Puse a prueba el código de vestimenta de Harrods vistiéndome como un completo idiota

Harrods tiene una reputación que mantener. Esa es la razón por la que el personal de este establecimiento exige que los hombres presenten un aspecto “refinado”, término que no se utiliza desde la época en que los médicos recomendaban fumar a las mujeres embarazadas. Esa es la razón por la que se están gastando una fortuna en la creación de una nueva sección dedicada a la venta de vinos caros.

Esa es la razón, en definitiva, por la que, en 2017, siguen imponiendo unas normas de vestimenta a sus clientes, según las cuales no se debería permitir el acceso a quienquiera que se presente con vaqueros rotos, bermudas por encima de las rodillas, bañadores, camisetas sin mangas, mallas de ciclista, chanclas, sandalias o cualquier indumentaria de aspecto sucio o “desaseado”. Ir vestido así supone automáticamente la imposibilidad de disfrutar de la selección exclusiva de adornos de Navidad y de los jarrones de 70.000 euros que se venden en Harrods.

Videos by VICE

Me cuesta creer que realmente existan esas normas, pero una visita a la sección de preguntas frecuentes de este prestigioso establecimiento confirma mis sospechas. ¿Cómo funciona? ¿Hay seguratas que se encargan de dar la patada a los chavales de estética emo que intentan entrar solo porque llevan los pantalones un poco rotos? ¿Niegan la entrada a hombres adultos que han entrado a comprar pero llevan pantalones cortos de licra porque van en bici al trabajo? ¿Discriminan a los crust punks por su aspecto?

En mi caso no supondría un gran problema, porque mi estilo es casi de aspirante a presentador de televisión. Pero ¿qué hay de mis hermanos y hermanas de otras subculturas? ¿Están abocados a una existencia sin Harrods por el mero hecho de haber decidido adherirse a determinado estilo de vida? Para averiguarlo, decido pasar un día yendo a Harrods vestido con indumentaria propia de varias subculturas y comprobar cuáles son los criterios estéticos de Harrods y a quiénes discriminan más.

MOD


Los mods llevan décadas instalados en Londres. Es muy probable que veas alguno paseando por Carnaby Street, con sus extravagantes patillas y su forma tan fascista de entender la moda. Vestirme como uno de ellos no va a ser ningún problema para entrar en Harrods.

LA ENTRADA


Mi primera cita en Checkpoint Charlie. Lo diviso al doblar la esquina. Uno de los hombres de la Stasi, manoseando a conciencia una bolsa Lonsdale. Me acerco.


Más fácil imposible.

Resultado: CONSEGUIDO.

OBTENER AYUDA

Nunca antes había estado aquí. Este lugar es de lo más extraño. Como un outlet de lujo, pero con un extra de escaleras mecánicas ambientadas en Egipto. Un vacío cultural absoluto. Hay infinidad de cosas con las que absolutamente nadie interactúa, y yo estoy a punto de unirme a ellos.

“Quinta planta, al fondo”.

Resultado: CONSEGUIDO.

PROBAR COSAS

Mi refinado instinto conduce mis pasos hasta la sección de Fred Perry. ¿Me dejarán (a mi yo mod) probarme alguna de estas prendas, la más barata de las cuales no baja de los 80 euros?

Al parecer, este polo “es muy rompedor, aunque podría quedar más entalladito”. No podría estar más de acuerdo; con este a duras penas se adivinan mis pezones.

Resultado: CONSEGUIDO.

Conclusión: los mods no tienen problema, pero eso ya lo sabíamos. Hasta tu padre viste como un mod, cuando se pone un polo. Harrods cerraría si no vendiera velas aromáticas y ositos de peluche de recuerdo a los padres. Digamos, pues, que la de los mods ha sido una prueba de control. Pasemos a algo más cómodo.

HIPPY DE LA NUEVA ERA

Aquí lo tenemos. Ha estado meditando en su tienda, pero justo antes de mediodía oyó un tema de Opus III y ha salido de su letargo. Ahora come germen de trigo y tempeh y participa en conversaciones de las que está convencido que forma parte.

LA ENTRADA

Un señor me mira de hito en hito, dando sorbos a su capuchino, cuando paso descalzo por Hans Road. Me preparo mentalmente mientras me acerco a la puerta de Harrods.

No pasa absolutamente nada.

Resultado: CONSEGUIDO.

OBTENER AYUDA

Mis enormes pies blancos me llevan escaleras arriba al único lugar a este lado del Támesis en el que uno puede mantener una conversación mínimamente interesante sobre los alineamientos de Carnac y la Campaña para el Desarme Nuclear: la Halcyon Gallery.

Allí me propongo charlar brevemente con una de las empleadas.

“Buenas”, le digo. “Quiero ver lo más excéntrico que tengáis”.

“Por supuesto”, responde, e inmediatamente me lleva a una sección con imágenes caleidoscópicas y grabados a lo Rothko. “Soberbio y magnetizante”, concluyo.

“¿Qué tipo de obra estás buscando?”.

“Algo con lo que relajarme, que sea equilibrado y emita buenas vibraciones”.

“¿Y has visto esta pieza de Lorenzo Quinn?”, me pregunta, señalando una estructura giroscópica de un material que parece bronce. La obra realmente es estupenda, como lo es su precio, de casi 55.000 libras (65.000 euros). Recordemos en contexto: me encuentro en el centro de Londres, sin zapatos; es fácil deducir que no puedo permitirme pagar ni dispongo de semejante cantidad.

Resultado: CONSEGUIDO

PROBAR COSAS

Al cabo de media hora, mi alter ego hippy de la nueva era tiene hambre. Paso de largo un Café Godiva (8,50 libras por un café moca) y acabo en una chocolatería, en la que me atienden sin hacer preguntas.

Resultado: CONSEGUIDO.

Bien, por ahora, parece que mi idea de que Harrods discriminaba sistemáticamente a todo el que se alejara de su idea de cliente selecto es infundada.

Bueno, hasta ahora, parece que el concepto que tenía de Harrods como establecimiento que discrimina sistemáticamente no es correcto. Más bien al contrario, parece un paraíso liberal, una meca para ricos e inadaptados. Nada parece perturbarlos, así que quizá debo recurrir a la siguiente indumentaria:

EL CIBERGÓTICO

Salido directamente de un cómic de Death Note; una figura de colores fosforitos sacada de un Games Workshop y situada en el foso azul oscuro de un tablero de Monopoly. Calzando unas botas, me abro paso con decisión mientras veo la confusión en las caras de la gente. ¿Se pensarán que soy un hongo extraño que crece en unos pantalones? Poco me importa, porque en el sitio al que voy no hay normas.

Me dirijo a la puerta.

LA ENTRADA

El hombre de la chaqueta verde oscura me la sostiene abierta, y yo cruzo el umbral con decisión.

“Lo siento, amigo”. Me detengo. “No te puedo dejar pasar vestido así”.

“¿Cómo? ¿Por qué? ¿Qué quieres decir?”.

“Que no te puedo dejar pasar”.

“Pero ¿por qué?”.

“Porque vas demasiado… desnudo”. Retrocedo un paso. “¿Puedes salir, por favor?”.

“Pero es que yo soy así”. El hombre estira un brazo frente a mí y empieza a murmurar por radio.

“Una cámara sobre mí, por favor. Puerta número siete. Cámara”. Noto un reguero de sudor recorrerme la espalda. “Tres pisos más abajo hay un GAP. Venden camisetas baratas. Cómprate una y entonces te dejaré pasar”.

Antes incluso de haber acabado la frase, ya me estaba acompañando de un empujón a la salida: fin del juego.

Resultado: FRACASO.
Obtención de ayuda: N/A

Lector, si hemos aprendido algo hoy, es que Harrods discrimina a los cibergóticos.

Conque esas tenemos… Bien, pues si este es el juego al que quieren jugar, voy a echarles la puta puerta abajo.

PUNK

LA ENTRADA

Con el espíritu de GG Allin corriéndome por las venas, enfilo hacia la puerta con actitud arrogante… y lo oigo.

“Perdona”.

“¿Qué?”.

“¿Esa es…”, pregunta conteniendo el aliento, “… tu ropa?”.

“Sí”.

“Esa es la ropa con la que te sueles vestir”.

“Sí, eso es”. Noto un latido intenso en las sienes mientras trato de sostener la mirada al tipo, que asiente con la cabeza.

Resultado: CONSEGUIDO.

OBTENER AYUDA

Joder, esto sí que no me lo esperaba. Paseándome por Harrods ataviado como si llevara una de las antiguas creaciones de Vivienne Westwood, pienso, ¿En qué otro sitio iba a encajar mejor que en su sección?

“Buenas”.

“Hola”, responde el tipo.

“Tienes algo que vaya bien con ‘lo mío’?”.

Me mira de arriba abajo. “¡Tengo exactamente lo que necesitas!”.

Resultado: CONSEGUIDO.

PROBAR COSAS

“¿Qué me dices de esta chaqueta de la Segunda Guerra Mundial? Es exactamente tu rollo”.

“¿Te refieres a este rollo?”, le pregunto al tiempo que desgarro la bolsa de basura que llevo por camisa, dejando al dependiente ojiplático.

“Guau. ¿Es un tatuaje?”. Respondo con un leve asentimiento. “Está genial, ¡parece que esté sangrando! Y con la chaqueta queda estupendo”.

Me quedo sin palabras. Van pasando clientes, pero al dependiente le importa una mierda, porque ahora está concentrado en pasarme prendas carísimas para que me las pruebe. Por muchas críticas que haya recibido la tita Viv, sigue siendo la esencia del punk.

“Estás increíble con esto. Es genial”.

Sin darme cuenta, estoy a punto de comprar una chaqueta de 1.000 libras que no puedo permitirme ni de broma.

En el momento en que hago el ademán de coger la cartera, me despierto de mi ensoñación y le digo al dependiente que tengo que verificar la compra con mi mánager (¿?), a lo que me responde que él puede esperar. Finalmente lo convenzo para que me reserve una y salgo de allí con el corazón a cien por hora.

¿Cómo lo he conseguido? Yo intento jugar el viejo as del punkarra y el tipo le da la vuelta a la tortilla y casi me despluma haciéndome comprar una chaqueta de 1.000 libras.

Resultado: CONSEGUIDO

Mientras recorro el establecimiento, la gente se gira a mirarme, pero no importa, porque ya tengo mis respuestas. Harrods es como Glastonbury: una vez dentro, puedes hacer prácticamente lo que te da la gana. El problema está en conseguir entrar.

Abandono Harrods por última vez y a mis espaldas oigo a un guardia de seguridad gritar, “Pero ¿cómo se ha colado dentro?”.