Artículo publicado por VICE México.
Tú los conoces. Son quienes te acercan papel higiénico apenas te ven; quienes te salvan con un peine o una pastilla de menta cuando más los necesitas; quienes cuando estés pasado de copas y te mires en el espejo te preguntarán si “¿Todo bien?”. Son los vigilantes, encargados del mantenimiento y custodios silenciosos a los que todos ven, pero a los que casi nadie observa.
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Hacerse cargo de un sanitario y todo lo que esto significa no es algo que alguien de forma voluntaria haga con tanto gusto. No sólo implica volverse agente de limpieza, sino también de orden, hacerla de consejero del corazón, de surtidor de frituras, chocolates y chicles a medianoche.
Después de imaginar todas las situaciones por las que deben pasar, decidimos hablar con algunos de ellos para que nos contaran un poco de cómo transcurre su vida —de lunes a viernes, o sólo en fines de semana—, mientras todos están de fiesta afuera.
Gabriel Martínez
Salón Covadonga
Hace 23 años que estoy en esta cantina. Desde que llegué, me he dedicado a bolear zapatos y a atender principalmente el baño de hombres. Yo nací en un pueblito del estado de Oaxaca que se llama Santiago Cacalostepec, ahora tengo 44 años y la verdad me gusta mucho mi trabajo porque me ha permitido conocer a mucha gente.
Me ha tocado pasarle cuadritos de papel al Peje, Marcelo Ebrard, Vicente Fox; a distintos escritores y artistas como Diego Luna o Galilea Montijo. Unos son groseros y petulantes, otros hasta se han hecho mis amigos y me dejan buenas propinas cada que vienen.
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Normalmente me toca escuchar de las novias que los cortaron, o de cómo quieren ligar. A veces también la gente entra ya medio borracha y por cualquier cosa se quiere pelear. Pero no se los permito: siempre los separo y los saco. Antes tenía un cordoncito que yo jalaba desde donde estuviera para que saliera el agua cada que los clientes se querían lavar las manos. Pero cambiaron las llaves del agua y ahora lo hago manualmente. Los clientes de siempre se acuerdan de mi cordoncito.
De las cosas más pesadas es el regreso a mi casa cuando la cantina cierra. Yo vivo en Ecatepec, Estado de México —a una hora en transporte público—, y de lunes a sábado salgo de aquí a las tres de la mañana. Pero ya han sido muchos años de hacer lo mismo y ya me acostumbré. La verdad, esto es lo mío.
Lupita Sánchez
Centro Banamex
Entre otras cosas, mi trabajo consiste en estar en los baños de las seis de la mañana, a las 10 de la noche. Como este no es exactamente un bar, sino un centro de convenciones, me toca atender a la gente que viene a eventos varias veces por semana. Ya no siento la misma fuerza de antes. Me canso mucho porque vivo hasta Cuautitlán Izcalli —a unos cuarenta minutos en transporte público—. Ya tengo 77 años.
Me gusta mucho porque así me obligo a estar moviéndome siempre. Desde 1955 trabajo en este tipo de servicios. Primero fui cocinera en una casa de la tercera edad en la colonia Arboledas. Pero también he limpiado pisos y baños, como ahorita. De todo le hacemos. Yo le entro a todo.
Aquí me ha tocado ver a señoritas muy tomadas. Especialmente en esta época de fin de año. Pero yo las ayudo en lo que puedo. Entre nosotras siempre hay que echarnos la mano, ¿o no?
Yolanda Pérez
Salón Tenampa
Hoy cumplo un año de estar encargada de estos baños. Y no es el trabajo más divertido, pero tampoco le puedo decir que no. Tiene sus cosas buenas, pero te aleja un poco de la familia: descuidas a tus hijos, te pierdes de momentos bonitos para estar con ellos. A veces es un poco triste.
Yo vivo en ciudad Neza —a una hora en auto— y siempre tengo que irme en Uber. Tengo que compartir el viaje con otras compañeras que van por el mismo rumbo. Además, por allá es medio peligroso de noche. Trabajo de miércoles a sábado. Siempre de tres y media de la tarde, a cuatro y media de la madrugada.
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A lo que me dedico es a pasarles papeles a las clientas, a limpiar los retretes cuando los dejan sucios, a echar aserrín y lavar cuando las chicas vomitan. Amigos míos que a veces están en los de hombres me han contado que les toca verlos meterse coca u otras cosas. Acá nunca he visto eso.
De las cosas que no me gustan es tener que comer adentro del baño, porque afuera siempre hay muchísima gente y así no se siente a gusto. Lo bueno es que siempre lo mantengo bien limpio. Sí me gustaría que la gente valorara más nuestro trabajo y que nos dejara más propinas. Yo creo que es justo.
Flor Vázquez
Salón Tropicana
Esta es la primera vez que hago esto como trabajo, ya voy a cumplir dos años. Y la verdad no estoy muy a gusto con el trabajo. Lo necesito para aportar dinero para mi familia, pero la verdad es que casi no le saco ganancias.
Acá limpio, le doy papeles a los clientes y desde hace un tiempo, como me di cuenta de que la gran mayoría no me dejaba monedas, pues empecé a ofrecer todo lo que ves acá: toallas femeninas, perfumes, maquillaje, chicles, gomitas, papas fritas, bombones, chocolates, crema para el cabello, pasadores. Siempre debo estar muy pendiente de mis ventas aquí.
Pero ni con eso me alcanza. Acá no tengo sueldo fijo. Vivo de las aportaciones de la gente que me deja algo en la jicarita y además mis jefes me hacen comprar el material de aseo, los rollos de papel higiénico, todo. Quizá pronto busque otro trabajo, porque hasta siento que me arriesgo mucho.
En fines de semana el servicio termina a las cinco o cinco y media de la madrugada y siempre tengo que esperarme a que abra el metro para poder irme. Vivo en Azcapotzalco —a unos 40 minutos de distancia del sitio—.
El trabajo no se me dificulta porque estoy acostumbrada a la limpieza, pero no me gusta que las señoras sean desconsideradas y no me dejen nada. Me da mucha pena tener que pedirles monedas, pero pues este es mi trabajo.
Valentín Soria
Cervecería de Barrio
Yo he visto de todo. Como me toca atender a hombres y a mujeres, puedo decir que a veces escucho y presencio tantas cosas y tan locas, que me saturo y prefiero no poner atención a nada. Hay días en que tengo mucho tiempo libre y casi no hay gente en el restaurante y otros en los que no me doy abasto. Pero siempre escucho historias.
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De lo que me he dado cuenta es que el baño es un lugar que, además de servir para nuestras necesidades fisiológicas, también es un sitio donde todos se reconfortan. O por lo menos intentan que así sea. Aquí vienen a chillar, a hablar por teléfono con gente a la que quieren, a mentarle la madre a sus novios cuando tienen unas copas de más, a platicar conmigo. Muchos vienen y se quedan contándome sus cosas. Todos tenemos que desahogarnos en algún momento.
Llevo dos años en esto y sí me gusta. Como le decía, a veces me saturo un poco por todo lo que pasa, pero siempre aprendo cosas. Por lo menos, a saber escuchar a los demás.