Imagina que das positivo en COVID-19. ¿Te preocuparías? ¿Estarías asustado? Probablemente seas joven y tengas un aparato respiratorio sano, así que entrarías dentro de los casos leves. Pero la palabra “leve” parece ofuscar lo terriblemente intensa que puede llegar a ser la carrera contra el COVID-19.
A principios de febrero, el Centro Chino para el Control y Prevención de Enfermedades realizó un estudio con los primeros 44 672 casos de coronavirus confirmados en Wuhan. A partir de este número hicieron una clasificación según el estado de la salud de los pacientes en una escala que iba de leve a crítica. Y, aunque la buena noticia es que un 81 por ciento de los casos (36 160 personas) fueron clasificados como leves, la mala noticia es que en “leve” se metía todo lo que no llegara a ser una neumonía.
Videos by VICE
Gracias a este ejemplo, podemos ver que la realidad de la enfermedad está obscurecida por las estadísticas y el uso de términos poco precisos. Así que, para tener una descripción real, hemos pedido a tres personas que están en el hospital recuperándose del virus que nos cuenten su experiencia. Nuestros participantes viven en tres países diferentes: España, China, Tailandia e Italia. Dos hombres y dos mujeres con edades entre los 22 y 42 años. Son gente diferente con circunstancias diferentes, pero que describen una situación clínica similar, horrible y prolongada. Y todos enfermaron a pesar de que pensaban que a ellos no les iba a pasar.
JAY, 36
“Me desperté y no me sentía bien”, dice Jay, un singapurense de 36 años que vive en Bangkok. “Me dolía todo el cuerpo, así que como precaución me quedé en casa”.
Era domingo y Jay no tenía pensado ir a ningún sitio. Salió de casa una vez para ir a comprar un termómetro, pero el resto del tiempo se quedó en la cama pensando que se le pasaría. “Cuando estoy enfermo normalmente se me pasa cuando descanso un poco”, explica. “Así que esperé todo el domingo, pero el lunes, cuando me desperté, no me sentía mejor. Fue entonces cuando me preocupé”.
Jay se levantó a duras penas de la cama y se fue a un hospital privado cercano, donde dio positivo en COVID-19 e, inmediatamente después, fue trasladado al Instituto de Enfermedades Infecciosas Bamrasnaradura de Bangkok, un centro especializado donde envían a la mayoría de los contagiados del país. “Eran probablemente las seis o siete de la mañana y no había dormido mucho por culpa de la fiebre y los dolores”, dice. “Tenía la cabeza acelerada”.
Toda la gente con la que hemos hablado describía los primeros síntomas de la enfermedad con términos similares: un sentimiento de malestar general seguido de fiebre y una desmejora vertiginosa.
YAQI, 37
A miles de kilómetros, en Wuhan, China, donde comenzó la pandemia, una administrativa de 37 años llamada Yaqi comenzó con los mismos síntomas, que también trató de paliar durmiendo. Se fue del trabajo tosiendo, con dolor de cabeza y con una temperatura en aumento que la hacía sudar hasta empapar la ropa. No quería irse a casa por si contagiaba a alguien más, así que reservó una habitación en el hotel más cercano y se fue a dormir. Pero al día siguiente, el 22 de enero, se despertó sintiéndose mucho peor.
“Esperé hasta las 9 de la mañana y se lo conté a mi marido. Se asustó mucho. Un compañero de trabajo me dijo por mensaje de texto que habían diagnosticado la COVID-19 varias personas de la oficina. Las redes sociales se llenaron de mensajes que decían ‘aguanta, Wuhan’, pero yo estaba desolada. Mi marido me compró medicinas tradicionales chinas, pero no me sentaron bien al estómago”.
Su marido intentó que la llevaran al hospital local, pero para entonces las instalaciones sanitarias de Wuhan eran un caos. Le dijeron que el hospital estaba colapsado y que no tenían ni camas ni pruebas para confirmar que tuviera el virus y le dijeron que se quedara en casa y aguantara.
Los días siguientes, la temperatura de Yaqui rondaba los 38,5 grados y empezó a tener pesadillas y alucinaciones. Transcurrida poco más de una semana, comenzó a vomitar.
“No podía comer nada”, dice. “Vomitaba todos los medicamentos que me tomaba y empezaron a aparecer rastros de sangre en el vómito. Mi marido estaba muy preocupado y se fue a buscar los hospitales y médicos más famosos”.
Yaqi cuenta que intentaba ver programas de actualidad en su teléfono para distraerse, pero llegaba un momento en el que no reconocía a las personas o lo que decían.
“El 30 de enero seguía teniendo fiebre” relata. “Me tomé algunas medicinas tradicionales chinas de un médico famoso de Guangzhou. Seguía vomitando y con sangre. Me grabé comiendo y vomitando. Mi familia estaba destrozada”.
Al final, la situación cambió cuando su amigo, que era médico, le consiguió una serie de antivirales que se tomó con una mezcla de antibióticos de alta resistencia conocidos como moxifloxacín. Era un experimento que podría no haber funcionado, pero tuvo suerte y comenzó a sentirse mejor.
“Fue la primera vez en 11 días que tuve una temperatura normal”, dice. “Alabé la sagrada medicina y di gracias al cielo”.
NIL, 22
Todos los pacientes de este artículo indicaron que la fase más crítica duró entre 10 y 14 días, aunque los síntomas fueran diferentes.
Nos vamos ahora a un hospital de Barcelona, donde hablamos con Nil, un estudiante de publicidad de 22 años que también se enfrenta a la COVID-19. Tras un viaje a Milán, Nil comenzó a sentir los primeros síntomas. Tenía malestar general y cansancio. “Quizá toqué alguna superficie que estaba infectada o a lo mejor me toqué la boca o los ojos teniendo las manos sucias, pero lo desconozco”, dice.
Nil fue inmediatamente al médico y lo pusieron en cuarentena. Al día siguiente, le diagnosticaron el coronavirus. No podía ver a sus amigos ni familiares y tuvo unos síntomas similares a los de Jay y Yaqi.
“En mi caso, malestar general, fiebre, dolor de cabeza y mocos. A medida que fueron avanzando los días, también sentía dolores musculares, articulares, náuseas y vómitos”.
Lo interesante es que en el caso de Nil no tuvo mucha tos ni dificultad para respirar, lo cual demuestra que el coronavirus tiene un perfil clínico muy variado. El virus causa una serie de dolencias comunes, pero la lista no es definitiva. No todos los pacientes tosen. No todos vomitan. La única verdad en la que podemos confiar es que para la gente más joven y sana las cosas parecen empezar a mejor a las dos semanas. Es el caso de la gente con la que hemos hablado. Pero la lección más importante, según Nil, es que la enfermedad es un infierno y hay que tomarse en serio los avisos y medidas del Gobierno.
“Tenemos que ser conscientes de que no vivimos solos”, explica. “Si el Gobierno y las autoridades están lanzando unas medidas y hay recomendaciones, es por algo. No es para joderte la Semana Santa ni todos los planes que tenías con tus amigos sino porque estamos viviendo una emergencia sanitaria y hay que ser responsables”
LECCIONES QUE PODEMOS APRENDER DEL VIRUS
Yaqi también desarrolló un profundo respeto hacia el virus, que dice que no es “una simple gripe”. Cuenta que su peor momento pensaba que iba a morir y comenzó a escribir sus últimas palabras en el teléfono. Y, al igual que Nil, quiere remarcar la importancia de la distancia social.
“Tenemos que protegernos porque es muy contagioso. En cuanto tengas problemas para respirar deberías hablar con un médico, ponerte una mascarillas y guantes. Hacer cuarentena. Vencer el virus”.
Y, para terminar, desde Tailandia, Jay cuenta que todavía tiene problemas para respirar, pero tiene esperanza. Al momento de escribir esto, todavía tiene que dar dos pruebas negativas antes de que le puedan dar el alta, y dice que está invirtiendo el tiempo que pasa en cuarentena para difundir el mismo mensaje:
“No soy un héroe”, nos dice. “Solo quiero mostrar los hechos para que la gente sepa qué pasos tomar para prevenir una propagación potencial”.
Este artículo se publicó originalmente en VICE ASIA.