Artículo publicado originalmente por Broadly Estados Unidos.
Mis años como fumadora han implicado mucho tiempo dedicado a hacer dos cosas: verme bien y mentirle a la gente sobre cómo planeo dejarlo pronto. En el último caso, he hecho frente a varias preguntas preocupadas sobre si voy a dejarlo con un avergonzado y jadeante “oh, ya sé que es horrible, realmente pretendo dejarlo”, o “ya sé, es lo peor, definitivamente lo dejaré”. Sin embargo, últimamente, he aceptado responder con un, “¿Por qué debería hacerlo?”.
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No estoy dándole la vuelta al asunto—tengo genuina curiosidad.
Seamos claros, fumar es malo. Si estás pensando en adquirir el hábito, te insto a reconsiderarlo en los términos más fuertes posibles. Es un hábito sucio y laborioso que pone en peligro la salud y degrada el sentido de la voluntad. Pero la verdad que se oculta tras los corazones propensos a enfermedades cardiovasculares de cada fumador es que nos encanta. Me encanta sentarme en mi escalera para incendios en una clara mañana de otoño, tomar café y fumar mi primer cigarrillo. Me encanta la pequeña emoción de darme cuenta de que alguien con quien me gustaría pasar más tiempo también fuma. Me encanta escaparme de las fiestas para gastar más tiempo fumando cigarrillos que con esas personas. Realmente —y esto es humillante de admitir, pero igual es cierto— me encanta la estructura que le añade a mi día, como alguien que usualmente trabaja desde casa.
Esas son todas las razones por las que no iba a dejar de fumar cuando seguía mintiendo sobre mis intenciones de abandonar los cigarrillos. Decidí ser más honesta por lo absurdo que me terminó pareciendo el ser cuestionada sobre renunciar en primer lugar. La versión extendida de mi nueva respuesta para esos momentos: “¿Por qué, con las cosas descendiendo incluso más rápido hacia el desastre total, debería abandonar algo que me parece tan relajante?”.
“Pero fumar no es relajante de una buena manera, como lo es la meditación o algo así”, como dijo recientemente una amiga consciente de la salud. Su contraposición traiciona la semilla de la incomodidad más general que tienen las personas con los cigarrillos: existen mecanismos de afrontamiento saludables y otros no saludables. Examina esta dicotomía más detenidamente, y reconocerás su influencia en casi todos los juicios morales que hacemos sobre los demás. Fumar, beber o comer comida chatarra son formas desviadas de cuidarse a uno mismo. Incluso si se permiten ocasionalmente en el corto plazo, después de un mal día o una ruptura, no son una forma de vivir rutinariamente. Pero, ¿qué es exactamente lo que estamos diciendo acerca de cómo debe ser una vida o una persona, o qué se supone que debe hacer un cuerpo? ¿Especialmente entre las personas que se enfrentan a la precariedad a cada paso, gobernadas por los más extravagantes y estúpidamente crueles entre nosotros, en un planeta que está muriendo no tan lentamente? ¿Por qué exigimos que las personas hagan frente de forma saludable a un mundo cada vez más enfermo?
Una forma en que me gusta pensar sobre esta pregunta es tomando la premisa de que las cosas están mal y empeorando muy seriamente. Digamos que realmente nos enfrentamos al fin de los tiempos en algún sentido significativo, y así podemos participar en un experimento mental colectivo: ¿Cómo sobrevivirías a un apocalipsis? Hay personas cuyos planes son bien pensados y barrocos. Te hablarán de ellos, con detalle, en las fiestas. Luego hay personas como yo que no se identifican con el deseo de sobrevivir en absoluto. La razón (además del hecho obvio de que las visiones de la vida post-apocalíptica siempre implican correr mucho, lo que sería difícil para un fumador) es que estos mundos son mundos que carecen de comodidad. La comida sería limitada, utilitaria y insípida; el alcohol, un capricho raro, si es que está disponible. Quita las ficciones distópicas e imagina la vida cotidiana del sobreviviente—qué placeres podrían encontrar en el mundo; cómo podrían ver sus cuerpos en términos de cuán productivos y eficientes pueden ser. (Esas personas existen aquí y ahora, y tienden a publicar mucho en Instagram).
Quizás estoy invitando a mi propia destrucción al seguir fumando, pero argumentaría que una visión mucho más nihilista es la de las personas que ya viven como si quedara muy poco por lo que vivir. Creo que ser un fumador es la cantidad justa de cinismo para nuestra época: ni tan optimista como parar querer estar lo suficientemente saludable para disfrutar de una jubilación que probablemente no llegará, ni lo suficientemente derrotado como para decir ‘a la mierda’ y tomar algo más fuerte.
Entiendo que algunas personas disfrutan genuinamente de la austeridad física. No soy una de esas personas. El cálculo por el cual valoramos la longevidad por encima de todo —sacrificándonos ahora solo para poder vivir para sacrificarnos más tiempo— siempre me ha parecido arraigado en la negación: lo que está garantizado para matarnos eventualmente es tener un cuerpo. Los gurús del bienestar, los fanáticos del fitness y los bebedores de té desintoxicante tendrán el mismo final que yo. Es realmente una cuestión de lo que hacemos mientras tanto.
El entretanto, también conocido como el tiempo en el que estamos vivos, sin duda importa. El único argumento convincente que puedo ver para dejar de fumar ahora es cómo elijo responder a la pregunta de quién puede reclamar mi cuerpo. Los cuerpos han sido durante mucho tiempo lugares de conflicto político, y el estado se ha interesado en la producción de cuerpos saludables para el trabajo. Esto es cierto para las mujeres en particular de maneras muy obvias. No siento ninguna obligación de mantener mi cuerpo saludable para tales propósitos. Sin embargo, creo que podemos optar por usar nuestros cuerpos al servicio de otros, para ayudar o proteger o consolar. A fin de cuentas, me gustaría vivir para hacer eso el mayor tiempo posible. No solo para soportar el mundo tal como es, sino para trabajar por uno mejor. ¿Cómo se vería uno mejor? Tengo que imaginar que es uno en el que rechazamos el instinto moralizador de considerar que algunas personas son dignas —y otras no— debido a las circunstancias de sus vidas y cómo eligen lidiar con ellas. Después de todo, debemos insistir en la dignidad para los fumadores, los bebedores y todos nosotros los asquerosos y malolientes, incluyendo a todos los que lidian con las cosas de la única manera que pueden.
Si eso suena como una justificación elaborada de mi propia mala conducta—bueno, este es un ensayo personal, para eso sirve. Probablemente dejaré de fumar eventualmente. No porque planee someterme a un régimen de bienestar, a una política que me pida comportarme, o a las preguntas de quienes pretenden preocuparse por mí, sino porque rechazaré cualquier cantidad de compromisos en nombre de la vanidad y fumar sí causa arrugas.