Hice Couchsurfing con los colonos en Tierra Santa

Hace un par de meses, una amiga mía se enzarzó en una diatriba (expuesta de forma muy coherente) acerca de cómo la web CouchSurfing apoya el sionismo ya que permite que los colonos israelíes en la Ribera Occidental llamen a su lugar de ubicación “Judea y Samaria”, el nombre israelí para la mayor parte de la disputada Ribera Occidental. Desde su punto de vista, CouchSurfing apoya el proyecto israelí de eliminar la identidad palestina. Pero con lo que yo me quedé fue: “Un momento. ¿Puedes hacer CouchSurf en los asentamientos?”

Pues resulta que sí. Envié peticiones a todos los usuarios que encontré en el apartado “Judea y Samaria” omitiendo informar de que actualmente vivo en Palestina. Al poco rato recibí varias respuestas y empecé a hacer preparativos. Mi nivel de ansiedad se disparó sabiendo que se aproximaba mi primer viaje de CouchSurfing. Al fin y al cabo, esta era la gente que bajaba a las aldeas palestinas para disparar salvajemente contra cualquier cosa que se moviera.

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Casi cada historia que he oído sobre colonos suena como la descripción de una horrible pesadilla, un mal viaje de mescalina coordinado por el hijo ilegítimo de Charlie Manson y Timothy Leary. Por ejemplo, recordemos aquella vez que un grupo de colonos entró a caballo en un pueblo y pegó fuego a 1.500 olivos en un único ataque. O cuando una mujer colono agarró a un niño palestino de 10 años y le llenó la boca de piedras, luego se la cerró por la fuerza y le rompió los dientes. Y esto mientras se quitaba de encima a un soldado israelí que intentaba intervenir.

Un atisbo de una parcela de tierra en Gush Etzion.

Imaginad a un miembro de un moderno Ku Klux Klan, fuertemente armado y que ni siquiera se preocupara por enmascarar su identidad con un estúpido disfraz. Pues esa es mi impresión de lo que es un colono. Claro que no todos son unos matones racistas sedientos de sangre. Esos son los que reciben la atención de los medios de comunicación. Por razones obvias. La mayoría de los que viven en los asentamientos están ahí porque reciben cuantiosas subvenciones del gobierno israelí. Es un trato bastante bueno si formas parte de la clase media-alta israelí: obtienes vivienda a un precio súper barato en un recién construido barrio de lujo, y como los ayuntamientos locales son los que normalmente aprueban quién puede mudarse al asentamiento, no tienes que preocuparte de que unos árabes monten su chiringuito al lado.

Cuando conocí a Shaul, del asentamiento de Gvaot, mi nerviosismodisminuyó. Vi que era un buen tío desde el momento en que me vino a recoger a Jerusalén. Y no me refiero a que fuera un buen tío en comparación con lo que esperaba de un colono, si no que lo era en todos los aspectos. Shaul y su mujer, Lea, fueron muy gentiles y hospitalarios durante todo el tiempo que estuve en Gvaot. Además de abrir su casa a un completo desconocido, procedente de una cultura extranjera y sin experiencia en su modo de vida, cocinaron para mí, me dieron chocolate y café, me presentaron a su familia y se mostraron muy agradables durante toda mi estancia.

Adoraban a su hija de un mes y a su loro gris africano. Se les veía muy orgullosos de ambos. Puede que vivieran en tierras robadas, pero sus razones para hacerlo complicaron seriamente mis opiniones sobre la situación. Gvaot es una pequeña comunidad de 17 familias dentro del vasto agrupamiento de colonos en Gush Etzion. (El ministerio de defensa israelí acaba, al parecer, de autorizar la construcción de 523 viviendas nuevas en Gvaot, lo cual no creo que nadie en Gvaot piense que sea algo bueno).

Un jardín en Gvaot

La gente de Gvaot vive en casas móviles en condiciones similares a las de aquellos que viven en un parque de caravanas y remolques. Es decir, que la suya no es precisamente una vida de lujos. Shaul se desplaza cada día hasta Jerusalén, donde estudia cine documental en una universidad. Se mudaron a Gvaot para estar cerca de donde trabaja Lea: un colegio para niños con síndrome de down. A mi modo de ver, dedicar tu vida a niños con síndrome de down es algo muy noble. Vi a Shaul y a Lea interactuar con algunos de los niños del colegio, muchos de los cuales viven también en Gvaot, y pude notar cómo se alegraban los niños de verles.

Lo que más me impresionó fueron sus fotos de boda. Cuando se casaron, Shaul y Lea hicieron una gran ceremonia al norte de Israel. Invitaron a todos sus amigos y familiares y a los niños del colegio. En las fotos se aprecia que se lo están pasando mejor que nunca. El problema es que siguen viviendo en tierras usurpadas. Según la Oficina de Coordinación de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas, se ocuparon 33 acres de tierra del pueblo palestino de Nahhalin para hacer sitio a los colonos de Gvaot.

Shaul me señaló dónde estaba Nahhalin desde el coche cuando llegábamos a Gvaot, diciendo, “Nos llevamos bien con ellos. Son buena gente”. Al día siguiente comprendí por qué me dijo eso cuando vi a unos chicos palestinos haciendo paisajismo fuera de uno de sus remolques. Cuanto más charlaba con Shaul y Lea, más aparecían los detalles abstractos de su visión del mundo. Por ejemplo, mientras cenábamos en mi primera noche en Gvaot, Shaul comenzó a hablar sobre Los caballeros de la mesa cuadrada, de los Monty Python, pontificando sobre la exactitud histórica de la película.

Un roble solitario en Gush Etzion

“Quemaron a muchas mujeres por brujería en la Edad Media, pero la mayoría de las veces era mentira, como en la película”, me dijo. Casi tuve que morderme la lengua para no gritarle, “¿La mayoría de las veces?” Después de cenar nos sentamos en el sofá y me preguntó sobre las elecciones en EE.UU, todavía por celebrarse en el momento de la visita. Shaul quería saber si prefería a Obama o a Romney. Yo me niego a votar a cualquiera que apoye una política de guerra interminable, lo que hace que la elección entre Obama y Romney me resulte irrelevante.

Mi hombre era Vermin Supreme, pero como no les iba a decir eso a Shaul y Lea, opté por una respuesta sin compromiso: “Aún no estoy seguro”. Shaul dijo que él tampoco lo estaba, ya que creía que Obama era mejor para América y Romney mejor para Israel. Bajo la presidencia de Obama, la financiación estadounidense a Israel ha alcanzado el mayor índice de la historia, pero como me estaba haciendo el ignorante para no levantar sospechas, no mencioné este dato. La conversación sobre las elecciones desembocó en la situación política en Israel y la oposición a los asentamientos. Esto es algo que a Shaul le deja profundamente confundido. No consigue entender cómo alguien puede estar en contra de que los judíos israelíes vivan en esas tierras.

Una piscina natural en Gush Etzion

Me estaba contando un reciente ataque colono a un vehículo palestino cuando Lea le interrumpió para cambiar de tema. “Aquí casi nunca hablamos de política”, me confesó Shaul. Yo, personalmente, lanzar un cocktail molotov a un vehículo lo llamo “terrorismo” y no “política”.

Al día siguiente comimos shakshouka para desayunar y hablamos de la Ciudad de David. Es un horrible, horrible proyecto colonialista con dos objetivos: promocionar exclusivamente la versión sionista de la historia y erradicar a la comunidad palestina de Silwan, al este de Jerusalén.

Parecía como si todos los habitantes de Gvaot tuvieran alguna conexión con la Ciudad de David. Una mujer que desayunó con nosotros era la hija del director de dicho proyecto, y el padre de Shaul llevaba a cabo excavamientos arqueológicos allí, supuestamente para demostrar que unas ruinas (probablemente situadas debajo de la casa de alguien, con el destino de ser demolida para extraer las pruebas) eran de la fecha exacta del reinado bíblico del Rey David. Todos los que hablaron sobre el proyecto hicieron algunas vagas referencias a estar en contra del proyecto, pero les dejaba muy confundidos que alguien pudiera estar en contra de expulsar a la gente de sus casas a punta de pistola para luego arrasarlas con objeto de encontrar unas rocas de hace miles de años.

Ropa y pistolas de unos soldados israelíes de picnic

Un ejemplo definitivo de la capacidad de los colonos para ignorar esta disonancia cognitiva fue cuando montamos en mountain bike por las colinas de Gush Etzion. Es una tierra preciosa, llena de árboles y piscinas naturales de agua cristalina. No me extraña que los israelíes se la quieran quedar. Nos detuvimos en una de estas piscinas y Shaul se quedó en ropa interior para darse un chapuzón. Había un par de tíos jugando al backgammon, con sus ropas amontonadas al lado de sus armas automáticas. Me sorprendió ver la naturalidad con la que estaban ahí tiradas sus M4, con sus toallas y sus ropas, pero Shaul me explicó que eran soldados y que tenían que llevar sus armas a todas partes.

Y aquí viene la parte de disonancia cognitiva de nuestro viaje: Shaul me estaba contando que a veces algunos hombres nadan en pelotas en la piscina. “Les piden a las mujeres que se vayan, pero las mujeres a veces replican, ‘Tú haz lo que quieras, pero yo me quedo aquí porque este sitio es de todos’” ¿De todos? ¿En serio? Bueno, ¿y qué hay de los palestinos?, pregunté. ¿No vienen aquí a nadar? “No, no vienen muchos”, me contestó Shaul. “No hay ningún pueblo árabe por aquí cerca”. Así es como se puede robar tierras de una minoría bajo ocupación militar con el objetivo de enseñar a niños con el síndrome de Down en un centro de educación especial: porque para cierta gente es muy sencillo tener dos ideas incompatibles a la vez en la cabeza.

Todo su modo de vida apoya explícitamente un régimen de apartheid que poco a poco se acerca a una genocida solución final a la “cuestión palestina”, pero nunca habláis de política. Pueden pasar cada día por delante de Nahhalin de camino a la universidad proclamando que “os lleváis bien”, pero también creyendo que “no hay ningún pueblo árabe cerca de aquí”. Supongo que una vez decides dejar de pensar en ello, es bastante sencillo.

Alfei Menashe.

Pillé un autobús de colonos a las afueras de Gvaot (que, a diferencia con los buses palestinos que dejan Belén, no fue detenido en el punto de control y abordado por airados soldados con pistola para hacer inspección de documentos) y dispuse mi siguiente CouchSurf. Iba a ser con Roni, un “empresario” de 23 años de Alfei Menashe, cerca de la ciudad de Qalqilya en la Ribera Occidental.

Roni parecía suspicaz ante la idea de dar cobijo en el asentamiento a un outsider y quería verme en Jerusalén antes de llevarme a Alfei Menashe. Intercambiamos números de teléfono y me llamaba periódicamente para tomar café. Esto se convirtió en un juego frustrante porque, a pesar de lo que le dije a Roni, yo no vivo en Jerusalén. Vivo en Ramallah, la capital de factode la Ribera Occidental. Y aunque está a 15 kilómetros de Jerusalén, el viaje dura dos horas gracias a la necesidad de pasar por el control de seguridad en Qalandiya, que es como una jaula de perros pero para personas y parece diseñado para infligir todos los inconvenientes y humillaciones posibles a cualquiera que tenga que pasar por ahí.

Tras muchos intentos fallidos de encontrarnos, Roni me llamó para invitarme a un emocionante acto: me contó que tenía una empresa operativa en 23 países y que el fin de semana siguiente se iban a reunir con sus socios americanos en una convención en Tel Aviv. Era un acto privado, pero si estaba interesado él aseguraba que podía lograr que entrara. Por supuesto que estaba interesado. ¿Conocer a un gran empresario y a sus socios americanos en Tel Aviv? Mi imaginación bullía con las infinitas, oscuras y misteriosas posibilidades de lo que este negocio podría ser y lo que yo podría descubrir en esa reunión.

La empresa se llamaba Monavie y aunque es realmente una gran corporación, no tardé en darme cuenta de que Roni no era en modo alguno un importante hombre de negocios. Veréis, Monavie es, más o menos, uno de esos chanchullos piramidales. Su modelo de negocios es lo que se llama “network marketing”(marketing multinivel), y de forma similar a Avon o Mary Kay, consiste en hacer que la gente consiga que sus amigos vendan mercancía, y que los amigos de éstos también vendan, y de este modo la rueda siga girando. Roni estaba 3 peldaños por encima de la base de la pirámide y no parecía que en un futuro cercano le fueran a dedicar un monumento.

Después de intentar venderme la idea, Roni compartió conmigo su punto de vista sobre los asentamientos. “Fue tierra árabe hasta 1967. Algunos israelíes se trasladaron allí cuando nos hicimos con esas tierras tras la guerra. Tendremos que devolverlas cuando Israel abandone la zona. Algunos de nosotros nos tendremos que ir. Pero por ahora vivimos con los árabes y coexistimos. Es muy agradable”. En los 5 meses que llevo viviendo en Palestina no he conocido a ningún árabe que describa a los colonos ni a sus asentamientos como “algo agradable”, pero supongo que Roni necesita decírselo a sí mismo para poder dormir por las noches.

Mientras hablábamos, el centro donde se celebraba la convención se fue lllenando de honorables miembros de la sociedad, hombres y mujeres israelíes obsesionados con el açai. Lo que Roni quería decir cuando me explicó que se iba a “reunir con sus socios americanos”, era que uno de esos oradores para la motivación había venido desde EE.UU para anunciar a los asistentes que cualquiera puede vender zumo de açai en botellas de vino si crees lo suficiente en ti mismo.

Quiero destacar que todo esto tuvo lugar el cuarto o quinto día del bombardeo israelí en Gaza conocido como Operación Pilar Defensivo. Esta guerra causó al menos 158 víctimas palestinas y seis fallecidos israelíes, ninguno en Tel Aviv. Después de que el americano nos diera la chapa, todo el mundo en la sala empezó a bailar el puto tema de Black Eyed Peas de “Tonight’s gonna be a good night”. La canción ya es odiosa en un día normal, pero ver a un grupo de vendedores de zumo bailándola y ondeando banderitas israelíes mientras su gobierno bombardeaba Gaza esa misma “buena, buena noche”, fue uno de los espectáculos más obscenos que he presenciado en mi vida.

El americano volvió para contarnos que de pequeño abusaron sexualmente de él. No sé que tenía que ver eso con la venta de zumo de açai, pero supongo que si necesitaba quitarse ese peso de encima,  aquel acto no era mal lugar para hacerlo. Roni me llevó de vuelta al centro de Tel Aviv, donde hicimos planes para volvernos a ver e ir a Alfei Menashe. Jamás llegó a pasar. Unas semanas después logré llegar hasta allí, haciendo CouchSurfing en casa de una mujer de la edad de mi madre.

Una estatua conmemorativa en Alfei Menashe

Tami, la mujer que conocí por CouchSurf, me recogió cerca de la ciudad de Kfar Saba. Ella y su marido, David, son americanos que emigraron a Israel hace 20 años para nunca mirar atrás. De camino a Alfei Menashe recogimos a Sam, hija del matrimonio anterior de David. En el coche me sorprendíó que Tami fuera tan liberal para ser colona. Me señaló la barrera de separación desde el coche. Dependiendo del lado de la barrera en que te encuentres, también puede llamarse el “muro del apartheid”.

“Levantaron aquí esa valla de seguridad, y eso no es bueno,” dijo Tami, y Sam saltó “¿Qué no es bueno? ¡Salva muchas vidas!” “Sí, pero antes que nada es una forma de seguridad pasiva, algo que mí no me gusta. Y en segundo lugar, divide a los pueblos en dos y la gente no puede ir al otro lado”, le contestó Tami, antes de conceder: “Pero, sí, salva muchas vidas”. Dejamos atrás un pueblo beduino y Tami me contó que, cuando levantaron el muro, la gente llamó a sus familiares en toda la Ribera Occidental para que fueran a instalarse ahí, con la esperanza de obtener la nacionalidad israelí por el hecho de estar dentro de los confines del muro. Pero Israel, como era previsible, no se la concedió.

Al llegar a Alfei Menashe me dejó asombrado lo mucho que se parecía a cualquier suburbio de lujo americano con sus jardines cuidadosamente podados, piscina pública, calles limpias y casas inmaculadas. Se parecía a la pequeña ciudad que sale en Weeds, solo que con un montón de banderas israelís. Al llegar a casa de Tami conocí a David, al que le gusta mucho cocinar, hablar con las muchas mascotas que tiene la familia y jugar a Civilización en el ordenador. Estas actividades, y leer, es todo lo que hacen Tami y David. Es como cualquier familia americana, con dos coches en el garaje y todo lo demás.

Obras en Alfei Menashe

Exceptuando esto, viven, como todos los colonos, en tierra robada, lo cual justifican diciendo que Alfei Menashe es un “asentamiento consensuado”. Esto quiere decir que creen que a los palestinos no les importa que esté ahí. Era Sabat cuando llegué, y ayudé a David a preparar el Shakshouka. Despúes de comer me enteré de que Tami fue agente de contraespionaje antes de jubilarse, y que planeaba pasar el resto de sus días estudiando la Torá. A la mañana siguiente me contó que fue francotiradora voluntaria. Es decir, que trabajaba de francotiradora para la policia israelí por gusto, sin que le pagaran por ello.

Su posterior explicación de las dificultades del trabajo de francotirador en la policía acabó con cualquier ilusión que yo pudiera tener de que fuera una americana normal y liberal. “Ser francotirador de la policía es mucho más duro que serlo en el ejército”, me dijo. “Si un terrorista coge a un rehén, además de darle al terrorista y no a la víctima tienes que preocuparte de que la bala no atraviese una pared y le dé a alguien más, o acierte a un vidrio y lance esquirlas por todas partes. En el ejército no tienes que preocuparte de nada de esto. Ni siquiera importa que aciertes o no a tu objetivo”.

Una edificación en ruinas con vistas a Tifzi

Con mi impresión de haber encontrado una familia normal de colonos hecha trizas, volví a Ramallah y programé mi último viaje CouchSurfing, en la comunidad de artistas de Tifzi, a las afueras del asentamiento de Giv’at Ze’ev. Natan, el tipo con el que hablé, me dijo que bajara del autobús en el supermercado de la cooperativa. Le pedí al conductor que me avisara cuando llegáramos, pero al bajar me resultó evidente que estaba en el sitio equivocado. Era de noche y ahí estaba yo, deambulando sin rumbo por un asentamiento lleno de extraños. Me vinieron a la cabeza todas las horribles historias que había oído sobre lapidaciones, apaleamientos y otros ataques de colonos. Por suerte tenía el número de teléfono de Natan y él dedujo dónde me encontraba.

Subimos una colina para llegar a Tifzi y tuve la impresión de estar en una acampada de Occupy especialmente colorida. Se trataba de varias series de tiendas de campaña levantadas en torno a una ruinosa casa abandonada con una bandera israelí gigante ondeando en lo alto. Llegué la noche del Hanukkah. Habían organizado una fiesta trance; es decir, que habría música a todo trapo desde las 12 de la noche hasta las 12 de la mañana. Un grupo de hippies raros llegaron para bailar y pintar arte abstracto fluorescente. También había un japonés que iba de tripi; no hablaba inglés ni hebreo, pero todo el rato gritaba “¡HANUKKAH!” y se iba corriendo.

Un alemán iba de un lado a otro haciéndole fotos al perro residente de Tifzi. “¡He sacado fotos de este perro en diferentes situaciones!” exclamaba. “La vida de un perro en una comuna hippie sionista. ¡De locos!” Y, obviamente, todos estaban obsesionados con el Apocalipsis. El ejemplo más chocante era Jacob, un americano de mediana edad que se me acercó cuando estaba al lado de una hoguera. Nuestra conversación empezó de manera bastante normal. Me contó que había estado en Israel con un visado de tres meses, y que luego fue a Jordania, lo renovó y volvió.

A continuación, sin venir a cuento, empezó a gritar. “¡Esa canción, ‘American Pie’! ¡Todo lo que dice esa canción se ha cumplido este año!” Empezó a enardecerse él solo con los secretos revelados por el famoso profeta Don McLean. Y estaba tan furioso porque la canción se hubiera hecho realidad que por un momento tuve miedo de que me fuera a golpear. Pero sólo me estaba explicando la profecía.

“¡Y Lennon leyó un libro de Marx! ¡Barack Obama es marxista y EE.UU es un país marxista!” Me dijo que “Barack Obama” significa en hebreo “Relámpago de las alturas”, una referencia a Satán en el Libro de las Revelaciones o algo por el estilo. Para él, una prueba más de que el fin del mundo es inminente. También dijo que alguna gente honrada en América se salvaría el día del Juicio Final, “pero sólo por los pelos”.

Según Jacob, todas las personas justas se estaban marchando de América. Con esto estuve de acuerdo, pero por razones que no tenían nada que ver con “American Pie”. Al final me fui a dormir a la tienda. Antes de irme, Jacob me dijo, “He estado rezando para conocer a una persona justa, y esa persona eres tú”. La verdad es que acojonaba un poco que un chiflado religioso de derechas preso de delirios me calificara de “persona justa”, pero acepto elogios cuando me los echan. No sé cómo pero logré dormir un par de horas, a pesar de que mi tienda se encontraba a escasos metros de unos altavoces monumentales con música techno israelí a todo volumen.

A la mañana siguiente, con la luz del día, exploré el campamento y descubrí que su idea de “arte” consiste en colgar bicicletas en los árboles. Me encontré con el japonés, que gritó “¡Konichiwa, cabrones!” y volvió a desaparecer. Acabé hablando con Rafael, uno de los tipos que fundaron Tifzi, en el tejado del decrépito edificio. Mirando hacia Ramallah le pregunté cómo se sentía viviendo tan cerca. Me dijo que le daba lo mismo, que él no quería hacerle daño a nadie. Y si ellos intentaban hacerle daño a él, bueno, todo el mundo en Tifzi había estado en el ejército. De pronto sacó el tema del apocalipsis. “Tengo algo que decirle a la gente que viene a visitar Israel,” me dijo. “Pronto, todos los ejércitos de la Tierra estarán luchando por Jerusalén”.

Le pregunté qué quería decir. “Armagedón, o como quieras llamarlo”. Me dijo que esa guerra ya había empezado, y que muchos en Israel lo sabían. “Sí, aunque no lo digan en voz alta, lo saben”. Me despedí de la gente y dejé Tifzi. Era Sabat, así que ese día no había servicio de autobús. Tendría que hacer autoestop hasta Jerusalén. Tuve suerte y se detuvo un coche enseguida. En él había dos americanos que se presentaron como “Pimpin’” y “A-Time”. (He cambiado todos los nombres en esta historia, excepto estos).

Dio la coincidencia de que Pimpin’ y A-Time también eran promotores de fiestas trance obsesionados con el armagedón. “El Apocalipsis ya ha empezado”, me dijo Pimpin’. “Todo está volviéndose loco. Sales de baño, tío”. Pararon en un sitio a comprar drogas, no especificaron cuáles, y me dejaron después en Jerusalén, finalizando así mi aventura haciendo CouchSurfing en los asentamientos.

Si algo he aprendido, supongo que es esto: que alguien viva en tierras palestinas robadas no significa que sea un psicópata hiperviolento. Pero tampoco diría que muchos de ellos estén bien de la cabeza.

Y hace tres años, también en Tierra Santa