Colombia, date cuenta: el verdadero discurso de posesión presidencial fue de Ernesto Macías

Artículo publicado por VICE Colombia.


El día de ayer, una de las banderas de Colombia que estaban estiradas en la sede del Congreso se rompió por la mitad debido al viento frenético que causó estragos durante toda la posesión de Iván Duque como el presidente electo más joven de la historia del país. Las primeras víctimas fueron las sombrillas, que se regurgitaron a sí mismas, incapaces de contener el viento en su contra.

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Las segundas víctimas fueron los blowers y los copetes de señoras encopetadas y señores con calvicie avanzada que estaban en las sillas cercanas y lejanas del evento, algunos más atentos que otros, algunos con mayor cara de satisfacción que otros.

Todos observaban a un Duque montado en su papel, que, con un discurso de casi una hora de duración, no dijo nada diferente a lo que venía diciendo desde la recta final de su campaña, cuando —igual que hoy— nadie lo conocía. Su invitación seguía siendo la misma: el gran pacto por Colombia, la unión, la resiliencia…

Según el periódico El Tiempo, el presidente nombró 35 veces a Colombia y 62 veces se refirió a “nuestra” y “nuestro”, quizá convencido en ese momento de que la fórmula para solucionar al país y unirlo, como él tanto parece querer, podría llegar a ser alguna suerte de mezcla entre la repetición incansable y vacua y el conductismo más básico.

Aparte de esta tanda de palabras, que ya pareciera adoptar como mantras, Duque habló sobre temas que ya había discutido previamente: la legalidad, el emprendimiento y la equidad como base del país que quiere construir; el asesinato de más de 300 líderes sociales en los últimos dos años (asumimos que culpando a Juan Manuel Santos); la expansión de cultivos ilícitos; el crecimiento de bandas criminales y el rechazo a las disidencias de las FARC.

“Los invito a que todos construyamos un gran pacto por Colombia, a que construyamos país, futuro y a que por encima de las diferencias estén las cosas que nos unen”, repetía una vez más. “No dejemos que el odio interfiera en este propósito, no dejemos que nada nos distraiga del camino de la unión. No más divisiones de izquierda y derecha: somos Colombia… no más falsas divisiones entre neoliberales y socialistas: somos Colombia… no más divisiones entre ISMOS: somos Colombia”.

Así terminó el discurso el presidente, quizá un poco distraído del hecho de que siempre hemos sido Colombia, somos Colombia y vamos a seguir siendo Colombia, la misma de los diez millones a favor de un proyecto político y la de los otros ocho millones, a favor de otro. Su insistencia parece ser la de una persona que sabe lo que quiere pero no tiene idea de cómo lograrlo. Y por eso acude, en este caso, a una pobre habilidad retórica para tratar de conseguir su objetivo sin mucho éxito.

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En cuanto a la invitación del pacto por Colombia y la unión, no termina de quedar muy claro en torno a qué debemos unirnos. ¿Cuál es ese bendito eje central que, según Duque, nos debe engranar a todos como una nación homogénea? ¿Es acaso la economía naranja? ¿La seguridad democrática? ¿La permanencia de Álvaro Uribe en el Congreso?

¿Qué es?

Siendo tan difusa, la unidad a la que nos llama Iván Duque es una unidad vacua, una invitación que realmente no invita a nada concreto, sino que se vale de repeticiones para, más que unir, tratar de anular la diferencia a toda costa. Y un Gobierno que de entrada quiere anular la diferencia es peligroso.

La bandera del Congreso, rota, tercera víctima del viento inclemente de ayer, se rompió sin embargo no durante el discurso de Duque, sino justo después del que lo precedió, de Ernesto Macías, presidente del Congreso y uno de los nombramientos recientes más polémicos.

Macías soltó un discurso que tanto líderes de opinión, como políticos, incluso del ala del uribismo, rechazaron con vehemencia. Algunos incluso crearon el hashtag #MacíasDaPena, para empezar una sarta inacabable de críticas en contra de la casi media hora de discurso del congresista. Este empezó con casi cinco minutos de menciones a los presentes, agradecimientos a Dios por la elección de Duque, echada de agua sucia al Gobierno de Santos, exaltación de su partido político, el Centro Democrático, y obviamente un agradecimiento al ‘presidente’ Álvaro Uribe, la persona que terminó teniendo la ovación más grande de todo el evento.

Acto seguido, Macías empezó un listado con todos los problemas que enfrenta Colombia. “Hoy, presidente Iván Duque, recibe usted un país…”, dice el nuevo presidente del congreso en varias ocasiones, con un estribillo similar a los mantras de Duque, pero con tono fatalista y repleto de odio: todo está mal, según él. Llegó la hora de cambiar.

Dense cuenta de algo: el discurso de Iván Duque está vacío. No hay nada en él. Y el problema ideológico de eso es que puede ser llenado por cualquiera. Decíamos hace unos meses que Duque era un lienzo en blanco: ayer sus copartidarios nos mostraron los primeros colores del esbozo de un nuevo gobierno. Álvaro Uribe calificó el discurso de necesario. Claro.

O más claro: Iván Duque fue un aperitivo, el payaso del coctel. Y Macías fue el plato fuerte, a lo que la ciudadanía se va a encontrar cuatro —¿ocho? ¿dieciséis? ¿siempre?— años seguidos de gobierno.

Señor presidente Iván Duque, no nos cansaremos de repetírselo: avíspese. Tome las riendas. Entienda que llegó la hora de tomar una postura. Y mejor, para todos, si es la suya propia.