombres utilizados para referirse a esta antigua y sagrada pócima. El brebaje se obtiene mezclando dos o más sustancias farmacológicamente activas: la liana de la Ayahuasca (Banisteriopsis caapi) y la Chacruna (Psychotria viridis), que son machacadas y cocidas en agua hirviendo durante 16 horas. La ayahuasca ha sido el quid de la curación y la vida espiritual en la gran cuenca del Amazonas desde tiempos inmemoriales. La sinergia entre ambos elementos activa la diemetriltriptamina (DMT) en el cerebro. La DMT no tiene actividad cuando se administra oralmente a menos que esté acompañada de un inhibidor de la MAO (monoaminooxidasa), como sucede en el caso de la ayahuasca.

La DMT es un alcaloide triptamínico, el cual es responsable de los sueños en la fase REM del descanso inconsciente. Es el responsable de los sueños lúcidos también. Se dice que el cuerpo solo libera el DMT al nacer y al morir, lo que ha hecho muy popular su adquisición sintética por parte de mucha gente. Pero el DMT que se puede conseguir no tiene absolutamente nada que ver si lo comparamos con la ayahuasca.

Hay dos etapas que vale la pena subrayar de esta experiencia, la inminente y tangible, que sucede durante las ocho horas después de tomarla, es decir ese despertar y morir al mismo tiempo. Y la posterior, la del trabajo de todos los días después de tomarla. Me tomé la libertad antes de narrar mi experiencia directa, de dejar que cayeran “los veintes” y ver como fluye y transita todo lo que se manifestó ese día.

Nuestra educación occidental nos hace creer que la transmisión del conocimiento se hace de manera verbal y escrita, por lo que el primer paso para enfrentar una experiencia como el proceso de la ayahuasca es estar dispuesto y perceptivo a que la enseñanza vendrá por otro lado. Me refiero a un “proceso” ya que el ejercicio de enseñanza empieza antes de la noche de la ceremonia y el trabajo de la medicina continúa indefinidamente en el tiempo. La enseñanza previa comienza con los cambios de hábitos en la dieta. Hay mucha gente que no hace la dieta, que la modifica, que fue mal informada sobre ella o que ha tomado tantas veces ayahuasca que ellos mismos inventan su dieta. Supongo que cada cual vive la experiencia como quiere, pero cuando es tu primera vez y lo vas a hacer con un chamán —de confianza—, más vale que te ajustes a sus planteamientos si es que quieres evitarte un mal rato con la planta. Algunos chamanes te pedirán hacer un mes de dieta previa, y otros una semana, pero el objetivo común de la dieta es purificar tu organismo y que el golpe físico de tomar el yagé no sea tan tormentoso. El brebaje te purga y te limpia, por lo que cuanto más “contaminado” esté tu organismo, más vas a sentir la sacudida de la purga. La dieta es básicamente la siguiente: no comer carnes rojas y los últimos dos días se sugiere evitar la ingesta de cualquier animal, no comer alimentos procesados, ni irritantes como picante o café —casi muero con esa restricción—, no alcohol, ni drogas recreativas o farmacéuticas, no lácteos, no sexo, descanso los tres días previos al trabajo y mantener la dieta los tres días posteriores para conseguir mejores resultados. Yo apliqué la dieta al pie de la letra y le fue bastante bien a mi cuerpo cuando entró en reacción con el brebaje.

Aquí se inicia un primer cambio de hábitos brutal. Todos los que van a tomar ayahuasca van con un propósito, y al saber que no es algo recreativo, su intención puede ser descubrir caminos en el presente, abrir puertas para transitar por otros caminos futuros, superar traumas pasados, sobreponerse de adicciones, comportamientos indeseados o tener una experiencia espiritual entre otras cosas. Aunque nos pongamos específicos, todos llevan de la mano un cambio de hábitos, ya sea que ese vaya a ser el catalizador a un aprendizaje más grande o que solo sea un efecto colateral. El psicólogo William James fundador de la psicología funcional y defensor de terapias alternativas con curanderos, fue el primero en hablar de hábitos en la psicología, a él se le atribuyen los famosos 21 días necesarios en la plasticidad cerebral para generar un cambio de hábito. Pero nuevos estudios realizados por la universidad del sur de California indican que los hábitos comienzan a desarrollarse ante una necesidad y terminan siendo el resultado de un aprendizaje de asociación que dura entre 15 y 254 días. Por lo que hay que estar dispuesto a seguir trabajando las enseñanzas que revela la ayahuasca muchos días después de haberla tomado, si es que queremos cambios reales. Si profundizamos sobre este pensamiento y hacemos la asociación con el conocimiento científico, podemos llegar a varias preguntas, preguntas que yo misma me he hecho desde la ceremonia: ¿es la ayahuasca un atajo de la meditación o del psicoanálisis? ¿Será que no tengo paciencia para ninguna de las anteriores?

En el último cuarto del siglo, “occidentales” de EE.UU. y Europa comenzaron a peregrinar a América del Sur, motivados por ser parte de las experiencias tempranas de ayahuasca en Perú. Incluso William Burroughs viajó en 1950 a Sudamérica para probar el yagé. De hecho, se puede considerar a Burroughs como el primer turista de la ayahuasca. Narró su viaje a su amigo Allen Ginsberg, y de esa correspondencia salió el libro epistolar Las cartas del yagé.

La razón fundamental de la popularización de la ayahuasca es ineludible para quienes han podido presenciar sus efectos. Sí, es una experiencia psicodélica poderosísima, pero va más allá. Es trascendental. Se ha popularizado tanto que a finales de septiembre de 2014 se llevó a cabo el Congreso internacional de ayahuasca en Ibiza con foros académicos, legales, ponentes científicos y chamánicos. Hay que tener cuidado con la globalización de la ayahuasca, la popularización de una cosmogonía amazónica y la sobre-predisposición a encontrar un remedio mágico a nuestros problemas. La popularización de esta medicina ya ha generado chamanes impostores, peligrosas preparaciones de la planta y lucro capitalista sobre un ritual indígena.

Tengo miedo de que la ayahuasca que todavía está en trámites legales de regulación se convierta en la Disneylandia de la experiencia psicodélica. Después de mi experiencia estoy tranquila en el sentido que cualquier intención deshonesta con la planta va a ser pagada muy cara por sus usuarios. Porque repito, la ayahuasca te mata —figurativamente—. Pude darme cuenta en esta ceremonia de la evidente popularización de la planta ya que más de la mitad de los participantes eran primerizos, y el promedio de edad del grupo era de 29 años solamente. Dentro de este pensamiento, también veo un rayo de esperanza. La esperanza que todos entremos en esta conciencia universal, en esta comunión con todos los seres vivos.

Dicen que tienes que estar preparado y tener intenciones muy claras para ir a tomar ayahuasca. Pero también dicen que el reclamo más fuerte es cuando se te manifiesta, cuando la planta te busca a ti. Para mí así fue. Desde principios del año me fui encontrando con gente en mi camino que por una u otra razón me hablaban de su experiencia con la ayahuasca. Un gran amiga mía hasta pasó varias semanas en un retiro en el Amazonas peruano en un centro ayahuasquero. No presté mucha atención a estas primeras señales, ya que en mi mente cartesiana y escéptica pensaba en una sobrevaloración de esta planta respecto a la experiencia trascendental de la que me hablaban estos amigos. Desde hace varios años, mi espiritualidad se ha generado basada en la creencia de “fuerzas cósmicas del universo” y a través de vivencias suaves como retiros en la naturaleza para encontrar una conexión con la Tierra, el aquí y el ahora, también a través de la meditación, y la meditación activa para buscar un equilibrio entre mente y cuerpo. Pero hasta ahí. Mi concepción espiritual distaba mucho de la de mis interlocutores ayahuasqueros. Sin embargo había algo en su manera de hablar, en su manera de ser ante la vida distinta a la de los demás. Algo hipnótico. Paulatinamente y sin querer, me acercaba a la ayahuasca, mi curiosidad sobrepasaba mi pensamiento racional y empecé a hacerme muchas preguntas. Estaba lista, descubrí las intenciones que quería trabajar. Sabía lo que buscaba. Y no había tiempo ni manera de buscar las respuesta de otro modo, tenía que ser con la ayahuasca, algo intuitivo me lo decía. Estaba decidida, el problema es que ayahuasca fuera del Amazonas no está legalmente definida, aunque el DMT sí esta considerado como una droga, por lo que la misión de tomarla en un ambiente seguro se convertía en un problema. Ir a un ritual de ayahuasca no es como comprar marihuana en la esquina de tu casa. Mientras mi premura por tomar ayahuasca impacientaba mi necesidad espiritual y alimentaba el miedo a la vivencia tan fuerte que me describía todo el mundo, tuve un sueño revelador. En el sueño, mi recién fallecido abuelo vino a despedirse de mí y en una charla muy paternal y consoladora se despidió sonriendo y me dijo: “Mi Olfa querida, no tengas miedo, la aya te esta esperando”, y como una nube se esfumó. Desperté y el cosmos se había alineado, estaba lista. Al poco tiempo me llegó la invitación a la ceremonia, la cual no dudé en aceptar.

Llegué con dos amigas un sábado por la noche a un templo en la mitad de un bosque cerca de Huixquilucan. Llovía a cantaros y el aire olía a pino húmedo. Nuestro chamán, Ichiro, es un brasileño que vive la mitad del año en México y la otra mitad en Perú. Por diferentes fuentes he sabido que es de los mejores de México, signifique lo que signifique ser “el mejor chamán”. Preparamos nuestros espacios con mantas, sacos de dormir, almohadas, pañuelos desechables, agua, un cubo y más mantas. Mi primer reflejo fue ubicar el baño, aterrorizada por la idea de purga —por todos los orificios— de tu cuerpo.

El chamán preparó su altar, sacó sus instrumentos y nos leyó el protocolo de la ceremonia. Cómo y cuándo se puede pedir otra dosis de la medicina —si sentimos que no ha empezado el trabajo—, mantener silencio y no molestar al prójimo ya que es una experiencia introspectiva personal muy fuerte. Luego pasamos a una breve presentación del grupo, cada uno exponiendo las intenciones que quería trabajar. Ichiro encendió velas en el centro del círculo e invocó al abuelo fuego. Pronto pasamos uno por uno a tomar el brebaje. Era el momento decisivo, ya no había vuelta atrás, clavé mi mirada en los apacibles ojos de Ichiro, cogí el vaso apenas más grande que un vaso de chupito, repetí mi intención concentrándome en pedirle a la abuelita que me enseñe con amor y en dos sorbos tragué el brebaje. Tiene una consistencia espesa, y sabor a regaliz y tamarindo viejo. No me pareció nada mal. Todos terminaron de beber e Ichiro empezó con los ícaros (canciones rituales que invocan a los espíritus de Pachamama). Poco a poco vi cómo uno por uno mis compañeros empezaron a conectarse a otra dimensión. Yo seguía sobria y pude presenciar la transformación silenciosa de mis compañeros. Al ritmo de diferentes instrumentos, el alma de cada uno se hacía presente. Entre las llamas veía sus presencias distorsionarse. “Qué envidia”, pensé. Yo seguía perfectamente sobria por lo que me acerqué a una segunda toma. También quería vivir esa experiencia mística de conexión con el universo, quería ver a Dios a los ojos y entender todo, quería conmoverme por ser solo una partícula en la inmensidad del cosmos, pero estaba muy lejos de eso. Mi segunda toma fue terrible, ese primer sabor dulce no me pareció en lo más mínimo atractivo la segunda vez. Otras dos personas fueron después de mí a por una segunda toma, así que no me sentí tan extraña al ser la única a la que no le había pegado.

La ceremonia transcurría, conforme los ícaros nos guiaban y el sonido del vómito les hacía eco. Uno por uno, todos empezaron a vomitar. Yo no, seguía lúcida y sobria. Empecé a dudar seriamente sobre los elogios mágicos que tanto me contaban de la ayahuasca. No quise ser ese ser humano magnánimo y crítico que juzga los atributos de la medicina vegetal, pero no lo pude evitar, yo vine a vivir una experiencia y no estaba sucediendo. Cuando la ceremonia ya estaba bastante avanzada me acerqué a por una tercera dosis y por fortuna, las mismas otras dos personas también. Mi asco ante el sabor era máximo en ese momento. Regrese a mi lugar y ahí sucedió todo.

Repentinamente sentí que una sensación ajena se apoderaba de mí. Una visita oscura acompañada de formas geométricas. La oscuridad que me rodeó en ese momento fue más profunda que ninguna otra que haya experimentado en mi vida. No era negro, era un color más pastoso y más desamparadamente oscuro. Unos demonios trepaban las paredes de ese poso de oscuridad alrededor mío. Pronto sentía su energía depositarse sobre mis costados. En una exhalación profunda abrí los ojos. Una parte importante del control de tu experiencia se lleva a cabo a través de la respiración, ya que la respiración es lo que te conecta con la vida y con ella manejas tu trabajo. Escapé momentáneamente de esa sensación demoniaca. Pero mis parpados fueron muy débiles y volvieron a sumergirse en el abismo demoniaco de mi alrededor. Me invadió la angustia, desesperanza e impotencia, era como esa paranoia del malviaje de mota pero en el infierno. Volví a respirar y abrir los ojos, a mi alrededor todo seguía igual, gente vomitando, gente viendo a Dios frente a sus ojos, algunos extremadamente exaltados rompiendo todas las reglas del protocolo empezaban a gritar, a desplazarse en el templo y a tocar a la gente. Me concentré en eso, seguí respirando y la sensación oscura desapareció. Habrá durado 10 minutos. ¿Ésa es mi gran enseñanza?, me pregunté decepcionada, “no puede ser solo eso”, pensé.

Pero sí, solo fue eso, había vuelto a estar lúcida. Seguía observando lo que sucedía. Un chico se sintió tan bien que decidió, de manera voluntaria, mearse en sus pantalones. Mientras presenciaba todo eso y la manera en la que el chamán a través de los cantos guiaba a la tranquilidad a esos chicos pensé en tomar una cuarta toma. Pero el solo pensar en tomarla me daba ganas de vomitar hasta los intestinos, pero por desgracia no había podido regurgitar ni una sola vez. Era la única, y ganas no me faltaban. El chamán se acercó, uno por uno, a hacernos una limpia. Para entonces debían de haber pasado alrededor de dos horas y ya había tirado la toalla respecto a la experiencia espiritual. Debo ser de esas personas que no les pega la primera vez, y me resigné. De repente veo que mi amiga estaba igual de normal que yo y el chamán sorprendido le ofreció una cuarta toma, cuando fue mi turno la sorpresa fue igual y bromeó con todos que batíamos un record Guinness. Todos reían iluminados —y uno meado— por las fuerzas cósmicas del universo.

Bebí la cuarta toma. Un suspiro cósmico fue el tiempo que transcurrió para que repentinamente me encontrara cara a cara con Dios. ¡He llegado! Por fin, había llegado. Nada se compara con esa experiencia. Fui una con el universo. Yo era el universo, yo era tú, yo era un “y” atemporal y una “o” interrogativa infinita. Fui presente, pasado y futuro. Sentía la energía de mi cuerpo desenredarse, nudo por nudo alrededor de mi columna vertebral. Reí, me divertí, jugué con mi alma a “las traes”, paseé por dimensiones olfativas, perdí la noción del tiempo y del espacio, porque yo era el tiempo y espacio. Nunca me divertí tanto, nunca me alivié tanto, nunca fui tan esplendorosamente feliz. Reía sola. Reía con mis vecinos de viaje. Reía con esas criaturas fosforescentes con las que dialogaba mientras tomaba una eternidad en ponerme en suéter. Lloré todas las penas que no sabía que podían retener líquidos y por fin el santo grial: vomité. Vomitar en ayahuasca es lo más bello que puedes hacer, porque no es un vómito físico, estás vomitando algo interno, puede ser desde un rencor con tu madre de cuando tenías 15 años, puede ser vomitar un enfado, una pérdida o vomitar tu ego que no te deja avanzar. Frente a frente a mí misma me abracé y crecí, me convertí en una deidad, descubrí el camino hacía todas las intenciones que quería trabajar. Estaba muriendo a la inversa. Estaba renaciendo. Dicen que tu vida pasa frente a tus ojos antes de morir, eso sería el efecto del DMT que se expulsa en tu organismo, pues es muy probable que eso sea cierto. Me maté conscientemente para reencarnarme en el sujeto que quiero ser, ahora la elección de vivir fue mía.

La ayahuasca me enseñó una lección de humildad, de ser solo un simio microscópico en el esquema universal. Ver lo que popularmente se conoce como “nuestros propios demonios” con la lucidez y la capacidad energética que brinda la ayahuasca puede ser una bendición si es que sabes como enfrentarlo. Fue un renacer. Algo en mí ha cambiado. No digo que ya no sea atea o escéptica, pero es un conocimiento que ha permeado mi vida. Es como ver alienígenas, es difícil que te crean y difícil explicar algo que es desconocido en la psique humana, pero la gente que los ha visto lo sabe. Todos están unidos en un entendimiento del universo diferente, porque han visto y ahora saben. Es maravilloso llevar a los límites las capacidades de tu cerebro. Volvería a hacer ayahuasca pero no sé cuándo. La recuperación es dura. Terminando la ceremonia en un abrir y cerrar de ojos, así como te pegó, así aterrizas. La ayahuasca es una abducción alienígena. Regresas agotado, es como haber corrido un maratón espiritual. Sin embargo físicamente estás como nuevo y podrías ir a hacer un triatlón.

Probablemente la ayahuasca no es para todos, tienes que estar dispuesto a adentrarte en la profundidades de tu inconsciente y tener una poderosa y larga experiencia espiritual. Pero cuando vas sin miedo y dispuesto. Es una experiencia que te cambia la vida. La ayahuasca no te da lo que quieres, sino lo que necesitas. La experiencia psicodélica viene intrínseca en un cambio real perdurable. Tal vez sí sea un atajo de la meditación y del psicoanálisis, pero por lo menos mientras sanas tu alma contactas con algo mucho más amoroso y poderoso que jamás podrías imaginar.

He fortalecido mi inteligencia existencial. He sido tiempo y espacio, he muerto y renacido, he llorado, perdonado, amado y agradecido. Después de haber vivido intensamente estas emociones creo que me puedo abocar a vivir mi vida, sin preocupaciones, sin rencores, sin ego. Simplemente vivir de la manera más pura y colorida la vida. No le tengo miedo a la muerte, le tengo ganas a la vida. Doy gracias a la popularización de la ayahuasca por ésta muerte pequeñita que me ha enseñado tanto sobre la inmensa vida.

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