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“Hombro con hombro contra el fascismo”, gritaban cientos de fanáticos del fútbol. Galatasaray, Fenerbahçe y Beşiktaş, eternos rivales en el campo, se fundían entre la muchedumbre que intentaba evitar la desaparición de uno de los últimos espacios verdes del centro de Estambul.
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En mayo de 2013, el gobierno turco anunció la intención de demoler el parque Gezi para construir una réplica de un cuartel de la era otomana… y un centro comercial. La violencia policial contra los manifestantes convirtió una protesta para proteger un parque en un grito contra el autoritarismo del gobierno de Recep Tayyip Erdoğan.
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La llama del descontento con el Partido de Justicia y Desarrollo (AKP) —que actualmente dispone de la mayoría absoluta en el parlamento turco— se extendió durante días a varias ciudades a lo largo del país. La brutalidad policial dejó 8 muertos y más de 8.000 heridos.
Çarşı, la peña de fanáticos que apoyan al Beşiktaş JK, fue de los grupos con mayor presencia en las protestas de Gezi. 35 de sus miembros, incluidos su líder y fundador Cem Yakışkan, han ido a juicio acusados de intento de golpe de Estado, traición, terrorismo, resistencia a la autoridad y participación en manifestaciones no autorizadas.
El fiscal Adem Meral pidió 3 años de prisión para algunos miembros de Çarşı: para otros, la cadena perpetua. El pasado 29 de diciembre fueron absueltos de todos los cargos, aunque la acusación ha apelado al Tribunal Supremo.
Yakışkan cree que volverán a juicio e intenta encararlo con ironía: “Nosotros nos reíamos de la situación porque no podíamos llorar. El juez me dijo, ‘estás aquí por intento de golpe de Estado’. Yo le respondí que si tuviéramos tanto poder como para hacer un golpe de Estado, lo habríamos usado para hacer campeón al Beşiktaş”.
“Esperábamos una condena: al fin y al cabo estamos en Turquía”, prosigue. “Veremos qué ocurre en el Supremo. El proceso no ha terminado”.
Cabe mencionar que en su informe anual, Amnistía Internacional apuntó a la brutalidad del sistema penal turco y de sus sistemas de inteligencia, que según la ONG gozan prácticamente de impunidad para actuar a su antojo.
El nombre de Çarşı —mercado en turco— rinde homenaje al bazar del barrio de Beşiktaş donde se reúnen los fans para ver los partidos. Yakışkan regenta un bar en el corazón de este mercado.
“Para entender el motivo por el que participamos en las manifestaciones primero hay que conocer a Çarşı”, asegura Yakışkan. “No sería normal que no fuéramos a Gezi. Todo ocurrió muy cerca de nuestro barrio”.
“En el pasado ya luchamos contra la construcción de una presa de agua en Hasankeyf (obra que iba a destruir una ciudad antigua): también ayudamos y donamos sangre en el terremoto de Van. Estamos en contra de las injusticias y de la violencia desproporcionada”.
El grupo de aficionados de Çarşı es conocido en el barrio por sus acciones sociales y por su ideología anarquista, presente incluso en el logo de la organización. Su proclama más famosa en los partidos es “Çarşı, her şeye Karşı” (Çarşı anti todo).
“Ni la anarquía nos es suficiente, porque normalmente en otros logos la A está dentro del círculo, del grupo. Nuestra A, en cambio, lo traspasa”, explica Yakışkan. “Cuando hay una injusticia, estamos siempre del lado de quien la sufre: armenios, kurdos, animalistas, LGBTI, feministas…”. Esta implicación social es uno de los motivos por los que Yakışkan cree que fueron acusados.
Una buena forma de purgar la disidencia política es a través de los campos de fútbol
Cem Yakışkan, líder del grupo Çarşı
No es la primera vez que el gobierno turco interviene en los estadios. En agosto de 2012, quiso que los aficionados que compraban entradas para los partidos firmaran un papel conforme se negaban a gritar ciertas proclamas. El gobierno de Ankara dijo que podrían emerger protestas antigubernamentales en los partidos de fútbol.
En la acusación formal contra Çarşı consta que el grupo intentó ocupar la oficina del entonces primer ministro y ahora presidente Recep Tayyip Erdoğan “para crear una apariencia de debilidad de la autoridad”: “Trataron de crear una imagen que evoca los cambios de gobiernos de algunos países de Oriente conocidos como primavera árabe. La intención era derrocar al gobierno establecido de la República Turca usando métodos ilegales”.
El documento también cita que el grupo secuestró una excavadora de construcción para perseguir vehículos policiales blindados que lanzaban agua y gas lacrimógeno contra los manifestantes. La fiscalía les acusa de posesión de máscaras antigás, bengalas y armas de mano. También se añaden conversaciones telefónicas en las que el grupo pedía albóndigas y pizza para “las personas en zona de protesta”.
Emma Sinclair-Webb, investigadora de Human Rights Watch, califica de “farsa ridícula” el hecho de acusar a fans de un equipo de fútbol de enemigos del Estado y cree que “nunca debería haber llegado a los tribunales”.
Murat Çekiç, director de Amnistía Internacional en Turquía también mostró el peligro que suponen juicios como el de Çarşı o Taksim Solidarity, grupo paraguas de organizaciones que se manifestaron en Gezi y que también fueron acusados de organización terrorista.
El juicio contra Çarşı se añade a una lista cada vez mayor de procesos contra voces disidentes en base a leyes antiterroristas abusivas
Murat Çekiç, director de Amnistía Internacional en Turquía
Yakışkan está contento del respaldo recibido por otros aficionados: “Desde fuera, el apoyo que recibimos fue más sincero. Nos contactó el Borussia Dortmund, el St. Pauli… y equipos ingleses también”.
“El Galatasaray y el Fenerbahçe nos apoyaron al principio, aunque no era sincero”, lamenta Yakışkan. “No vinieron a los juicios y volvieron a aplaudir las injusticias. En Gezi estuvimos juntos por un futuro mejor, pero claro, rápidamente empezó la liga y la gente deseaba ser campeón”.
Un año después de las revueltas, el gobierno implementó un nuevo sistema de acceso a los estadios, llamado Passolig, en el que cada aficionado tiene una tarjeta con un número y un asiento.
“Lo aceptamos bien, pero cuando una persona insulta castigan a toda la tribuna”, explica Yakışkan. “Es un método raro, pero no creo que se pueda hacer mejor. Es similar a Europa. Nuestro gobierno siempre hace siempre lo mismo: adopta la ley antitabaco, impuestos sobre el alcohol y más control para adaptarse a la normativa europea” opina el líder de Çarşı.
El presidente Erdoğan declaró su intención de “dar caza a los traidores” que están detrás de las protestas, así como del destape del caso de corrupción que surgió meses después y que afectaba al seno de su partido. La absolución de Çarşı se produce después de que 26 miembros de la asociación Taksim Solidarity, que organizó las protestas de Gezi, fueran también absueltos.
Durante el transcurso de la acusación, agentes de policía, fiscales y jueces —incluidos dos magistrados asignados originalmente al caso de Çarşı—, han sido detenidos o han ido a juicio, acusados de violar artículos del Código Penal de Turquía y artículos de la Ley Antiterrorista.
Yakışkan, no obstante defiende el valor de las protestas: “El gobierno fue vencido por primera vez. Como sociedad no pudimos hacer nuestro este triunfo, pero como individuos sí. Vimos que los jóvenes eran muy listos: la gente pudo comprobar su solidaridad y recibir su ayuda. Los partidos de la oposición no lo aprovecharon, pero Gezi nos aportó mucho”.
Sigue a Lara Villalón en Twitter: @vm_lara