La primera vez que voté fue en una europeas. Tenía 18 años recién cumplidos, estaba estudiando para selectividad y fui con mi padre al colegio electoral. Cuando llegué elegí mi papeleta muy ilusionada, la deposité en el sobre, después en la urna y cuando el vocal dijo “VOTA” me di la vuelta y allí estaba mi padre, mirándome serio. Él le había cedido el voto a mi hermano de 10 años, que se decantó por el Partido Comunista.
Al salir del colegio me dijo “Iris, esto es la democracia. Este es el único espacio que te da: meter una papeleta en una urna, una vez cada mucho tiempo”. No recuerdo qué le contesté, pero seguramente le respondería indignada. Porque tenía 18 años y por aguarme la fiesta de la democracia la primera vez que me invitaban a ella.
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Hace poco más de un mes, a las puertas del último montaje teatral de Àlex Rigola, Un enemigo del pueblo, me repartieron dos papeletas. Una roja y una verde. Una vez dentro, en la adaptación libre de la obra de Henrik Ibsen se nos preguntó si creíamos en la democracia. Antes de alzar mi papeleta recordé la frase de mi padre. Y a Trump. A Bolsonaro. Pensé en el ascenso de Marine Le Pen. En Rato y su “eso es el mercado, amigo”. En Catalunya. En una crisis económica que, como gritaban en el 15-M no es una crisis sino un sistema. Y levanté la papeleta roja. La del no, como 50 personas más. Las otras 250 levantaron la verde, la del sí.
La crítica a la democracia liberal, a pesar de ser minoría los que alzamos la papeleta roja en aquella sala de teatro, no es nada nuevo. Autores como el economista Jasson Brennan, autor de Contra la democracia, vienen exponiendo desde hace tiempo sus carencias.
Carencias que se hacen más que patentes cuando el sistema da como resultado el ascenso al poder de líderes que no confían, creen y en algunas ocasiones incluso ponen en jaque al sistema. O cuando las expectativas de mejora económica y progreso que a juicio de autores como Yascha Mounk van asociadas a la confianza en la democracia como único sistema justo y que garantiza las libertades del individuo no se cumplen. Tras la caída del Muro de Berlín parecía que no había otra, que la democracia se había impuesto como único sistema posible de gobierno, que se había convertido en algo casi sagrado, pero, ¿es así a día de hoy?
Clara Ramas, filósofa, doctora europea e investigadora de la Universidad Complutense de Madrid considera que “es ya casi un lugar común decir que la democracia está en crisis, en este último par de años han salido varios libros sobre el tema (Levitsky, Ziblatt, Mounk, Brennan). Claramente ha habido un desgaste de un modelo de democracia liberal que se propuso tras la Guerra Fría como panacea definitiva y progreso absoluto de la Humanidad. Hace poco, incluso el mismo Fukuyama se veía obligado a cambiar radicalmente su visión de la democracia liberal como ‘final de la historia’, y reconocía que este modelo deja a los individuos sin propósito, alienados, sin perspectivas, con la necesidad de pertenecer a algún tipo de comunidad; y que alguna forma de ‘socialismo’ ‘no sólo puede volver, sino que ha que volver’. Diría que lo que está agonizando es ese modelo de democracia no la democracia como tal. Es precisamente una profundización en la democracia lo que se reclama”, expone.
“Lo que está agonizando es ese modelo de democracia no la democracia como tal. Es precisamente una profundización en la democracia lo que se reclama” — Clara Ramas, doctora en filosofía
A la pregunta ¿está agonizando la democracia liberal?, Eduardo Fernández Luiña, doctor en Ciencia Política y miembro del Instituto Juan de Mariana responde que él no sería tan exagerado. “Es cierto que la democracia constitucional está pasando por malos momentos pero eso no significa que desaparezca. Una cosa es sufrir una crisis (todos los sistemas las sufren); otra muy distinta que la crisis te llegue a matar. Ahora bien, sí es cierto que a día de hoy y después de cuarenta años de estabilidad democrática, las democracias liberales están pasando por un mal momento. La razón tiene que ver con los problemas de desempeño (económico) de los sistemas democráticos y con la corrupción. Tanto la crisis económica, como la explosión de casos de corrupción han erosionado la legitimidad de la democracia. Resolver los problemas anteriores representa el reto más grande de las actuales democracias”, concluye.
En la crisis de las democracias liberales, en el hecho de que grandes minorías empiecen a desacralizar un sistema que parecía imbatible tiene algo que ver el ascenso al poder de, precisamente, líderes que, al menos simbólicamente ponen algunas de sus estructuras en jaque: Donald Trump, Salvini, Bolsonaro… ¿Cómo es posible, qué sentido tiene que líderes democráticamente elegidos sean tachados de “mazazos a la democracia”? Los denominados populismos están en alza y eso no deja de ser, para algunos, una consecuencia que no una causa de la crisis de la democracia liberal.
Clara Ramas es una de las que piensa que así es. “La crisis de la democracia siempre es un resultado de una crisis previa: la crisis del lazo social. Igual que sucedió en el siglo XX, el auge de las fuerzas reaccionarias ocurre cuando previamente se ha destruido el tejido social. Frente a una lectura demasiado simplista, no es una ‘clase obrera’ manual decepcionada con una izquierda posmoderna quien habría aupado a estas fuerzas. No es la vuelta de ‘lo material’ contra ‘lo simbólico’. Dos tercios de los votantes de Trump eran republicanos con rentas iguales o superiores a la mediana nacional, y si ganó fue mediante el uso de un relato simbólico de un país que resurgía, una idea fuerte de país y de restauración de la dignidad de un ‘nosotros’”, comenta Ramas.
Y continúa: “Lo que sí es cierto es que, debido a las políticas neoliberales de austeridad, deslocalización y privatización, se destruye el acceso a empleo, servicios sociales y bienestar de grandes capas de población, así como sus formas colectivas de organización (asociaciones, sindicatos, tejido cultural…). Mucha gente siente que el establishment ya no tiene nada que ofrecer ni forma de reparar unas vidas rotas. Trump y sus análogos son el resultado de una sociedad en descomposición y a la intemperie, sin garantías de bienestar ni de pertenencia”, expone la filósofa.
“Pero que Trump gane las elecciones no tiene nada de mazazo a la democracia. Lo tendría si pervierte la naturaleza íntima del sistema, cosa que no ha hecho y que no puede hacer” — Fernando Díaz Villanueva, periodista
Fernández Luiña suscribe, con matices, su hipótesis. “Yo considero que los candidatos populistas no son los responsables de la crisis de la democracia. Son la consecuencia de dicha crisis. Es decir, Donald Trump o Salvini llegan al poder porque la ciudadanía considera que el establishment tradicional no está desempeñando un buen papel. Por eso, los candidatos populistas y antiestablishment son los que están triunfando en estos momentos. El problema es que cuando esos candidatos triunfan comienzan a establecer lo que los especialistas denominan un régimen populista. Y es la existencia de ese régimen populista el que amenaza la supervivencia de la democracia constitucional o liberal en el tiempo. Pero ellos no son el origen, son la consecuencia del problema”, comenta el politólogo.
Para él “las democracias saludables funcionan con gobiernos de centro (derecha e izquierda) capaces de generar acuerdos y dar estabilidad al sistema. Los populistas y extremistas (de derecha y de izquierda) buscan lo contrario. Polarizar y dividir a la sociedad. Si confiamos en los segundos, significa que la democracia está en crisis”.
El periodista Fernando Díaz Villanueva opina, sin embargo, que a estos gobiernos populistas “se les tacha de ‘mazazo a la democracia’ porque ponen en solfa algunos de los puntos definitorios del consenso socialdemócrata de posguerra, un ciclo ya acabado y que está dando lugar a otro marcado por la incorporación de China y la India al mercado mundial, la revolución informática y la automatización de infinidad de procesos que hasta hace no tanto tiempo empleaban a mucha mano de obra”, comenta Fernando Díaz Villanueva. “Pero que Trump gane las elecciones no tiene nada de mazazo a la democracia. Lo tendría si pervierte la naturaleza íntima del sistema, que no es otra que el Estado de Derecho, la división de poderes y el respeto a la minoría. Trump no ha hecho nada de lo segundo y, aunque quisiese hacerlo, no podría ya que la democracia estadounidense está dotada de defensas para evitar la concentración de poder en pocas manos”.
“El problema”, matiza Clara Ramas en relación al calificativo de “mazazos a la democracia” que se atribuye en ocasiones a gobiernos como los de Trump “es que se toma democracia como un término ambiguo. Rousseau decía que la voluntad de todos, la suma de voluntades individuales, no es sin más la voluntad general. Desde muy antiguo en la tradición política democrática y republicana se tiene la idea de que no cualquier suma de voluntades constituye el bien común. A la larga, un proyecto de gobierno basado en recortar derechos no puede perdurar”, termina.
“La existencia de un régimen populista es la que amenaza la supervivencia de la democracia constitucional o liberal en el tiempo. Pero no son el origen, son la consecuencia del problema” — Eduardo Fernández Luiña, doctor en Ciencias Políticas
Que cada vez son más los que se atreven a desacralizar la democracia, a replanteársela, a poner en entredicho, como mínimo, la manera en la que se articula en la actualidad es evidente. Pero, ¿se puede reformar el sistema o se debe acabar con él? ¿Hay modelos alternativos a la democracia a día de hoy?
Liberales como Díaz Villanueva no lo ven nada claro y son tajantes. “Los hay, claro. El más famoso y aplicado es el comunismo y sus diferentes variantes, todas dictatoriales. Se ha probado en cuatro continentes a lo largo de un siglo con resultados desastrosos en todos los casos. Aparte de ese, el mundo islámico lleva unas décadas ensayando regímenes integristas de los que nada bueno se puede extraer salvo el de estar prevenidos frente a ellos”, opina.
Para Eduardo Fernández Luiña seguimos confiando en la democracia “porque actualmente no existe forma política más inclusiva. Además, históricamente, ha sido la mejor forma política para resolver conflictos de naturaleza política de manera pacífica. Eso sí, debemos tener presente que la democracia solo es funcional si el sistema no desemboca en una tiranía de la mayoría y no deja de proteger la estructura de derechos y libertades individuales. La frase de Winston Churchill es la que mejor define la situación respecto a la democracia: La democracia es el peor de todos los sistemas políticos, a excepción del resto de sistemas políticos“.
Clara Ramas, por su parte, considera que no hay un sistema, a día de hoy, alternativo a la democracia, pero con matices distintos. “Creo que todas las experiencias emancipatorias han tenido lugar como profundizaciones y no como huidas de la democracia. Democracia es construir un demos, y eso significa, en forma muy básica, construir una cierta unidad de sujeto político, una forma por la cual decidimos darnos juntos una existencia colectiva. Como sabía Gramsci recogiendo una tradición hegeliana y republicana, cuanto más consenso se logre generar entre un sujeto máximamente plural, más fuerte es el lazo político. La diversidad no resta, sino suma a la democracia”.
Llegados a este punto está por ver si en las próximas funciones de Un enemigo del pueblo de Àlex Rigola hay cada vez más gente que alza el papelito rojo o si por el contrario seguimos sacando el verde, temerosos del qué dirán, de bajar del pedestal a aquello en lo que confiábamos como definitivo. Y si cada vez más chavales que votan por vez primera lo hacen ilusionados como lo hice yo o desencantados con un sistema, la democracia liberal, sobre cuya vigencia y sentido se discute, a la vista de los hechos, cada vez más.
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