Cómo Black Sabbath me salvó la vida

Este artículo fue publicado originalmente en Noisey, nuestra plataforma de música.

Ilustración por Solo Juan.

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La vida, mi vida se resume en una paranoia constante.  

 War Pigs 

Politicians hide themselves away   
They only started the war  
Why should they go out to fight?  
They leave that role to the poor 

Viví en el Pacífico, en Buenaventura para ser exactos. Un lugar donde no era nadie y a donde llegué a preguntarme a mí mismo si en verdad existía. Un lugar azotado por la guerra y que posee un gran potencial desperdiciado por la corrupción. Viví la zozobra de no saber si iba a llegar a mi casa cuando salía del colegio. Y cuando me iba a dormir pensando que todo estaba bien, algún idiota hacía estallar un petardo, de esos que rompen vidrios, sueños y esperanzas de niños de diez años que piensan que el mundo es un lugar lindo y bueno. 

Time will tell on their power minds / Making war just for fun / Treating people just like pawns in chess / Wait ’till their judgment day comes.

Allá me estaba prohibido pasar de un barrio a otro, aunque fuera para sacar una fotocopia, porque podrían llegar a matarme por ser “blanco” (de blanco tengo lo que Adolfo tenía de ario). Incluso la música, el único escape que llegaba a tener, también era atacada por este tipo de gente: “¿Por qué escucha esas vainas satánicas?”, “¡Qué marica es por escuchar música de peludos!”, “No va a ser nadie en la vida si sigue oyendo eso”. Todo eso desembocaba en una situación en donde o eras como ellos, o eras marginado. Y bueno, decidí estar solo mientras Araya, Hetfield, Dickinson, Plant y Jagger me acompañaran.  

Why doesn’t everybody leave me alone now?/ Why doesn’t everybody leave me alone, yeah?.

Como buen colombiano, y además metacho, nunca empecé por el principio, nunca creí que existiera alguno y no entendí que todas las cosas llevan un proceso. Y aunque a la larga no fue lo más grave, ni algo para tener que crucificarme en una estrella de cinco puntas, sí es algo que debí valorar y que tuve que tener en cuenta para no llegar a entrar en ese agujero del que, sinceramente, no quería salir.

Back on earth the flame of life burns low / Everywhere is misery and woe

Durante mi vida en Buenaventura, pensaba que James Hetfield había inventado la música, que Dave Murray era el mejor guitarrista de la historia (Sí, aún sabiendo que existe Jimmy Page, Mark Knopfler, Eric Clapton, Rory Gallagher y Jimi Hendrix) y que bandas como Slayer o Iron Maiden eran las únicas que se ganaban el derecho a ser escuchadas. Y, aunque en ese momento había decidido que Led Zeppelin sería la banda que sonaría en mi funeral, pese al hecho de haber escuchado “Paranoid” o “Highway Star”, había concluido que la dirección de mi existencia tenía que, sí o sí, hablar de guerra. Y como mi vida social era prácticamente nula, me dedicaba únicamente a mis responsabilidades académicas con la esperanza de largarme de ahí tan pronto como fuera posible y vivir. Percibía el funcionamiento de mi mundo dentro de un cubo de cristal que se movía en tres dimensiones, equipado con una especie de escafandra que me permitía salir de él sin perder su protección. Eso era la música.

Al llegar a Bogotá, con 16 años, era un adolescente ingenuo, pero me di cuenta que el mundo es demasiado amplio y que la vida es demasiado corta como para no vivirla; aunque eso repercutiera en tener que morir un poco para poder existir. 

Well people look and people stare / Well I don’t think that I even care / You work your life away and what do they give? / You’re only killing yourself to live

Planet Caravan 
We sail through endless skies  
Stars shine like eyes  
The black night sighs  
The moon in silver trees  
Falls down in tears  
Light of the night  
The earth, a purple blaze  
Of sapphire haze  
In orbit always

Vivir día tras día con miedo, pensando que me iba a convertir en una estadística para luego llegar a un lugar que se supone que no estaba contaminado por la guerra, fue un fuerte choque. Todo era una utopía y quería “comerme el mundo”, tal vez fue ese el principal error que cometí en mi viaje: no entender que es importante responder a los llamados de mi propio cuerpo. 

Comencé a experimentar muchas cosas nuevas para mi, esa escafandra no solo se convirtió en un escape musical, sino que se llenó de otros elementos que en ese momento creía necesitar: el arte, el diseño, los museos, las salidas, el cine, los bares, la rumba, los conciertos, las drogas, el sexo desenfrenado. Al mismo tiempo fui enriqueciendo mi saber musical, en un corto espacio descubrí desde Black Sabbath (principalmente gracias a esa joya de concierto que nos regaló Dio, Iommi, Butler y Apice) hasta Lena Willikens, pasando por G.B.H, Jefferson Airplane, Buenavista Social Club y Liquid Tension Experiment. Empecé a vivir tan rápidamente, tratando de emular a los genios que tenía en un pedestal, tales como Morrison, Page, Osbourne, Burton, Rotten… Pensaba que en cualquier momento podía frenarme a mí mismo. Lo que no alcanzaba a dimensionar era que si le ponía freno de mano a la situación en la que me encontraba, iba a salir despedido, directamente a convertirme, de nuevo, en una estadística.

Reflex in the sky warn you you’re gonna die / Storm coming, you’d better hide from the atomic dive.

La velocidad vertiginosa en la que se encontraba mi vida, no permitía detenerme ni siquiera a pensar por un momento en cual era la dirección del rumbo en el que corría, podía durar enfarrado cinco días seguidos a punta de LSD, cocaína, 2CB y alcohol, descansando sobre mi propio vómito y, en el mejor de los casos, me daba un momento para continuar con mi enfado hacía la vida. Mi manera de golpearla era yéndome de ella. 

Lastimosamente tarde, muy tarde, me di cuenta de que no estaba enfadado con la guerra que llegué a conocer, ni con el mundo injusto que habito, estaba enfadado conmigo mismo por no poder hacer nada. Por aquellos que vi desaparecer, y por aquellos que vi ser pisoteados por el hombre desde mi hábitat cristalino. Estaba destruyendo al enemigo que tenía en ese momento, yo, pero creía que lo estaba haciendo con la vida misma. 

Hand of Doom  
What you gonna do?
Time’s caught up with you
Now you wait your turn, you know there’s no return /
Take your written rules,  you join the other fools
Turn to something new, now it’s killing you

Aquí me estrellé con mi primer punto de giro. Desde mi escafandra vivía una vida falsa en donde me sentía como un semidiós y creía que nada me podía dañar. No era consciente de mi propia fantasía. Volví a una Buenaventura que percibía diferente, con más lugares en donde poder caer borracho y con un espectro musical más amplio y con la mente un poco más abierta. Me dejé llevar por los que fueron mis compañeros de colegio a una fiesta cualquiera; eso sí, si no lo hacía a mi manera no lo hacía para nada. A este lugar llevé dos dosis de LSD, algo de perico y obviamente tomé mucho alcohol, nada fuera de lo usual. 

To you it’s shallow leisure / So drop the acid pill, don’t stop to think now

Ahí tuve mi primera laguna mental, si bien mi memoria era mi mejor amiga, el hecho de encontrar la primera grieta bajo estas circunstancias me llevó a un terrible estado de pánico y paranoia que me impedía actuar de manera coherente. A partir de aquí todo adquirió un tono onírico. Desde este momento no sólo los recuerdos van y vienen, también, en mi mente empieza a resonar “Hand of Doom” de Black Sabbath, específicamente: 

It’s too late to turn, you don’t want to learn, Price of life you cry, now you’re gonna die!

Asustado como estaba, cogí un taxi que me llevara a mi casa, pero mi mente contrariada me jugaba de nuevo. Al aluvión de sustancias en las que nadaba mi cuerpo se le sumaba ahora un desbordamiento de adrenalina, no solo por el efecto de las drogas, sino por el miedo que me producían las jugarretas de mi mente, que me revelaban en ese momento que el taxista que me llevaba a mi casa, tenía intenciones de secuestrarme y lastimarme. Después de gritos, súplicas y negociaciones fallidas decidí saltar del taxi en movimiento, supongo que el taxista también estaba nervioso porque no se detuvo con mi actitud rocanbolesca, de nuevo mi mente me recordaba.

It’s too late to turn, you don’t want to learn, Price of life you cry, now you’re gonna die! 

Actuaba por impulsos y cuando salté no lo pensé, pero al caer vi que me encontraba en uno de esos “barrios prohibidos”. Si no podía ir ni por fotocopias, la idea de que me encontraran en ese estado era prácticamente firmar mi sentencia de muerte, y porque no era el momento ni la forma de partir de este plano, me atravesé en la carretera y paré un bus que aún no me explico por qué aparecía en ese lugar y a esa hora. No era ni siquiera su ruta, pero cuando me subí hice lo único coherente en toda la noche: le di mi celular y mi billetera al conductor y le pedí que me pusiera a salvo y que llamara a mi mamá. Hasta donde yo creía, solo en ella podía confiar, mi memoria se disipó nuevamente hasta mi encuentro con ella.

Contrario a la actitud que buscaba con su presencia, mi mente, que se daba un banquete con mis miedos, activó nuevamente mi instinto de supervivencia haciéndome huir otra vez, ahora de mi mamá a quien veía como peligro. La nigromante voz de Osbourne hacía una tercera presencia aquí.

It’s too late to turn, you don’t want to learn, Price of life you cry, now you’re gonna die!

Al ver a mi mamá como un peligro salí cual velocista a buscar refugio, de nuevo mi memoria me falló y entré en un estado de paranoia del cual creí que no iba a salir. Lo siguiente que alcancé a divisar son mis manos esposadas a una camilla de hospital: “Ahora moriré, mi viaje acaba acá”, pensé. No sabía qué sucedía, no sabía cómo había llegado allí, un médico con voz cortante entra al cuarto blanco donde me encontraba alegando: “Usted casi se muere de una sobredosis, no debería estar acá”. “No morí”, pensé. “Mi viaje aún es largo”, asumí. Todo era oscuro en ese momento y el padrino del heavy metal, acompañado del estruendoso bajo de un Geezer Butler inspirado, dictaba cómo mi corazón latía en dicho instante. “Tengo que valorar más la existencia, tengo que hacer un cambio, ¡NO PUEDO MORIR!”, concluí. Lo triste es que después de todo esto, no llegué a aprender.

En mi vuelta a Bogotá, aún siendo un adolescente ingenuo que creía que esta pequeña metrópolis era una utopía, que la gente, aunque no confiaba para nada en ella, no me iba a hacer daño, y que mi existencia no corría ningún peligro, escogí volver a mis andanzas. Luego de algunos días a punta de rock and roll, alcohol, LSD y cocaína, con las personas que creía que eran mis amigos, me atreví a cruzar una línea que no debí siquiera haber pensado en cruzar. Si bien estaba pasando un buen tiempo, sabía que no iba a durar y en un instante de desesperación, con el puño cerrado, con el brazo amarrado y con la jeringa ya preparada. Y sonó Black Sabbath. 

Oh you, you know you must be blind / To do something like this / To take the sleep that you don’t know / You’re giving Death a kiss, / Oh, little fool now.

En cuestión de segundos pensé si este iba a ser el soundtrack de mi muerte o de mi segundo nacimiento. Pero todo pasó muy rápido, recuerdo muy bien el rompimiento de dicha jeringa, recuerdo muy bien a mi existencia corriendo a buscar refugio y queriendo abandonar a los que creía mis amigos. Mi escafandra volvía a su estado original y solo convergía mi estado escuchando Paranoid. La música, mi refugio de la desazón, de la guerra, me había salvado finalmente de mí mismo, e hizo que finalmente lograra renacer.

Paranoid

And so as you hear these words telling you now of my state I tell you to enjoy life I wish I could but it’s too late.

Días después, con el peor guayabo que se pueda llevar, con lágrimas de arrepentimiento por todo lo que pasó y lo que pudo pasar, Ocesa anuncia el que sería el mejor día de mi nueva y mi antigua vida: “Black Sabbath en Colombia”. Ese sábado 19 de octubre de 2014 fue el final de una etapa que para ese momento necesitaba muerta. Fue el comienzo de un nuevo viaje. Y aunque todo pasó muy rápido, sentí que cada momento, cada pogo y cada canción me hablaba directamente a mi y a los demonios que pretendía eliminar.

A eso de las 7:00 p.m. se encendió la batería de Shawn Drover, lo cual dio pie a el intro de “Prince of Darkness”, que luego con canciones como “Hangar 18”, “In my Darkest Hour”, “Sweatin Bullets” y “Tornado of Souls”, lograba dilucidar esa escafandra. Aunque me protegía, también me lapidaba segundo por segundo. “Holy Wars” fue el final de una espléndida presentación por parte de Megadeth, y con ello empecé a rememorar el porqué empezó todo, la guerra, además de la corrupción que indirectamente viví. La espera ahora era corta y tal cual la calma previa a la tormenta, recuerdo que el cielo tenía un tinte púrpura, que la multitud silenciosa esperaba como si todos fueran uno…

Al fin sucedió, las luces se apagaron y las tinieblas se apoderaron del Simón Bolívar y con solo una pequeña risa, uno de los mejores frontman de la historia nos tenía en su puño. Desde ahí todo era su voluntad. Las sirenas anuncian la guerra y un Tommy Iommy inspirado comienza a tocar “War Pigs”. Desde ese punto arrancaron las lágrimas y la comunión con cada demonio que se colgaba de mis hombros. El bajo de Geezer era el que me guiaba a pasar de recordar esa estúpida guerra, a aprender de ella, Iommi tocando el slide introductorio en “Into The Void” y seguidamente “Under the Sun” rompieron esa escafandra que tanto daño me hizo. Hecho que haría entender que el mundo no gira alrededor mío. 

Escuchar “Snowblind” dio pie a que sentara cabeza y me diera cuenta que el perico no era una solución, ni a la ira, ni a la depresión. Suena Black Sabbath y todo empieza a tornarse en un ritual del cual no quería salir. “Estaba escuchando el comienzo de todo”, me decía a mi mismo mientras mi raye con la religión se convertía, también, en una enseñanza. “Behind the Wall of Sleep” y “N.I.B” evocó esos momentos en donde el sentir que amaba me hacía de cierta forma feliz, canciones nuevas como “Age of reason” y “God is dead?” que canté como si fueran clásicos y que hicieron que notara que la música, en su gran generalidad, es para disfrutarla, bailarla y zapatearla a cada instante. Geezer “Fairies wear boots”, Iommy en “Rat Salad” y Osbourne señalando a Iommi diciendo “He is Iron Man”, y posteriormente Tony tocando uno de los riffs más prendedores en el metal, me mostraron que la ira se puede transformar en algo espectacular.

Al final de todo, después de gritar hasta el cansancio “Dirty women” y “Children of the Grave” se incoó el final del nuevo principio. Iommi empieza a retumbar el riff de “Sabbath Bloody Sabbath”, que considero el mejor en la historia del metal. “Paranoid” me golpeaba en la cara tan fuerte que no me dio tiempo de asimilar lo que estaba viendo. Esa multitud acallada ahora saltaba al unísono dirigidos por un Ozzy Osbourne que aún tenía fuerzas de cantar. 

El cielo aún estaba calmo, pero lo acompañaban las lágrimas de varias generaciones que se reunían a rendirle pleitesía a los creadores, sus gritos, sus pogos y, por ende, su felicidad. Todo había sucedido tan rápido, pero no había concebido la felicidad hasta ese instante y solo hasta ahí comprendí que sí. El mundo es amplio y la vida es corta y no existe realmente ese afán de trascender ni de vivir infinitamente. Entendí que la vida es de momentos y que, en el tramo final del viaje, lo único que quedará son las pequeñas cosas que viví. Solo desde ese momento, y por fin, empezaba a existir.

Dicho esto, y poco después de su capítulo final, poco después de que se celebrara el aniversario de Black Sabbath, no puedo decir otra cosa que gracias. Gracias por la música, las letras, el baile, por dos de los mejores conciertos a cuáles un mortal haya podido asistir, por darle sentido a la vida y por la vida misma, por ser motivo de recuerdo en tantos momentos. Por casi 50 años compartiendo hito tras hito en la historia humana. Y gracias por ser y seguir siendo la banda más importante en mi vida.