El feminismo tiene muchos aciertos. Uno de ellos es una búsqueda por la libertad sexual, misma que se logra cuando nos quitamos la idea de que el sexo sirve únicamente para reproducirnos cual plaga. En las autoras feministas suele haber una búsqueda por el erotismo perdido entre tanto vicio social; remontarnos a la experiencia sexual inicial, aquella que revela cómo es el mundo y qué nos hace humanos. Una de ellas es la australiana Elizabeth Grosz, quien echa mano de la sexualidad para definir al arte y al revés.
Hay una idea sobre el arte que flota entre los pasillos del museo y las esquinas de las galerías, susurra a los espectadores que el buen arte es aquel con un mensaje específico, pensado, que revela los más íntimos secretos y sentires del artista. Grosz dice que lo artístico es del animal, no proviene de la inteligencia, de una sensibilidad humana particular o de ninguno de los grandes logros humanos.
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Mural de Shepard Fairey. Por Bruce Turner, vía Flickr.
El arte nace del exceso del mundo, de aquella energía o fuerza que pone a la vida misma en riesgo por la intensificación de ésta. Y no se trata aquí de un placer vulgar, sino de la potencia creativa que trastoca todo y lo hace más vibrante, lo magnifica, lo trae a una vida que a simple vista podría no tener. La energía innovadora y arrolladora del mundo animal es lo que Grosz refiere como “bestial” y será lo más bestial del hombre lo que sea lo más artístico. En resumidas cuentas, el arte está conectado a un impulso común de más. Aquí es donde el arte se encuentra con la sexualidad.
Freud dice que el arte es la sublimación del impulso sexual que se desviste del deseo de cuerpo y se materializa en algo desexualizado. Esto significa que es una consecuencia del impulso sexual que para Freud es el deseo de reproducción. Grosz tiene una postura distinta, donde la sexualidad, para ser llamada adecuadamente tal, debe funcionar artísticamente. Su definición inicial de sexualidad está desprovista de reproducción, es la alineación de cuerpos y prácticas con otros cuerpos o partes del propio cuerpo. La sexualidad precisa de manejar y aprovechar los excesos del mundo -los colores, las sensaciones, las vivencias que intensifican.
Por ello, el arte es lograr un objetivo que no está directamente definido por lo útil. El sexo no se puede llamar tal si no intensifica la vida, si no significa al mundo con más de lo aparente. Es decir, un trozo de carne no es un cuerpo hasta que está vivo; hay un elemento sorpresivo que hace que el todo sea más que la suma de las partes. En el arte visual, la técnica es insuficiente para poder llamar a una pieza “buen arte”; la obra debe dar más de sí que la mezcla de color, precisa tener una entraña que revele una nueva forma de ver el mundo, aunque éste siga igual. Lo mismo pasa con el sexo, donde debe fluir la energía creativa que aumente la percepción de lo que rodea.
Este fenómeno sucede también con los animales. Los rituales de apareamiento, dice Darwin, son artísticos en el sentido de que el cuerpo tiene algo que atrae o repele no sólo a miembros del sexo opuesto, sino a miembros del mismo sexo y distintas especies. La selección sexual magnifica y subraya partes del cuerpo, transformándolas de ser trozos de carne a atributos para aumentar el encanto. Dice Grosz que estos rituales de apareamiento convierten al cuerpo en un espectáculo que involucra la intensificación de los sentidos; los órganos presentes en el escenario se hinchan, bailan, huelen y la percepción del espectador se llena de las sensaciones recibidas del performance. Estos procesos son excesivos, creativos, transformadores y necesarios para que la sexualidad pueda operar.
Instalación de Barbara Kruger. Por Jun, vía Flickr.
Es aquí donde hay una vuelta al erotismo. El sexo prescinde de la reproducción como meta y se vuelve un fin en sí mismo. La experiencia erótica es una transgresión y desnudamiento de lo establecido, pues rompe con la desazón del mundo. No sólo eso, sino que es una puesta en escena donde la bestialidad cobra el papel principal; el cuerpo habla por sí mismo y se desenvuelve para acrecentar y crear sensaciones. ¿No pasa lo mismo con todo aquello que llamamos arte?
Grosz termina diciendo que si bien hablar de la sexualidad como bella arte no es definitorio, por lo menos tiene las marcas, emblemas y cualidades que hacen al arte posible. Entonces, el arte es del animal en la misma medida que la sexualidad es artística.
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