La primera vez que me pagaron por sexo

He trabajado en la industria del sexo de manera intermitente a lo largo de mi vida. Empecé como trabajadora sexual cuando era adolescente y seguí trabajando en eso por seis años, luego lo dejé durante 12 años. En ese momento, no pensé que volvería a retomarlo. En este momento, tengo otro trabajo independiente, pero la mayor parte de mis ingresos proviene del trabajo sexual.

Crecí en un pequeño poblado rural inglés. Yo diría que de los 13 años en adelante, empecé a descarrilarme. Realmente me gustaba la escena de las fiestas gratuitas y las drogas, y me veía a mí misma como una chica fiestera; a veces incluso consumía drogas en la escuela. No he dejado atrás por completo todo lo que sucedía en ese momento, pero creo que si hubiera habido más conciencia sobre la salud mental cuando yo era pequeña, mi vida habría sido diferente.

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Me mudé a Amsterdam cuando tenía 17 años con unos amigos. Éramos muy jóvenes y, en algunos niveles, fue muy divertido: todo el mundo era una fiesta y podíamos emborracharnos todo el tiempo. Creo que no compré mis propios drogas hasta que tuve alrededor de 25 años; la gente siempre pagaba por mí.

Conseguí trabajo como niñera, y vivía con una familia que no sabía nada de lo que yo hacía. Salía de fiesta durante toda la noche y volvía a escondidas a las 8 de la mañana y me sentaba en mi cama, dando vueltas por algunos minutos, luego bajaba y fingía que acababa de despertar y preparaba el desayuno para los niños. De cualquier forma, después de unos meses de trabajar ahí, creo que ya había cumplido los 18 años para entonces, un día tomé is maletas y me dirigí a la parada del tranvía.

Lo recuerdo muy claramente, a pesar de que fue hace más de dos décadas. Incluso recuerdo lo que llevaba puesto: una camiseta a rayas, pantalones holgados y tenis Adidas, con mi largo cabello castaño peinado de raya en medio.

Vi a una pareja pasar en un automóvil, eran un hombre y una mujer, y me miraron. Al instante, supuse lo que sucedería. El hombre salió del auto, se acercó y dijo: “Te acabamos de ver y luces muy bien, podrías encajar en cualquier ciudad del mundo”. Me preguntó cuánto ganaba, y le dije que ganaba unos 100 florines [$1000 pesos aproximadamente] por semana, lo cual no es mucho dinero. Me dijo: “Si quieres ganar más dinero, aquí está mi tarjeta”, y sacó un billete de 100 florines con su número en él y me lo dio.

Más tarde ese día, fui a una cabina telefónica y llamé al número. Me reuní con esta mujer que trabajaba para la agencia de acompañantes en un hotel, y recuerdo haber pensado que ella era la persona más glamorosa que había conocido en mi vida. Tenía unas uñas increíbles y era realmente hermosa, y me dijo que también había sido acompañante hasta que se había enamorado de su proxeneta, y ahora ayudaba a administrar la agencia.

Me dijo qué hacer cuando un cliente hiciera una reservación: entras a la habitación, te pones una lencería hermosa y luego sugieres darte un baño con el cliente. Salí y compré un poco de lencería, y me presenté a mi primera reservación. Se trataba de un joven inglés, en un hotel realmente barato detrás de la estación central. Iba a ganar 100 florines en una hora, lo que me pareció mucho dinero en aquel entonces.


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Entré a la habitación y me sentí realmente incómoda. Recordé lo que me había dicho la mujer de la agencia de acompañantes y sugerí que nos bañáramos. Así que entramos al baño, ¡y era diminuto! Los dos entramos en este estrecho baño y nos sentamos ahí con las rodillas pegadas al pecho, y pude ver que estaba bastante entretenido debido a que, obviamente, yo era una prostituta muy poco profesional. No parecía ser nada sexy, sólo ridículo. Después de un rato, salimos, y realmente no puedo recordar haber tenido sexo con él, pero sé que sí ocurrió.

En ese entonces, uno tenía a un conductor esperando afuera del hotel para llevarla con el siguiente cliente. Así que dejé su hotel, y me llevaron a otro hotel, y a otro, y a otro, y nos la pasamos así hasta que volvió a amanecer. No me di cuenta de que tenía permitido decir cuándo quería para, así que finalmente dije: “Por favor, ¿podemos ir a casa?”, y el conductor dijo “por supuesto” y me llevó a casa, y sinceramente, para ese punto ya estaba totalmente quebrada, pero me había ganado lo que me pareció una fortuna.

Muchas trabajadoras sexuales mencionan este sentimiento de haber cruzado una frontera la primera vez que les pagaron por sexo. Es una transgresión: una vez que lo haces, no hay vuelta atrás. Estás marcada socialmente de por vida. Aunque yo veo el trabajo sexual como un trabajo, no como una identidad, la sociedad no lo ve de esa manera; no es algo que puedas hacer y luego dejar atrás con facilidad.

En retrospectiva, me causan mucha tristeza esos años. Cuando comencé como acompañante, sólo había tenido sexo como tres veces, básicamente era virgen. Es una pena que muchas de mis primeras veces en el sexo hayan sido con clientes. Tuve mi primer orgasmo con un cliente, por ejemplo. Creo que eso es un poco triste. No estoy marcada por ello, pero siento que no es lo que hubiera deseado si hubiera podido diseñar la vida perfecta.


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Ahora, soy parte de la escena activista de las trabajadoras sexuales, pero en ese entonces no tenía ningún apoyo. Era un gran secreto, y no fue hasta hace muy poco que comencé a hablar con la gente. Todavía no se lo he dicho a mi familia y ninguna de mis amigas lo ha hecho, así que se ha tratado simplemente de un extraño secreto que he llevado conmigo por mucho tiempo.

Seguí trabajando en Amsterdam hasta que conocí a un chico con el que tuve una relación horrible y abusiva. Fumábamos una gran cantidad de crack y contrabandeábamos desde y hacia Sudáfricamaletas hierba y pastillas. Dejé el trabajo sexual por él, ya que le molestaba; aunque el trabajo sexual no era ni de cerca el trabajo más peligroso que estaba haciendo en ese momento.

En aquel entonces, yo era una escort terrible, solía recibir quejas, pero me importaba muy poco. Literalmente no sabía cómo dar mamadas y me sentía insegura con respecto a mi cuerpo. Hoy en día, con foros y reseñas en línea, no duraría ni cinco minutos. Hubo un cliente —estaba en mi período, y no sabía nada sobre las esponjas— con el cual básicamente llené de sangre todas las sábanas. Él dijo: “No lleva mucho tiempo haciendo esto, ¿verdad?”. Sólo pensé: “Ay, Dios, soy una basura”.

Después de dejar Ámsterdam, trabajé por todo el mundo durante seis años: Sydney, Nueva Orleans, Fort Lauderdale, Londres. Los trabajos estables me resultan realmente difíciles de mantener debido a mi salud mental, así que lo bueno del trabajo sexual es que no tienes que trabajar mucho. Aun cuando fue agotador en un principio, después no tenías que trabajar hasta por dos semanas, así que me la pasaba ebria todo el tiempo.


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El trabajo sexual no me parecía algo negativo, pero sí afectó mucho mi vida. Mentirle a tu familia es una cosa, pero mentirle a tus parejas románticas es diferente: te hace sentir que tienes un secreto vergonzoso que no puedes compartir con la gente. Incluso ahora que me siento muy satisfecha con el trabajo sexual, y realmente orgullosa de lo bien que lo estoy haciendo, todavía no puedo contarle a mi familia, y eso me parece frustrante.

Los hombres heterosexuales cisgénero, en particular, tienden a tener un verdadero problema con el trabajo sexual, particularmente con el trabajo sexual de servicio completo. Es como si al ser penetrada con el pene, perdieras algo de ti. Se considera algo muy deshonroso, aunque estés vendiendo tus servicios, y no a ti misma. Odio ese punto de vista, y aunque hay muchas cosas que están mal en la industria del sexo, la mayoría de las industrias tienen problemas: es simplemente el capitalismo. La sociedad se haría un gran favor si le aplicara el mismo nivel de escrutinio que le aplica al trabajo sexual en generala a otras formas de trabajo.

Dejé el trabajo sexual por un tiempo cuando tenía 26 años porque me enamoré. Conseguí trabajo en un bar. Ser bartender era mucho más difícil. Recuerdo estar de pie detrás de la barra, completamente disociada, ni siquiera realmente en la habitación, y tenía que cumplir con un turno de ocho horas. Fue una tortura.

Estuvimos juntos durante cuatro años, y después de que rompimos nunca pensé que volvería al trabajo sexual. Pero conocí a algunas trabajadoras sexuales y me hice consciente de la escena activista, y pensé en volver a intentarlo. Todo salió muy bien, y estoy realmente orgullosa del negocio que estoy construyendo ahora; ya no trabajo para agencias, y estoy ganando mucho dinero y ahorrando.

Hay dos percepciones sobre de trabajo sexual en los medios: la prostituta feliz, que está súper empoderada y gana mucho dinero y ama el sexo, y la víctima maltratada. La mayoría de las personas, incluida yo, no encajan en ninguno de esos modelos. Es necesario que haya más matices. Y, obviamente, necesitamos que se despenalice el trabajo sexual para proteger a las trabajadoras sexuales: la legislación en torno al trabajo sexual es ridícula. Espero que algún día este trabajo sea tratado como cualquier otra forma de trabajo u oficio, y que las personas que trabajan en él puedan organizarse y trabajar, como quieran, con derechos laborales básicos.