El Orgullo Gay en Israel.
“Destrozaría a mi padre, mi madre no me volvería a hablar y, sin duda, la sociedad me marginaría”, nos dice Saif con aire de incomodidad.
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Saif se pregunta qué pasaría si se hiciera pública su homosexualidad. Como homosexual en Cisjordania, información de este tipo podría provocarle la muerte. Aunque le esconde esta información a su familia, Saif nos dijo que la policia palestina guarda expedientes sobre él y otros homosexuales y les hacen chantaje para que trabajen de espías e informadores.
Saif es un estudiante de 20 años que vive cerca de Ramala, el centro administrativo de la autoridad palestina, y en febrero del año pasado descubrió que la policía llevaba controlando desde hacía varios años sus amistades, relaciones y cada movimiento suyo. Su cuñado, de mente abierta, fue abordado por un policía amigo suyo, preguntándole si conocía a alguien llamado Saif y contándole detalles de los amigos de Saif y sobre sus actividades diarias.
“Me advirtió de que si pensaban que podría serles útil, la policía usaría mi expendiente para presionarme para que les diera información sobre activistas políticos de mi pueblo”.
Saif.
Después de la creación de los Acuerdos de Oslo en el año 1993, firmados entre Israel y Palestina, las autoridades palestinas poseen poderes limitados en zonas designadas de Cisjordania y la franja de Gaza, y se coordina con Israel en las zonas que no están bajo ocupación militar. Desde 2007, los dos territorios han sido divididos políticamente entre los partidos rivales: el Fatah del presidente Mahmoud Abbas en Cisjordania, y Hamas en la franja de Gaza. En los últimos meses, la Autoridad Palestina (PA)han luchado para tener el control de las ciudades, y el temperamento natural de Cisjordania suscita un ambiente donde los que están marginados socialmente son objeto de chantaje.
En Palestina ser homosexual no es un crimen, pero socialmente es un tabú ser gay de un modo abierto. Saif cree que la vigilancia que tiene el PA sobre él surge de su primera relación con un homosexual bien conocido. “He oído historias,” dice Saif, “de que llaman a chicos aleatoriamente para que vayan al cuartel de policía, amenazando contar a sus familias su condicion sexual si no aparecen.” El PA se negó a comentar nada sobre dichas afirmaciones. Qué sorpresa.
A diferencia de la sociedad conservadora de Palestina, en Tel Aviv, la ciudad más grande de Israel, existe una vibrante comunidad LGBT. Según el abogado Shaul Gannon, de la organización LGBT Aguda, hay unos 2.000 homosexuales de territorios palestinos viviendo en Tel Aviv. Sobreviven de forma ilegal, sin trabajo y sin poder recurrir a los servicios del estado.
Orgullo Gay israelí.
Hay vías abiertas para que los gays palestinos busquen asilo en el estado israelí, pero también existe mucha paranoia, ya que las agencias de inteligencia palestina e israelí comparten información. Por esta razón, muy pocos palestinos tienen en cuenta esta opción ya que podría llevarles a ser rechazados por su comunidad. En los 17 años que lleva trabajando con Aguda, Gannon dice que sólo 60 personas han aceptado la ayuda del estado y que sólo diez viven en Israel con orden judicial.
“No nos viene gente adinerada”, dice. “Esa gente sabe lo importante que es cuidar el honor en las familias. Serían inmediatamente juzgados como colaboradores, lo cual se sanciona con muerte o encarcelamiento. Si regresan tendrían que enfrentarse a fuertes torturas. Conozco tres casos de personas asesinadas. En Gaza, a los que vuelven les obligan a ir a colegios a enseñar el Islam y contar sus propios errores”.
Miembros de la policía palestina haciendo amigos
La vida apátrida en Israel y el racismo hacia los árabes presentan nuevas barreras a quienes abandonan Palestina. Algunos viven en la calle y acaban prostituyéndose. “Viven el día a día”, explica Gannon. “Si tienes hambre o te has enganchado a las drogas, pasa esto. Corren graves peligros. Les pueden pegar palizas, pueden ser atracados por sus clientes o ser detenidos por la policía. Si tienen novio, tienen un refugio, pueden buscar trabajo y demás”.
Fiesta en una casa en Ramala con muchos gays presentes.
Majd, un palestino gay, proviene de un pueblo cerca de Jenin, al norte de la Ribera Occidental. Es una zona con valores sociales conservadores y el centro de grupos políticos islamistas. Majd obtuvo un permiso para ir a un hospital de Jerusalén en abril, y aprovechó la ocasión para encontrarse con su amante israelí. Fueron a hacer turismo por la Ciudad Vieja. La policía les pidió la documentación y, al no estar en el hospital designado, fueron detenidos e interrogados por separado.
“Dijeron que estaba metido en un buen lío, que el coche de mi amigo llevaba una bomba y que me pegarían”, recuerda Majd. “No tenía ni dea de lo que hablaban”.
A lo largo de varios interrogarios explicó su homosexualidad y la naturaleza de la relación con su acompañante israelí. Le llevaron a otra habitación, donde le hicieron fotos, le tomaron las huellas dactilares y le dieron un teléfono. Al otro lado del teléfono, un hombre se presentó como Alon y dijo que era agente de inteligencia de la organización Shin Bet.
“Hablaba árabe. Después de su inicial actitud agresiva pareció calmarse y empezó a hablarme bien”, dice Majd. “Conocía la Ribera Occidental y me hizo preguntas sobre dónde vivía y en qué universidad había estudiado. Sabía dónde vivía”. Antes de ser puesto en libertad le ordenaron ir a una reunión secreta con Alon varios días después. “Sentí que estaba metido un problema muy gordo”, dice Majd. “Si no iba, estaba seguro de que los israelíes informarían a las autoridades palestinas, que ven la homosexualidad como una enfermedad, y me marcarían como un traidor por colaborar con Israel”.
Madj se encontró con Alon un domingo por la tarde en el punto de control militar de Qalandia. Al llegar le cachearon y le hicieron esperar dos horas, antes de llevarle a una habitación para ser fotografiado delante de una cartel con su nombre escrito en hebreo. “Querían hacerme saber que estaba ahí con ellos. Estaban enfadados porque había llegado tarde, y cuando dije que venía desde lejos, del norte, sabían que estaba mintiendo. Me habían localizado a través del teléfono móvil”.
Policías israelíes vestidos de paisano detienen a un niño acusado de tirar piedras a soldados israelíes.
Entonces entró Alon. Cuando Majd reclamó la presencia de un abogado, le amenazaron con encerrarle. Alon le interrogó sobre la situación política en Ramala y qué pensaba la gente sobre el PA; le prometieron permisos para visitar Israel para que pudiese ir todo lo que quisiera… si cooperaba. “Dijo que nada era gratis y que si me portaba bien, él también se portaría bien”, dice Majd. “Dijo que debía llamarle si planeaban hacer manifestaciones. Quería saber los nombres de los que las organizaban, la gente religiosa en los pueblos y los nombres de los niños que tiraban piedras a los jeeps militares israelíes. Le respondí que no le iba a ayudar”.
Siendo de la zona de Jenin, salir del armario eran malas noticias para Mjad. “Si mis familiares y amistades masculinas se enteraran, vendrían a pegarme, o directamente me matarían”, dice con naturalidad. “Mi padre no podría soportar que su hijo fuera gay. Mis padres son religiosos y ven la homosexualidad como una enfermedad. Jenin es un lugar donde tienes que proteger tu nombre. No es nada seguro salir aquí a la luz”.
Saif y Majd tienen que conformarse a la fuerza con su vida. Saif cree que la mayoría de gays palestinos se acaban casando para cumplir con las obligaciones familiares y evitar la verdad sobre su identidad sexual. “A muchos de estos hombres no les gustan las mujeres, pero tienen mucha presión social y se tienen que casar”, dice. “Un amigo cercano mío, que es gay, quiere casarse porque no ve bien su propia homosexualidad. Él piensa que está mal. Sé que pronto su familia le presionará. Yo no me voy a casar con una mujer. No sería justo para ella”.
Orgullo Gay israelí.
Es bastante obvio, pero ambos, Saif y Madj, sueñan con irse al extranjero.
“Quedándome aquí, sé que cuando termine los estudios mis padres esperarán que me case”, explica Saif. “Irme al extranjero sería la excusa perfecta para evitar decírselo a mis padres. Estoy orgulloso de ser palestino. Espero algún día poder volver y cambiar la actitud de la gente, porque los derechos de las mujeres y los homosexuales tienen que ser reivindicados constantemente en todo el mundo”.
Para Majd, su satisfacción reside en disfrutar de sencillos placeres que otros dan por sentado. “Aquí nos tenemos que esconder continuamente”, dice. “Yo soy ateo, soy gay y vivo en un lugar con el que no me identifico. Pasear de la mano con mi pareja o sentarme bajo un árbol con él, no tener miedo de que la gente nos venga a pegar, que no nos juzguen… eso es lo que quiero”.
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