Acá seguimos: somos las hijas de las brujas que no has podido quemar

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Artículo publicado por VICE Colombia.


La carne humana quemándose en la hoguera fue un tufo común del siglo XV al siglo XVIII. El olor se desprendía de la carne, los huesos y el pelo calcinado de miles de mujeres quemadas por toda Europa, durante lo que luego se denominó “cacería de brujas”, un episodio que nos presentaron como una narración casi folclórica y aislada en los libros de historia, pero que realmente fue uno de los pasajes más dramáticos de la Europa moderna, el cual duró varios siglos y condenó a la hoguera a 40.000 y 60.000 personas, mujeres en su gran mayoría. En Colombia también tuvo su cuota.

La cacería de brujas, que según varios historiadores tuvo mayor impacto durante la segunda mitad del siglo XVI, llegó a Norteamérica gracias a las colonias inglesas. Los habitantes de Nueva Inglaterra llegaron a Estados Unidos en el siglo XVI y XVII no solo con sus pertenencias sino su puritanismo religioso extremo y su miedo infinito a lo sobrenatural y a todo aquello que no entendían, algo muy propio de la época medieval. Una de las consecuencias del terror de estos colonos fueron los juicios de Salem de 1692, en los que los propios jueces se dejaron llevar por la histeria religiosa de la comunidad, y a punta de justificaciones infundadas en las Sagradas Escrituras, dieron la orden de ahorcar a 14 mujeres y cinco hombres de la aldea.

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Salem, un caso que muchos historiadores afirman que fue causado por la infección de un hongo que derivó en la histeria de varias personas, fue el ejemplo perfecto de este episodio de la historia: desconocimiento, fe ciega en la religión, miedo, y un elemento clave: la aversión por la mujer. En ese entonces, nuestro rol era el de la sumisión: estábamos entregadas a las labores domésticas, a las labores del campo y a la crianza de los hijos. Como sigue pasando ahora en muchos casos, éramos consideradas débiles corporal y espiritualmente. En ese entonces, los hombres incluso dudaban de que tuviéramos alma.

Es por esto que si una mujer no tenía la conducta esperada por la sociedad de aquel entonces, una conducta que los hombres no podían entender, una que no toleraban o a la que le temían, inmediatamente se juzgaba como una mujer mala, con poderes sobrenaturales. Una bruja.

Silvia Federici, autora del libro Caliban y la bruja, refuerza esto, afirmando que las típicas brujas de la época eran mujeres que se alejaban de lo que estaba establecido y “desafiaban la estructura de poder: desde la hereje, partera y curandera hasta la esposa desobediente, la prostituta, la libertina, la adúltera o la promiscua”. Toda mujer que fuera consciente de su sexualidad, de su fortaleza y que incentivara el apoyo entre mujeres. Esta autora afirma que la caza de brujas fue una guerra frontal contra nosotras, un “intento coordinado de degradarlas, demonizarlas y destruir su poder social”.

Con cada mujer que quemaban, las que quedaban vivas “aprendían” cómo comportarse y, según Federici, fueron adoptando un rol cada vez más sumiso, obediente, doméstico y sobre todo con más culpa. Nos convertimos en seres llenos de culpa y cedimos muchos espacios para que los hombres, que componían el Estado, ejercieran un mayor control sobre nosotras: nuestra sexualidad, nuestra capacidad reproductiva y la devaluación de nuestro trabajo. La cacería de brujas fue un punto de quiebre fundamental para una reorganización de las relaciones de poder entre mujeres y hombres y las relaciones económicas: según la autora, fue después de este suceso que quedamos condenadas al deseo y la necesidad del género opuesto y a la concepción que se estaba formando del capitalismo, un sistema que también sacó provecho de nuestros cuerpos, ahora vistos como producción de fuerza de trabajo.

La misoginia, alimentada por las llamas de las hogueras que prendían para prendernos fuego, sentenciaron la imagen de la mujer en la época: éramos sirvientes del demonio, herejes, asesinas de fetos y de niños, destructoras de todo lo bueno en la tierra, y desgracia para los hombres, que nos temían.

Aún hoy, más de cuatro siglos después, muchos nos siguen temiendo.

No fue sino hasta la segunda ola feminista con organizaciones como el Movimiento de la Liberación de la Mujer, de los años setenta, que las mujeres de la época se dieron cuenta de la importancia de la cacería de brujas en sus vidas, y rescataron a esta figura del pasado de entre sus cenizas. Muchas incluso empezaron a identificarse con este término, por considerar que sus antecesoras, cómo ellas en esa época, se enfrentaron en su momento a la Iglesia y al Estado.

Tan fue así el rescate de estos personajes pasados, que en 1968 se fundó el movimiento W.I.T.C.H (Women’s International Terrorist Conspiracy From Hell), un colectivo feminista de guerrilla que hizo acciones directas y apariciones públicas en diferentes partes de Estados Unidos. Las integrantes incluso adoptaron la vestimenta arquetípica de las brujas de los cuentos para salir a hacer sus manifestaciones y boicots. “Somos condenadas por asesinato si se planea un aborto. Por vergüenza si no tenemos un hombre. Por conspiración si luchamos por nuestros derechos y quemadas en la hoguera si nos levantamos para luchar”, era una de las consignas de este grupo que duró solo dos años, pero que sirivió de inspiración para grupos más actuales como las Guerrilla Girls, Femen, Moon Church e incluso las Pussy Riot.

Todos los grupos de “nuevas brujas” han impulsado, más allá de sus mensajes principales, de sus vestimentas y rostros cubiertos, una imagen común: la de mujer que es todo menos pasiva. Esto puede verse como un replanteamiento de la feminidad, que ahora es expresada a través de la fortaleza y el ímpetu. La imagen de lo femenino visto en la resistencia, en la lucha. La misma imagen que fue condenada y literalmente quemada por allá en los siglos XVI y XVII.

Las quemas físicas, asesinatos, o destierros en el mejor de los casos, siguen vigentes en países como Ghana, Papúa Nueva Guinea, Camboya e India, en donde una mezcla de supersitición, pánico colectivo y misoginia se sigue llevando por delante a las mujeres.

Y a pesar de que en Occidente las cacerías no son literales, nosotras, las brujas del siglo XXI las tenemos que seguir sorteando a diario. El constante control a nuestros derechos sexuales y reproductivos, a nuestro cuerpo (Federici sostiene que el sistema busca controlar y decidir dónde, cuándo y con qué perfil va a nacer la siguiente mano de obra), a nuestra fuerza de trabajo y nuestra moral, los fanatismos religiosos que promueven discursos de odio contra la mujer y la población LGBTI, las condenas y sentencias de este país a los defensores de derechos humanos, los atropellos contra las trabajadoras sexuales cis y trans y los constantes feminicidios en el continente, son solo algunos ejemplos de las nuevas hogueras a las que somos condenadas a diario.

Por eso es que en las marchas feministas se lee y escucha con tanta pasión el mismo mensaje una y otra vez: somos las hijas de las brujas que no pudiste quemar.

Y acá seguiremos.