Hace dos semanas les mandé a mis amigos dos artículos por WhatsApp: uno de Zizek que hablaba de la pandemia del coronavirus como señal tanto de los límites de la globalización como del populismo soberanista y otro en el que Byung-Chul Han reflexionaba sobre la protección de datos y el derecho a la privacidad digital. Al rato recibí un mensaje por privado de uno de los amigos que está en ese grupo dándome las gracias por haber pasado los enlaces e informándome de que se había pillado “unos libritos de Chul Han para leer durante la cuarentena”.
“Sé que he hecho mal pidiendo envíos en esta situación, pero no sé. Tengo sensaciones encontradas con el rollo del confinamiento de los últimos días”, me decía. Lo que sucedió a continuación fue un debate encarnizado, muy encarnizado, sobre la conveniencia de pedir artículos a domicilio siempre que no sea imprescindible en medio de una emergencia sanitaria como la que estamos viviendo, con gravísimas acusaciones cruzadas como “con dos cojones y un palo vas y te pides un libro que habla sobre la necesidad de dar fin al capitalismo [Problemas en el paraíso: del fin de la Historia al fin del capitalismo fue uno de los títulos que pidió] con la que nos está cayendo”.
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Semanas antes, cuando el Gobierno decretó el estado de alarma había publicado en Instagram una foto de mi padre, que es cartero, con el siguiente texto: “Tanto él como mi madre son carteros y el lunes irán a currar. Cuando la cuarentena apriete pensad en si realmente necesitáis esos pendientes o en si es tan urgente pedir ese libro. No solo por ellos, sino porque cada día visitan decenas de hogares”. Pero cuando la cuarentena apretó a mi colega, que conoce a mis padres desde los 13 años, le dio igual.
Los carteros, como todos los repartidores, ya sean de empresas públicas o privadas, van de casa en casa, exponiéndose probablemente más que ningún otro profesional durante estos días al virus y convirtiéndose en potenciales transmisores de él. Esta misma semana El Salto publicaba una pieza en la que informaban de que los trabajadores de Correos tienen siete veces más probabilidades de enfermar de coronavirus que el resto de la población.
Virginia Hidalgo, una trabajadora de la empresa pública y miembro de CGT, les contaba que “por cada mil personas que viven en España, hasta ahora son 2,67 las que han dado positivo en coronavirus. Si hacemos la misma cuenta con los alrededor de 50 000 trabajadores que conforman la plantilla de Correos, la cifra asciende a más de 15 contagiados por cada mil trabajadores”.
“Cuando la cuarentena apriete pensad en si realmente necesitáis esos pendientes en si es tan urgente pedir ese libro”
Mi madre, que como Virginia también trabaja en Correos, hace dos semanas que está en casa, de baja y con “síntomas compatibles con coronavirus” porque en Madrid hace un mes que, si no presentas síntomas graves, lo pasas en tu casa y sin diagnóstico. Pero a mi colega, que también sabía esto, le dio igual. Supongo que ya habrá recibido sus libros en casa y estará asintiendo con la cabeza y subrayando toda aseveración que gire en torno a lo enfermito que está nuestro sistema, que pone la economía en el centro en lugar de nuestras vidas.
Otra amiga había hecho algo parecido hacía semanas. Había pedido libros y había argumentado que “por lo menos ellos podían seguir trabajando e ingresando”, y aquello había devenido en otro debate sobre si los consumidores debíamos ser los responsables y no las empresas o el Estado de que los trabajadores puedan vivir con dignidad y llenar la nevera y pagar el alquiler. Pedir —libros, ropa de cualquiera de esas marcas que se están hinchando a hacer rebajas, comida u otros artículos— o no pedir en medio de una pandemia mundial. Esa es la cuestión. Y no es una cuestión sencilla.
“Evidentemente hay productos y servicios que resultan indispensables que tenemos que comprar, como los productos alimentarios. Si por cualquier circunstancia no podemos salir a la calle y nadie puede ayudarnos tenemos que hacerlo online”, dice Rubén Sánchez, portavoz de FACUA.
“Sin embargo hay otros artículos que pueden ser fruto del capricho, de compras compulsivas, y ahí tendríamos que limitarnos. Primero porque pueden aumentar nuestros niveles de endeudamiento, podemos estar comprando sin sentido por aburrimiento… Segundo, porque cuanto más compramos, más movimientos de trabajadores provocamos. De ahí el debate de si hacemos mal o bien realizando o no realizando compras por los trabajadores: si baja el consumo, baja también el reparto y puede haber más trabajadores que acaben en la calle, si les hacemos trabajar, les estamos exponiendo a contraer y propagar el coronavirus. Es complicado que un consumidor pueda comprar basándose en lo que está bien o lo que está mal porque puede ser a la vez bueno y malo no comprar durante estos días, como hemos hecho algunos consumidores, o comprar mucho, como están haciendo otros”, expone.
“Si baja el consumo, baja también el reparto y puede haber más trabajadores que acaben en la calle, si les hacemos trabajar, les estamos exponiendo a contraer y propagar el coronavirus”
En ese sentido, algunas pequeñas empresas, como la editorial Blackie Books, han tomado medidas que no pongan al consumidor en la posición de responsable último. En su caso, que sus libros estén disponibles para la compra pero que puedan ser recibidos solo tras el levantamiento del estado de alarma. Jan Martí, su editor, explica el mensaje que colgaron en redes al inicio de la cuarentena para anunciarlo. “Pusimos ese mensaje en nuestra web simplemente explicando nuestros motivos, no teníamos la intención de que fuera un statement o una declaración pública. Para nosotros era muy sencillo: no íbamos a mandar libros porque nos preocupaba que hubiera tantos mensajeros obligados a trabajar en estas condiciones, y quizás con nuestro gesto ahorrábamos unos viajes. No esperábamos que nuestro mensaje tuviera tanta repercusión, no intentamos dar ejemplo de nada sino simplemente explicar por qué tomamos cada decisión que tomamos, como hemos hecho siempre”, dice. Desde su cuenta de Instagram, han creado iniciativas para fomentar la lectura sin necesidad de pedir libros a casa durante estos días y “están probando con algunos ebooks” aunque, dice que “no les hace especial ilusión”.
“La gran caída económica, el cataclismo económico que estamos sufriendo y que sufriremos más adelante no lo vamos a parar porque unos pocos hagamos unas compras”, explica Yago Álvarez, Economista Cabreado en redes, autor de El salmón contracorriente. “Sí que es cierto que ante este cierre total, a las grandes superficies se les permite estar abiertas mientras que prácticamente todos los pequeños comercios están cerrados, por lo que hay un desequilibrio entre el apoyo a unos y a otros, y entre el beneficio que están sacando unos y otros. Mercadona, por ejemplo, ha subido un 160 por ciento sus ventas mientras que hay pequeños comercios sufriendo, y en esa tesitura claro que soy partidario de apoyar al pequeño comercio”, explica.
“Sin embargo”, añade, “está el debate de seguir pidiéndolo sabiendo que en Correos, por ejemplo, los trabajadores tienen la mayor tasa de infección de todas las profesiones, un dato que será similar, aunque no esté cuantificado, en repartidores de Glovo, Deliveroo, etc., que siguen enfrentándose a seguir saliendo a la calle con unas condiciones pésimas tanto de sanidad como de empleo y seguridad. Así que, efectivamente, apoyar al pequeño comercio, a las pequeñas empresas que echen mano de Correos o de empresas de transporte no está mal en sí, lo que está mal es que esas empresas, privadas o públicas como Correos no les den seguridad a sus trabajadores”, explica. Y ahí está la cuestión.
“Estamos trabajando sin EPIS ni mascarillas ni geles ni guantes, solo tenemos los que podamos comprar nosotros por nuestro lado”
También hace unos días, coincidiendo con mi discusión por WhatsApp con el colega que pidió los libros de Chul Han, otro amigo me contaba que en su ciudad había algunos pequeños comercios que habían hecho un llamamiento para pedir a la población que consumiera sus productos por internet porque su situación era crítica. Y ahí entra en juego otro debate aún más complicado: el de los que nos traen esos productos a casa. El de los riders y sus condiciones laborales y de seguridad, que si ya eran precarias, ante una situación de emergencia sanitaria lo son aún más.
“Con los riders el debate sobre comprar o no comprar por internet se hace aún más complicado si cabe”, comenta Rubén Sánchez. “Si no pedimos comida a restaurantes, evidentemente, reducimos la exposición de esos trabajadores que van en moto o en bici a traernos la comida a casa, pero si reducimos su exposición también reducimos sus ingresos porque no tienen un salario fijo. Por tanto, no pidiendo contribuimos a que no tengan que trabajar ni estar en la calle, pero también les estamos perjudicando económicamente”, añade, e insiste en que depositar la responsabilidad en el consumidor en una situación como la que estamos viviendo es problemático.
El pasado 21 de marzo, Óscar Pierre, CEO de Glovo, publicaba un tuit en el que animaba a los consumidores a hacer lo contrario a lo que apunta el portavoz de FACUA: “Son momentos difíciles para todos, también para los restaurantes y comercios de nuestras ciudades. Apoyemos al comercio local pidiendo por delivery“, decía. Sus trabajadores, sin embargo, discrepan.
Daniel, portavoz de Riders x Derechos, habla de que si las condiciones anteriores a la crisis sanitaria eran precarias, con ella se han precarizado aún más, no solo en el sentido económico. “Estamos trabajando sin EPIS ni mascarillas ni geles ni guantes, solo tenemos los que podamos comprar nosotros por nuestro lado. Nadie nos ha dado ningún tipo de formación, nadie nos ha explicado cómo tratar los paquetes, las bolsas, la comida que llevamos a los clientes, nadie nos ha formado sobre cómo debemos entrar a los portales, picar el timbre, el ascensor… No tenemos la información para trabajar con unas mínimas garantías sanitarias ni, en muchos casos, podemos mantener el metro de distancia con clientes o compañeros cuando recogemos los pedidos en los restaurantes”, explica.
“No estamos llevando comida a enfermos ni a gente que no puede salir de casa. No tiene mucha lógica que te traigan un sushi o una pizza a casa se considere algo esencial”
Respecto al volumen de trabajo y a ese “apoya el comercio local” con el que el director general de Glovo nos animaba a pedir comida, Daniel apunta a que “muchos restaurantes pequeños han tenido que cerrar. Prácticamente los únicos que quedan abiertos son las grandes cadenas, que tienen un volumen de trabajo bastante más grande y a los que les sale más rentable mantenerse abiertos aunque sea solo para delivery. Al haber tantos pequeños restaurantes cerrados el trabajo en general ha disminuido. Además, hay compañeros que se han negado a trabajar, al no proporcionarnos la empresa ningún tipo de seguridad”, explica.
En esa situación, los riders reivindican varios puntos que quizá podemos tener en cuenta a la hora de pedir o no, de sacar alguna conclusión del debate interno sobre si está bien o mal hacerlo.
“En primer lugar, no creemos que podamos ser considerados un servicio esencial. No estamos llevando comida a enfermos ni a gente que no puede salir de casa. No tiene mucha lógica que que te traigan sushi o una pizza a casa se considere algo esencial. Por parte de la empresa reclamamos que nos facilite ayudas, porque al trabajar menos cobramos menos, pero como falsos autónomos que somos, la cuota llega cada mes y el recibo del alquiler también. No podemos optar a las ayudas del Gobierno para autónomos porque somos falsos autónomos y es la empresa la que sigue emitiendo nuestras facturas, se nos dice que tenemos un seguro en caso de enfermar pero nadie lo ha visto ni sabemos de qué se trata… si nuestra situación ya era precaria antes, ahora lo es aún más”, explica.
También está el miedo. El miedo por la salud propia, pero también por la de los otros. Cuando mi madre empezó a sentir los primeros síntomas y pidió la baja de lo que más me hablaba no era de ella sino de la posibilidad de haber contagiado el virus a las señoras de su barrio, del barrio en el que reparte, a las que les había estado llevando cartas y certificados mientras seguramente incubaba el virus. “Hay miedo a no cobrar, a no poder pagar autónomos y a contraer el virus, pero también a contagiarlo. Cada vez que vas a una casa sabes que desconoces los protocolos que deberías seguir para que hubiera una mínima seguridad a la hora de coger la bolsa, de picar el ascensor, de entregar la comida. Sabes que, con ese gesto, estás poniendo en riesgo tu salud, pero también la de esa persona que ha pedido comida”, termina Dani, portavoz de Riders x Derechos.
Sigue a Ana Iris Simón en @anairissimon.
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