La imagen es un meme tomado del grupo de Facebook Crearé mi propia página con juegos de azar y mujerzuelas – sin censura 3.0.
La mayoría de los colombianos tenemos un recuerdo agridulce del 4 de julio de 2014. Ese día, para quien no lo recuerda, la Selección jugaba lo que para muchos era el momento más importante de la historia del fútbol nacional: el partido de cuartos de final del Mundial de Brasil, que, ganado, era un escalón más para estar a dos pasos de la copa. El rival era el anfitrión, que venía jugando mal, y aunque las estadísticas nos dijeran que Brasil tenía las de ganar, un pedazo de nuestros corazones creía que podíamos sobreponernos a ellos.
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Pero perdimos. Los jugadores colombianos volvieron al país como héroes, mientras los brasileños caminaron hacia el ridículo que nadie olvidará: recibir siete goles de Alemania frente a su público en la semifinal hacia la que avanzaron luego de ganarle 2-1 a Colombia.
Ese 4 de julio, además del llanto de James Rodríguez y el gol anulado a Mario Yepes (¿se acuerdan de la frase “era gol de Yepes”?), quedó en la cabeza de los hinchas algo que antes no existía con tanta fuerza: la idea de que un partido contra Brasil es un clásico. Sin embargo, a diferencia de los grandes clásicos, los últimos partidos entre las dos selecciones han sido menos una exhibición de talento y más un festival de puño y pata.
El principio fue ese día en Fortaleza. Camilo Zúñiga, sobre el final de un partido lleno de faltas, y con un árbitro que fue señalado de indulgente, le cayó con un rodillazo por la espalda a Neymar, con tanta fuerza que lo hizo perderse el resto del Mundial. Zúñiga no se llevó ni una amarilla por esa falta, una de las 54 que tuvo ese partido.
“En el recuerdo del partido quedó que solo a Neymar le dieron pata, porque salió en camilla, pero a James también le tiraron con toda. Eso fue de lado y lado”, me dijo Luis Guillermo Ordóñez, subeditor de deportes de El Espectador.
Con el buen nivel que mostró Colombia en ese Mundial y el ego herido de Brasil, se volvieron a encontrar en septiembre de ese mismo año para un amistoso en Miami. Nuevamente, poco fútbol y mucha garra: 33 faltas y la expulsión temprana de Juan Guillermo Cuadrado. Colombia quedó con diez jugadores durante todo el segundo tiempo y al minuto 83 recibió por parte de Neymar el gol de la derrota.
Todo esto a pesar de que antes de empezar el partido en Miami, Neymar y Zúñiga habían protagonizado un fotogénico abrazo de reconciliación. En el siguiente partido, por la fase de grupos de la Copa América 2015, volvieron a los agarrones. Fue en junio de ese año cuando, después de mucho tiempo, Colombia por fin le ganó a Brasil: 1-0, con gol del central Jeisson Murillo. Las 38 faltas de ese partido parecieron poca cosa comparadas con el ring de boxeo en el que se convirtió el certamen. En los últimos minutos, Neymar, displicente, le apuntó un balonazo por la espalda a Pablo Armero. Murillo, el autor del gol, fue a reclamarle y se ganó un cabezazo, que cabreó a Carlos Bacca y lo motivó a correr detrás del brasileño para darle un empujón que lo dejó en el piso. Al final, Bacca y Neymar fueron expulsados.
¿Es Neymar el culpable de todas las peleas? ¿Por su culpa los partidos se volvieron un sinfín de garrote?
Algunos periodistas colombianos, para bien o para mal, apuntan hacia allá.
Antonio Casale, en su columna semanal, dijo hace pocos días que “no será extraño verlo simular faltas y provocando a los colombianos. Cuando Neymar se dedica a eso, su equipo lo secunda. Si él se tira al piso, los demás lo hacen; si él pelea con los rivales, los demás lo hacen también; si él pega, sus compañeros hacen lo propio”. Por su parte, Iván Mejía, en su tribuna, cree que la clave para el partido es “sustraerse del ‘factor Neymar’, olvidarse de su permanente invitación a la refriega, de su facilidad para entrar en el bochinche y la fricción”.
Sin embargo, Ricardo Alfonso, periodista de Fox Sports, me dijo que las provocaciones no vienen solo por parte de Neymar: “no son solo los de Brasil, sino también los de Colombia. A veces la gente no oye lo que los jugadores se dicen en la cancha. Todos vemos el lado de Neymar, pero producto de la calentura uno se entera de que las provocaciones llegan de ambos lados”.
Durante los últimos años, ante el evidente declive de la selección brasileña, Neymar ha tenido que probar su nivel y echarse el equipo al hombro. Ni el Mundial ni las dos Copas América fueron el escenario para eso. Con equipo sub-23, y nuevamente de local, esta vez en los Juegos Olímpicos de este año, Neymar tenía implícitamente la labor de guiar a Brasil hacia la medalla de oro. En el camino se cruzó a Colombia y fue exactamente igual: solo que con caras nuevas y más jóvenes del otro lado.
Colombia no jugó bien y trató de neutralizar a su rival a punta de faltas. Treinta y nueve en total. Seis amarillas para Colombia y una sola para Brasil, que se la ganó Neymar después de meterle un manotazo en la cara a Andrés Felipe Roa. Los jugadores colombianos sintieron que la sacó barata, que debía ser roja, y se le fueron encima, armando un despelote en mitad de campo que incluyó hasta al cuerpo técnico de las dos selecciones. Tras la pelea, Brasil ganó el partido 2-0 (un gol de Neymar, otro de Luan) y trazó camino hacia la medalla dorada.
Dentro de poco, las dos selecciones se volverán a enfrentar en Brasil, esta vez por cuenta de las eliminatorias para el Mundial de Rusia 2018. Los últimos dos partidos de visitante por eliminatorias quedaron empatados 0-0. Colombia está por encima de Brasil en la tabla y llega a este partido después de tres victorias en línea. Ellos, por su parte, vienen de vencer 3-0 a Ecuador.
Los analistas deportivos coinciden en que, para que este partido no se vuelva un caos como los anteriores, Colombia no debe ceder a las provocaciones. “Colombia debe impedir que el ritmo del juego lo imponga Neymar”, dice Casale. “Salir con la conciencia de ir a proponer fútbol, en lugar de darle la iniciativa a Brasil”, dice Alfonso. “Yo no creo que hoy vaya a ser así. No creo que la orden de Pékerman sea salir a pegarle al rival”, dice Ordóñez.
Quizás ese nunca ha sido el plan, pero los últimos cuatro partidos han probado que a veces las circunstancias rompen el libreto y al descontrol le sigue la garra.