A tu primo Javi le ha dado por meterse en serio en el rollo éste del póquer. Ha visto un par de vídeos de torneos en Las Vegas, sabe de las timbas famosas de Di Caprio en Los Ángeles y sigue en Instagram cual groupie enfebrecido al cretino de Dan Bilzerian. Y se baja el Pokerstars el día que ve en la tele a Rafa Nadal anunciando la sala de juego online y como tiene un punto mitómano se ve alzando trofeos y bañándose en piscinas de champán, cocaína y roipnoles con lo mejor de los dos sexos.
Y el tío se obsesiona, claro que sí, y empieza a meterle pasta a Pokerstars, y a jugar torneos en el casino, e incluso a leer manuales para mejorar su juego. Y se tirará semanas, meses, y si la obsesión le dura y se lo sigue tomando en serio con suerte se habrá dado cuenta de algo: que una cosa es jugar para pasar el rato e incluso ganarse unos duros y otra muy distinta dedicarse profesionalmente.
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Como ejemplo de lo que ello supone, me ha dado por entrevistar a Adrián Mateos y a Josep María Galindo, dos tíos de 21 y 31 años respectivamente que trabajan del póquer, porque no se le puede llamar de otra manera, con buenos resultados. El primero, aparte de jugar profesionalmente online, ha ganado dos torneos importantísimos en Europa en los últimos dos años, lo cual es como decir que es uno de los mejores jugadores del continente; el otro es un habitual de las mesas del casino de Barcelona. A ambos les gusta lo que hacen, naturalmente, porque nadie acaba jugando a cartas a la fuerza, pero su vida es más rutinaria de lo que parece y por lo general dura. Vamos, que a lo mejor tu primo Javi tendría que acabar dejándolo, como tantos otros que empezaron a tope y se dieron de morros contra la realidad.
Mateos, para empezar, vive en Londres, y esa es una de las primeras dificultades para un profesional español. En 2011, por el bien de las arcas del Estado, se reguló el juego online que hasta entonces no pagaba impuestos y para poner orden el legislador hizo que en España solo pudiera jugarse contra residentes en el territorio patrio. Eso hizo que si antes se podía jugar desde Madrid, Barcelona o Alcantarilla, Murcia, contra millones de personas en todo el mundo, ahora los contrincantes iban a ser muchos menos por lo que se reducía dramáticamente el flujo de dinero para los profesionales. Y empezó el éxodo. Del póquer online en España sencillamente no se puede vivir y esa es una de las razones por las que Galindo juega a póquer en vivo.
Por otra parte, para que les vayan bien las cosas tienen que dedicar tiempo, como en cualquier otro puto curro. Mateos dice que se tira cada día entre ocho y doce horas ante la pantalla, en función de cómo le vaya la sesión. “Me levanto sobre las dos o las tres de la tarde y me voy a comer a un italiano que está cerca de casa. Después tengo un par de horas libres hasta las seis que es cuando empiezo a jugar. Al acabar me pongo alguna serie y me voy a la cama sobre las cinco o las seis de la mañana”, o sea que horario nocturno. Y ahí no hay vuelta de hoja, porque por la mañana en las salas de póquer no juega ni dios. Por su lado Galindo, que hace cuatro años se pilló una excedencia de su curro en Correos para tirarse al naipe, confiesa que no es de los que más juegan, ni siquiera comparándose con el resto de jugadores en vivo que ya juegan menos que los del ordenador: cien horas al mes de media, dice. Unos cuatro días a la semana durante seis horitas. Llega a eso de las ocho o las nueve y hasta que cierran y, a no ser que haya un torneo grande que le interese, los domingos nunca va. Todo esto, por supuesto, por disciplina autoimpuesta, que tu primo Javi, todo el día en la oficina bajo el yugo de su jefe, de eso no tiene ni idea.
Luego están los viajes; que sí, que mola que te cagas irte a Montecarlo, a Praga o a Las Vegas a jugar las World Series, pero cuando uno ya no tiene veinte años, como dice Galindo, los viajecitos ya no son lo mismo. Supongo que estos torneos de los grandes circuitos internacionales son como los congresos para los científicos: la única maldita excusa que tienen durante el año para hacer algo diferente, aunque en el fondo estén haciendo lo mismo. En muchos casos son sus vacaciones, que en realidad son vacaciones a medias porque, joder, van a jugar. La otra es la relación con los amigos que en el caso de Galindo, sin ir más lejos, ahora son casi todos del mundillo: juega contra ellos, los ve cada día en la mesa y además viajan juntos cuando van a torneos. Parece que se ha distanciado en cambio de los colegas de tota la vida porque, según dice, “entre que ellos también trabajan y yo estoy en el casino todo el día, nos vemos dos o tres veces al año. Aparte pienso en lo que debe costar encontrar pareja o quiqui esporádico siendo hombre heterosexual en una mesa de póquer si realmente no encuentran tiempo para salir de fiesta o meterse en Tinder, porque lo cierto es que mujeres jugadoras de momento hay pocas. En este sentido me comenta Galindo que en Estados Unidos es fácil encontrar una o dos mujeres por mesa, pero que aquí aún estamos a una distancia abismal.
Pero lo verdaderamente duro del póquer no es todo esto. Cuando le preguntó a Mateos por las aptitudes necesarias para dedicarse profesionalmente me dice que “hace falta tener mucha paciencia, una buena ética de trabajo y la cabeza bien amueblada”, lo que viniendo de un chaval de 21 años es bastante sorprendente. “Cuando empiezas a jugar”, dice Galindo, “te calientas muy fácilmente. Aunque pierdas una mano muy grande has de seguir jugando igual. Es importante controlar la cabeza en todo momento”. Esto es lo que no es habitual entre los profanos: entender la importancia de la sangre fría, la paciencia y el efecto de la “varianza”, un concepto probabilístico de implicaciones casi místicas para el profesional. Porque una de las gracias del póquer es que es un juego de azar y que a veces uno no pierde porque se lo merezca sino por las oscilaciones de la suerte en favor y en contra, por las malas rachas, por efecto de ese concepto místico. Uno puede jugar cojonudamente y perder dinero durante muchas manos y muchas partidas, cosa que no pasa en demasiadas otras actividades humanas, y ahí es donde tiene que probarse el temple y los nervios de acero. Del mismo modo que puedes jugar fatal y ganar pasta. Y eso también forma parte del juego. Muchos jugadores buenos probablemente querrían que en el póquer no influyera la suerte, que las cartas no pudieran dar sorpresas, preferirían que fuera todo cálculo y estrategia como en el ajedrez, pero es precisamente esa combinación de habilidad y resistencia al azar la que distingue al póquer y a sus profesionales, capaces de aguantar las oscilaciones de la suerte, de los que lo envían todo a tomar por culo tras una mala racha más larga de la cuenta. O como resume Galindo cuando le preguntamos si no se cansa: “cuando te va mal estás hasta la polla, y cuando te va bien parece que eres el mejor del mundo”. Esa es también una de las virtudes de los jugadores algo más mayores, que ven la vida pasar de otra manera.
De momento, Mateos ha ganado un par de torneos millonarios y aunque no le pregunto, calculo que tendrá ahorros (banca, en el argot) para ir jugando y vivir cómodamente durante muchos años. A Galindo sí que le saco el tema y me responde que es complicado sacar una media mensual. “En un mes puedes ganar dos mil euros, otro diez mil y al siguiente perder cinco mil. No lo miras al día ni al mes, sino más bien a lo largo de un año”. Por aquello de la varianza. Pero vamos, nada de chalets en Beverly Hills ni coches de lujo en batería. Respecto a lo que harán con su vida en el futuro, Galindo no lo tiene demasiado claro porque vive muy al día, pero Mateos se ve invirtiendo en empresas, algo que según y cómo no queda muy lejos de lo que hace actualmente: analizar cantidades ingentes de datos y evaluar riesgos. Apostar, vamos; como cualquier bróker de tres al cuarto en el capitalismo de casino global.
Mientras tanto, ellos han encontrado algo con lo que ganarse la vida, que aunque sea más duro de lo que parece y acabe quemando, les gusta y de momento se les da bien. No como a tu primo Javi.