Belén no se llama Belén. No quería aparecer en todos los medios con su nombre verdadero, el mismo que la identificaba como culpable. En definitiva, cómo se ve ella o cuál es su nombre original no nos importa porque todas somos Belén. Esta afirmación sirve de título al nuevo libro de Ana Correa, que narra la historia de aquella mujer víctima de una injusticia del Estado argentino. Somos Belén, publicado este mes por Editorial Planeta, es la investigación periodística de un caso que guarda similitudes con muchos otros que han sucedido en Argentina, donde numerosas mujeres han sido condenadas por abortar.
El 21 de marzo de 2014 internaron a Belén en el Hospital Avellaneda, en San Miguel de Tucumán, por un dolor de panza que le resultaba insoportable. De repente, acostada en la camilla, sintió un líquido bajarle entre las piernas: el sangrado derivó en una hemorragia. Los médicos empezaron a sospechar que lo que padecía la joven internada no era un dolor de abdomen agudo y llamaron a la policía. Al amanecer Belén supo que había tenido un aborto espontáneo. La policía que tenía enfrente la miró acostada y anotó la palabra “homicidio” en la historia clínica.
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Ana Correa comienza el relato de la hospitalización con la siguiente cita de Belén: “Siempre fui de comer mucho. Me pierden los dulces de caña, son tan ricos. Desde chica mi mamá me decía ‘después te va a doler la panza si comes así’. Y muchas veces tenía razón. Así que lo primero que pensé esa noche fue que de nuevo me había pasado con la comida, o que me iban a tener que operar ”.
Belén rogaba que fuera solo una pesadilla. No sabía que estaba embarazada, jamás se le hubiera ocurrido que su malestar se debía a un aborto espontáneo. Estaba confundida: desde el episodio un cura la tildó de asesina y su novio, de quien estaba embarazada, decidió enojarse y desaparecer.
Del hospital, Belén fue trasladada directamente a la Unidad Penitenciaria N° 4 de Tucumán, la única cárcel de mujeres de la provincia. Se trata de un penal en el que, según cuenta Ana en el libro, “suele haber entre 35 y 50 mujeres como población permanente”. La chica fue condenada a ocho años de prisión por “homicidios agravado por el vínculo”.
En agosto de este año murió Patricia Solorza en provincia de Buenos Aires. Al igual que Belén estaba condenada a ocho años de prisión por abortar, y su expediente decía que había cometido “homicidio agravado por el vínculo”. Fue “una historia casi igual a la de Belén, pero de Patricia no se enteró nadie”, me dice Ana cuando conversamos sobre la historia que escribió. “Belén tuvo suerte. Una psicóloga que trabajaba en el hospital llamó a Soledad para pasarle el dato de que había una mujer presa por un aborto. Soledad la defendió sin cobrarle un peso, la liberó de la cárcel. Sin ese llamado hoy Belén seguiría presa. Esta articulación entre mujeres logró librarla”.
Soledad Deza, integrante de la ONG Católicas por el Derecho a Decidir y militante feminista, tomó formalmente la defensa de Belén el 20 de abril, un mes después del hecho en el hospital. Durante las primeras semanas en prisión, la chica pasó por tres abogados que no quisieron ayudarla porque no tenía los recursos económicos o porque no le creían.
La descripción que realiza Ana cuenta detalladamente cómo Soledad se enfrentó con un expediente de 50 páginas repleto de contradicciones. Una serie de desconciertos que Soledad le leyó a Ana atentamente para explicarle cómo los hechos estaban totalmente alterados: horarios desfasados, dos tiempos de gestación distintos, variación en el sexo del feto y ausencia de un ADN.
En el libro se lee la siguiente afirmación de Soledad: “la pruebas se basan en declaraciones de los médicos, quienes tienen prohibido por ley revelar situaciones de sus pacientes que tienen que ver con su salud”. Desde que tomó el caso, ella misma presentó dos recursos extraordinarios para defender a Belén: uno para que cesara la prisión preventiva y otro para declarar la nulidad de la causa.
A comienzos de 2015 la noticia del encarcelamiento de Belén empezó a aparecer en medios de comunicación nacionales e internacionales; sin embargo, en Tucumán no sucedió nada. El diario La Gaceta, el principal multimedio de la provincia del norte, tiene la peculiaridad de no publicar ninguna nota donde aparezca la palabra aborto. Lo que no se nombra sencillamente no existe.
Cuando conversamos, Ana me cuenta que Belén no aparece en medios, “porque la sociedad es muy cruel. Desde un principio se sabía que ella era inocente y, sin embargo, le hicieron mucho daño a su familia condenándola como si fuese delincuente. Gran parte de la sociedad asocia al aborto con un delito simplemente porque lo dijo la corte suprema de Tucumán”. Luego concluye: Tucumán “es la gran deuda del Estado. Sigue sin aplicarse la ley del aborto no punible, sigue sin dictarse la educación sexual integral”.
Y es justo por eso que Margaret Atwood, reconocida escritora feminista, autora de El cuento de la criada y Los testamentos, accedió a prologar Somos Belén. “Que una mujer haya sido encarcelada por abortar cuando en realidad tuvo una pérdida gestacional es una historia que podría haber salido directamente de las páginas de mis libros sobre Gilead”, escribió.
El Estado argentino no sólo persigue los abortos provocados, que hasta el día de hoy están penados por la ley. También se persiguen los legales —en casos de violación y aun si corre riesgo la vida de la mujer— y los naturales, los llamados espontáneos, aquellos embarazos que se interrumpen porque el feto no crece o deja de desarrollarse.
Solo después de 29 meses de encarcelamiento el Estado reconoció la inocencia de Belén. El 16 de agosto de 2016 fue trasladada a Tribunales para ser notificada de la orden de libertad. El traslado se hizo sin que ninguna autoridad judicial le avisara a su abogada. Belén, todavía detenida, permaneció cinco horas esposada en la alcaldía. Ana cuenta cómo Soledad consiguió entrar a la fuerza e impidió que la policía la mostrara esposada y a cara descubierta; los pasillos estaban llenos de periodistas a quienes fuentes judiciales les habían pasado el dato del traslado.
Mientras tanto, un grupo de mujeres se organizaba para ir a todas las tiendas de cotillón del centro de Tucumán. Las máscaras empezaron a agotarse, consiguieron blancas y verdes. ¡Todas somos Belén!, gritaban las enmascaradas, sujetando ansiosas los globos que soltarían cuando liberaran a la chica. “No importa la cara que tenga, eso le puede pasar a una, nos puede pasar a todas”, cuenta Ana en su libro.
En el instante en que me reúno con Ana, lo primero que le digo es que este libro parece un guion cinematográfico: cada paso que da Belén es una escena de una película de suspenso. Al leerlo, las sensaciones varían entre distintos niveles de ansiedad e indignación. Ninguna persona podría creer que este caso fue cierto, que el Estado la condenó injustamente. Es por eso que detrás de las páginas de Somos Belén se ve plasmada una intencionalidad militante: visibilizar siempre una historia injusta.
En este libro nos encontraremos con un relato que se replica y se replicará hasta tanto no se legalice el aborto. Por eso su lectura resulta un manifiesto de toma de conciencia para las personas que luchamos por esa causa, pero también para todas aquellas que siguen creyendo en que las mujeres somos culpables y no víctimas.