El domingo pasado arrancó la quinta temporada de Game of Thrones (en HBO) con los familiares tamborzazos y melodías tristes. Al final del primer episodio, un personaje importante muere y nosotros zarpamos hacia un nuevo viaje por las tierras de Westeros y Essos. Como dijo el príncipe Oberyn Martell la temporada pasada no mucho antes de que la Montaña le apretara la cabeza: “Es un enorme y hermoso mundo. La mayoría de nosotros vive y muere en el mismo rincón en el que nacimos y nunca logramos ver mucho de él”. Entonces, antes de que rueden más cabezas, tomemos una pausa y apreciemos el mundo en el que nuestros personajes favoritos viven y en el que se la pasan muriendo.
Cuando un personaje llega a algún lugar nuevo, no sólo se encuentra en un lugar inventado, sino en una locación llena de ecos de historias y leyendas de la Europa y Asia premodernas. Esto es parte del éxito de Game of Thrones: la gente, los lugares e incluso las historias se sienten familiares y nuevas a la vez. El autor George R.R. Martin (ahora con la ayuda de los creadores de la serie David Benioff y D.B. Weiss) construyó un mundo en el que el mapa tipo reloj es una metáfora: muchas partes derivan de muchas fuentes y, cuando se mueven, todas corren la maquinaria de la intriga, de la violencia y de la inminente muerte. La clave de Westeros y el enorme mundo detrás es que no pertenecen a ninguna era, mitología, o conjunto de leyendas, además de que no tiene límites. Su poder deriva de lo constante de la inconsistencia. Para el consumidor moderno de fantasía épica, acostumbrado a los mundos de Tolkien, basados en historias detalladas y en una cosmología rígida en los que todo embona a la perfección, esto es algo inusual.
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Martin fue en otra dirección. Aunque es claro que tiene una trama maestra en mente —después de todo, el invierno se acerca, lo que significa que no debes olvidar la trama de alta fantasía que subyace a toda la política y a los asesinatos—, el mundo no debe conformarse ante cierto conjunto de normas en particular. En vez de usar el modelo de Tolkien, Martin y los creadores de la serie toman las ideas más fascinantes de cualquier lugar y periodo, ya sea histórico, legendario o literario, y lo llevan a su propio mundo. El resultado es una mezcolanza y debería celebrarse como tal.
Game of Thrones no es la primera serie fantástica que toma este acercamiento. Rob Barrett, quien enseña literatura medieval en la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, me recordó la era historia de Conan el bárbaro y la mezcla entre historia y ficción de G.K. Chesterton en La balada del caballo blanco.
En la introducción de La balada del caballo blanco, el poeta, teólogo y filósofo escribió: “Es el valor primordial de una leyenda el combinar los siglos al mismo tiempo que se preserva el sentimiento. Ése es el uso de la tradición: ver la historia a través de un telescopio”. Robert E. Howard, creador de Conan leyó este poema y colocó sus propias historias en un mundo creado a partir de la Historia y las leyendas. Cabe destacar que Chesterton habla de valor. Este tipo de narraciones tiene el poder de incitar a la imaginación de una manera que la recreación histórica totalmente fiel o la adopción de un marco histórico nunca podrían. Cuando la historia es vista a través de un telescopio, el autor toma cosas interesantes de cualquier lugar y época y las pone al servicio de una nueva historia que sigue sintiéndose familiar. Reconocemos los arquetipos y seguimos la trama.
El poder de poner a la historia en un telescopio es lo que alimenta a Game of Thrones. En temporadas pasadas, la guerra civil de Westeros se basó en la Guerra de las Rosas (del siglo catorce) de la Inglaterra de la Edad Media Alta y fue la manera de Martin de mostrar cómo afecta la guerra civil a la población. Los hombres de hierro nos recuerdan a los exploradores vikingos de los siglos nueve y diez, cientos de años antes de la Guerra de las Rosas. Como los vikingos, los hombres de hierro no son sólo exploradores, sino potenciales conquistadores de la tierra continental. Los Dothraki, que ahora ya no están en la historia (pero tal vez volverán), presentan una potencial amenaza como los mongoles del siglo trece. Vaes Dothrak, su cuidad, no es tan diferente de Krakórum, una ciudad que combinaba los valores de la vida nómada —tiendas, espacios abiertos, manadas— con el rol mercantil de una ciudad capital de gran poder político. Vikingos, mongoles y la Guerra de las Rosas: estos elementos vienen desde muy lejos y de muchos años atrás y se muestran aquí en forma de telescopio en la mítica forma de Westeros y Essos. Y funciona.
Braavos, nuestro nueva locación, se filmó en la costa adriática de Croacia. Queda muy bien, ya que claramente saca su naturaleza de la historia, mito y anti-mito (como lo llaman los retractores) de la Venecia premoderna. Venecia dominó, tanto militar como económicamente, gran parte del mar Adriático durante siglos. Previamente vimos el banco de Braavos y, aunque Venecia no fuera un gran centro bancario (y que tampoco tuviera un coloso, como Rodas), el hecho de que tengamos un centro financiero localizado en una ciudad entre canales hace más que evidentes los elementos venecianos de Braavos.
Tenemos otro aspecto frecuentemente ficcionalizado de la Venecia premoderna: los asesinos. Arya Stark finalmente llega a Braavos y en el segundo episodio empieza su largo viaje hacia convertirse (o al menos eso asumimos) en un Hombre (o niña) sin cara. En esta nueva temporada, la mirada en telescopio continúa. Jamie y Bronn se dirigen a Dorne para rescatar a la princesa (e hija de Jamie), Myrcella, en lo que resulta ser un acercamiento sangriento al tropo de dos amigos a la aventura. Dorne es un lugar híbrido basado en Al-Ándalus, o la España Islámica. Los Jardines del Agua de Dorne fueron, de hecho, filmados en el Alcázar de Sevilla, un palacio de la era islámica. Dorne es parte del mundo “occidental” de Westeros y al mismo tiempo una cultura lejana con mejor vino, comida, y una relativa autonomía para las mujeres y los bastardos (y para las Serpientes de Arena, que son ambas cosas). Es una estación de paso entre las ciudades “orientales” de Essos por las que Daenerys ha viajado, y los territorios puramente europeo-medievales de Westeros.
Los mundos de Westeros y Essos se sienten familiares y extraños a la vez, y es por eso que son tan atractivos. Cada sitio y cultura refleja las formas en las que los mitos y las historias resuenan a lo largo del tiempo, ofreciendo así un mundo más rico en el que los personajes principales se mueven y, demasiado a menudo, mueren.
Es un enorme y hermoso reino, sólo que Oberyn no llegará a verlo. Pero nosotros sí.
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