“ÚLTIMA HORA: una lesbiana hace historia como primera alcaldesa electa de Bogotá (conteo oficial)”. Así presentó el resultado de la jornada electoral de ayer en Bogotá una de las agencias de noticias internacionales más reconocidas del mundo. Antes que presentar el nombre, el apellido o la filiación política, estaba eso: la lesbiana.
Pero el copy no desinformaba. Claudia López, una mujer abiertamente lesbiana que desde hace tiempo ha intentado que su preferencia sexual no se vuelva protagonista de su gestión política en un país homofóbico donde ser homosexual juega mucho más en contra que a favor, ayer fue elegida por voto popular como la primera alcaldesa de Bogotá. Más allá de la polémica que levantó el hecho en sectores de derecha, algunos sectores progresistas y de izquierda aún dudan de sus propuestas; sobre todo, de aquella de construir un metro elevado en la ciudad. También varios sectores del movimiento feminista en Bogotá miramos con recelo esta victoria: somos conscientes del triunfo simbólico que significa tener a una mujer gay en el segundo cargo más importante del país, pero quizá no sea suficiente para que celebremos y, más bien al contrario, sea algo para preocuparnos.
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La alcaldesa electa, que representa al partido de centro Partido Alianza Verde, obtuvo el 35.21% de los votos, superando a su principal rival de estas elecciones, Carlos Fernando Galán, por casi 100.000 votos.
“¡Gracias a las niñas, los jóvenes, las mujeres y las familias hechas a pulso como la mía!”, exclamó la alcaldesa electa en su discurso de celebración. “¡Demostramos que cuando escogemos lo que nos une no solo ganamos, sino que cambiamos la historia: ¡por primera vez en la historia ganamos la Alcaldía Mayor de Bogotá!”
Es cierto. Solo la victoria de Claudia López, sin que haya empezado su alcaldía, ya es histórica para esta ciudad. Una victoria que llega por una elección popular masiva, construida a partir de estrategia política y con gran parte de la clase política tradicional de este país en contra, pues en su gestión como senadora se ganó el odio por denunciar las dinámicas de la parapolítica y la corrupción, algo que se siente casi como paisaje en la política colombiana. Pero lo más importante, o al menos lo más visible en este momento, es que es ‘la lesbiana’ alcaldesa, en la capital de uno de los países de Latinoamérica donde más asesinan personas por su preferencia sexual, según un estudio de Colombia Diversa.
Sin embargo, aparte de la polémica que naturalmente ya comenzó en un país con altos índices de homofobia, existen algunos sectores feministas para los cuales este triunfo simbólico es importante pero no suficiente para que lo sintamos como un triunfo de verdad. Porque el feminismo debe ofrecer sororidad pero no indulgencia, y votar por una mujer no es necesariamente un voto feminista . La representación es importante, sí, importantísima. Pero si nos quedamos en la labor básica de votar mujeres para subirlas al poder y celebrar la representación en la política sin formarnos un criterio sólido sobre nuestras candidatas y líderes, seguiremos alimentando techos de cristal y mujeres que, desde cargos públicos, seguirán siendo útiles al patriarcado. Para eso es precisamente el feminismo, para que nos formemos políticamente y podamos criticar y exigir a las que nos representan arriba, para que hagamos el trabajo completo y no nos quedemos solo en la primera parte.
Las críticas o inquietudes de varios sectores feministas que no nos sentimos a gusto con la representación de la alcaldesa electa se pueden sintetizar en dos ejemplos. Dos hechos que sucedieron en la recta final de la campaña de López ilustran los valores que ella encarna y el posible peligro de estos valores, sobre todo para el feminismo y la comunidad LGBTIQ.
El primero de ellos sucedió en el debate realizado el pasado 24 de octubre por el canal RCN, faltando pocos días para el día de votaciones. Hablando sobre educación sexual con los entonces candidatos, López planteó la importancia de los colegios en la educación sexual de los jóvenes, pero estuvo de acuerdo, como Miguel Uribe Turbay (el candidato de la derecha), en que este era un tema que debía ser orientado principalmente por las familias. “Lo que sea que se haga en materia de educación sexual debe estar dirigido por los papás”, afirmó. “Todas las familias son de mucho amor, pero tienen sus propios valores y fe. Por eso nadie ajeno a la familia les puede imponer una manera de educación sexual”. Las declaraciones de López fueron una bofetada para varios sectores, sobre todo para miembros de la comunidad LGBTIQ y para mujeres del movimiento feminista, que comparten en muchos casos una visión crítica al núcleo familiar como primer espacio de formación sobre educación sexual para lxs jóvenes.
Y no es para menos. En un país donde tantas mujeres lesbianas y hombres gay desarrollan un trauma profundo por el rechazo y el maltrato de sus familias debido a su preferencia sexual, donde el concepto de clóset está directamente relacionado con la familia y donde mueren niñas jóvenes debido a abortos clandestinos que se practican sin más opción por la satanización de muchas familias a las relaciones sexuales y a los anticonceptivos, que una mujer abiertamente gay diga lo que dijo en ese debate y haya quedado elegida es más una derrota que un triunfo para estos sectores.
Algunas afirmaron que lo que hizo López con esas declaraciones fue un dog whistle; esto es, envió al mismo tiempo un mensaje que parece significar algo para la población general y otro codificado que solo tiene resonancia en un subgrupo. En este caso, decir que la educación sexual en Colombia tiene que estar determinada por la familia tiene un significado muy negativo para las mujeres y lxs miembrxs de la comunidad LGBTIQ. ¿Inclusión dónde? ¿Feminismo dónde? ¿Es Claudia López más de lo mismo?
El otro hecho que enfrentó más directamente a Claudia López con algunos sectores del movimiento feminista fue el del video que publicó la semana pasada con el exalcalde Antanas Mockus, en el que ella fingía tocar el piano mientras él la agarraba de los hombros y le daba su aval. La aprobación se sella con un beso incomodísimo que él le da en la frente, como el beso de un patriarca que le da la bendición a su heredera, algo que criticó la intelectual colombiana Carolina Sanín en esta columna. Sin embargo, ni siquiera el beso llega a ser tan incómodo como lo que dice Mockus en el video, cuando afirma que “Hoy en día la mujer ha conquistado una serie de espacios en los cuales puede ejercer derechos, (…) Ya nadie puede decir que como las mujeres son inferiores, entonces podemos maltratarlas”. Como señala Sanín, “esto bien podría leerse como: ‘No porque las mujeres son inferiores, entonces podemos maltratarlas’”.
La aparición de Mockus en la foto de perfil de López en Twitter, en ese inolvidable video y en varios espacios de publicidad que tuvo la candidata electa recuerda la estrategia de campaña política preferida del uribismo: aquella que usa la imagen de Uribe en cualquier material de propaganda de determinado candidato como aval (incluso a veces el expresidente aparece hablando en lugar del candidato).
¿Cuál es la diferencia entre ese mensaje simbólico y el que proyectó López en los últimos días de su campaña? ¿Simple estrategia política o una manera de hacerle ‘el cuarto’ al patriarcado?
Claudia López va a aprender, y no a las buenas, que el patriarcado sigue obligando a una mujer a esforzarse el doble en un cargo de poder. Y que cuando se equivoque, el patriarcado hará que se la cobren al doble, y en este caso al triple, por ser una mujer lesbiana. Y nosotros vamos a aprender con ella, y a entender que su elección cambió, si no para siempre al menos por cuatro años, la forma de hacer política en esta ciudad.
Una mala gestión de López podría provocar la consolidación y legitimación de un sector homofóbico ya existente en la ciudad y el país. Si se equivoca, el castigo, la primera ofensa a la que recurrirán estos sectores para sancionar su gestión, será su preferencia sexual. Y ofenderla por eso, para rechazar su administración, es algo que vamos a tener que presenciar y es algo que vamos a tener que manejar como ciudad en nuestro discurso general. En nosotrxs está también la responsabilidad de que una posible mala gestión por parte de ella en algunos aspectos de la alcaldía de Bogotá no se convierta en la excusa para difundir mensajes de odio, discriminación y exacerbar la homofobia en Bogotá.
El reto comienza ahora para ella y para nosotrxs, porque la historia de la política en el país acaba de cambiar. Como mujer feminista crítica de López, valoro que una mujer lesbiana esté al frente del segundo cargo más importante del país. Pero no me es suficiente para celebrar el triunfo, sino que me inquieta, me asusta y me hace pensar sobre qué tipo de mujer lesbiana de clase media está representando López allá arriba. Por eso, en vez de celebrarla incautamente, serviré, como sé que muchxs ciudadanxs harán, de veedora y crítica de esta alcaldía, así como hicimos durante la anterior. Espero, al menos, que la representación que muchas celebran hoy sea el inicio de una buena gestión con verdadero enfoque de género para la ciudad.
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