“Para que la rueda dé vueltas, para que la vida sea vivida, hacen falta las impurezas, y las impurezas de las impurezas; y pasa igual con el terreno, si se quiere que sea fértil. Hace falta la disensión, la diversidad, el grano de sal y de mostaza. El fascismo no quiere estas cosas, las prohíbe, y por eso no eres fascista tú”.
Videos by VICE
Primo Levi
Seamos sinceros dijo El Richardson, teporocho de mi barrio. “Na más se mueren para andar organizando pedas”. Intrigado comenté: “Pero entonces eso es bueno para los que empinan el codo como tú”. No te confundas, aclaró: “Yo tomo para conseguir el olvido y para garantizar que me olviden”. Después de tiempo de no verlo caminé a la vinata y pregunté al tendero por él “¿Quién? No pues, no sé quién es ése…” Pinche Richardson, lo consiguió.
Abran paso con mezcales que llegaron los cempasúchiles en racimos ordenados tan guapos en sus cubetas. Celebremos nuestro Día de Muertos tan lleno de momentos míticos, colores y aromas. Por su alucinante narrativa desde niño ha sido mi fiesta preferida. Sin entenderla del todo, me basta con vivirla. Cada año en el día 2 de noviembre, regresan nuestros muertos para una gran fiesta. Un día antes llegan Los Santos Inocentes, aunque creo que no es fiesta ya que hace miles de años sucedió una matanza bíblica.
Me confunde que ese mismo día se celebren a Todos Los Santos. Uno esperaría que en economía de festejos, sustituyéramos las pachangas del calendario de los santitos el 1º de noviembre, pero no, hay fiesta todo el año. Me saca de onda que el día previo al regreso de nuestros muertos sea francamente aburrido. ¿Será que México no hay santos, ni inocentes?
Nada de esto importa porque en horas la magia aparece. Diferente de la narrativa zombi de la que opino, promueve la ansiedad y la paranoia o la del Halloween que fomenta en la infancia la extorsión como método, nuestro Día de Muertos es superior. Un fiestón en forma. Comer, beber y cotorrear.
Llegados estos días monto guardia en la sala de mi casa para atestiguar la construcción de Altar de Muertos. De niños nos emocionaba ver a Irma, siempre afanosa colocando todo. Algo muy divertido pasará, le decía a mi hermano quien corría a colocar a los Transformers junto a las calaveras de azúcar, para que no se perdieran detalle, yo escogía a Yoda como testigo de honor.
Entre otras viandas para esos días desfila el tequila fino servido en caballito doble. Sé bien que será colocado frente al célebre taxista del Hotel Regis, Jesús Robles Morales. Clarito veo a mi abuelo regresando en su Chevy Nova 75. Siempre alegre y haciendo enojar a doña Licha. Aprovecho que él no puede tomar por la ruletada y de madrugada siguiendo los bucólicos tonos de las veladoras, vacío el caballito.
Convocados en el centro de la sala están, Teresita, Licha, Jesús, Salomón, Sergio y Paty mi vecina quien este año será la novata. Dice la ONU que esta celebración es Patrimonio Cultural Inmaterial o Intangible de la Humanidad. Se me hace que cuando votaron eso ni siquiera vinieron, o no les dejaron tocar ni probar el pan de muerto o las calaveritas de azúcar.
Me gusta tanto ese día que quiero ir a donde festejan a nuestros muertos, pero de otra manera. Mardonio me dijo que en su pueblo le llaman Xantolo. Quiero ver esos caminitos de pétalos desde panteón a la casa. Pura faramalla. ¿A poco nuestros muertos no saben dónde será la tamaliza? Me imagino a Pola con esa sonrisota que inunda el recinto y a Carballo que generoso con el mezcal, reparte besos a destajo.
Qué fiesta tan viva es honrar a nuestra carne y a nuestros huesos, esos que pertenecen a un flujo biológico de nuestra animalidad. Que vivan nuestros muertos que sólo ellos están contentos dice Taibo II. Salud por esos canijos que se van así no más. Va un cruzadito por las tías que se la viven anunciando su muerte al grado de aburrir.
Qué bella y cuan perfecta es la muerte furtiva que abraza sin avisar e irrumpe para poner pausa a una vida concreta pero que sostiene la certeza de nuestra humanidad. Si la muerte se anunciara siempre, para empezar en México, llegaríamos tarde con mil pretextos, se armaría una fila con fauna como los coyotes, y un político intentaría comprar su salida. Para la hermosa muerte todo eso es poco elegante y elegante debe ser la transición.
Si creen que la vida y la muerte son dos cosas muy distintas, sólo piensen en cómo sería el mundo sin la muerte. La muerte es sólo un lado del péndulo existencial que se mece hacia la vida, de ida y vuelta. Es una solución menos clavada y festiva al misterio de nuestra conciencia del tiempo.
Nuestra aparición consciente en el entramado biológico no fue una decisión. De pronto nos sacan de un lugar agradable y nos sueltan a un mundo de voces manos y disfraces sin sentido. Frío y calor. Sólo nos reconforta el primer acto humano que Lévinas describe tan bien: Mirar el rostro de nuestra madre y ser mirados por ella. De ahí en adelante a vivir y morir que es lo mismo.
Acepto que a uno le da por llorar cuando alguien cercano fallece. Yo veo ese llanto parecido al que dimos al momento de nacer. Algo que queríamos se terminó. También acepto que nos da pa’ abajo un tiempecito pero pronto encontramos la manera de traer a nuestros muertos hasta en las disputas hogareñas tan llenas de admoniciones: “Tú mamá te ordenaría que…” Y al tiempo los colgamos por todos lados con fotos más serias y muchas veces las más feas. Luego nos da por hablarles mirándoles, pero es obvio que nos ignoran en protesta por la pésima elección del retrato.
Escribo los párrafos anteriores porque algo ha cambiado para mal desde hace unos años. Nuestra fiesta coincide y se confunde con un país sembrado de masacres e impunidad. Leo a quienes dicen “En México todos los días son días de los muertos” y me encabrona pensar en que estos gobiernos corruptos quieran quitarnos hasta nuestras celebraciones más entrañables.
Foto por Andalusia Knoll.
Con calma reflexiono y entiendo que esa frase no tiene sentido. Una es la fiesta de la vida y otra cosa es la criminal política de Estado con promotores que tienen nombre y apellido. No me coloquen de la citada derrotista frase, al proceso de mi cuate El Richardson por ejemplo, quien eligió su muerte y su vida y a miles de personas que decidiendo vivir, fueron asesinadas y desaparecidas por criminales impunes. Se trata del obscuro acto humano que elimina la vida para sembrar el odio, el miedo y colocarnos a los vivos pesados yugos.
Es claro que el amor por quienes nos han arrebato no es la diferencia de nuestros muertos vivos. Pero hay un dolor que no nos permite seguir viviendo y que de no detenerlo nos consumirá. Es el dolor que los actuales gobiernos propagan. Son nuestros muertos que duelen como si nos retiraran la piel, porque nos los arrancan de entre nuestras vidas, de la esquina de la colonia, de nuestra cocina y de la sala dónde deberían estar al llegar la tarde.
A los asesinados por el Estado y por su política de violencia, nos los arrebataron a la mala y debemos reaccionar con toda nuestra fuerza. Sin trivializar, recuerden bien que pasaba en las cascaritas del barrio, cuando la violencia aparecía. Ante un claro descontón, de mínimo parábamos el partido e íbamos a cuidar a nuestro compañero lesionado. Nos poníamos enojados frente a las jetas de los rivales y si no reconocían la agresión y ellos mismos sacaban del campo al agresor, pues se acaba la cosa y si se armaba la campal, pues que se armara, por dignidad le entrabamos.
Al habernos acostumbrado a presenciar cómo nos arrebatan una por una decenas de miles de vidas sin detener el partido, le dimos a esos criminales el permiso y el mayor poder para consolidar masacre tras masacre.
De entre estos actos del terror de Estado, hay uno que genera un dolor para que no tenemos nombre. Es la fuerza violenta del Estado que suspende vidas colocándolas en un círculo que escapó a la poderosa mente de Dante. Se trata de la muerte como tortura al desaparecer a un estudiante, a una persona migrante, a las mujeres por serlo, a las personas que no se agachan, el Estado en un solo acto cancela por la violencia la hermosa vida y la hermosa muerte. Así, desaparecer una vida es un proceso de tortura interminable. Devasta la existencia, reemplaza espacios de vida, con páramos de silencio.
Cuando cae la tarde y cuando amanece, la tortura se repite en la madre de La Paz en Honduras que camina diario a la central de autobuses a esperar a su hijo cuyo último eco le llegó de México. Es la tortura de la esposa salvadoreña quién solicita en la casa del migrante en Veracruz, buscar de entre la basura alguna seña de su esposo. Hincada oliendo desechos no se detiene hasta agotarse. Es la tortura de las familias de Ayotzinapa orgullosas porque sus hijos eran normalistas rurales, es decir, maestros de vida. Es el dolor cotidiano de ver formatos con sus rostros en blanco y negro, sin vida y poca esperanza. ¿Lo has visto? Al mirar esos rostros escucho gritos de angustia y veo la vida de todos extinguiéndose.
Me duele la muerte como tortura, esa que impide la milenaria tradición de venerar solemnemente los restos la existencia que convivió con sentido. Tradición que hermosamente compartimos con los elefantes. Sus patrocinadores nos observan cómodamente detrás de sus armas compradas con nuestros impuestos. Cínicos del engaño y la corrupción. Nos deshumanizan viéndonos a la cara con una sonrisa. Yo no acepto esa tortura. Porque entendí de Primo Levi que incluso si nos retiran todo derecho y nos condenen a la muerte más abyecta, conservaremos un poder y preciso defenderlo con todas nuestras fuerzas, es el poder de negarles nuestro consentimiento.
Aunque Améry nos recuerde que “quien ha sido torturado permanecerá torturado”. Sí podemos detener este proceso y es claro que del lado del autoritarismo ninguna solución llegará. Tengo por cierto que esta tortura verá su fin cuando quitemos a los represores de los gobiernos y desmontemos sus instituciones corruptas. No será sencillo, pero esa es la tarea. La alternativa de la apatía son las fosas.
Va llegando el día de la fiesta que tanto quiero. Celebraré la vida y lo haré siguiendo los pasos de quienes luchan por el derecho de abrazar la muerte no cuando los represores decidan, sino cuando el eco nuestro primer llanto se funda con el murmullo del viento el dos de noviembre, o como en mi caso, escuché desde la ventana, el claxon del Chevy Nova 75 del célebre taxista del hotel Regis.
Sigue a Robles Maloof en Twitter.